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El ejército y la policía solo transfirieron el mando de la zona de unos grupos ilegales, que la élite del Poblado consideraba enemigos, a otros grupos ilegales que esa misma élite consideraba amigos, e incluso, dirigía.
Bajo el control paramilitar desaparecieron más de 500 jóvenes y líderes sociales.
Cuando ocurrió la operación, contrario a lo que yo esperaba, el resto de la ciudad, no reaccionó, sino que vió la acción, llamada ‘Operación Orión, como una acción liberadora y plausible.
Mientras se aplaudía a Uribe, los paramilitares sacaban todas las familias que consideraban enemigas de los barrios de la comuna.
}Creció el desplazamiento interno de Medellín en decenas de miles de personas.
Se “blanqueo” la comuna.
En medio de la operación militar de toma de la comuna XIII, varios jóvenes, entre ellos un taxista, Juan Carlo Tanus, fueron. llevados a la escombrera, en la parte más alta de la comuna en zona rural, el taxista recibió un disparo pero pudo ver cómo, después de pasar un retén militar, hombres con brazaletes del CTI ejecutaban jóvenes y los arrojaban a las fosas donde depositaban escombros, el CTI lo dirigía la fiscalía de Luis Camilo Osorio, que según confesiones posteriores de los mismos paramilitares, colaboraba con la cúpula y usaba la información de la fiscalía para que los paramilitares asesinaran sospechosos en listas que le pasaba a Jorge Noguera, director del DAS por decisión de Uribe.
El taxista herido logró escapar a la muerte y sin que se dieran cuenta los del CTI y los paramilitares, arrastrándose, logró escapar del lugar, herido llegó a Bogotá y se entrevistó conmigo que era parlamentario.
Lo cuidamos y cité el debate sobre la operación Orión donde me gané el odio de muchos habitantes de Medellín.
Pensé que Juan Carlos me dejaría plantado el día del debate y que preferiría no ir y no hablar en público con una información tan peligrosa.
Le prometí sacarlo del país si lo hacía.
Juan Carlos cumplió con su palabra y con su pueblo, habló ante la Cámara de Representantes, sin saber yo mismo que muchos de sus oyentes en ese recinto, eran colaboradores del narcoparamilitarismo, pero pudimos anunciarle a Colombia que en la escombrera de la comuna XIII, se ejecutaban jóvenes por parte de funcionarios del estado y pude salvar al taxista, Juan Carlos quien hoy vive en el exilio.
El voto popular de Medellín nunca fue para mí.
Años después, en otro debate, descubrí cómo los mal llamado “falsos positivos”: ejecuciones sistemáticas de jóvenes por oficiales del ejército, habían surgido de las enseñanzas que el entonces presidente de Colombia le dió a sus fuerzas militares: que lo importante eran las bajas, que no importaba cómo, ni quien su aliado para conseguirlo y que de eso dependía su carrera militar.
Creí en ese otro debate que eran 180 ejecuciones de supuestos guerrilleros que eran en realidad campesinos, pero me equivoqué, la mayoría no eran campesinos, leí sus nombres propios uno por uno delante del ministro de defensa Juan Manuel Santos. Leí la resolución 039 que premiaba con medallas y ascensos por el número de bajas, sabía que la había firmado Camilo Ospina que nunca fue enjuiciado.
Me dí cuenta que los uniformados iban a la cárcel, pero los hijos de la oligarquía, que ordenaba la atrocidad, no.
Los fusilados, como Aureliano Buendía, en su mayoría no eran campesinos sino jóvenes de los barrios de las grandes ciudades que, engañados y en un número de 6.402 fueron fusilados sin contemplación para ser presentados como guerrilleros dados de baja.
De la Operación Orión, y con aplauso ciudadano y de la prensa, surgió el peor crimen contra la humanidad en la historia contemporánea de las Américas.