Los textos que acompañan las estaciones fueron escritos este año por quince jóvenes, de entre 16 y 27 años, que no dudaron en hablar de la mirada cruel de sus pares fijada en las redes sociales.
El papa quiso dedicar el año a los jóvenes, cuyas preocupaciones estarán en el centro de un sínodo (reunión de obispos del mundo entero) en octubre próximo.
Como lo hizo el año pasado, Francisco enumeró en su oración final los múltiples motivos de “vergüenza”, como las personas engañadas “por la ambición y una vana gloria”.
También fustigó “la lepre del odio, del egoísmo, de la arrogancia”, estimando que “sólo el perdón puede vencer el rencor y la venganza, sólo el abrazo fraternal puede disipar la hostilidad y el miedo del otro”.
El Papa Francisco presidió, en la Basílica de San Pedro del Vaticano, la celebración de la Pasión del Señor de este Viernes Santo 30 de marzo.
En una Basílica completamente desprovista de ornamento e iluminada por una luz suave en consonancia con la sobriedad de la ceremonia, en la que no se celebró la Eucaristía, el Santo Padre, vestido de púrpura en recuerdo de la sangre de Cristo derramada en la Cruz, al igual que los demás celebrantes, se postró en el suelo, delante del altar, para orar durante unos minutos.
Tras esos minutos de silenciosa oración, acompañado de todos los fieles arrodillados presentes en San Pedro, el Pontífice se puso de nuevo en pie para comenzar con la proclamación de la liturgia de la Palabra.
En el Viernes Santo, la Iglesia recuerda el drama de la muerte de Cristo en la Cruz, una cruz que, alzada sobre el mundo, ofrece un signo de salvación y esperanza a la humanidad. En este día, la liturgia contempla la Pasión de Cristo según el Evangelio de San Juan.