Javier ZANETTI, futbolista latinoamericano comprometido con su pueblo
Las palabras ‘revolucionario’, ‘radical’ e ‘idealista’ no suelen ser usualmente utilizadas para describir a un jugador de fútbol, pero la historia nos ha mostrado que los deportistas pueden tener posturas claras a favor o en contra de gobiernos y regímenes.
En Latinoamérica, varios futbolistas dieron muestras en la cumbre de sus carreras de una gran valentía y compromiso con sus ideales políticos, algunos de ellos, revelando su inclinación hacia la izquierda.
Otro ícono de la selección argentina, Javier Zanetti, luchó por las minorías y apoyó abiertamente a grupos de resistencia como el Ejército Zapatista de Liberación Nacional en Chiapas, México.
En el 2001, en plena crisis económica argentina, crea junto a su esposa la Fundación Pupi Zanetti. A través de ella ayuda a niños y familias de escasos recursos. Cada año, en diciembre, organiza partidos benéficos y subasta camisetas de futbolistas famosos para recaudar fondos.
En enero de 1994, Javier Zanetti tenía apenas dos años como futbolista profesional. Después de debutar con Talleres en la segunda división, un pequeño club situado al sur de Buenos Aires, había fichado por Banfield, donde lució listo para brillar en la Primera División argentina y atraer miradas de varios clubes a miles de kilómetros de distancia. Estaba a punto de iniciar una de las carreras más largas y exitosas en la historia del futbol en la que ganaría 16 trofeos, entre ellos la Serie A, la Coppa Italia, la Copa UEFA, y la Champions League, sin olvidar la medalla de plata en los Olímpicos y demás logros individuales. Estaba a nada de convertirse en uno de los máximos representantes del futbol europeo, una leyenda del Inter, y uno de los mejores laterales derecho del Viejo Continente, con una carrerea definida por la tenacidad, durabilidad, y aguante. Mientras tanto, fuera de las canchas, demostraría que como él había pocos en el mundo del futbol, un hombre de convicciones y principios.
Aunque quizá no era consciente de ello en ese entonces, los eventos de enero de 1994 inspirarían años después uno de los capítulos más interesantes en la vida profesional de Zanetti. Mientras que su carrera sería longeva e ilustre, los eventos en cuestión lo harían popular de inmediato. Lejos, al norte de Banfield, del otro lado del Ecuador, los problemas aquejaban a las regiones rurales más pobres y marginadas de Latinoamérica. A más de 6,400 kilómetros de la casa de Zanetti en Buenos Aires, una revuelta violenta se había apoderado de Chiapas, el estado sureño de México. A esto pronto se le conocería como la rebelión zapatista, grupo formado por hombres y mujeres de la comunidad que pretendía enfrentar al gobierno mexicano.
Aunque los zapatistas han sido identificados desde entonces, aunque no siempre, como anarquistas, socialistas, socialistas-anarquistas, anarcosindicalistas, libertarios marxistas, comunistas, y básicamente cualquier etiqueta izquierdista bajo el sol, sus intenciones para revelarse contra el gobierno mexicano fueron mucho más complejas como para ser encasilladas bajo cualquier ideología convencional. En efecto, desde el surgimiento del movimiento zapatista, éste ha desafiado todo tipo de clasificación política. Al tomar su nombre de Emiliano Zapata, uno de los líderes de la Revolución Mexicana y mártir de la emancipación agraria, el movimiento obtuvo el apoyo de las comunidades rurales indígenas de Chiapas, al igual que de algunos partidarios de izquierda y ex rebeldes del norte de México. El Ejército Zapatista de Liberación Nacional se formó en 1983 con la intención de pelear por los derechos de los indígenas para alcanzar mayor autonomía, mayor control sobre sus recursos locales, exigir una reforma agraria, e incrementar su protección bajo la ley. Su lema era “Para todos todo, para nosotros nada”.
El propósito político de los zapatistas estaba inherentemente arraigado a las condiciones en Chiapas por la distintiva identidad del grupo nacida de la población maya. Chiapas es uno de los estados más pobres de México, y la pobreza y desigualdad habían impactado con más fuerza a los indígenas. La gran mayoría de los chiapanecos sintió que el gobierno central había llevado la región a la ruina, al no poder mejorar las condiciones de vida de los pobladores, y además había tensión entre los granjeros y la población indígena. Por su parte, los indígenas de herencia maya creyeron que habían sido los más marginados, ya que sus formas tradicionales de trabajar la tierra se vieron amenazadas por las políticas del gobierno y el lento abuso de la globalización. Cuando los ejidos se abrieron a la privatización por la participación de México en el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), lo cual ponía en riesgo los derechos de los territorios de los indígenas como establece la Constitución Mexicana, los zapatistas decidieron que una rebelión armada era su único recurso.
El movimiento zapatista inició en las vísperas de Año Nuevo, día en el que el Tratado de Libre Comercio entraba en rigor. Los zapatistas establecieron sus objetivos por medio de un comunicado desde el corazón de la jungla chiapaneca antes de que alrededor de 3 mil combatientes tomaran el control de centros urbanos en todo el estado esa misma mañana. Aunque la insurgencia fue exitosa al principio, el ejército mexicano no tardó en contraatacar, y logró que los zapatistas retrocedieran con bajas significativas. Los rebeldes estaban poco armados y fueron superados en número, y les quedaron pocas esperanzas para apoderarse de todo Chiapas. 12 días después del inicio de la sublevación, se negoció un cese al fuego y la revolución zapatista terminó tan rápido como inició.
De todas formas, aunque la revolución había sido aplastada en términos militares, los zapatistas no desaparecieron silenciosamente. Durante las negociaciones posteriores con el gobierno, iniciaron una campaña mundial que atrajo la atención hacia las comunidades indígenas de Chiapas y su falta de representación social y agraria. Encabezados por su enigmático líder, el subcomandante Marcos, los zapatistas se ganaron la simpatía de varias regiones de Latinoamérica y el mundo. En los años siguientes, su movimiento se alejaría de la revolución y optaría por medios pacíficos, cosechando apoyo internacional por medio de su astuto uso de los medios de comunicación y de la ayuda ofrecida a los movimientos políticos simpatizantes.
Irónicamente, quizás, el movimiento que había estado en contra de la globalización terminó ganando sus batallas más significativas en la ventana mundial. De igual forma, durante la pugna de los zapatistas por hacerse del reconocimiento internacional, ganaron la simpatía de uno de sus aliados más famosos: Javier Zanetti. Sólo Zanetti sabe en qué momento se familiarizó con el sufrimiento de los zapatistas: tal vez cuando era un joven en Banfield mientras veía las noticias de su rebelión; a lo mejor cuando recién había llegado al Inter a mediados de los 90; quizás cuando los zapatistas declararon su autonomía al inicio del milenio o durante uno de sus períodos más activos en la escena política. Como sea que Zanetti se haya identificado con el movimiento, el futbolista forjaría un vínculo con ellos que aparecería en los encabezados de todo el planeta. Nadie entendía qué tenía en común un futbolista multimillonario con un grupo de radicales chiapanecos.
Para entender por qué Zanetti se identificó con los zapatistas tenemos que mirar al pasado. Nacido de padres de clase trabajadora y ascendencia italiana, Zanetti creció en el distrito Dock Sud de Buenos Aires, una región golpeada por la pobreza y, en ocasiones, por el crimen organizado. Aunque sus experiencias más difíciles se dieron en un ámbito urbano, es muy posible que haya visto en el movimiento rural zapatista las mismas injusticias que vivió de joven. A pesar de su mejorada situación financiera como futbolista profesional, Zanetti nunca quitó la mirada de la miseria en Argentina. Trabajó en varias iniciativas de organizaciones caritativas a lo largo de su carrera, notablemente después de la crisis económica argentina a finales de los 90, cuando él y su esposa crearon la Fundación PUPI, organización sin fines de lucro que buscaba proveer ayuda a los niños que vivían en pobreza extrema en los alrededores y en el interior de Buenos Aires.
Como devoto católico criado en Latinoamérica en los 70 y 80, sin duda estuvo expuesto a los ideales de igualdad y justicia social y política, en el contexto de su fe. Se desconoce si estuvo completamente familiarizado con los principios de la teología de la liberación, corriente dentro del catolicismo enfocada en la emancipación de los pobres. Algunas ideas similares prevalecieron en toda la iglesia sudamericana, lo cual fue un caso filosófico atípico cuando se hablaba de la jerarquía católica en general. La teología de la liberación estuvo vinculada con el movimiento zapatista, el cual tenía una relación cercana con el clero radical de Chiapas. En efecto, el acuerdo del cese al fuego con el gobierno mexicano fue negociado por la diócesis católica en San Cristóbal de las Casas, encabezado por el obispo y reconocido teólogo de la liberación, Samuel Ruiz.
Cualquiera que haya sido la razón detrás de la simpatía de Zanetti con los zapatistas —su sublevación, sus inclinaciones políticas, su fe o una combinación de las tres—, su apoyo siempre fue algo clandestino. Ya que muy pocos futbolistas modernos estaban dispuestos a asociarse con los movimientos políticos por miedo a poner en riesgo su marca o dividir a sus seguidores, el sentimiento de Zanetti y el grupo de rebeldes en pasamontañas fue siempre llamar la atención. En 2004, período en el que los zapatistas se encontraban más activos en los medios, la amistad entre el movimiento y Zanetti se hizo pública. Convenció a los dirigentes del Inter de aquel entonces para que donaran 5 mil euros a las comunidades zapatistas en Chiapas, al igual que una ambulancia, equipo para jugar futbol, y una playera nerazzurri con el icónico 4 en la espalda.
Además del apoyo financiero, hubo un intercambio entre Zanetti y los Zapatistas del que se habló ampliamente en la prensa europea. En la nota que acompañó la ayuda enviada a los rebeldes, el argentino escribió: “Creemos en un mundo mejor, un mundo sin globalización, enriquecido por las diferencias culturales y costumbres de todos los pueblos. Por esto es que queremos ayudarles en su lucha por mantener sus raíces e ideales”. De una manera breve y mesurada, Zanetti había demostrado que entendía las penas de un movimiento regional que buscaba preservar su forma de vida. “Sabemos que no estamos solos en el camino de esta lucha”, respondieron los zapatistas.
Aunque la donación del Inter a los zapatistas no pasó desapercibida, el supuesto partido de futbol en contra de los rebeldes fue lo que capturó realmente el imaginario colectivo. Varios meses después de su primer intercambio, los zapatistas se pusieron en contacto con el club a través del subcomandante Marcos. Para ese entonces héroe por excelencia de la izquierda y símbolo internacional de la rebelión, Marcos envió una carta al club de San Siro retándolos a jugar un partido amistoso “contra un equipo del Ejército Zapatista de Liberación Nacional”. Aunque se trataba de una invitación seria, sus palabras estaban marcadas por su característico humor. “Dado que tenemos afecto por ustedes, no tenemos planeado golearlos”.
Zanetti estaba dispuesto a jugar una cascarita y declaró a la prensa italiana. “no tengo problema aceptando este reto, estoy dispuesto a ir”. Aunque los zapatistas no habían especificado la fecha ni el lugar para el partido amistoso, todo indicaba que el encuentro dependía de la postura del Inter. Desafortunadamente para los románticos de izquierda y fanáticos que esperaban un gesto de solidaridad de un club, el partido nunca se jugaría.
El amistoso entre uno de los clubes más históricos de Italia y un equipo conformado por revolucionarios mexicanos nunca se materializó, ya sea porque hubo cuestiones diplomáticas de por medio o asuntos relacionados con la logística y organización. Para ese entonces, los zapatistas operaban un sistema no oficial de autogobierno, y había tensión con la administración central de México incluso cuando la hostilidad continuaba suspendida. El Inter quizá creyó que era arriesgado llevarle la contraria a las autoridades mexicanas, o los jugadores quizá hayan decidido que no estaban completamente de acuerdo con el movimiento zapatista. Por su parte, a lo mejor los zapatistas cambiaron de opinión por razones de seguridad. Fieles a la protección de su identidad, los equipos locales jugaban futbol en pasamontañas cuando se enfrentaban a pequeños clubes de Chiapas. Al final, la posibilidad de ver a los zapatista viajar a Milán o el Inter visitar México resultó demasiado, y la oportunidad caducó.
Aunque la inusual relación entre el Inter y los zapatistas fracasó para concretar un partido para la eternidad, su amistad sigue siendo fascinante. Después de más de una década es casi imposible imaginarse a un club europeo de élite arriesgar su imagen corporativa para ayudar a una causa política extranjera. Aunque Zanetti no pudo convencer al Inter de organizar un partido contra los zapatistas, el dinero destinado por el club benefició a las comunidades en Chiapas, y dejó un legado entre los rebeldes y el futbol. Con tan sólo esto, Zanetti logró mucho más en favor de los pobres de Latinoamérica que otros futbolistas que crecieron en circunstancias similares.
Por una parte es mejor que los zapatistas nunca se enfrentaran a los Nerazzurri, ya que a juzgar por la confianza del subcomandante Marcos, el generoso Zanetti se habría sentido avergonzado por el marcador final.