Manuel Carreño, el venezolano quien enseñó buenos modales a latinoamericanos y españoles
“Un caballero siempre debe ponerse de pie y cederle su asiento a las damas”
Mi abuela, que era una mujer implacable si de modales se trataba, solía disparar esta frase durante los almuerzos familiares cuando llegaba alguna tía de forma inesperada.
También tenía otras balas en su arsenal de la cortesía por si me llevaba un dedo a la nariz, hablaba mientras masticaba o ponía un codo sobre la mesa.
“¡A este niño le falta su manual de Carreño!”, remataba.
Ese tal Carreño era la biblia de los buenos modales para las abuelas de América Latina.
Cómo portarse en la mesa, cortejar a una dama, bailar, aplaudir, tocar la puerta y hasta llevar un ataúd.
El famoso manual, escrito en Venezuela, reunía reglas estrictas para casi todo.
Si hoy cumpliéramos cada uno de sus principios, antes que vernos como gente refinada, podrían acusarnos de machistas, clasistas o ridículos.
¿Es que acaso los buenos modales han pasado de moda?
Alguna vez vi a un tipo romperle la nariz a otro que le estornudó en la cara.
Fue una pelea brutal sobre un autobús en marcha que terminó con camisas rotas y salpicadas de sangre, y que pudo evitarse con la simple cortesía de cubrirse la boca.
ÉXITO EDITORIAL
El profesor, músico y diplomático venezolano Manuel Antonio Carreño, decidió empezar su riguroso libro de urbanidad explicando que “sus prescripciones tienden todas a la conservación del orden y de la armonía entre los hombres”.
En otras palabras, sin buenos modales, viviríamos en permanente conflicto.
Publicado en 1853, el “Manual de Urbanidad y Buenas Maneras para Uso de la Juventud de Ambos Sexos” se convirtió en un éxito inmediato en el mundo hispanohablante.
Incluso el gobierno español, que había perdido sus virreinatos pocas décadas antes, incluyó el manual entre sus libros escolares.
“La etiqueta es una tarjeta de presentación”, señala Frieda Holler, especialista peruana en comportamiento social y protocolo.
“Muestra el nivel de educación, cultural, profesional y social de la persona que la practica”, agrega para BBC News Mundo.
Para cuando Carreño murió en el exilio, en 1874, su libro contaba con más de veinte reimpresiones.
Durante las siguientes décadas, las editoriales agregarían nuevas normas e incluirían el uso de inventos que el autor no llegó a conocer: el auto y la radio.
Fue uno de esos manuales, corregidos y exagerados, el que llegó a manos de mi abuela.
Carreño y las pelotillas de miga
“Jamás empleemos los dedos para limpiarnos los ojos, los oídos, los dientes, ni mucho menos las narices. La persona que lo hace excita un asco invencible en los demás”.
Carreño no aconsejaba. Él daba órdenes.
El autor enumera sus principios de urbanidad como si nos entregara las tablas de la ley.
“Los vellos que nacen en la parte interior de la nariz deben recortarse cada vez que crezcan hasta asomarse por fuera”.
Página tras página se suceden los que él considera leyes incuestionables que debemos obedecer si queremos salvarnos de la condena.
Y ese infierno es, por supuesto, el rechazo social.
“Hay personas que al eructar acostumbran soplar fuertemente hacia un lado; lo cual es añadir una circunstancia todavía más repugnante al acto mismo”.
Sin duda, muchas de las normas de etiqueta del siglo XIX, especialmente aquellas sobre el aseo, la justicia y el respeto, tienen aún vigencia en el siglo XXI.
Sin embargo, el manual también abunda en pautas que se alejan del sentido común y se acercan a la frontera del absurdo.
“Quienes sin tener disposición ni conocimientos necesarios toman parte en un baile, no hacen otra cosa que servir de embarazo y de incomodidad a los bailadores hábiles”.
Otras reglas cruzan el límite.
“Evitemos el leer en la ventana, para que los que pasan no crean que hacemos ostentación de estudio o afición a las letras”
Y algunas máximas, seguramente escritas con solemnidad, parecen ejercicios de comicidad involuntaria.
“Es una imperdonable grosería el separar del pan parte de su miga, para traerla entre las manos, formar pelotillas y arrojarlas a las personas”.
Pero el manual de Carreño también deja claro que, en 165 años, un delicado gesto de cortesía puede convertirse en un insulto imperdonable.
¿Libro machista?
El hombre a quien hay que culpar de no poder poner los codos sobre la mesa nació en Caracas en 1812.
Entonces todavía existía el virreinato español, la esclavitud no había sido abolida y las mujeres estaban a más de un siglo de que la legislación internacional reconociera su derecho al voto.
“Las mujeres deben educarse en los principios del gobierno doméstico y ensayarse en sus prácticas desde la más tierna edad”, sentencia el inciso 3 del capítulo XII de su libro.
El machismo y el clasismo eran en aquel tiempo parte natural y aceptada de la sociedad.
“Las atenciones que debemos a los demás no pueden usarse de manera igual con todos. La urbanidad estima en mucho las categorías establecidas por la naturaleza, la sociedad y Dios: así es que obliga a dar preferencia a unas personas sobre otras”.
Leer el manual de Carreño es también viajar a la América Latina del siglo XIX.
“En esa época, la condición social y jurídica de las mujeres era casi la de un infante”, apunta Luisa Kislinger, activista de los derechos de las mujeres en Venezuela.
Kislinger, hoy directora de la ONG Mujeres en Línea, recuerda que en su casa también se citaba a Carreño con frecuencia.
El libro obliga al hombre a ponerse de pie cuando la mujer regresa a la mesa, a tenderle la mano al salir del auto y a cederle siempre su asiento.
Aunque hoy están bajo sospecha, esas reglas de caballerosidad de 1853 siguen siendo populares en buena parte de Latinoamérica.
¿Cuál es el límite entre la gentileza y el machismo?
“La pregunta que tienes que hacer para aclararlo es ¿Me habría portado de la misma forma con un amigo hombre?”, señala Kislinger a BBC News Mundo.
“Si eres gentil solo porque alguien es mujer, ya no es amabilidad sino machismo”, destaca.
Pese a la mirada crítica que hoy le tenemos, Carreño fue un adelantado a su época.
No sólo dedicó su manual a jóvenes de ambos sexos cuando la enseñanza estaba casi exclusivamente orientada a los hombres, sino que se encargaría de independizar a su hija del “gobierno doméstico”, para enseñarle música.
Su nombre fue Teresa Carreño, aclamada como una de las mejores pianistas del mundo.
Ella nació en 1853, el mismo año de la publicación del manual.
“Netiqueta“
¿El celular va al lado del cuchillo o del tenedor? ¿debo postear mis fotos en el gimnasio?
La popularidad de las redes sociales cambió nuestra manera de relacionarnos y con ello también aparecieron nuevos malos modales.
Darle like a tus propios comentarios, arrinconar a tus amigos con invitaciones de juegos, publicar cada intrascendencia de tu vida, nO kuidar la hortográfia o #exagerar #con #los #hashtags se consideran hábitos que atentan contra la etiqueta en las redes o Netiqueta.
“Y el celular tampoco debe estar en la mesa”, agrega Frieda Holler, especialista en protocolo.
“Sólo es permitido sobre una mesa de trabajo“, apunta a BBC News Mundo.
Y es que, aunque el mundo haya cambiado, el principio básico del manual de Carreño sigue siendo el mismo: ninguna comunidad funciona si no hay entre sus miembros reglas de consideración mínimas.
Esto rige en el mundo virtual y en el real. En español o en inglés. En tu país o en otro.
Eso lo supo Manuel Carreño, quien debió dejar Venezuela con su familia en 1862, en medio de una profunda crisis política y económica.
Nunca regresaría.
Coincidentemente, las últimas páginas de su libro, hablan sobre el trato al migrante.
“Quien abandona su patria no cuenta con otra ventaja, ni otros goces que los que le proporciona la hospitalidad de quien lo recibe“, señala.
Para Carreño, no ser generoso con el extranjero que pasaba necesidad, era una vulgaridad imperdonable.