USA. Las masónicas calles de Washington
Buscar en Google Maps la capital de EE.UU. es fijarse en un callejero lleno de líneas rectas en horizontal y vertical y también en diagonal. En un itinerario que es útil para hacer turismo entre blancos edificios de aire clásico ateniense y, a su vez, trazar buena parte de los fundamentos del país y la de sus padres fundadores. Tanto como para viajar incluso entre sus ideas menos evidentes.
Washington D.C., una ciudad pequeña, ordenada y burocrática, sorprende por su historia y su presente. Por un pasado a menudo complejo, otras violento, y las más de veces reivindicativo.
A sólo unas cuatro horas en coche desde Nueva York en un país de tamaño continental, no hay excusa que valga si viajas a la Costa Este. Y aquí el lema de sus matrículas No taxation without representationnos servirá de guía.
Union Station
La mayoría de los viajeros llegan a la ciudad por carretera, mucho más que por avión o tren. Sin embargo, si vienes -como pasa en la mayoría de casos- desde Nueva York, la experiencia de ir a la Pennsylvania Station de la Gran Manzana, bajar a su subsuelo y probar el ‘puente ferroviario’ entre la capital financiera del mundo y la política de EE.UU. te hará conocer Nueva Jersey, la colonial Princeton y la histórica Filadelfia, la industrial Baltimore y en su final la estación de tren que hace de puerta de entrada y presentación de la ciudad que hace honor al primer presidente del país, héroe de la independencia y masón George Washington.
Con una arquitectura algo ecléctica que mezcla reminiscencias clásicas como el Arco de Constantino, las Termas de Diocleciano, suelos y escaleras de mármol blanco relucientes con techos altos y abovedados, varias esculturas de estilo Beaux Arts y todo en un espacio renovado y lleno de tiendas en su interior, visitar la Union Station es una experiencia agradable que además te permitirá gozar de un matutino café americano a muy pocos pasos del (imponente) Capitolio.
Disfruta del frenesí que acompaña a esta infraestructura básica para el despegue moderno del país. Pero también del extenso verde que le hace de entrada y que, visto desde el aire, destaca como uno de los extremos del compás marcadamente masónico que guía a otras muchas esquinas y avenidas de la ciudad. Todo como consecuencia del que fue su urbanista, el masón -como igual lo fueron muchos de los padres fundadores del país, empezando por Benjamin Franklin- y franco-estadounidense Pierre Charles L’Enfant.
El Capitolio
A apenas unos pasos de la estación de tren, siguiendo una de las avenidas planeadas de forma más que racional, rectilínea y algo aséptica por L’Enfant, llegarás al edificio que domina toda visión en Washington D.C., el Capitolio.
Hijo de la independencia del país, cuando tras la Declaración de 1776 en Filadelfia se decidió construir una nueva urbe que hiciera de capital de las trece colonias de la Costa Este que llevaron hasta sus últimas consecuencias el estandarte de No taxation without representation respecto a su metrópoli, el Reino Unido (y hoy esta ciudad lo reivindica para sí dentro de EE.UU.), su existencia responde a intentar sobrepasar los recelos nunca desaparecidos entre los estados fundadores del país. Se buscaban unas instituciones nuevas repletas de complejos y variados equilibrios federales. El Capitolio es su resultado.
De estilo neoclásico, coronado por una gran cúpula en su centro y dos edificios anexos, al norte para dar cobijo al importante Senado o Cámara Alta del país y al sur para englobar la zona de la Cámara de Representantes o Baja, visitarlo sólo requiere un poco de paciencia para hacer la cola. El acceso es gratuito, y se puede recorrer de la mano de un ameno guía local hasta, incluso, estar presente en los habitualmente acalorados debates de la Cámara Baja. Su primera etapa de construcción acabó en el temprano 1800 y, desde entonces, acumula mil y una historias.
Dentro, de hecho, te espera un espacio con un marcado simbolismo, la Rotonda del Capitolio. La sala entre columnas hace de centro del edificio capitalino al ubicarse justo bajo la cúpula que lo corona, y por sus pasillos han caminado presidentes, crisis y decisiones cruciales para EE.UU. o el exterior. También recordados velatorios que traen al primer plano el lado más trascendental de los vaivenes políticos de este joven y liberal Estado.
Además, si se observa a vista de pájaro, no es difícil adivinar que una vez más el complejo destaca como cabeza del masónico compás que dibuja el plano de la ciudad. Tanto que incluso los jardines que lo rodean nos deparan una sorpresa: los caminos dibujan la forma de un atento búho.
Si visitas el edificio, asimismo, no te pierdas la ocasión de conocer la Biblioteca del Congreso. Conectada con el Capitolio a través de pasillos interiores y de una exuberancia arquitectónica difícil de olvidar, en su interior contiene joyas como una de las cuatro copias de la Biblia de Gutenberg, el borrador de la Declaración de Independencia, valiosos instrumentos Stradivarius además de mapas, partituras, tomos y un largo etcétera.
Pennsylvania Avenue
Delante del Capitolio se extiende el National Mall, un muy extenso verde que ha visto de todo: multitudinarias bienvenidas a los recién elegidos nuevos presidentes (y, a veces, con polémicas fotos aéreas que ponen en duda su número de seguidores), protestas, picnics, deporte, paseos…
Sin embargo, evitando recorrer este verde que podremos tocar después, te recomendamos pensar en la hora de comer y, para ello, qué mejor que seguir el camino que recorren los presidentes del país en el primer día de su presidencia camino a ocupar la Casa Blanca. La ancha y rectilínea Pennsylvania Avenue es, a su vez, una de las dos patas del compás que conecta el Capitolio con la sede del poder ejecutivo -la otra sigue la Maryland Avenue y va del Capitolio al memorial a Thomas Jefferson.
En el camino está el interesante Newseum, dedicado al llamado cuarto poder, es decir, al papel de la prensa y del periodismo en la historia del país incluso con la reconstrucción interactiva de los casos más sonados. Siguiendo la avenida, en todo caso, hallarás espacios de memoria, limpios y ordenados, que parecen salir de una maqueta de la Atenas clásica. Edificios burocráticos en un país inmerso de pleno en el siglo XXI entre los que sobresalen las sedes de los Archivos Nacionales, Correos, plazas de homenaje y un muy blanco etcétera.
A su vez, en particular en su lado norte, hay una gran variedad de locales, pubs, hamburgueserías y restaurantes en donde reponer energías. Por ejemplo, el Jaleo, local de tapas del renombrado chef español José Andrés. Pero si este no es de tu gusto, no te preocupes, hay muchos más entre los que elegir.
La Casa Blanca
Tras llenar el estómago, te proponemos seguir por la Pennsylvania Avenue hasta la mítica residencia del hoy presidente Donald Trump y su mujer, Melania. La sede del poder ejecutivo de EE.UU., construída en un estilo que retrotrae a las obras de Antonio Palladio y el Renacimiento, se puede visitar tras concertarlo con una cierta antelación. Sin embargo, también merece la pena acercarse a su valla exterior junto al parque Lafayette y apreciarla como tantas otras veces la has visto en las películas de Hollywood.
Y no sólo eso. Te recomendamos rodearla siguiendo las dependencias del presidente Eisenhower, al oeste de la Casa Blanca, hasta llegar al elípse en el que se ubica un alto obelisco de estilo egipcio en homenaje a George Washington.
Pero ojo, porque una vez más tenemos que retomar la otra guía, la masónica. Pues como por ejemplo Dan Brown destacó en El Código Da Vinci , la construcción reúne cifras que lo llevan al terreno de lo místico: sus sumas, restas y totales en peso, altura, costes de construcción, etc., juegan con el 13, que, como nos recuerdan páginas y páginas de los interesados en el fenómeno, es el número más relevante para la masonería.
El National Mall
Desde este área central y verde, imaginarse la historia del país es casi una obligación. Todo son monumentos que te relatan parte de su historia, la de su origen, como la de su pasado más reciente. Gracias al monumento a Lincoln y a la Unión que se refleja sobre el espejo de agua de su frente. O el monumento a Jefferson y su Declaración de Independencia en una de las esquinas del lago que linda con el ancho río Potomac. O en el cercano monumento a Roosevelt, lleno de recuerdos a la interminable historia nunca acabada de contar de la Gran Depresión, la Segunda Guerra Mundial y los grandes planes públicos de desarrollo que hoy pocos recuerdan (pero la cuenca del Misisipi aún conserva). O incluso retomando los tiempos más recientes de la lucha por los derechos civiles, en el espacio dedicado a Martin Luther King.
Al otro lado, además, sobresale el perfil del Pentágono.
Merece la pena empaparse de los relatos que encierran estos caminos, incluso por las ardillas que salen a todas horas al paso reclamando tu atención, las esculturas que impiden olvidar desastres como la guerra de Corea o de Vietnam o, si se visita con los más jóvenes, por la oportunidad de entretenerse en museos interactivos como -en particular- el Museo del Aire y del Espacio, con naves y aeroplanos incluidos.
A su vez, y si seguimos con las ‘casualidades’ masónicas en una urbe capital de un país en el que de los 23 hombres que declararon la independencia, 21 se sabe hoy que eran francmasones, sólo queda añadir que todo son elucubraciones sobre el significado de las avenidas y calles que atraviesan el National Mall. A ello se añade, a su vez, que la distancia entre la entrada de la Casa Blanca y el memorial a Jefferson es de 1776 metros. O que, desde el aire, el verde te facilita imaginarte, además, un nuevo símbolo: la cruz cristiana.
Cenar en Georgetown
Una vez en el sur de la ciudad, lo mejor es coger el puntual metro. Moderno (toda vez las primeras estaciones, marcadas por el cemento que cubre sus abovedadas paredes, se abrieron en los años 1970), cuenta con pocas líneas, pero es eficiente y limpio y no demasiado concurrido porque, al revés de lo que pasa en Nueva York, esta ciudad se parece más al resto del país y la mayoría de las personas se mueven en su vehículo particular.
Te recomendamos encarar el camino hasta la parada de Foggy Bottom-George Washington University y, de allí, caminar hacia el oeste, poco a poco, por la -nuevamente, ya que atraviesa la ciudad- Pennsylvania Avenue hasta cruzar el ‘riachuelo’ Rock Creek y llegar a Georgetown por la central avenida M. La caminata merece la pena, porque no sólo te acercará al barrio que hace de sede del campus de la Universidad de homónimo nombre, sino sobre todo porque te descubre una bonita zona ajardinada, llena de edificios de gran belleza como el neomedieval (con elementos románicos, góticos e incluso neoclásicos típicos del Renacimiento) del Healy Hall en la sede universitaria o las edificaciones en un claro estilo colonial a lo largo del canal Chesapeake-Ohio. Al atardecer es una vista que te dejará un inmejorable recuerdo, también si te acercas a los modernos complejos en la ribera del río Potomac. El contraste entre la ribera y el interior es evidente, pero no por ello El
Watergate existe
El segundo día lo empezamos cerca de donde lo dejamos el primero. La zona universitaria que rodea la George Washington University nos permitirá disfrutar de un buen desayuno algo más económico que en el centro de la ciudad gracias a los locales que dan servicio a su comunidad académica. Además, una vez allí te será sencillo acercarte a un experimento urbano que, sin embargo, ha pasado a la historia por la trama política a la que dio nombre, primero como noticia, y luego como libro y finalmente película: el complejo Watergate.
Al oeste del campus universitario, limítrofe con el río Potomac, el Rock Creek y Georgetown, el blanquecino Watergate destaca por haber sido, durante años, sinónimo de exclusividad y glamour. De forma radial y dotado con todo tipo de servicios, desde boutiques a piscinas, servicio de hotel a domicilio, etc., fue, desde el principio, lugar de residencia de políticos y diplomáticos. En cambio su devenir lo marcaría, a través de la polémica, el que allí estuvieran las oficinas del Comité Nacional Demócrata y en 1972 se arrestara a varios hombres tras entrar al local para intervenir sus comunicaciones. Era plena época electoral y pese a parecer un hecho aislado, la investigación desde las páginas del The Washington Post llevó a poner en cuestión al mismísimo presidente de EE.UU., Richard Nixon.
Quizá algo venido a menos hoy en día, visitarlo en casi un deber con la historia política del país.
Arlington monumental
Washington D.C. es una ciudad pequeña, seria y burocrática, con edificios oficiales de todo tipo, desde las secretarías gubernamentales a las oficinas de los principales servicios de seguridad: FBI, CIA, la NSA y un extenso etcétera.
Pero si hay algo oficial e imprescindible que visitar, esto es acercarse al cementerio nacional de Arlington, que entre prados con la respetuosa presencia de cruces, estrellas, medias lunas o simples monolitos de mármol hace homenaje a todos aquellos caídos en las diferentes batallas y aventuras del país, sea en una nave espacial, las guerras mundiales y unos puntos suspensivos que continúan todavía hoy.
También lugar de reposo de expresidentes como John F. Kennedy (cuyo espacio apenas lo ocupa una sencilla lápida de piedra oscura decorada con una ‘llama eterna’), llegar a él desde la zona del Watergate es tan fácil como disfrutar de un breve paseo en metro. Las vistas de la ciudad y de los principales monumentos del skyline de la capital (apenas entrecortados por las maniobras de aterrizaje de los aviones que se dirigen al cercano aeropuerto Ronald Reagan) hace que, aunque sólo abra entre las 08 y las 17 horas, merezca mucho la pena recorrer estos caminos que serpentean la historia del país.
El plano de la ciudad
Desde allí lo mejor es dar algunos pasos en dirección contraria a como se llegó a Arlington, para, una vez en la estación de la George Washington University, dirigirnos al noreste de la ciudad por la avenida New Hampshire. Y una vez en el Washington Circle, volver a jugar con el mapa masónico, esta vez en un barrio donde la embajada española nos hace de puerta de entrada.
La zona acoge numerosas instituciones, fundaciones o sedes diplomáticas, y sus avenidas, que merece la pena recorrer con la curiosidad por bandera, dibujan (observadas a vista de pájaro) una evidente estrella de David, con la masónica The House of the Temple como guía al norte (construída como imitación del mausoleo de Halicarnaso, una de las antiguas Siete Maravillas del Mundo) y la Casa Blanca al sur, justo frente al primero y (a que no lo adivinan…) a 13 manzanas de distancia entre sí. No son pocos los que han visto en ello, una vez más, una representación de las ideas masónicas de los padres fundadores de EE.UU.
Te recomendamos caminar con tranquilidad entre calles que, en ocasiones, y sobre todo en tiempos pasados, fueron algo conflictivas. Pero hoy la ciudad es otra y la zona entre Logan Circle y Dupont Circle está repleta de vecindarios considerados monumentos históricos nacionales. A su vez, y muy en particular en torno a la segunda rotonda, hoy encuentran espacio multitud de locales que aúnan lo más diverso de la ciudad, ya sea para comer, como lo será en esta ocasión, como por si se quiere tomar algo a la noche alejándonos del más posh Georgetown.
Arte en el Smithsonian
Se acerca el momento en el que toca decir aquello de, ‘a cada ciudad, su museo’. Y en Washington D.C. esto pasa sí o sí por el Museo Smithsonian de Arte Americano. Abierto hasta las 19 horas, es mejor no tener prisa por descubrir que la breve historia del país tiene mucho por contar, sea desde los primeros retratos de gobernantes como en su arquitectura, ideas, el acoger las obras de artistas globales y un bello etcétera. Visítalo sin prisa. Además, toda vez queda cerca de la zona norte anterior, tendrás la opción de unir esta visita cultural con una posterior versión lúdica de la capital de EE.UU.