El regreso de la Unión Patriótica al Congreso
El pasado 11 de marzo Aída Avella logró llegar al Senado con 57.165 votos. Su historia de vida refleja la de miles de sobrevivientes al exterminio político de este partido: persecución, muerte de amigos, exilio y esperanza.
Son tantos integrantes de la Unión Patriótica (UP) que asesinaron que no hay consenso sobre las cifras. Los números oscilan entre los 1.500 y los 3.000. Lo que se sabe con certeza es que contra esa colectividad, surgida de los acuerdos de paz entre el gobierno del expresidente Belisario Betancur y la guerrilla de las Farc, se perpetró un exterminio. Por eso, la llegada de una integrante de ese partido al Congreso no es un hecho menor para la paz del país. Aída Avella obtuvo una curul en el Senado tras obtener 57.165 votos en las elecciones legislativas del pasado domingo.
Avella, nacida en Sogamoso (Boyacá), volvió al país en noviembre de 2013 tras casi 17 años de exilio en Suiza. Salió de Colombia después de que en la Autopista Norte de Bogotá le dispararan un rocket al vehículo en el que se movilizaba. El momento quedó registrado en un audio emitido por Caracol Radio en el que la líder de izquierda le dice a Darío Arizmendi, en evidente estado de pánico: “Eso fue terrible, por favor hagan algo. Nos quieren matar porque somos de la UP”.
El atentado ocurrió el 7 de mayo de 1996, cuando Avella ocupaba un asiento en el Concejo de Bogotá. A ese puesto había llegado tras ser durante varios años líder sindical y de haber sido parte de la Asamblea Nacional Constituyente de 1991. Además, había sido nombrada presidenta de la colectividad en los años más duros del genocidio.
Ella cree que su liderazgo empezó a forjarlo su abuelo. Cuenta que él era un “liberal liberal” que la impulsó a leer libros que en su niñez (nació en 1949) escandalizaban a más de una persona del Partido Liberal. “A los 14 años mi abuelo me permitió leer Flor de fango de José María Vargas Vila”, recuerda sonriente en una oficina de la sede del Partido Comunista en Bogotá. Dice que una vez una monja de su colegio se escandalizó porque les dijo que Los miserables, de Víctor Hugo, era un libro que no podían leer y ella replicó: “Yo ya me lo leí”.
Empezó a acercarse a la realidad del país gracias a que su abuelo, cuando ella llegaba del colegio, le decía que comiera algo y que fuera a leer el periódico. “Yo leía pero qué iba a entender todo, por ahí la mitad”, cuenta. El hábito lector le permitió perder el miedo a hablar en público. En las reuniones que se hacían en la casa de su familia, el abuelo la ponía a declamar poemas del nicaragüense Rubén Darío. Estudió en un colegio de monjas donde era “la niña pequeña que sabía leer” y por eso también leía en las izadas de bandera.
Son innumerables las anécdotas que cuenta entre risas sobre sus años en la Universidad Nacional. Por ejemplo, recuerda que una vez un grupo de estudiantes cogidos de gancho protestaron contra la invasión de República Dominicana y pretendían romper un cerco policial. Unos estudiantes de veterinaria la sacaron y la llevaron al colegio María Auxiliadora casi inconsciente.
Estudió psicología y administración educativa, pero se dice “maestra primero que todo”. Afirma que su “doctorado de la vida” lo obtuvo siendo maestra rural en Falan (Tolima). “Me di cuenta que a los pobladores les tocaba caminar horas para ir a estudiar”, cuenta.
Con el tiempo se convirtió en una importante líder sindical. Vio cómo en el 84 empezó el baño de sangre de integrantes de la UP. Dice que por esos días se reunió con el exministro de Justicia Rodrigo Lara Bonilla quien le preguntó de dónde venían las balas y ella le respondió: “del Estado”. Tras una cálida conversación, Lara le dijo: “Me voy a Neiva en esta Semana Santa a orar para que no los sigan matando”. Tras su llegada a Bogotá lo asesinaron. Con voz entristecida, Aída dice: “esa muerte me dolió mucho, fue de las muertes más dolorosas para mí. Me duele lo que hace hoy su hijo (Rodrigo Lara)”.
Recuerda con dolor la indolencia de las autoridades frente a los asesinatos contra miembros de la UP. Habla de las declaraciones en las que el exministro Carlos Lemos aseguró que: “el país ya está cansado y una prueba de ese cansancio es que en estas elecciones votó contra la violencia y derrotó al brazo político de las Farc que es la Unión Patriótica”. Días después asesinaron a Bernardo Jaramillo, candidato presidencial de esa colectividad. “El país se llenó de afiches que decían: El ministro señaló, el sicario disparó”, recuerda.
Tras el atentado que sufrió en su contra se exilió. “No me quería morir porque le iba a hacer falta a mis hijos y a mi país”, dice. Eligió Ginebra (Suiza) porque había ido en unas siete ocasiones y, por ejemplo, ya sabía movilizarse en transporte público. En esa época ninguno de sus hijos superaba los 18 años. “Fue terrible para ellos, para mí no”, rememora.
A pesar de su exilio afirma “yo nunca me fui de Colombia”. Se refiere a que en Ginebra tramitaba procesos de sindicalistas colombianos ante la Organización Internacional del Trabajo (OIT), atendía la sede de la Federación Sindical Mundial y tenía constante comunicación con sus compañeros colombianos. “No perdimos el tiempo, aprendimos mucho de los tribunales internacionales, del consejo de los derechos humanos de la Onu, de la OIT”. También trabajó como profesora de español, en una tienda de chocolates y en una perfumería.
Luego de pasar 17 años en el exilio Aída empezó a ver señales de cambio en el país. “Cuando empezó el proceso de paz vi una luz en el largo túnel de la violencia”, dice. Pero el hecho que la tiene en Colombia fue otro. En el 2013 el Consejo de Estado tomó la decisión de devolverle la personería jurídica a la UP tras determinar que si esa colectividad no alcanzó los votos mínimos para sostener la personería jurídica fue por el exterminio que padeció.
Aída volvió a Colombia, con el plan de regresar a Suiza, para el Quinto Congreso Nacional de la UP. Fue designada presidenta del partido, pero la sorpresa llegó cuando le pidieron lanzarse a la Presidencia de la República con el aval de esa colectividad. Cuenta que su pensamiento en ese momento fue “no puedo echarle agua fría a este congreso”. Se radicó otra vez en Colombia.
En Suiza están sus tres nietos. Cuando habla de ellos el tono de su voz baja y dice que “sigue siendo duro” que crezcan distanciados de ella. Sin embargo, no tiene planes de regresarse a Suiza. Los 57.165 que consiguió le aseguraron una curul hasta el 2022.
Volver al Congreso
Leonardo Posada Pedraza, Pedro Nel Jiménez, Pedro Luis Valencia Giraldo, Octavio Vargas Cuellar, Bernardo Jaramillo Ossa, Henry Millan González, Manuel Cepeda Vargas, Jairo Bedoya Hoyos, Octavio Sarmiento Bohórquez. Todos los anteriores fueron congresistas de la UP. Todos fueron asesinados entre 1986 y 2001. La última persona que había llegado con las banderas de la UP, avalada por el Polo Democrático, fue Gloria Inés Ramírez.
Aída escribirá un nuevo capítulo de la UP en el Congreso. Dice que “los sobrevivientes a veces tenemos el síndrome del sobreviviente ¿por qué yo? ¿Por qué sobreviví? Uno tiene muchas explicaciones hasta un poco metafísicas”. Ella dice que cree tener una especie de ángel guardián: su papá que murió cuando ella tenía 14 años.
También habla del significado histórico de que una sobreviviente llegue al Congreso: “siento un gran compromiso de no dejar enterrados a los compañeros”. Se refiere a que los familiares y amigos de los asesinados no quieren que la historia olvide los nombres ni las luchas de quienes cayeron en medio del genocidio. Percibe que muchos sectores de la sociedad rechazan el exterminio contra la UP, pero dice que sigue faltando comprensión de otros. “Hay una parte que no entiende eso, que le parece que fue normal que nos mataran”, dice.
Habla sobre los retos de paz que tiene el país. Espera que se llegue a una solución negociada con el Eln, que se implementen los acuerdos de La Habana y que se abra el diálogo incluso con las bandas criminales. De estas últimas dice “han ofrecido a someterse a la justicia. Hay que hablar”.
A pesar de apoyar esos intentos de paz también cree que esta se construye desde el respeto y la tolerancia. “Deberíamos poder disfrutar este país, hablar, tener diferencias, discutir, pero tener un país tolerante. Esa es una meta muy grande porque no fueron tolerantes ni los conservadores con los liberales, ni mis bisabuelos, ni mis tatarabuelos ¿Por qué no podemos vivir en paz? Yo sí creo que entre todos podemos construir este país”, concluye.