PARAÍSOS. Holbox, el edén secreto de México
La isla que fue refugio de piratas se levanta sobre un bancal de arena blanca a cuyas orillas se abrazan las aguas cristalinas del mar Caribe y el Golfo de México
Aquí cada uno sueña el paraíso como le da la gana. El mío fue durante mucho tiempo un refugio escondido y desconocido al que sigue costando lo suyo llegar. Hay que volar hasta Cancún, circular tres horas por carretera hasta Chiquilá y navegar media hora hasta Holbox. La isla que fue refugio de piratas se levanta sobre un bancal de arena blanca a cuyas orillas se abrazan las aguas cristalinas del mar Caribe y el Golfo de México.
Es imaginar Holbox y se me desprenden las zapatillas, se me hace la boca agua y la punta de la lengua se me llena de sal.
Llegué a esta isla del estado mexicano de Quintana Roo en el 2009, en plena crisis mundial del virus de la gripe A que tuvo su origen en una granja de cerdos de la Ciudad de México. La alerta sanitaria evacuó a miles de turistas de la Rivera Maya. Tras unas semanas trabajando en uno de mis países preferidos me acerqué hasta aquella misteriosa isla de la que algunos me habían hablado en voz baja, advirtiendo de que estaban compartiendo conmigo un gran secreto.
“Es imaginar esta isla que fue refugio de piratas y se me caen las zapatillas, se me hace la boca agua y la punta de la lengua se me llena de sal de mar”
Me contaron que en la isla había un pequeño pueblo de casas bajas pintadas de colores, que las calles eran de arena de playa, que no había más autos que los carritos de golf y que la gente andaba siempre descalza. En Holbox me esperaba Alberto, un español que había emigrado a México y que se había quedado en la isla construyendo palapas, la última para Pablo Milanés y la que entonces era su esposa, Sandra Pérez Lozano
Llegué, me descalcé y me instalé en la que a partir de entonces sería para siempre mi casa, Mawimbi, un pequeño hotel frente a la playa rodeado de un exuberante jardín tropical. Hay una hamaca debajo de una de las palmeras que de tanto usarla ya lleva mi nombre. Allí regreso y me estiro cada vez que necesito recomponerme, curarme, salvarme, descansar o mimarme.
El secreto de este rincón mexicano es que no hay nada más importante que hacer que dejarse llevar
El secreto de este rincón es que no hay nada más importante que hacer que dejarse llevar.
Cuando llegué la primera vez había un solo policía que lidiaba con el único ladrón de la isla. Sus escasos seiscientos habitantes censados (que se multiplican año tras año porque ha corrido la voz y el secreto está cada vez más compartido) han vivido con las puertas y las ventanas de sus casas abiertas. Sin miedo. Confiados. Allí todo el mundo se conoce. Hace años que la dotación policial, como los visitantes y la construcción de nuevos hoteles, se multiplicaron, pero la isla conserva un poder y una energía que la convierte en un rincón especial.
Tras los primeros corsarios llegaron los pescadores que se quedaron a vivir y fundaron la población. Se dedicaban a la pesca de la langosta y del tiburón ballena, que con los años convertieron en uno de los reclamos de la isla. En Holbox se puede nadar junto a los 18 metros que hace uno de los animales más fascinantes del planeta.
En este mi paraíso mi mejor plan es pasear por la playa junto a Gato y Kira, dos de los mejores perros del mundo. Comer en El Barquito la última recomendación de Carmelo y Ornella, y cenar en Los Peleones o El Hornito Argento compartiendo mesa cerveza, tequila y mezcal con Christian y Jevyl.
Aquí cada uno sueña con el paraíso que quiere, el mío sabe a tacos de cochinilla en salsa de chaya con mezcal.