“La pasión de Cristo”, por ALEJANDRA AZCÁRATE y FERNANDO VALLEJO
Los Evangelios son cuatro: el de Mateo, el de Marcos, el de Lucas y el de Juan. Si en vez de decir “los Evangelios” a secas, decimos “los santos Evangelios”, entonces sus autores son: san Mateo, san Marcos, san Lucas y san Juan. Y como al español últimamente le ha dado, para sumárselo a su anglización rabiosa, por el vicio nefando de la mayusculitis como si fuera alemán, entonces sus cuatro autores son: San Mateo, San Marcos, San Lucas y San Juan. Yo, que no paso de un antioqueño carrieludo, les diría simplemente don Mateo, don Marcos, don Lucas y don Juan. “Doctores” no porque ya sabemos que en Colombia “doctor” es cualquier h.p. (o si prefieren, H.P. con mayúscula) y de insultar no se trata. Se trata de comprender: de ver claro en lo confuso y de sacar agua limpia de un pantano. Porque pantanosos son los cuatro Evangelios, a mí que no me vengan con cuentos.
Marcos y Lucas no conocieron a Cristo, y casi todo lo que cuentan de él lo tomaron de Mateo, que fue el que escribió primero y que sí lo conoció, como también lo conoció Juan, el discípulo amado y autor del último Evangelio. Mateo escribió su Evangelio en arameo, que era lo que hablaban en la comarca de Galilea, pero de inmediato fue traducido al griego, la lengua en que escribieron los otros tres. Marcos y Juan eran judíos y también de Galilea, y hablaban por lo tanto arameo (Lucas no, no era judío, era gentil y de Antioquía en Siria). ¿Cómo le hicieron entonces para escribir sus evangelios en griego, que yo en años y años de estudios empeñosos no logro ni medio leer? Ah, yo no sé. Lo aprenderían por ciencia infusa del Espíritu Santo: del Paráclito, que también así se le dice a la palomita blanca que bajó sobre los apóstoles en lenguas de fuego para infundirles todas las lenguas, y que salvó al presidente Uribe de los paramilitares, según nuestro Primer Mandatario le contó recientemente a Patricia Janiot en CNN. Ah no, perdón, fue de las Farc de las que lo salvó, que eran los que lo querían matar pero a quienes él les perdonará sus crímenes decretándoles impunidad absoluta y volviendo la otra mejilla como Cristo porque no es vengativo sino todo lo contrario, un hombre bueno cuya sexualidad sólo se expresa con el gustico de contar votos: cada mil quinientos eyacula. Y a propósito de este santo varón bendecido por el Paráclito, ¿qué fue lo que pasó la otra noche en La Carolina, en la oscuridad de sus montañas y de las conciencias? Ah, yo no sé, infórmense en Semana, que allá sabrán. Pregunten por los Doce Apóstoles, así, con mayúsculas, capitaneados por Santiago el Mayor.
Pero volviendo a los Evangelios, ¿qué decía que se me olvidó? Ah sí, que san Mateo escribió su Evangelio en arameo pero que de inmediato lo tradujeron al griego. ¿Quién lo tradujo? No se sabe. ¿Y dónde está el original arameo? Se perdió. ¿Y la traducción original griega? También. ¿Y cómo sabemos que el Evangelio de San Mateo que conocemos hoy y que leen los curas en misa (antes en latín y hoy en lengua vernácula) no es un fraude del viento, un invento de los siglos transcurridos, casi veinte? Ah, yo no sé, Doctores tiene la Santa Madre Iglesia que saben responderlo. Lo que sí sé, porque salta a los ojos en una lectura atenta, es que los evangelistas se contradicen. O sea, el viento tramposo y fraudulento que ha tenido veinte siglos para ponerlos de acuerdo se ha limitado a soplar como en un caracol vacío. Un ejemplo. Cuando crucifican a Cristo le ponen a lado y lado, en sendas cruces, a dos ladrones, de los cuales hablan los cuatro evangelistas. Juan apenas si los nombra (“en el Gólgota donde lo crucificaron, y con él a otros dos, uno a cada lado, y en el centro Jesús”). Mateo dice lo mismo (“También crucificaron con él a dos ladrones: uno a la derecha y otro a la izquierda), pero luego agrega que los príncipes de los sacerdotes, los escribas y los ancianos, más los que pasaban cerca a la cruz, injuriaban a Cristo y se burlaban de él diciéndole que si era tan el Hijo de Dios y tan el Rey de Israel, que se bajara de donde lo habían colgado, y “de la misma manera, también lo insultaban los ladrones que habían sido crucificados con él”. Y lo mismo cuenta Marcos: que lo crucificaron con “dos ladrones, uno a su derecha y otro a su izquierda”, y que los príncipes de los sacerdotes y los escribas y los que pasaban lo injuriaban y se burlaban de él, para terminar el pasaje diciendo: “Incluso los que estaban crucificados con él le insultaban”. Pero Lucas, después de contar que lo crucificaron con dos ladrones, “uno a la derecha y otro a la izquierda”, y que todo el mundo se burlaba de él y lo injuriaba, termina el episodio de una forma muy distinta: “Uno de los ladrones crucificados le injuriaba diciendo: «¿No eres pues Cristo? Sálvate a ti mismo y a nosotros». Pero el otro le reprochaba a su colega: «¿Ni siquiera tú que estás en el mismo suplicio temes a Dios? Nosotros, en verdad, aquí estamos merecidamente pues recibimos lo debido por lo que hemos hecho, pero éste no hizo mal alguno». Y luego le dijo a Jesús: «Acuérdate de mí cuando estés en tu reino». A lo cual le respondió Jesús: «En verdad te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso»”. ¿Entonces qué, en qué quedamos? ¿Los dos ladrones lo insultaban, o sólo uno? Mateo y Marcos dicen que ambos, pero Lucas dice que sólo uno. ¿A quién le creemos? ¿A aquéllos, o a éste? A mí el asunto del buen ladrón me tendría sin cuidado si la Iglesia no sostuviera la “canonicidad” de los cuatro Evangelios, esto es, que al igual que los 23 libros restantes del Nuevo Testamento y todos los del Antiguo, los cuatro Evangelios fueron inspirados por Dios. “Un libro es canónico cuando habiendo sido escrito bajo la inspiración divina es reconocido y propuesto como tal por la Iglesia. La Iglesia no define como canónico ningún libro que no sea inspirado”, palabras de la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra inspiradas si no por Dios por lo menos por monseñor José María Escrivá de Balaguer, fundador y dueño del Opus Dei, un negocito del carajo. ¡Carajo, qué son todos estos cuentos! ¿No se podía poner el Espíritu Santo de acuerdo consigo mismo al dictarles a los cuatro evangelistas cuatro versiones concordantes en vez de ponerlos a contradecirse en este asunto de los dos ladrones?
Señor presidente Uribe: hago una pausa aquí para preguntarle cómo supo que fue el Espíritu Santo el que lo salvó de las Farc y no el Padre o el Hijo. ¿Tiene usted forma de distinguirlos? ¿De decirnos cuál de las Tres Personas Distintas de la Santísima Trinidad es cuál, separándola de las otras? Le dijo usted a Patricia Janiot que el Espíritu Santo fue su salvador. ¿Cómo lo reconoció, cómo lo supo? ¿Por la apariencia? ¿Por la voz? ¿Por el olor? ¿A qué olía? ¿A azahar, o a tabaco rancio? Propongo que la Universidad de Lovaina le dé a Su Excelencia el Doctorado Honoris Causa en Teología y que lo firme el Papa Ratzinger. ¡Hosanna, colombianos, de Primer Mandatario tenemos un teólogo, Colombia está salvada!
Como el cuentecito ese de los dos ladrones, entre contradicciones, ridiculeces, turbiedades, infamias, atropellos, absurdos y mentiras, en los Evangelios tengo contados como mil quinientos que he ido anotando en cuadernos para sacárselos en cara a la Iglesia cuando acepten mi desafío a discutir ante los niños de Colombia sus embustes por televisión. Aquí les va un atropello mezclado con una infamia: el episodio del endemoniado y la piara de cerdos. Lo cuentan tres de los cuatro evangelistas: Mateo, Marcos y Lucas. Que al llegar Cristo a la región de los gadarenos y los gerasenos vino a su encuentro un endemoniado (Mateo dice que dos) pidiéndole que no se metiera con él, que lo dejara tranquilo con sus demonios adentro. Pero Jesús, que actuaba como Nazarín el de la novela de Galdós y la película de Buñuel que donde ponía la mano metía la pata, resolvió sacarle los demonios y hacerlos entrar en una piara de cerdos que por allí pacían. Y dicho y hecho. “Entonces toda la piara corrió con ímpetu por la pendiente hacia el mar y pereció en el agua”, dice Mateo. Y Marcos: “Y saliendo los espíritus inmundos, entraron en los cerdos; y con gran ímpetu la piara, alrededor de dos mil, corrió por la pendiente hacia el mar, donde se iban ahogando”. Y Lucas: “Salieron los demonios del hombre y entraron en los cerdos; y la piara se lanzó con ímpetu por un precipicio al lago y se ahogó”. ¡Dos mil! ¿Se imaginan? Ése fue el dañito que la Segunda Persona de la Santísima Trinidad les hizo a los porqueros. Supongamos que le haya hecho un bien al endemoniado sacándole los demonios, ¿pero a los porqueros? ¿Les pagó acaso a los porqueros los dos mil puercos que les hizo caer al lago o al mar? ¡Qué se los iba a pagar! Mateo concluye el episodio así: “Los porqueros huyeron y al llegar a la ciudad contaron todo, en particular lo de los endemoniados. Ante esto toda la ciudad salió al encuentro de Jesús y al verle le rogaron que se alejara de su región”. Y con similares palabras concluyen el episodio Marcos y Lucas. ¿Y saben qué comentan al respecto, en nota de pie de página de su edición de los Evangelios, José María Escrivá de Balaguer y sus secuaces de la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra? Esto: “Contrasta la distinta actitud ante Jesucristo: los gerasenos piden a Jesús que se aleje de la ciudad; el que fue librado del demonio quiere quedarse junto a Jesús y seguirle. Los habitantes de Gerasa han tenido cerca al Señor, han podido ver sus poderes divinos, pero se han cerrado sobre sí mismos pensando sólo en el perjuicio material que constituyó la pérdida de los cerdos; no se dan cuenta de la obra admirable que ha hecho Jesús”. ¡Imbéciles! A ver si los Uribes aceptan que Cristoloco, por sacarles los demonios de adentro a Tirofijo, les eche por un despeñadero sus toros de lidia de La Carolina. Y a propósito, Uribe, de marranos y toros de lidia y demás animalitos hermanos míos de cuatro patas: ¿ya echaste a la mataperros Londoño del Instituto de Bienestar Familiar, o sigue impune? Impune como está impune el mataperros Lucho Garzón, que electrocuta 35 mil perros callejeros al año en su Centro de Zoonosis. Te va a llover, Uribe, te va a llover.
Cristo es un loco arbitrario y rabioso. ¿Qué es la parábola de los obreros de la viña, que cuenta Mateo, si no la consagración de la arbitrariedad? Un amo sale a contratar obreros para su viña, a denario por día. A unos los contrata al amanecer, a otros a la hora tercia, a otros a la hora sexta, a otros a la hora nona y a otros a la hora undécima. A la caída de la tarde llama a su administrador y le ordena: “Llama a los obreros y dales el jornal, empezando por los últimos hasta llegar a los primeros”. Y así procede, a todos les paga un denario, a los que trabajaron el día entero bajo el calor y a los que sólo trabajaron una hora, y no sólo eso sino que les paga primero a los que llegaron de últimos. Y cuando los que trabajaron el día entero se lo reprochan, a uno de ellos le contesta: “Amigo, no te hago ninguna injusticia; ¿acaso no conviniste conmigo en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero dar a este último lo mismo que a ti, ¿no puedo yo hacer con lo mío lo que quiero? ¿O es que vas a ver con malos ojos que yo sea bueno? Así los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos”. Les evito la explicación entera de los secuaces del Opus Dei por descarada y estúpida. Concluye así: “A primera vista, la protesta de los jornaleros de primera hora parece justa. Y lo parece porque no entienden que poder trabajar en la viña del Señor es un don divino”. Va fan culo, que trabaje su madre en ella, en la viña del Señor, que yo me siento a rascarme las pelotas. Ésta es la parábola de la arbitrariedad y la injusticia. ¡Por las barbas de Castro, por la calva de Lenin, por la tumba de Marx! ¡Viva la revolución matacuras!
En cuanto al rabioso, sirva para retratarlo la expulsión de los mercaderes del templo. “Y entrando en el templo comenzó a expulsar a los que vendían y a los que compraban y derribó las mesas de los cambistas y los puestos de los vendedores de palomas. «Escrito está que mi casa será llamada casa de oración y vosotros la habéis convertido en cueva de ladrones»” (Marcos, 11, 15-19). Y yo pregunto: ¿Si no quería que los cambistas y los vendedores de palomas trabajaran en el templo, por qué no los hizo ricos? ¿No dizque era pues el Hijo del Padre, y su padre el Todopoderoso? Lo que pasa es que según mandato del Éxodo (23,15) los judíos no se podían presentar en el templo con las manos vacías sino que tenían que traer siempre una víctima para el sacrificio. Así que para facilitarles a los que venían de lejos el cumplimiento de este mandato infame se había montado en el atrio del templo un especie de feria de ganado, un mercado de venta de animales para el sacrificio. Infame la religión judía que no respetaba a los animales, e infame la religión cristiana que nació de ella. ¿Cómo se puede sacrificar a un cordero, que siente y sufre como nosotros, en el altar de Dios, que no existe? ¿Y que si existe es el Todopoderoso que no necesita de la sangre de un pobre animal inocente? ¡Judíos cabrones! ¡Cristianos cabrones! ¡Maricas! ¡Pirobos!
En cuanto a las palomas que vendían los mercaderes del templo, ¿no estaría entre ellas el Espíritu Santo, el Paráclito? ¿El que salvó a Uribe de las acechanzas de las Farc? Y ojo a no leer “paralítico” ni ir a pensar que el Paráclito es el que lo tiene todo el tiempo parado. No. Ésos son los lectores de SoHo. ¡Ah con estas viejas en pelota que salen aquí crucificadas, en un vía crucis más doloroso que el que padeció Cristo! ¡En qué estado nos mantienen! Tan perturbadoras ellas, tan capaces de parir, desde sus entrañas tenebrosas, los muchachos más hermosos…