En Colombia “ya no hay Farc, pero hay una nueva guerra”: Petro
El excandidato presidencial y ahora senador Gustavo Petro llega al Congreso de la República con la fuerza de ocho millones de votos. Desde ahí, planea ejercer una oposición de la mano de la ciudadanía, seguir reivindicando las causas sociales y evitar que el “desenlace del uribismo” genere altos niveles de violencia en Colombia, particularmente asesinatos de líderes sociales.
El senador dice que durante la nueva legislatura del Congreso los partidos que se oponían al proceso de paz tratarán de extinguir a las Farc. Y que aunque la refundación de las Farc como guerrilla es una falsedad, cree que hay una nueva guerra en Colombia que incluye a poderosos carteles que operan en varios países. Señala, además, que el gobierno entrante de Iván Duque implementará una lucha antidrogas funcional a Estados Unidos, que ha demostrado ser inútil para acabar con el narcotráfico.
Desde su nuevo escaño, Petro buscará acercamientos con el recién electo gobierno progresista de Andrés Manuel López Obrador en México, para abordar alternativas reales a la lucha contra las drogas y configurar un “nuevo eje progresista, muy diferente al de Managua-Caracas, que está agotado y es profundamente ineficaz”.
Después de ocho años, usted vuelve al Congreso de la República, pero lo hace de una forma atípica, tras haber sido segundo en las elecciones presidenciales. Además, estrenarán el Estatuto de la Oposición y hay diez exguerrilleros de las Farc ahora como congresistas. ¿Cómo va a ser en la práctica esta legislatura bajo esas nuevas condiciones?
Desde el punto de vista de las normas y leyes, no habrá mayor cambio. El Congreso siempre ha sido dominado por la Presidencia, a partir de prácticas que generan corrupción, como la entrega de posibilidades presupuestales vía contratación, empleos, etc., a congresistas que hacen entonces mayoría y aprueban todos los proyectos del Gobierno.
A los miembros de las Farc los tratarán de extinguir en su posibilidad como proyecto político. Y hay muchas posibilidades de que eso suceda, dada su popularidad después de 60 años de guerra.
Las bancadas de la oposición no logran ser mayoritarias, por lo que esa oposición debe ejercerse con otro tipo de estrategia: no tanto en cómo se ganan debates en el Senado, sino cómo se generen debates clave que traten de desnudar la microfísica del poder colombiano, que siempre ha estado articulado con el narcotráfico. En mi caso, fundamentalmente, la ejerceré a través del contacto permanente con la población en todo el país, pues vengo de obtener ocho millones de votos, que si se expresan en términos de congresistas, sería el 43% del Senado.
Nuestro gran capital no está tanto en el Congreso sino en la calle. Si lo logro consolidar, va a posibilitar, en primer lugar, defendernos de la violencia que ya crece. En segundo lugar, ser alternativa de poder para el año 2022, pasando por las elecciones locales de 2019.
Vemos que no hay bloque homogéneo opositor en el Congreso. Técnicamente no se puede decir que usted es el líder o jefe de la oposición. ¿Cómo va a hacer para convocar a esos sectores y sobre qué tema se deben unir?
Nosotros estamos proponiendo un frente, a mí no me disgusta que el Congreso no sea homogéneo, me gusta esa diversidad política, porque la diversidad es una riqueza.
La sociedad colombiana no se puede homogeneizar, no se puede uniformar. La gracia de lo que propusimos, y se ve en la estética misma de la campaña, es que la gente se expresa diversa y libremente, y a mí me encanta que eso sea así, porque es la base de una nueva democracia.
Entonces, esa diversidad que está dentro del Congreso, indígenas, afros, ideologías diferentes, maneras de entender el país diferentes, pero que tienen en común el deseo de una transformación social desde el punto de vista democrático, puede caber en un frente por la vida y por la paz, que es lo que estamos proponiendo. Las jefaturas, esto que llaman ‘liderazgos’, no dependen de organizaciones políticas, dependen de la población misma que es la que otorga los liderazgos por amor, por cariño.
Colombia es famosa por la producción de cocaína. Llevamos dos décadas con una fallida guerra contra las drogas, el gobierno Santos adelantó la búsqueda de alternativas y en el acuerdo de paz priorizó la sustitución voluntaria de cultivos ilícitos, dejando como última opción la aspersión aérea con glifosato. Al final, la administración Santos vuelve a impulsar esa aspersión y pareciera que el gobierno entrante quiere continuar con esa línea.
Lo que plantea Duque es un retroceso enorme en materia de política antidrogas, muy ligado a otro retroceso político en esa área que es el de Donald Trump. Aquí hay que resaltar un tercer protagonista en este mapa continental del comercio de la cocaína, México, país que hoy tiene el cambio que no tuvo Colombia. Su presidente electo, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), ha anunciado la legalización de las drogas como un camino a la pacificación en su país, que está siendo consumido por la violencia, una violencia muy similar a la colombiana.
Tengo mucho interés en dialogar con él, ojalá antes de que se posesione, sobre un tema muy concreto: el narcotráfico, y sobre una posible alianza en el escenario latinoamericano, entre el partido Morena, Colombia Humana y el Partido de los Trabajadores (PT) brasileño, para generar un nuevo eje progresista muy diferente al eje Managua – Caracas, que está agotado y es profundamente ineficaz.
Si se da esta conversación, exploraría una nueva opción, ya no tanto en el Gobierno colombiano que me hubiera gustado ejercer, sino en el Gobierno mexicano: la opción de un desmantelamiento pacífico del narcotráfico, a cambio de verdad, toda la verdad. Si esto se da, seguramente encontraríamos una sorpresa: la articulación entre los carteles mexicanos de la droga y la clase política tradicional de Colombia.
¿En qué sentido iría esa articulación México – Bogotá?
El escenario que abre López Obrador es una política de drogas diferente a la de Trump, que siendo vecinos y dada la importancia geográfica que México tiene en este asunto, me parece crucial, porque podría mostrar y demostrar que la lucha contra las drogas no es una lucha militar; incluso no es judicial, sino que tiene que ver con salud y educación pública, con oportunidades para la juventud y para el campesinado de una sociedad, que no es un asunto retórico.
El ejemplo colombiano muestra que los que han ido a parar a las cárceles son los campesinos y los jóvenes, que es lo que propone Iván Duque hoy. Eso lo único que ha acelerado son los niveles de violencia y la militarización de las zonas, con efectivos tanto del Estado colombiano, como de los Estados Unidos y de los carteles de la droga. Y no se ha reducido un solo gramo de consumo de la cocaína en EEUU. Al contrario, avanzan hacia algo peor: 60.000 muertos al año por consumo de drogas muchísimo más dañinas, de origen opiáceo. En lugar de mejorar, están sufriendo el fracaso de la política antidrogas.
¿Cuándo tendría lugar ese acercamiento entre Colombia Humana y Morena?
Estamos en eso.
¿Cómo califica el momento que vive el país, debido al alto número de líderes sociales asesinados, con cerca de 300 casos y varios representantes de la Colombia Humana?
Es un momento de desenlace, y como todo momento de desenlace es dramático. Hay que tener cuidado. Dije durante la campaña que el proyecto político del uribismo estaba herido de muerte, que no le propone nada al país, no tiene ideas, es un proyecto defensivo. Se están defendiendo de la cárcel. Y su última opción era ganar para poder defenderse de la cárcel, por eso sus mensajes de amedrentamiento hacia la Corte Suprema de Justicia.
Vemos hoy lo que ha pasado con Iván Duque, quien rechazó los debates presidenciales porque no tenía nada que decir, nada diferente al fracking, a vivir los últimos tiempos del petróleo, a desencadenar aún más la violencia (porque en la violencia es que han sido poderosos políticamente), a negar la paz, y por tanto, tratar de destruirla y tratar de salvar a Uribe.
Ese es un momento agónico, una sociedad no resiste eso por mucho tiempo. De hecho, casi no pueden ganar. Si no es por el temor de sectores medios de la sociedad, casi no ganan. Ya es un proyecto derrotado, pero ahí es donde hay que tenerles más cuidado, porque en ese desenlace donde muere el proyecto uribista, pueden desencadenar una violencia bárbara y terminar muy articulados con los nuevos actores de la violencia que están en manos de los carteles mexicanos. Además, pueden condenar al país a un desastre institucional. La postura de la oposición debe ser defender al país de eso y más bien lograr que ese final del uribismo transite pacíficamente.
Por algo yo dije en campaña, que donde Uribe iba a sentir mayor protección, tanto él y su familia, no iba a ser con sus amigos, sino era con sus principales opositores, conmigo. Debe estar recordando esas palabras.
Se dice que están resurgiendo las Farc y que ya lo hicieron los paramilitares, ¿qué cree usted? Hace poco se publicó un artículo sobre la “refundación de las Farc”…
El artículo es ideológico. La Revista Semana ha sido y se ha querido ubicar a partir de la decisión de su propietario, en ser constructor comunicacional del establecimiento del poder instituido en Colombia, y dado el triunfo de Duque (que creo que en el fondo no lo compartían mucho, pues querían más bien un triunfo liberal o algo similar), tratan de construirle un discurso a ese uribismo en el poder.
Como el uribismo no ha podido vivir sino del odio a las Farc, la única forma que tienen para darle un discurso de legitimidad al uribismo en el Gobierno, es revivir a las Farc ficticiamente, porque ya se acabaron como organización armada.
El peligro de ese intento es que oculta la realidad de la nueva violencia, que tiene un actor diferente, el actor mexicano de la droga, al cual, yo estoy convencido, pertenece alias ‘Guacho’. Tenga en cuenta que ‘Guacho’ se va de las Farc un año antes de la desmovilización. ¿A dónde? Pues a los ejércitos que estaba configurando con dinero pagado por este tipo de carteles, para crear esos ejércitos y controles militares que sobrepasan la frontera colombiana. Los carteles mexicanos tienen una estrategia de dominio sobre el mercado de la cocaína, que traspasa las fronteras, que ya es mexicano, ya es colombiano, ya es ecuatoriano y seguro que está en Venezuela, segurísimo que está en Centroamérica y tiene raíces dentro de los EEUU, casi que naturales.
¿A eso se refería usted cuando hablaba de nuevas guerras en Colombia?
Sí. Un gobernante para asumir la defensa de la sociedad ante esa nueva estrategia, tiene que ser fuerte e independiente; Duque no lo es. Lamentablemente surgen mis temores sobre esta nueva situación de violencia, porque podría crecer mucho más.
El papel de la Revista Semana es ocultar esa realidad y tratar de vender la tesis de que las Farc siguen. Las Farc no siguen. Cualquier exmilitante guerrillero o militante de viejo culto que quiera ir a las armas hoy en Colombia, tiene que plegarse a los carteles mexicanos de la guerra, ponerse en su nómina, y eso ya no tiene que ver nada con el mundo de la insurgencia que dio vida a las Farc o al ELN en el siglo XX.
El nuevo ministro de Defensa, Guillermo Botero, dijo que es necesario regular las protestas sociales y que las mismas deben representar el “interés de todos los colombianos y no de grupos pequeños”. ¿Qué opina?
El señor Botero tienen una larga historia de conflicto con Colombia Humana. Es una persona que agenció como directivo de la Federación Nacional de Comerciantes (Fenalco) la destitución de la Alcaldía de Bogotá con la Bogotá Humana. Agenció la revocatoria, los grupos que le pedían a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) que no nos protegieran. Es un comerciante puro y neto que solo piensa en utilidades comerciales, y es profundamente reaccionario desde el punto de vista político. Cuando empezó la campaña electoral y se empezaron a hacer los foros con diversos candidatos, Fenalco, el gremio que él dirigía, realizó un debate y al único candidato que no invitó fue a mí, diciendo “no nos interesan sus ideas”.
Esas ideas son de ocho millones de colombianos, y ese es el tipo de ministro de Defensa que tenemos hoy. Pienso que tiene que ver con un cálculo: la intención de defender a Uribe, que si no lo logra judicialmente, debe hacer sonar los sables del Ejército. El problema es que el Ejército también está dividido frente a ese tema político, porque el Ejército ha aprendido que la paz es importante para Colombia como nación, que las guerras solo han llevado a que unos cuantos generales se enriquezcan, a que muchísimos miles de oficiales estén heridos o muertos, y a que una juventud haya sido sacrificada destruyendo el concepto mismo de Nación.
Pero ese es el papel de Botero ahí, el de un ignorante político que solo piensa en utilidades comerciales, profundamente sectario y de extrema derecha, manejando el Ejército.
Durante toda la campaña presidencial sus contradictores lo tildaron de castrochavista, comunista, dijeron que iba a convertir a Colombia en Venezuela. ¿Cómo se define hoy ideológicamente?
Acá hicieron lo mismo que con López Obrador en México, o con el grupo Podemos en España, utilizando las desgracias administrativas de Maduro para empañar el conjunto del progresismo iberoamericano. Yo sé y he leído de marxismo y de otras corrientes de pensamiento, trato de hacerlo con profundidad. En el M-19, en mi juventud, no ingresamos a las corrientes de ese entonces, en boga, alrededor de la Unión Soviética. Fuimos una guerrilla independiente que levantó el proyecto democrático. Nosotros creamos una de las mejores obras latinoamericanas: la Constitución Política de 1991 en Colombia.
Hemos tratado de profundizar más, como una alternativa mundial, la democracia en el siglo XXI. Por tanto, la crítica que nos asignaba el papel del viejo socialismo soviético, ligándonos a Venezuela, era profundamente falsa e ignorante respecto al desarrollo que hemos tenido durante los últimos 40 años de lucha política en Colombia. Sin embargo, millones de colombianos lo creyeron y parte de la derrota tiene que ver con eso. Cuando hemos criticado a Venezuela y sus aliados de populismo construido sobre la exportación de combustibles fósiles, y la necesidad de que Colombia se separe de esa dependencia, estamos hablando de mundos diferentes. Ellos en el mundo de los prohijadores del cambio climático, nosotros en el mundo de quienes luchamos contra él.
La propuesta de separarse de los combustibles fósiles implica pensar una América Latina no centrada en cómo exporta altos precios de petróleo, carbón y gas, sino en cómo construye ramas productivas en la agricultura, industria y alrededor del conocimiento intensivo. Es una visión completamente diferente y no es ni de las viejas derechas ni de estas izquierdas, que no lo hicieron. Es un nuevo progresismo latinoamericano, que rompería el papel de América Latina en el mercado mundial como simple exportador de materias primas, pero que ya lo han hecho otros países (como China, Corea, el sudeste asiático) y les ha ido bien.
Ahora, creo que hay un post capitalismo naciendo, que no tiene que ver con el socialismo del siglo XX, que está afincándose en las luchas de la humanidad contra el cambio climático, y que tiene que ver con la salida del mercado de unos bienes esenciales de la producción, la informática, el conocimiento, y la energía limpia. Si usted junta eso, ya no tiene precio ni valor mercantil, sino que está ya en un mundo productivo completamente diferente al del capitalismo.
En México AMLO logró llegar a la Presidencia, a pesar de que hubo una fuerte campaña en su contra, incluso diciendo que iba a convertir a México en la Venezuela del Norte. ¿Por qué allá sí ganaron las fuerzas progresistas y acá no?
Ellos lo han intentado varias veces y fracasaron, es un tema de insistencia. En México fueron creciendo: venían de un Partido Revolucionario Institucional (PRI) que nunca cambiaba nada, peor que el Frente Nacional colombiano; en México ha existido una revolución agraria que no ha existido en Colombia, así como un proceso de industrialización muy fuerte que nunca se produjo en Colombia.
Por tanto, hay una modernidad cultural mayor en varios sectores de la sociedad mexicana en comparación con nosotros. Pero independientemente de las diferencias, poco a poco los mexicanos fueron rompiendo esos esquemas: primero, el monopolio del PRI; segundo, volviendo más pluralista su sociedad, y tercero, los sectores progresistas fueron avanzando incluso con sus divisiones. Recuerden que Cuauhtémoc Cárdenas también ganó las elecciones y se las robaron. La primera vez que López Obrador ganó las elecciones también se las robaron. Hasta que al fin, el núcleo suficiente de la sociedad mexicana llegó a la conclusión de que dada la crisis de esa vieja política hay un mejor camino, y López Obrador ganó.
Lamentablemente no sucedió eso al mismo tiempo acá. Hubiera sido muy interesante para América Latina y para el mundo, porque el eje México-Colombia-Brasil, el principal desde los puntos de vista productivo y poblacional de la región, habría sido un cambio histórico. Pero Colombia le falló a esa posibilidad histórica. ¡Se dará, no sé si conmigo o sin mí, pero se dará! Porque ya nos acercamos lo suficiente. Se sintió el sabor de poder ganar, de la posibilidad de una victoria dentro de la sociedad.
En campaña, Iván Duque ha dicho que retirará a Colombia de la Unasur, ¿qué impacto puede tener esta decisión en la región?
Desintegrar a América Latina. Es lo que siempre ha querido Estados Unidos, moverse en un mundo disperso de países latinoamericanos sacando ventajas de todo tipo. Y el papel de Colombia debe ser el de ayudar a que América Latina, aún con las diferencias que siempre existirán, mantenga la integralidad, la integración, porque esa es la manera de defenderse en el mundo.
Note que apenas Inglaterra sale de la Unión Europea, llega EEUU para configurar un bloque con ellos. Aprovecha la desintegración europea para sacar ventaja económica. Eso no debería suceder en América Latina. México, que siendo de América del Norte siempre ha estado ligada a los circuitos suramericanos, hoy podría dar un paso de defensa de la Unasur contrario al que da Duque. Habría que ver.
Duque también abrió la posibilidad de que el Estado colombiano reconociera a Jerusalén como la capital de Israel. Usted en cambio ha apoyado la causa palestina…
Yo he defendido los derechos palestinos desde que soy un jovencito. Incluso en tiempos del M-19 tuvimos amistad con Yasser Arafat y con un mundo árabe que pensaba en república de libre democracia. Eso ya ha cambiado completamente, pero aún hoy, en medio de la campaña, me lleva a pensar que no hay otra opción en Medio Oriente más que la paz.
Hoy las fuerzas más democráticas en Medio Oriente se están moviendo en Siria, en Palestina, son una detente contra una especie de fascismo árabe, o más bien islámico, muy nutrido por la exclusión juvenil de descendientes árabes en Europa, que son europeos, pero que siendo excluidos terminan involucrados en una violencia ciega, negra, que trata de destruir la idea panárabe, republicana y democrática. Resistentes a eso existen en Palestina, y sigo pensando que si eso cae, se puede caer también la idea de una democracia mundial.
Finalizan ocho años de la era Juan Manuel Santos, en los que indiscutiblemente el país dio un giro considerable en muchos ámbitos. Brevemente, ¿cuál es su balance de la administración saliente?
Fue un gobierno tímido que perdió su popularidad y que terminó siendo blando y derrotado por la extrema derecha. Dar un paso audaz como lo ha sido el proceso de paz con las Farc tenía que ser acompañado de pasos enfocados hacia la transformación económica y social del país. Pero Santos no fue capaz de ligar la posibilidad de acabar con la guerra, con la posibilidad de transformaciones sociales y políticas.
Se habría podido convertir en un gran transformador, pero la timidez política genera unos vacíos que terminan siendo llenados por esa extrema derecha, al punto que pueden terminar con la obra de Santos: el proceso de paz.