Murió Daniel Chavarría, “un escritor cubano nacido en el Uruguay”
La vida del uruguayo Daniel Chavarría parece sacada de una de sus novelas. Va de San José de Mayo, Uruguay, donde nació el 23 de noviembre de 1933 a La Habana, lugar en donde residió desde 1969. Comunista desde muy joven, partió primero a Perú con la idea de unirse a algún grupo guerrillero, luego derivó hacia Colombia y de allí se trasladó a Cuba, en un avión que secuestro para ese cometido.
Comenzó a escribir recién a los 45 años, mientras se ganaba la vida como profesor de griego, latín y literatura clásica en la universidad de La Habana. Hoy habla cinco idiomas con fluidez, es un autor muy querido y popular en Cuba y ha cosechado varios premios internacionales por una obra literaria que abarca los más diversos temas.
Adiós muchachos, sin ir más lejos, ganó en su momento el premio Edgar Allan Poe a la mejor novela policial publicada en Estados Unidos. Se trata de una obra singular, que mezcla con gran eficacia géneros tan opuestos como la comedia y el policial, sin olvidarse de la crítica social.
Este último punto no es menor, ya que Chavarría es hasta hoy un acérrimo defensor de la revolución cubana, un fidelista convencido, como se ha definido más de una vez. Por eso sorprende que en Adiós muchachos la protagonista sea una prostituta que abandona la universidad para dedicarse –con la ayuda de su madre– a esquilmar a los extranjeros ricos que llegan regularmente a la isla para disfrutar de sus placeres.
La novela se divide en dos partes bien nítidas. La primera, muy cómica, está dedicada a mostrar el modus operandi de Alicia para cazar a sus clientes y la segunda, más seria, propone una trama policial atípica, ya que no hay crimen ni investigación pero sí un muerto y una extorsión millonaria.
Destaca de Chavarría su enorme capacidad para poner en marcha la novela y sostenerla, sin un respiro, hasta el punto final. No hay relleno ni digresiones; solo acción trepidante que mantiene en vilo al lector. La prosa, poco proclive a la metáfora, se limita a contar sin adornos los hechos en sí mismos.
El primer párrafo de la novela es ya un ejemplo de esa particularidad estilística: “Cuando Alicia decidió prostituirse en bicicleta, su madre consintió en vender un anillito que llevaba cinco generaciones en la familia. Le dieron U$S 350. Y por U$S 280 compraron una bicicleta inglesa, montañera, de gomas gruesas, con muchos cambios de velocidad, sobre la que Alicia inauguró su cacería de extranjeros adinerados”.
Y hay que ver el partido que le saca el autor a esa bicicleta y a esa Alicia escultural por fuera y algo frágil por dentro, que se deja caer adrede delante de los coches de los turistas para conmoverlos con su falso accidente. A ese primer paso para que la presa se enganche en el anzuelo, le sigue siempre el acompañamiento a casa, donde la madre agasaja con lo que puede al salvador de su niña.
La carcajada es inevitable en más de un momento ya que Chavarría maneja el humor con desparpajo caribeño, especialmente en los momentos eróticos. Pero hay que destacar la habilidad del autor para ser picante sin deslizar nunca una palabra soez ni caer en lugares comunes. La descripción de la sexualidad de Alicia y sus comentarios sobre los amantes son realmente originales.
También es estupenda la segunda parte de la novela, que a raíz de un accidente ridículo (tras pisar una aceituna con tacones) deriva en una trama policial, más que nada porque hay un cadáver que esconder, un secuestro que fingir y un rescate que cobrar. No hay investigación de las autoridades, sino que todo se maneja entre los cuatro o cinco personajes de la novela, que salvo Alicia y su madre, trabajan todos en la misma empresa.
No magnífica pero si muy buena, Adiós muchachos es una novela trepidante y muy divertida, que se disfruta de la primera a la última página.
- Novelas
- 1978 – Joy
- 1983 – Completo Camagüey (con Justo Vasco)
- 1984 – La sexta isla (reeditado en 2016)
- 1986 – Primero muerto (con Justo Vasco)
- 1991 – Allá ellos
- 1993 – El ojo de Cibeles o El ojo Dyndimenio
- 1994 – Adiós muchachos
- 1994 – Contracandela (con Justo Vasco)
- 1999 – Aquel año en Madrid
- 2001 – El rojo en la pluma del loro
- 2004 – Viudas de sangre
- 2004 – Una pica en Flandes
- 2005 – Príapos o Lo que dura dura
- 2013 – La piedra de rapé
- 2017 – El último room service
Escribió en 2013 Yo soy el Rufo y no me rindo, el más reciente libro del escritor uruguayo residente en Cuba .
Es una biografía novelada de Raúl Sendic, el líder de los Tupamaros, aquella guerrilla urbana que a inicios de los años 70, que estuvo a un tilín de convertir a Uruguay, la llamada “Suiza de América” en uno de los muchos Vietnam por los que clamaba Che Guevara.
no siente hoy prurito alguno por la violencia revolucionaria de los Tupamaros, o terrorismo, llamémoslo por su nombre, que no fue otra cosa lo que practicaron, por muchos atenuantes y justificaciones que le quieran buscar.
Chavarría no se esfuerza en disimular que hace la apología de Sendic. Todo lo contrario. Advierte: “Esta biografía en formato novela proclama a Raúl Sendic Antonaccio, el mayor quijote que ha dado la historia de la República Oriental del Uruguay, y en ese tono quiero cantarle a mi descomunal compatriota, con toda la hipérbole que me inspira la hazaña de su vida”.
Los líderes revolucionarios mesiánicos, como Raúl Sendic, que se creía el continuador de Artigas, y Fidel Castro, el continuador de Martí, fascinan a Daniel Chavarría.
¿Fue difícil optar por quedarte en Cuba? No, para nada. ¿Saben cómo llegué?
Con un avión secuestrado. ¿Pero lo secuestraste vos o no? Claro que lo secuestré.
¿Sólo o con alguien más? Con una mujer y una niña. Pero eso fue porque yo estaba preparando un movimiento guerrillero en Colombia, asociado a un obispo, ¡Imagínate! Incluso, mi salida del Partido Comunista aquí, tiene que ver con los cambios que genera la revolución cubana en el pensamiento de la izquierda latinoamericana, cuando Fidel comienza a reconocer, a admitir, por ejemplo a católicos como fue Frank Pais, un héroe extraordinario, un Marx de la revolución, como fue también José Antonio Etcheverría, y mucha gente así. Los viejos comunistas como yo, que fui stalinista, que fui de los que creí que trabajaba por el futuro de la humanidad, lo hacíamos de corazón, sin interés. Y mi generación fue así, pero éramos sectarios, sumamente sectarios; creíamos que todo debía dirigirse por el movimiento obrero internacional desde Moscú, por el Partido de la Unión Soviética y el camarada Stalin. Y yo creía en eso. Al producirse la Revolución Cubana, y surgir esta forma de compartir ideas -por ejemplo, esto que dice ahora Chávez, que es católico y socialista, y revuelve a Bakunin con Cristo y con Mahoma, y Bolívar-, es una apertura hacia todo lo progresista. La revolución era un poco eso para mí, y yo en Montevideo, como militante del PCU, mi actividad principal era la solidaridad con Cuba. Disponíamos de un pequeño local donde yo llevaba gente que había visitado para que dieran charlas al vecindario. En nuestra repartija de El Popular por la zona, mi tema era ese. En determinado momento me asocié con un judío que tenía un taller de corte y confección para niños, un hombre bastante solvente que se enamoró de Cuba, y quería ayudar sinceramente, y en el Partido empezaron a ponerme cortapisas. Fue un sectarismo malsano y eso me empezó a alejar. Por otro lado, me sentí cada vez más atraído por la lucha armada, por el ejemplo de Cuba, y eso determinó que en un momento yo tuviera una situación de conflicto con el partido y me salí de él. Me fui. Primero a Argentina, luego estuve viajando por media América. Estuve en muchos países, y finalmente, radicado en Colombia, inicié esa actividad revolucionaria. Yo estuve buscando la guerrilla, y en Buenos Aires obtuve credenciales de un grupo trotskista – yo nunca fui trotskista- que dirigía Silvio Frondisi, y me dieron credenciales para el movimiento guerrillero de Hugo Blanco en Perú, en el sur de Perú. Se decía que tenía miles de hombres y era mentira, nunca fue así, tuvo decenas de hombres. Para allá me fui, haciendo autostop, desde Buenos Aires hasta Cuzco.
Haciendo dedo buscando la guerrilla. Sí, sí. Cuando atravesé la frontera de Chile al Perú, cayó preso Hugo Blanco y quedó desbaratado el movimiento. Yo quedé al garete, estuve un tiempo en Lima e hice de todo. En mis memorias cuento con lujo de detalles mi vida en Lima, está llena de peripecias interesantes, divertidas. Pasé a Bolivia, después a Brasil. En el nordeste brasileño me sumé a una campaña de alfabetización que dirigían los comunistas en Bahía. Cuando se produce el golpe de Estado en marzo del 64, mi foto apareció en un periódico como “peligroso subversivo cubano”, y yo nunca había estado en Cuba. Mi relación con Cuba era por supuesto emocional y todos mis antecedentes de solidaridad.
Te etiquetaron y arrancaste. Sí, pero además, se inicia una cacería de brujas, no te diré que como en Chile, pero si te agarraban, la tanda de palos que te daban era fenomenal y te podían matar, torturar, y toda la vida le tuve terror. Ahí yo también actuaba en un grupo de teatro, y me encontré con el vestuarista que me prestó una sotana, un rosario y un misal, y disfrazado de monje logré burlar el cerco y me fui por ahí, dando bendiciones en latín (Risas). Recorrí gran parte de Brasil y por fin, decidí esconderme en el Amazonas. Ahí no llegaba la represión, ahí lo que llegaba eran los desplazados de todo; era el far west, una cosa realmente peligrosa. Me encontré con un grupo de los llamados garimpeiros, buscadores de oro, y un profesor, que no era profesor sino un estudioso de la naturaleza, un esteta, un hombre científico, de San Pablo, que sabía mucho. Y ahí con él aprendí muchas cosas, me enseñó las constelaciones, los nombres científicos de los animales; era una cosa más estética. Este hombre nunca en su vida trabajó, tenía una pequeña renta y él la utilizaba en eso, en observar la naturaleza. Y era un contador de cuentos maravilloso, y metía unas mentiras estupendas, y yo, si están bien contadas, acepto las mentiras.
Nosotros ahora sabemos que debemos aceptarlas porque la calidad del cuento está garantida. (Risas) Eso me permite a mí ser protagónico y hasta un poquito deshonesto. Después llego a Colombia. Allí me sucede una peripecia interesantísima. Yo hablo con fluidez cinco idiomas, conozco otros y los puedo leer, y precisamente por saber idiomas me consigo un puesto en el Aeropuerto de Bogotá, en el duty free shop. Al poco tiempo me ascienden y llegué a ser gerente de ese free shop. Tenía un muy buen sueldo para la época, y me gustaba el ambiente, ahí vendía los mejores licores del mundo, perfumes, y yo les regalaba muestras a las azafatas y muchachas del aeropuerto, iba de don Juan, poco a poco fui aprendiendo gracias a los agentes de las distintas marcas que venían a hacer propaganda, y empecé a entender de vinos, de whiskys, qué perfumes debían ponerse las mujeres. Y ahí estuve un tiempo, echando cuentos. A las muchachas me las llevaba a restaurantes franceses donde me hice amigo de los dueños, hablaba francés, me hacían un pequeño descuento, llevaba a las muchachas y metía un show hablando francés, pidiendo comida, pedía siempre un postre que era las crepes suzettes, se bañaban con licores y producían llamas de colores y todo ese show me divertía. Bueno, fue un tiempo agradable donde estaba recuperándome de las tristezas, peripecias, hambres, porque en el Amazonas las pasé….me agarré un paludismo virulento que de los cien kilos con los que llegué a esa región, llegué a pesar sesenta y cinco. Y si no te cuidas, pasas a tuberculosis y te mata. Yo tuve serias dificultades, dejé de tomar con regularidad lo que debía tomar para que los mosquitos no me contagiaran y a los 15 días ya estaba palúdico. Haciendo un trabajo brutal, en medio de la selva, dando pico y pala, lavando el oro de esos ríos. Yo navegué prácticamente 1.200 kilómetros y era selva cerrada, y todos esos son ríos auríferos, y lo que se hace es desviar un pequeño canal y lavar la arena, y siempre aparecía oro.
¿Pero qué pasó con el free shop? En ese duty free shop donde trabajaba, la mecánica era que los pasajeros de tránsito o salida, compraban licores, perfumes, nosotros le dábamos una boleta, ellos pagaban y cuando iban a subir al avión, empleados nuestros, al pie de la escalerilla, les tenían la compra.
Una de mis tareas como gerente, era vigilar que los muchachos no hicieran contrabando por su cuenta, porque esos licores se vendían sin impuestos, mucho más barato que en el mercado colombiano. Y en determinado momento me olí algo, una madrugada que esperábamos un avión de Lan Chile que iba hacia Los Angeles, donde había muchas ventas. Yo lo esperaba, a veces solo en el almacén, llegaba como a las tres de la mañana y tenía un par de muchachos para darle atención al pasaje. Me olí que ahí había una maraña, porque en un momento que entro a la bodega que teníamos ahí, uno de los muchachos hizo movimientos que me parecieron sospechosos y me imaginé que andaba saqueando las cajas. Lo que hacían era que en una caja de whisky que traía doce botellas, le sacaban todas las botellas menos las cuatro de las puntas, que les servían para sostener otra caja arriba. De una pila en que había diez cajas, saqueaban las tres o cuatro de abajo y el resto lo rellenaban. Sospechando eso, hago una entrada de improviso y les pido que me abran las cajas. Y cuando van llegando a la penúltima caja, lo que había era “La guerra de guerrilla” del Che Guevara, ejemplares editados en Cuba. Y yo con mi complejo de tipo que se había apartado de la revolución y todo lo que había buscado, le dije al muchacho: “Mira, de esto yo no quiero saber nada. Yo no le voy a decir nada a don Alberto -que era el dueño-, pero esto tiene que salir de aquí”. Esa actitud mía, hizo que tres o cuatro días después, alguien, que era un trabajador de la aeronáutica civil me hiciera contacto. Era un hombre ELN (Ejército de Liberación Nacional).
¿Ahí empieza tu relación con ellos? Yo estuve colaborando con ellos, entrando y sacando materiales, gracias a mi acceso a los aviones, todas las facilidades que tenía por el acceso a las pistas, y ahí estuve un tiempo en eso. Después la misma compañía que regía el aeropuerto de Bogotá me manda a Cartagena de Indias, donde abro un almacén, ahí sigo en la misma ya con los buques. Al ELN le sacaba heridos de la guerrilla, les buscaba médicos y los enviaba a Panamá en embarcaciones de contrabandistas, de gente que estaba por ahí, que por solidaridad o por algún dinerito, hacía eso. Cuando me designan al Puerto de Buenaventura en el Pacífico, sigo en la misma cosa y ahí conozco al obispo de Buenaventura, que era un personaje amado por el pueblo, un hombre que se había sacrificado, hecho cosas verdaderamente dignas. El pueblo, una población mayoritariamente negra, que eran los trabajadores del puerto, lo adoraban. Era un hombre de la teoría de la liberación. Hicimos una gran relación, y en determinado momento le conté que yo no era el burgués que aparentaba, que había tenido actividades revolucionarias, que había sido militante del partido Comunista, que había trabajado en las campañas de alfabetización en Brasil, y que había sido perseguido. Él se tomó un tiempo, sin duda, para chequear si todo eso era cierto. Como a los dos meses, me invitó a la Iglesia a oír un sermón. Y fue un sermón verdaderamente incendiario desde el punto de vista revolucionario. En determinado momento, no voy a contar los detalles porque es un proceso largo, decidí ayudarlo a hacer una cosa que él ya venía gestando, que era crear un movimiento armado para la cordillera occidental en Colombia donde no había nada. Las guerrillas estaban en la parte sur, las FARC, en el noreste el ELN, y en la parte noroeste había otro movimiento. Ahí estuve trabajando bastante tiempo. En un momento dado se produce la defección de uno de los dirigentes de ese movimiento y el tipo denuncia mi actividad ahí. Me llega un pitazo por teléfono y la única idea era huir inmediatamente, porque eso era cárcel segura, tortura segura y vaya a saber qué más.
¿Qué hiciste? Yo me cagué del susto. Nunca le he tenido mucho miedo a la muerte, incluso, a participar de una guerrilla donde el enemigo está allá y yo aquí, detrás de una piedra y pum pum. Pero la guerrilla urbana, lo que pasó en Argentina, los gorilas entrando en tu casa, torturándote, haciendo horrores, a eso le tenía mucho miedo. Entonces, organicé la huida, de la única manera que me era posible, desviando un avión. Me compré todos los pasajes de una avioneta de Avianca, con un pretexto que inventé, y con la que era mi compañera, y una niña de nueve años, secuestramos el avión. La peripecia es larga de contar, el hecho es que llegamos a Cuba el 28 de octubre de 1969, esa fue mi llegada. Y en Cuba, presenté mis credenciales, lo que yo hacía en Montevideo, di los nombres de la gente que ocupaba la Embajada en esa época, algunos estaban ahí, el que oficiaba de embajador estaba ahí y se acordaba perfectamente de mí. Tengo descrito todo eso en un cuento que se llama “De arroz congrí”, un cuento muy divertido. Es un arroz cocinado en caldo de frijolitos negros, eso es típico de los campesinos cubanos para comer con carne de cerdo. Ahora qué pasa, muchos años antes, estando yo en Montevideo, trabajando para la solidaridad, la embajada invita a los amigos de Cuba a un arroz congrí. Aquí habían botado al embajador García Inchaustegui, y quedó a cargo de la embajada el gordo David que era un caricaturista cubano, y su mujer era una aristócrata, muy rica, que había estudiado en Nueva York, París, sabía todo lo que era fino y elegante, la mejor cocina, y se trajo una cocinera, una negra que había cocinado para las grandes familias cubanas, y empezó a dar arroz congrí a la gente. Pero era un arroz congrí fraudulento, aparte de los frijolitos y el arroz tenía todo tipo de carnes rellenas, una salsa agridulce…, realmente una delicia. Por todo lo que había leído conocía del paro rural, la miseria de los campesinos, el hambre que pasaban, y eso lo presentaban como comida de los campesinos cubanos. ¡Mentira! Y pregunto: “¿Esto es lo que comen los campesinos?” Un arroz mejor que la paella o un risotto; nunca había comido una cosa tan rica. Y me mintieron descaradamente: “Sí, sí, es la comida de los campesinos cubanos”. En esa época yo era tan ingenuo -y sigo siendo porque eso no ha cambiado-, que me tragué el cuento. Y empecé a hablar estupideces y decir que la cocina popular cubana era la mejor de América, mejor que la mexicana, la peruana. Imagínate, cocinas extraordinarias, herencia de siglos de tradiciones… En Cuba no, en Cuba la cocina es elemental y en general lo es en el Caribe; no hay una buena culinaria, hay culinaria de supervivencia. Cuando estoy desviando el avión, en el mismo aeropuerto, cuando vamos a montar la avioneta, -había comprado todos los pasajes, inventé que iban a venir unos clientes míos pero que a último momento fallaron pero que de todas maneras nos íbamos-, llega un tipo, un contramaestre de la flota de LAN, que me compraba habitualmente pacas de cigarros Marlboro y algún whisky para su contrabando personal, y me ruega que lo lleve, que necesitaba viajar porque se le estaba muriendo la madre, y él quería ir a despedirla. Me rogó, me dijo: “Daniel, voy sentado en el pasillo”. Le dije que venga con nosotros, después pensaba: “Si supieras para dónde vas”. Cuando saco la pistola, una 22, una mata gatos, una porquería, el piloto que era un tipo que navega en cualquier agua, era oriundo de una zona muy violenta y se había criado en ella -igual que la mujer que venía conmigo, habían conocido la violencia colombiana de una forma brutal-, vio la pistola y me miró como diciendo: “¿Vos estás loco? ¿Me vas a desviar con esta porquería?” Levanto los brazos y dijo: “Yo le dije a mi mujer que me iba a pasar esto”. Pero estaba feliz, eso le rompía su rutina, creo que todavía está echando el cuento de cuando lo desviaron, metiéndose una botella de ron con los amigos, un tal Palacios.
Entonces, el hombre nos da chocolate para comer, nos dice que es bueno para los nervios, y le di a mi mujer que se había puesto a llorar.
¿Tu mujer no sabía lo que iba a pasar? Sí, pero cuando se produce la cosa se asustó. Les tendría que hablar de ella porque es un personaje verdaderamente novelesco, Dora.
Pero continuemos con esta historia que la intriga nos mata. Cuando me acerco con la pistolita, este hombre al que dejé viajar me dice: “Don Daniel, ¿y mi mamá…?” Yo le respondo: “A su mamá no le va a pasar nada Don Barreto, además, va a conocer el primer territorio libre de América. ¿Qué más quiere? Además de eso, lo voy a invitar a comer un arroz congrí”. Yo pensando en la fuente enorme que nos habían servido aquí de aquel congrí de lujo. Bueno, entonces, después de mil peripecias -nada de peligro, todo fue simpático-, llegamos a Cuba. Nos situaron en el motel Versailles de Santiago de Cuba, en una cabañita a mi mujer, la niña y a mí; y al piloto y el otro hombre en otra cabaña. Un oficial de seguridad del Estado, un militar, nos acompañaba en calidad de custodio, y cenaba con nosotros esa noche. Cuando estábamos en eso, viene una camarera y me dice: “Señor, aquel señor de allá dice que usted lo iba a invitar con algo. ¿Qué fue lo que usted lo invitó?” “Ah sí, cierto compañera, a ese compañero sírvale un arroz congrí”. –le dije. “¿Qué más?” –me preguntó. Le dije que nada más; yo no quería gastar ni crear dificultades a la revolución. El mismo custodio me dice: “Pero chico, ¿le vas a dar nada más que eso? Ponle algo más, esto lo paga Cuba”. Digo: “No, no, no, a ese compañero, un arroz congrí”. Al tipo le dieron la ración, un cono invertido de una taza, con un arroz congrí pelado. Al otro día me estoy bañando en la piscina, y echando historias -y yo era un personaje, enseguida se regó que había venido en un avión desviado, todo lo sabían, me sacaban fotos, me sentía un personaje, y estaba feliz por haber salido con éxito de aquello y estar en Cuba-, y entonces, de pronto, se acercan el piloto y este hombre a decirme que habían pasado muy bien, que los cubanos los habían atendido muy bien, que le habían dado mantenimiento a la avioneta, que esa mañana los habían llevado temprano a conocer la ronera Baccardi, que habían estado en un ensayo de ballet viendo unos culos magníficos, habían visto entrenamiento de boxeo, habían estado en el Palacio de Justicia, en el cuartel Moncada. Y estaban muy agradecidos del tratamiento que les dieron los cubanos, pero la única mierda era ese arroz congrí que le hice comer al pobre tipo, y me lo reclamó.
Ahora sí, vayamos a Dora. En cuanto a Dora, otra de mis ingenuidades, yo me enamoré de ella, primero de su físico, era bonita, una pelirroja atractiva, muy bien hecha, tenía 28 años y yo ya era un hombre de 36. Y la llevé a vivir en el apartamento donde yo vivía. Yo la conocí bailando, era peinadora de las putas, era parienta de la mujer de un gran lenocinio y cabaret. Dora me enamoró con las historias que hacía, me agarró por la vena de la literatura. Ella tenía excepcionales dotes de narradora, siendo semianalfabeta.
¿Era colombiana? Sí, era nacida en el epicentro de la violencia colombiana, donde estalla en el sur de Colombia, que es Tuluá. Ella se crió descalza, en las calles, viendo camiones de muertos que traían de la verdadera guerra civil que se formó en esos años, después de la muerte Jorge Eliecer Gaitán y el “bogotazo”. Ella contaba las historias sin el menor afán de hacer literatura ni de adornar nada, ella contaba para sí, eso creo. Ella misma se forjaba una especie de cine y lo estaba viendo. Era algo tan apasionante oírla. ¡Qué García Márquez ni carajo! Si pudieran lograr lo que esa mujer lograba, sería altísima literatura. Por supuesto, ella no sabía escribir. Ella era la novena hija de un barbero que tenía la barbería Salamanca, y los muchachos hijos de puta del barrio le ponían debajo del cartel “Barbería Salamanca, lo que no corta lo arranca”. Las historias de los castigos, las represiones, todo lo que vivió, era verdaderamente apasionante. Yo pensé un día escribir sobre ella. Cuando se me presenta la situación de desviar el avión y huir, me veía forzado a dejarla, y entonces le ofrezco un dinero y la posibilidad de irse cuanto antes. Ella no quiso, me rogó que la llevara y exponer la vida de su hija, y eso me conmovió. Pensé: “Qué carajo, de todas maneras en la avioneta donde voy pueden ir ellas, y en Cuba recibir educación”. Y me las traje para Cuba. Con ella tuve un hijo, que hoy es músico, vive en Miami, no por gusano sino por lo mismo que me hubiera ido yo, por afán de aventura y conocer mundo. Dora no estudió ni aprendió nada, aprendió santería y se puso en el mercado negro a hacer horrores. En el fondo una delincuente. Es decir, era un caso raro, era una mujer de 28 años físicos, una edad mental emocional de 6 años y una calle de un siglo. El personaje era difícil; era bandolera, callejera, en la escuela era un gánster, que las obligaba a las otras niñas a darle la merienda y les quitaba las libretas, se complotaba con la directora, era un personaje. Bueno, miren lo que termino contándoles. Ni sé cómo llegamos a esto.