“Navegar 100 Mundos”: proyecto que busca cambiar la vida de los niños de América Latina
Cecilia Griffa y Diego Castrillo se fueron a vivir a un barco y desde ahí se acercan a escuelas y comunidades rurales para compartir experiencias de teatro, títeres, música y arte.
Cecilia Griffa y Diego Castrillo a un lado del barco en el que viven en Isla Mujeres, México.
“Mucha gente pequeña en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, pueden cambiar el mundo”, es una frase que se atribuye al escritor uruguayo Eduardo Galeano. La mayoría de la gente se resiste a creer que es posible cambiarlo, pero Cecilia y Diego dejaron absolutamente todo lo que tenían para demostrar que Galeano tenía razón.
Desde su natal Córdoba, Argentina, Cecilia Griffa y Diego Castrillo tomaron cursos de navegación, vendieron todos sus bienes materiales, hicieron cómplices del sueño a sus amigos y familiares, y partieron hacia Estados Unidos en busca del barco adecuado.
“Al mismo tiempo que nos conocíamos ya empezábamos a soñar con la idea de viajar por el mundo y llevar una vida de marineros“, dice Diego desde su nuevo hogar, un barco varado en Isla Mujeres, en el Caribe mexicano.
Al sueño de convertirse en marineros, le agregaron el ingrediente más importante: transformar sus vidas y las de la gente haciendo lo que más les gustaba. Con una formación de años en teatro y con la inseparable guitarra de Cecilia, la pareja de aventureros pensó que el viaje no sería el mismo sin llevar los saberes de la universidad a las comunidades más marginadas.
Así nació “Navegar 100 Mundos”, un proyecto artístico-pedagógico que aspira a tocar las vidas de niñas y niños de escuelas rurales en América Latina.
“Se trata de compartir experiencias de teatro, de títeres, juegos teatrales de expresión, música, arte, con niños y niñas de escuelas y comunidades rurales desde la concepción político-pedagógica de la educación popular”, explica Cecilia en varias notas de voz en donde siempre se complementa con Diego.
La pareja ríe en momentos de la entrevista, y también se pasa el micrófono imaginario, como cuando se le pregunta a Cecilia si el mundo sería otro si más gente se sumara a experiencias como esta.
“Confiamos en que esto tiene un efecto contagioso (…) que estas experiencias que son intensas, distintas o reveladoras puedan contagiarse en sus casas, en sus hogares, en sus propios mundos, en su propia comunidad”, dice Diego.
El sueño de Cecilia y Diego es compartido por sus familiares y amigos, que se sumaron a la propuesta con dinero, haciendo empanadas y regalando masajes y noches en cabañas para una rifa comunal que les permitiera tener un poco más para financiar a los marineros, que cada que tienen el tiempo, los contactos y los recursos, se acercan a alguna escuela a regalar aprendizajes, sonrisas y nuevas posibilidades.
Escuchar a los niños
Rodeada de pescadores y lanchas y con el sonido del viento que se cuela entre su voz, Cecilia recuerda que a los dos les parecía que la mirada, pensamientos y sentimientos que tenían los niños y las niñas sobre el mundo muchas veces no eran escuchados.
La idea de “Navegar 100 Mundos”, explica Cecilia, es darle resonancia a las voces de esos niños que carecen de acceso a pinturas y pinceles, preguntarles sobre su manera de ver el universo que habitan cotidianamente y tratar de hallar su poder transformador en la escuela, la familia, los amigos, su comunidad.
Antes de partir a Florida, EE.UU., para encontrar el barco perfecto —una búsqueda que les tomó seis meses, con pruebas incluidas—, Diego y Cecilia tuvieron su primera prueba en una escuela en Los Algarrobos, Córdoba. Un centro escolar sin luz, ni servicios básicos, pero en donde se divirtieron como niños y plantaron la primera semilla de “Navegar 100 Mundos”.
La pareja no lo sabe del todo —aunque lo desea—, pero esa semilla ha germinado en la vida de una decena de niñas, como las que viven en la Casa Hogar San José de la Inmaculada de Cancún, Quintana Roo.
“Fue algo increíble, algo que no había hecho en todo el tiempo que he estado aquí”, cuenta por teléfono una tímida joven de 15 años llamada Jiromi, quien recuerda la unión que había en el grupo durante aquella visita que hicieron Diego y Cecilia.
Acompañada por la madre Margarita, que le pasa el teléfono, Jiromi cuenta que las actividades de canto, teatro, títeres y juegos hicieron muy felices a las niñas de la Casa Hogar. “Nos dio la enseñanza de que podemos lograr lo que nosotros queremos”, relata la adolescente.
Aprender del otro
“Navegar 100 Mundos” también se trata del aprendizaje del otro, como lo que vivieron Diego y Cecilia al visitar una escuela enclavada en la comunidad de Navil, en Chiapas, en donde aún se habla tzeltal, una lengua indígena.
Cecilia y Diego prepararon las actividades durante varias semanas, pero se toparon con un mundo de realidad y enseñanza. Camino a la escuela, el maestro les dice que los niños “no hablan casi español”.
Entre risas, la pareja cuenta que se quedó congelada. “Gracias a eso fue hermoso también porque nos pusimos mucho más permeables y receptivos respecto a qué es lo que ellos nos devolvían”, dice Diego, mientras Cecilia agrega que aprendieron que “hay muchísimas cosas que por crear y aprender“.
“Sabemos que es algo pequeñito ir a visitar una escuela rural, con 10 o 12 niños, en una ciudad perdida de un pueblo en América Latina. Y alguien podría decir, ‘eso a nadie le importa’, pero quizá para esas personas, hoy niñas y mañana adultas, se abre un universo en ese encuentro“, dice Cecilia.
Sin fecha de vuelta, la pareja que demuestra en cada puerto que Eduardo Galeano tenía razón, tiene a Guatemala como su próximo destino. ¿Hasta cuándo estarán allá? Ni ellos saben, por lo pronto el mar los ha enamorado y los ha convencido de que el proyecto de vida que escogieron los ayuda a cambiar el mundo, incluyendo el propio.