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La memoria no oficial del Congreso, esa que no aparece en las actas oficiales, reposa en una caja de embolar.
En realidad, en dos. Sus dueños, Jairo Rodríguez y Leonardo López, han visto a representantes convertirse en senadores, y a senadores cambiar el Capitolio por la Casa de Nariño.
Durante tres décadas han sido testigos silenciosos de los debates que ocurren no solo en las plenarias y en los pasillos, sino los que libran consigo mismas las figuras de poder. En esas cajas de madera, junto al betún y los trapos, caben las confesiones que solo se hacen mientras alguien brilla los zapatos.
Aunque no traicionan la confianza de sus clientes revelando sus secretos, con los años han acumulado anécdotas en las que ellos mismos son protagonistas, y las cuentan con orgullo: cuando alcanzaron a imaginarse ocupando una curul de verdad y no solo la simbólica 106, como algunos llaman en broma a su puesto fijo en el Senado.