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La muerte de Uriel Gutiérrez Restrepo a manos de una patrulla irresponsable de policías que dispararon sus fusiles dentro de la Ciudad Blanca en la tarde del 8 de junio de 1954, fue el toque a somatén para los estudiantes de la Universidad Naciona
En dos días de 1954: 9 víctima
El asesinato de Uriel, brillante y pacífico estudiante de medicina y de filosofía, constituía una agresión injustificada y un abierto desafío a toda la comunidad universitaria.
Por eso en la mañana del miércoles 9 loa estudiantes se dieron cita para machar hacia el Palacio de San Carlos -donde residía transitoriamente el general Rojas- en señal de duelo y en demostración de protesta. La Federación Médica Estudiantil, había asumido la vocería de la Facultad de Medicina y, por lo tanto, estaba comprometida en la organización de la marcha.
Salieron hacia las diez de la mañana de la Ciudad Universitaria en forma ordenada. Tras ellos una multitudinaria y compungida.
A paso lento, entonando el Himno Nacional o pregonando el nombre de Uriel Gutiérrez seguido del unísono Presente!
Alcanzaros la carrera séptima y se dirigieron hacia la Plaza de Bolívar, en medio de la simpatía y las voces de aliento de la ciudadanía bogotana que desde los andenes y balcones batía pañuelos blancos en demostración de solidaridad.
Cuando llegaros a la calle 13 el desfile fue detenido por disparos de armas de fuego y comenzó la estampida.
Este día en 1954, en la esquina de la calle 13 con la carrera 7 en momentos en que el movimiento estudiantil bogotano realizaba su marcha de protesta por el asesinato de Uriel Gutiererz restrepo acaecido el día 8, las balas asesinas del régimen ciegan la vida de ocho estudiantes.
Hernando Ospina López,
Hernando Morales Sánchez,
Rafael Sánchez Matallana,
Elmo Gómez Lucich,
Álvaro Gutiérrez Góngora,
Jaime Pacheco Grijales,
Hugo León Velásquez y Jaime Moore Ramírez
En la esquina de la carrera 7a. con la avenida Jiménez fuel cobardemente asesinado del estudiante Jaime Pacheco Mora, quien quiso, a la carrera, atravesar la Avenida, frente a la Gobernación, y fue abatido por la tropa que, apostada a lado y lado de la calzada y al mando del capitán José del Rosario Hernández, esperaba el ataque de un enemigo imaginario.
El detonador del absurdo fusilamiento lo había aportado la fatalidad. Álvaro Gutiérrez Góngora, “el Pollo” , como lo llamaban en la Facultad, ocupaba la primera fila
Alto, fornido, se enorgullecía de ser reservista de la Armada. Al bordear la esquina de la calle 13, el desfile fue detenido por un pelotón de soldados. Ante la negativa de permitir la continuación de la marcha, los estudiantes de avanzada se sentaron en el suelo, en señal de espera, para manifestar su intención de cumplir su propósito: llegar hasta el Palacio de San Carlos. Quienes venían atrás pugnaban por avanzar, a tal punto que su empuje fue adquiriendo características de avalancha, con posibilidad de aplastar a quienes se hallaban sentados. Cuando estos se pusieron de pie, la fuerza impuesta desde atrás acabó con su inercia y fueron arrojados sobre la primera línea de la tropa. Quien estaba al frente de “el Pollo” era uno de los oficiales que la comandaban; este, con su arma de largo alcance al sesgo, trataba de impedir la continuación de la marcha. “El Pollo” , para no caer encima de su oponente, puso sus manos sobre el fusil, actitud esta que posiblemente fue interpretada por algún soldado como un intento de desarmar a su comandante.
Alvaro Gutiérrez cayó abatido por un disparo. Luego vino la masacre. Explicable, pues con criterio absurdo el contingente destinado a detener la marcha estudiantil pertenecía al Batallón Colombia, el mismo que había combatido en Corea. Por eso la psicosis de guerra afloró con toda su fiereza. Al frente de esos héroes quedaron tendidos los cadáveres de un puñado de estudiantes inermes.
En los comunicados oficiales lo ocurrido se calificaba como deplorable incidente y absurda tragedia
Juan Lozano y Lozano en un vibrante “Jardín de Cándido” la denominaba gran catástrofe nacional, indicativa de un estado de cosas que debe corregirse
En asocio de estudiantes de diferentes carreras y universidades se fundó el quincenario, ” Nuevo Signo”: Juan Antonio Gómez, Fabio Lozano Simonnelli, José Font Castro, Francisco Posada Díaz, Diego Uribe Vargas, José J. Arizala, Gloria Bernal y María del Rosario Ortiz.
Por ser un vehículo de oposición, el ministro Lucio Pabón Núñez muy pronto lo clausuró. Entonces se pasó a difundir sus ideas en hojas de circulación clandestina. Asimismo, los muros de los orinales de los cafés servían de cartelera a los propósitos conspiratorios.
Escribir “la dictadura!” era una hazaña que producía una íntima satisfacción, aquella que se siente cuando se cumple con un deber. Quedaba la sensación de haber escrito un formidable y valeroso editorial en el más importante periódico del país.
El segundo semestre del año 54 transcurrió en una calma chicha. Algunos elementos de la policía y el ejército se daban a la tarea de castigar a su manera a los enemigos del régimen. Continuando la costumbre heredada del gobierno de Gómez-Urdaneta, la persecución a los liberales se hacía en forma abierta.
OTRA VERSIÓN
Testimonios de sobrevivientes de la masacre y de ciudadanos que portaban entonces el uniforme militar permiten reconstruir esa circunstancia. Fue la posibilidad de que el control de la marcha estudiantil que terminó trágicamente el 9 de junio en el centro de Bogotá no hubiera sido encomendado al Batallón Colombia, sino el Batallón Miguel Antonio Caro (MAC), una unidad insignia del Ejército formada exclusivamente por bachilleres y creada por el Gobierno militar en 1953.
Ambos batallones tenían su cuartel en la Escuela de Infantería, situada en el Cantón Norte, en la localidad de Usaquén. El comandante de la escuela era el coronel Luis Alfonso Suárez Escobar y el segundo al mando era el capitán Álvaro Valencia Tovar, quien ya se destacaba como uno de los militares más brillantes de su generación y veinte años más tarde llegaría a ser comandante del Ejército.
Valencia Tovar había formado parte del cuerpo de oficiales que comandó los 4.314 soldados del Batallón Colombia que acababa de regresar al país después de participar en la guerra de Corea, donde cayeron 131 de sus combatientes, 439 quedaron heridos, 69 desaparecieron y 38 fueron hechos prisioneros y después recuperados por canje. Pero en el escalafón de la Escuela, Valencia no estaba vinculado al Batallón Colombia sino al MAC, del cual era su comandante.
La primera tragedia
En las barracas del Cantón Norte hubo alarma cuando el 8 de junio de 1954 llegó la noticia de que un estudiante había sido muerto por un disparo de la Policía en los predios de la Ciudad Universitaria después de una peregrinación estudiantil al Cementerio Central. La peregrinación había partido de la Universidad Nacional para visitar la tumba del estudiante Gonzalo Bravo Pérez, muerto por la Policía en el centro de Bogotá el 8 de junio de 1929 y convertido desde entonces en un mártir de la causa estudiantil.
Nada hacía presagiar que la conmemoración se fuera a empañar por otro hecho sangriento. Menos de un año antes, el general Gustavo Rojas Pinilla había depuesto al presidente Laureano Gómez y asumido el poder con el beneplácito de la mayoría de los colombianos, que vieron su llegada al poder como el final de la hegemonía conservadora y el comienzo de una era de paz después de largos años de violencia.
Después de la peregrinación los estudiantes regresaron a la Ciudad Universitaria y algunos de ellos estaban jugando fútbol en los predios del campus cuando llegó una patrulla de la Policía que les ordenó desalojar el lugar. Los estudiantes protestaron y se produjo una refriega en la cual los policías descargaron sus armas. Una bala impactó el cráneo de Uriel Gutiérrez, estudiante de medicina y filosofía, y puso fin a su vida a los 24 años.
En el lugar donde cayó Gutiérrez los estudiantes se aglomeraron y decidieron nombrar una comisión para que le presentara su protesta directamente a Rojas Pinilla. La audiencia se celebró el mismo día y en ella el grupo estudiantil obtuvo autorización para efectuar el día siguiente una marcha hasta el palacio presidencial.
Al amanecer el día 9, en las esferas del Gobierno se discutía la estrategia para enfrentar lo que ya se anunciaba como una gran manifestación de protesta estudiantil en el centro de la ciudad. El control de la situación fue encomendado al Ejército y este asignó la tarea a la Escuela de Infantería.
Entre los bachilleres del MAC circuló la versión de que el capitán Valencia Tovar había propuesto que se le encomendara la misión a su batallón, en la seguridad de que por tratarse de una unidad compuesta por estudiantes les sería más fácil disuadir a sus colegas universitarios de desbordar los límites de su protesta.
No es posible determinar si en efecto la propuesta fue formulada y, en ese caso, hasta cuál nivel de la cadena de mando del Ejército o del Gobierno fue elevada, pero lo cierto es que se optó por encargar el control de la manifestación al Batallón Colombia. Fue una decisión que resultó fatal porque los soldados que regresaban de Corea “estaban acostumbrados a echar bala”, como lo admitió después el ministro de Gobierno, Lucio Pabón Núñez.
Tampoco es posible saber de dónde partió la orden de impedir que la marcha estudiantil pasara de la calle 13 no obstante que contaba con la autorización presidencial. Lo que sí atestiguan antiguos bachilleres del MAC es que del comando de la Escuela de Infantería salió ese día la orden de despojar a estos últimos de sus fusiles Mauser de dotación y ‘acuartelarlos’ en el Teatro Patria, contiguo a la Escuela, donde permanecieron varias horas como obligados espectadores de una serie de películas mexicanas.
Mientras esto ocurría, los soldados del Batallón Colombia se apostaban en la carrera séptima, a la altura de la calle 13, con el fin de detener la marcha estudiantil. En esta participaron no menos de diez mil universitarios de la Nacional, la Javeriana, el Externado, el Rosario, los Andes, la Libre, la Gran Colombia, la de América y algunos estudiantes de bachillerato.
A las 11:15 se escucharon ráfagas de fusil y una lluvia de balas cayó sobre los inermes estudiantes
La masacre
La masiva concentración cubría más de veinte cuadras cuando las primeras filas llegaron a la calle 13 hacia las 11 de la mañana y se encontraron con el cordón militar.
Coreando consignas de justicia y ondeando pañuelos blancos, los estudiantes resolvieron sentarse en el pavimento. Entonces ocurrió lo inesperado. A las 11:15 se escucharon ráfagas de fusil y una lluvia de balas cayó sobre los inermes estudiantes, causando la muerte instantánea de varios de ellos. Las imágenes de los soldados apuntando sus fusiles fueron captadas por las cámaras de los reporteros gráficos que cubrían la marcha. Después, los soldados persiguieron a los manifestantes que se replegaron en desorden por la carrera séptima y la avenida Jiménez. El saldo del trágico episodio fue de 13 muertos, más de cien heridos y varios centenares de detenidos.
La versión del Gobierno fue que los soldados habían disparado al verse atacados. El ministro de Justicia, general Gabriel París, cuyo despacho en el edificio Murillo Toro daba sobre la carrera séptima, dijo que “había visto” salir un disparo de una casa situada al otro lado de la vía. Rojas Pinilla culpó de la tragedia a una conspiración tramada por una alianza entre el comunismo y los seguidores de Laureano Gómez.
El episodio enrareció el ambiente en el Cantón Norte, donde después se produjeron roces entre los bachilleres del MAC y los soldados del Batallón Colombia. Uno de los bachilleres se fue a los puños contra un soldado que había participado en la represión cuando este relató a sus compañeros que había golpeado a una estudiante y ella, en lugar de acusar el golpe, se había quejado porque le había hecho caer sus libros.
La sucesión de hechos sangrientos marcó el principio del derrumbe del gobierno militar que solo unos días después, el domingo 13 de junio, iba a cumplir su primer año. Con razón los estudiantes acuñaron la frase de que Rojas Pinilla había “perdido el año”.
Para completar, ante la renuncia del rector de la Universidad Nacional, Abel Naranjo Villegas, Rojas nombró en su remplazo al coronel Manuel Agudelo. El nombramiento cayó como un balde de agua fría sobre la comunidad universitaria y enrareció aún más el ambiente, que en los meses y años siguientes continuó deteriorándose hasta desembocar en el movimiento bipartidista que puso fin a la dictadura militar en 1957.
Antecedente histórico
La muerte de Bravo Pérez en 1929 también formó parte de los antecedentes que hicieron caer un gobierno, el del Partido Conservador en 1930. Fue uno más en una serie de episodios de represión de los movimientos sociales durante la hegemonía conservadora y especialmente en la administración de Miguel Abadía Méndez.
El más grave de esos episodios ocurrió en la noche del 5 de diciembre de 1928, cuando el Ejército reprimió a bala una huelga de los trabajadores de la United Fruit Company en Ciénaga (Magdalena), dejando varias decenas de muertos. La compañía se había negado a atender los reclamos de los trabajadores por sus sistemas de pago y de trabajo y había protestado ante el Gobierno, que le dio al problema una respuesta militar: envió al general Carlos Cortés Vargas, quien estaba estacionado en Barranquilla, al mando de tres batallones para doblegar la huelga. Este lo hizo a sangre y fuego, en un infausto capítulo que García Márquez eternizó en Cien años de soledad como una masacre de 3.000 trabajadores, tan fantástica como su novela, pues la cifra más cercana a la realidad fue de 13 muertos y 19 heridos.
En 1929 hubo varias manifestaciones estudiantiles, entre ellas una marcha de protesta que llegó el 8 de junio hasta el Palacio de la Carrera (entonces la sede presidencial) y fue dispersada a bala por la Policía. Fue en esa persecución en la que cayó Bravo Pérez, como más de una docena de los estudiantes que honraron su memoria en 1954.