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María de Nazaret debió parecerse a esta madre palestina.

Sin un techo bajo el que cobijarse, su hijo nació bajo la ocupación romana, expuesto a los abusos del poder político y religioso. Jesús se rebeló contra la dominación romana y la corrupción del Sanedrín. Su inconformismo le costó la vida.

Fue crucificado, un castigo reservado a los insurgentes.

Hoy, Jesús y María vuelven a sufrir la crueldad de los poderosos.

Las iglesias han intentado apropiarse de estad dos figuras, pero en realidad pertenecen a todos los que sufren agravios e injusticias. La muerte de Jesús es un símbolo atemporal de la violencia que ejercen unos hombres sobre otros. La grandeza de este martirio reside en que convirtió el dolor injusto en una esperanza de plenitud y liberación.

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