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Yamandú Ramón Antonio Orsi Martínez NACIÓ en en el área rural del Departamento de Canelones (entre las localidades de Santa Rosa y San Antonio), el 13 de junio de 1967) es un docente de historia, miembro del Frente Amplio.​ Se desempeñó como Intendente de Canelones entre 2015 y 2024.​

Es el segundo hijo de Pablo “Bebe” Orsi (1933-2018), trabajador rural de ascendencia italiana cuyos antepasados llegaron a Uruguay a principios del siglo XIX,3​ y Carmen “Beba” Martínez, fallecida en 2023, de profesión costurera.​

Estudió en la Escuela N.º 110 “Tres Esquinas” de la capital canaria y en el Liceo Tomás Berreta.

En 1986 empezó a cursar la carrera de Relaciones Internacionales en la Facultad de Derecho de la Universidad de la República, pero desertó al cabo de un mes.

Finalmente se anotó al Instituto de Profesores Artigas (IPA) de Montevideo, donde obtuvo el título de Profesor de Historia en 1991. ​

Se desempeñó como docente en diversos centros de educación secundaria de los departamentos de Canelones, Florida y Maldonado hasta el año 2004.5

Trabajó como comerciante durante 22 años, alternando con el estudio y la docencia, en el negocio familiar ubicado en la ciudad de Canelones.

Es exbailarín de folklore desde joven, e hincha del Club Atlético Peñarol.​ Actualmente reside en el municipio de Salinas, está casado y es padre de dos hijos.

Creció en el campo y aprendió lo que era el sacrificio a muy temprana edad. Por más de dos décadas atendió el almacén de sus padres y durante 15 años ejerció la docencia, tras haber hecho profesorado de Historia. Desde su adolescencia y por varios años, en paralelo al negocio familiar, también desarrolló su veta artística en el Ballet Folklórico de Canelones. Su afinidad con la política comenzó en el liceo, en plena apertura democrática, aunque en su casa no se hablaba del tema y veían con malos ojos su adhesión a la izquierda. En 2005 llegó a la Intendencia de Canelones “de rebote” y terminó siendo electo dos veces para el principal cargo departamental.
Sus primeros años fueron en el campo, hasta que se mudó a la ciudad de Canelones. ¿Qué motivó ese cambio?

Yo vivía en zona rural, pero cuando tenía cinco años mi viejo se jodió la columna y no pudo trabajar más en el campo, y pusimos un almacén acá en la ciudad de Canelones. El otro día fui a ver el rancho donde vivíamos, que ahora es una tapera. Fue una linda infancia. Mi hermana hizo hasta la mitad de sexto en escuela rural y nos tuvimos que mudar; yo no, arranqué jardinera acá y fui a la escuela pública, hice el liceo y el IPA estando acá y conviviendo con la tarea del almacén.

¿Cómo fue su experiencia en el negocio familiar?

Bárbara. Ahí aprendí mucho el relacionamiento con la gente, porque a nosotros de chicos nos hacían trabajar, pero no era que te obligaran, era algo natural que los niños ayudáramos. Una de las pocas cosas que me acuerdo de la época rural es de cuando ayudaba, por ejemplo, a pelar porotos, o iba a la casa de mis primos y había que arrancar papas.

Ese hábito se trasladó después al almacén, donde a mi hermana y a mí nos hacían llevar todos los envases para afuera. No fue que un día se decidió que teníamos que colaborar, era parte de la vida del gurí ayudar en la tarea de los padres cuando se mantenían por un negocio familiar. Hoy es distinto, ya es raro eso. Cuando escucho hablar de trabajo infantil, hay que saber diferenciar.

Cuando mi viejo se enfermó (tenía problemas del corazón) lo tuvieron que operar y un médico le preguntó cuánto hacía que no se tomaba una licencia. Él dijo que nunca en su vida lo había hecho, lo cual era algo natural, pero hoy es un disparate, yo me tomo mi licencia, porque me estoy formando en una cultura distinta. La gente que vive en zona rural es muy difícil que se plantee no estar al frente de la actividad por 20 días, y lo mismo un bolichero de antes.

¿Qué aprendizajes le dejaron esos más de 20 años en el almacén?

Yo me crié con el almacén y pude hacer el IPA porque mis viejos me bancaron. Me dejó una forma de ser y de actuar que ojalá pudiera transmitírsela a mis hijos. A ellos hoy les cuento que una Coca-Cola en mi casa se tomaba solo los domingos, y eso que teníamos almacén, y me miran asombrados. Eran otros tiempos.

El almacén me dio, además del contacto con la gente, claves en el negocio, cómo aprender las matemáticas, entonces, cuando iba a la escuela, para mí era más fácil porque era algo que ya aplicaba.

Yo siempre cuento que la caja la llevábamos caminando, abajo del brazo, en un portafolios, y no pasaba absolutamente nada. Hoy a nadie se le ocurre hacer eso, a la media cuadra ya no contás el cuento.

Recuerdo que íbamos a la feria temprano para proveernos de verduras, o mi madre iba a Montevideo a comprar cosas para una sección que tenía de mercería. Ahí conocí Montevideo, con mi vieja; íbamos al barrio de los judíos y a la calle Colón, para mí era un picnic.

¿Cómo se despertó su interés por la docencia y la historia?

Me interesé por la historia antes que por la docencia. Fue sobre la marcha, y la vocación apareció después, es decir, cuando estaba en el baile, bailé. A mí me gustaba la historia, no era la asignatura en la que tenía mejores notas -siempre me fue mejor en las ciencias- pero hice humanístico porque le disparaba al dibujo. Entonces, en vez de hacer Economía, hice Derecho porque no tenía dibujo. Y al IPA fui porque me gustaba la historia, pero yo no sabía si me gustaba la docencia.

¿Fue más bien por descarte?

Sí, claro, no tenía la vocación. Yo cuando daba clases les contaba mi propia historia. Hay todo un tema del trauma de la vocación, pero la vocación aparece o no, y si no aparece no hay que traumarse. Fui a la Facultad de Derecho un mes y no la aguanté, era insoportable, y en paralelo iba a IPA.

¿Por qué no?

Porque éramos 200 personas, duré un mes y me fui al IPA. Aprendí qué era la docencia recién en segundo año, y después descubrí que me gustaba incluso más que la propia historia. Luego hice adscripción y lo disfruté más que la docencia directa, o sea, el trato con los gurises… eso se me fue despertando naturalmente, podía no haber sido así, podía haber dicho “esto no es lo mío”, pero era lo mío.

¿Por cuánto tiempo ejerció la docencia?

Desde el 1989 al 2004, 15 años.

¿Nunca pensó en retomar?

Sí, incluso hasta elegía horas todos los años al principio, a partir del 2005, y luego las dejaba en suplencias. Me lo he planteado, lo que pasa es que no lo podés agarrar a medias, o lo hacés en serio y te dedicás, o no lo hacés. Vos no podés decir “hoy no puedo ir a la clase porque me salió un tema con la intendencia”. Hay otros que lo pueden hacer y les sale bien, a mí no.

¿En qué cree que lo enriqueció la experiencia como docente?

Es medio indescriptible. Está bueno ver lo que se va despertando en el adolescente, incluso en el gurí que empezaba primer año, que venía con su cuadernito forrado como en la escuela y a los dos meses se le iba todo eso y era un desastre y ya no había forro que valiera (risas). Era divino ver cómo evolucionaban, y sentías que estabas ocupando un espacio no solo en la formación, sino también en la socialización de la gurisada.

Si tuviera que resumir lo más rico de la tarea, es que uno va prendiendo llamitas en el otro de curiosidad, de querer aprender, de entender el mundo, y eso es súper gratificante, es parte de la esencia de la docencia: estás influyendo en el crecimiento de un ser humano. Eso yo lo extraño, esa simpleza del diálogo, el poder contar una experiencia que pasó hace 2.000 años y que el gurí pueda comprender la complejidad de la vida.


“Anosotros de chicos nos hacían trabajar, pero no era que te obligaran, era algo natural que los niños ayudáramos”


Un dato curioso es que usted fue bailarín de folclore. ¿Cómo lo recuerda?

En el liceo, en la década del 80, había danza folclórica -algunos iban a coro, otros a danza- y una vez salió un concurso de ingreso para el Ballet Folklórico de Canelones, me dieron manija para que me presentara y entré. Creo que fueron 11 años integrando el elenco oficial.

Durante mi adolescencia y juventud, mis compañeros de clase los fines de semana iban a los bailes y yo iba a las actuaciones. Si llegaba para ir al baile iba, pero lo primero era eso. Yo escuchaba folclore y canto popular y todos ellos escuchaban rock argentino, algo que yo escuché años después, ya de veterano, como Spinetta, Fito.

¿En qué momento le empezó a atraer la política?

Yo tenía 17 años en el 84 y aquello era una olla a presión. Era raro que a quienes estábamos en quinto o sexto de liceo no nos interesara algo de la política, con todo lo que estaba pasando. Yo no vengo de una familia política, no se hablaba de eso en mi casa, y en cuarto de liceo empecé a ver alguna cosa por compañeros de clase que traían algún material, o la música, que empezó a abrirse y comencé a escuchar a Los Olimareños.

Estábamos los zurdos y había wilsonistas, y me acuerdo cuando vino una barra grande de Cerrillos que eran todos de la 15, era bien plural. Ahí empezaron a aparecer las organizaciones estudiantiles. A mí me gustaba la historia y empecé a leer a Quijano. Yo no voté en la elección en la que salió Sanguinetti, no tenía edad todavía, voté recién en el 89. La mayor parte de mis compañeros eran de izquierda.

¿Y sus padres, que no hablaban de política, qué pensaban?

En mi casa se querían morir, no fue fácil al principio. Era bravo ser de izquierda, pero esos conflictos con mis viejos fueron unos años no más, después se tuvieron que resignar. Mi hermana estaba con la gente de Flores Silva, que también era algo visto como muy zurdo dentro del Partido Colorado, entonces eran buenas las discusiones que se daban en el almuerzo, mi vieja se enojaba mucho. Más tarde arranqué el IPA, en el 86; aquello era una caldera hirviendo, estábamos haciendo la revolución en la calle Agraciada.

¿Cómo se vinculó al Frente Amplio?

Acá, en el comité de base, fui yo solo. En mi casa veían con malos ojos que me enganchara con “esa gente”. Es increíble cómo eso después se transforma. En un primer momento me relacioné con la Vertiente y en el 90 con el MPP. El vínculo natural era el comité del pueblo y, al igual que en el resto del interior, los referentes eran los médicos de izquierda, aunque acá había una presencia un poco más frenteamplista.


¿Sus padres eran votantes de los partidos tradicionales?

Votaban a cualquiera, ninguno era de un partido. Yo creo que mi viejo casi siempre votó colorado (murió hace dos años). Mi vieja creo que en el 71 votó a los blancos, pero cambiaban. Y allá por el 50 y pico, en el barrio de mi viejo, seguían todos a Chicotazo.

El único antecedente que tengo familiar militante o de adhesión política era mi abuelo materno, que usaba siempre un pañuelo blanco. Cuando era chico él me contaba cosas de historia, era de esos viejos a los que les gustaba leer y fue “chicotazista”, pero mi familia no tenía adhesión a ningún partido, no les gustaba mucho la política. Te decían siempre: “si (los políticos) nunca me dieron nada…”.

¿Cómo fue a parar a la Intendencia de Canelones en la gestión del exintendente Marcos Carámbula?

De rebote. Yo fui cuarto candidato a diputado en el año 2004 de la Lista 609. Sabía que no salía, con suerte metíamos dos, pero salieron tres y durante una semana yo había quedado, hasta que con los votos observados bajé y quedé primer suplente de diputado. Como era el suplente de todos, si cualquiera de los tres faltaba yo tenía que entrar, y ahí ya tuve que pensar que me tenía que dedicar a la actividad política.

En el ínterin se resuelve la candidatura de Carámbula y el MPP pone su primer suplente, porque era lógico, por la votación que había tenido, entonces, como yo había quedado en boca, me plantearon si no quería asumir esa responsabilidad. En la conversación surgió la posibilidad de que fuera secretario general.

Yo no lo conocía a Marcos, solo de vista. Cuando daba clases, su esposa fue una de las que me instruyó, pero no tenía vínculo con él. Todo fue medio de casualidad. Si yo hubiese sido diputado, no habría agarrado para la intendencia, habría seguido la carrera de legislador. Eso hizo que me vinculara con Marcos y que desde el 2005 fuera secretario general dos períodos.

Después de 10 años de ocupar ese cargo, ¿qué significado tuvo para usted que la gente lo haya elegido como intendente en 2015?

Es difícil que te conozcan en todo el departamento, porque al tener tantos centros poblados, ya el hecho de que tu nombre suene a nivel departamental es un reconocimiento. El propio Marcos me promovió, porque desde el primer día me dijo: “vos tenés que empezar a prepararte” y me dio el espacio para que lo hiciera, el conocimiento y la formación.

El resultado significó la confirmación de que el trabajo de 10 años había sido bien hecho. No es fácil de describir, pero te entra un gran sentimiento de gratitud, porque en Canelones son 530.000 habitantes, por tanto, para ganar cualquier elección, tenés que tener más de 100.000 votos.

Luego, el hecho de que haya podido corroborarlo con una nueva elección, fue altamente gratificante. Hay que tener la humildad de saber que la persona que tomó esa decisión tiene mucha expectativa con respecto a vos; no es una carga, pero implica entender que hay muchas decisiones tuyas que repercuten en mucha gente y eso te obliga a estar muy atento, pero es lo que nos gusta a los políticos.

¿Pudo cumplir lo que se planteó? ¿Le quedaron muchas cosas pendientes?

Es difícil evaluarse uno y siempre te quedan cosas por hacer. A medida que vas avanzando, vas viendo todo lo que hay por delante. Para este nuevo período fui candidato único, o sea que toda mi fuerza política me votó a mí, y a su vez, el haber aumentado la votación con respecto al período anterior en 20.000 votos, indica que gente que no es frenteamplista eligió esta opción. Esa es la mejor evaluación que pude tener: redoblan la confianza, lo que implica a futuro un desafío gigante.

¿A qué desafíos, justamente, cree que se va a enfrentar en este quinquenio?

A otro mundo, a otro país. A veces me preocupa que no nos demos cuenta de que estamos en otro planeta. El cambio climático es de verdad, la producción de alimentos es una necesidad vital, la soberanía alimentaria es clave para conducir los destinos de una sociedad. Estamos entrando en otra era, por la pandemia, pero no solo por eso.

Yo me considero de izquierda, pero con un fuerte contenido nacionalista, por mi origen, pero también incorporé de un tiempo a esta parte algunos temas de agenda que no estaban, como los ambientales o la producción de alimentos. Canelones tiene el potencial de ser el productor de alimentos del país. Acá están todos los productores chicos y es hora de empezar a producir con más calidad y volumen. El mundo hoy habla de la producción kilómetro cero, es decir, que tú comas lo que produces cerca, y Canelones tiene todo para eso.

Como una persona que reside en el interior del país, ¿considera que los esfuerzos en materia de descentralización han sido suficientes?

No, falta. En algún momento se habló de descentralizar los ministerios, y quedó a mitad de camino. También se habló de regionalizar el país y llevar adelante políticas de infraestructura en clave regional. Pasó en el gobierno de Mujica y después se pinchó un poco. Lo que tuvo un relativo éxito –porque siempre es mejorable- fue el tema de los municipios.

Lo más rico de la descentralización es identificar al gobierno departamental como pista de aterrizaje de la política nacional. En el caso de Canelones, la descentralización es una necesidad, porque tenemos 30 municipios y con perspectiva a tener más.

El camino recto y el papel de la palabra

Yamandú nació en Canelones hace 53 años y está casado con María Laura, oriunda de Maldonado, con quien tiene dos hijos mellizos de ocho años: Lucía y Victorio.

De sus padres heredó los valores de la humildad y la honestidad, además del mandato de ir por la vida por el camino recto y el papel de la palabra. “A veces pecás de ingenuo, pero prefiero comulgar con ese valor y ser creíble”, explica. Desde muy pequeño aprendió la importancia del sacrificio. “Mi vieja me cuenta su vida de cuando era niña, la pobreza rural, tener que trabajar junto a su padre de chica; todo eso lo mamé, lo entendí y creo que me sirve mucho hoy”, agrega.

Se considera una persona con constantes ganas de aprender y se siente feliz con el “mundo” que se ha generado a su alrededor: su familia y la actividad política. A su vez, le agradece a la vida el haber obtenido logros cuando su padre aún vivía.

“Me siento un uruguayo con mayúscula, tengo toda la uruguayez habida y por haber y me preocupan cada vez más las cosas que pasan en el interior”, describe.

Le encanta ir al cine, pero ahora, en la “nueva normalidad”, mira películas en su casa. Igualmente, su hobby favorito es escuchar música.

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