Colombia. Jesús Abad Colorado, el fotógrafo que mejor ha retratado el dolor de la guerra
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En Colombia se firmó un acuerdo de paz con la guerrillas de las FARC que pone fin a una guerra de más de 50 años y que ha dejado al menos 220.000 muertos, siete millones de desplazados y decenas de miles de desaparecidos.
Paradójicamente, para ser una guerra tan larga, no abundan las imágenes icónicas de este conflicto.
El periodista Juan Carlos Pérez Salazar, de BBC Mundo, nos presenta el trabajo del fotógrafo Jesús Abad Colorado López, con quien laboró en los años 90 y argumenta que algunas de sus imágenes pueden convertirse en símbolos de una guerra fratricida.
Jesús Abad Colorado es quizás el fotógrafo que mejor ha retratado el dolor de la guerra en Colombia en los últimos 25 años. Pero esta historia empieza antes de su nacimiento. Y con una foto que él no tomó.
1960. Sus abuelos viven con su familia en la población de San Carlos, departamento de Antioquia, en el centro del país.
Es la época que en Colombia se conoce simplemente como La Violencia, cuando simpatizantes de los dos principales partidos políticos -Liberal y Conservador- se enfrentaban en una guerra mortífera.
Sus abuelos eran liberales en un pueblo conservador.
Una noche la turba entró en su casa, asesinó al abuelo y degolló al menor de sus hijos, un niño. La abuela no quiso alimentarse más y murió de dolor a los cuatro meses.
Toda la familia se vio obligada a escapar hacia Medellín, la capital de Antioquia, y a la región del Magdalena medio. Allí volvieron a vivir la guerra entre los años 70 y 90.
En esa historia y en esa foto en blanco y negro de sus abuelos se hunden las raíces de la violencia actual de Colombia y del oficio de Jesús Abad Colorado.
De la violencia, porque esa lucha bipartidista está en el origen mismo de las FARC y de la guerra que ha azotado a Colombia en las últimas décadas.
En la foto, porque Abad Colorado asumió la decisión de tomar la inmensa mayoría de sus imágenes en blanco y negro.
“Creo que es más respetuoso. El color agrede en situaciones de violencia. El blanco y negro le da más carácter de documento, de duelo“.
El blanco y negro representa otra de las obsesiones del fotógrafo: la memoria. Dejar registro del horror de la guerra. Por eso, muchas veces es el único periodista en viajar a lugares donde se ha cometido una matanza.
Y casi siempre es el último en irse. Porque no le interesa el hecho en sí, sino sus consecuencias. Esas ondas expansivas que genera todo acto violento y que transforma -o destruye- vidas y sociedades.
Eso le ha permitido formar conexiones con las personas y tomar fotos tan íntimas como la de Aniceto, quien vio a su esposa Ubertina desangrarse por una herida de fusil, mientras el ejército y la guerrilla le impedían llevarla a un hospital.
Cuando lo permitieron ya era demasiado tarde. Jesús Abad lo acompañó a llevarla de regreso a casa y registró su profundo dolor.
“Si yo le doy importancia a un ser humano y él entiende mi solidaridad, seguro no hay problemas en tener ese registro, es mi deber de memoria. Soy testigo“, reflexiona el fotógrafo.
Esa es otra de las obsesiones de Jesús Abad Colorado: reflejar a las víctimas.
Jamás exhibe fotos de comandantes o generales, de quienes detentan el poder. Sólo de los combatientes rasos y civiles.
Y muchos de ellos en situaciones difíciles, como el soldado que sobrevivió a una emboscada de la guerrilla en septiembre de 1993 al convoy en el que viajaba, mientras sus compañeros muertos siguen tirados en la carretera.
O este soldado que llora desconsolado porque la guerrilla asesinó a su hermanita de 13 años. Previamente le habían advertido que si no se retiraba del ejército iban a matar a su familia. Sus superiores no le creyeron cuando les contó de la amenaza.
Pero el lente de su cámara ha estado sobre todo enfocado a los civiles, a aquellos que se encuentran en medio del fuego cruzado y que han contribuido al grueso de las 220.000 muertes violentas que, se calcula, han ocurrido en las últimas décadas en Colombia.
Así fue como consiguió fotos tan impresionantes como la del niño que cierra la camisa de su padre, asesinado por los paramilitares en San Carlos en octubre de 1998, el mismo pueblo del que 38 años antes habían huido los familiares de Jesús Abad.
O las iniciales Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) marcadas a cuchillo por paramilitares en el brazo de una joven de 18 años a la que secuestraron y violaron en uno de los barrios pobres de Medellín en noviembre de 2002.
O esta imagen, de tonos bíblicos, de un éxodo campesino en San José de Apartadó, luego de una matanza perpetrada por paramilitares con la colaboración del ejército.
Pero las heridas de guerra no quedan sólo en los cuerpos. También se producen en el paisaje, en las poblaciones.
Como ocurrió en El Aro, Antioquia, luego de que los paramilitares -de nuevo con la complicidad del ejército- pasaran cinco días impunemente allí, torturando y asesinando a 15 personas en la plaza principal, mientras obligaban al resto de los habitantes a observar. Luego saquearon e incendiaron el lugar.
Cuando se fueron los paramilitares, los pobladores abandonaron en masa El Aro.
O el cráter dejado por una bomba arrojada por el ejército durante un operativo en contra de la guerrilla en Río Sucio, Chocó, en el que se les acusó de actuar en conjunto con los paramilitares. La operación dejó al menos 8.000 desplazados.
O los boquetes de bala de fusil en una escuela que quedó en medio del fuego cruzado.
La presencia amenazadora de la guerra casi siempre está presente en las fotos de “Chucho”, como es conocido el fotógrafo entre sus amigos.
Como en esta imagen, donde un grupo de paramilitares vigila desde las montañas a la ciudad de Medellín, la capital de Antioquia.
A pesar de que su familia ha seguido siendo víctima del conflicto (un primo fue desaparecido por el ejército, otro murió secuestrado por las FARC) y de que él mismo ha sido secuestrado en dos ocasiones por la guerrilla, otro de sus temas favoritos es la esperanza en medio del dolor.
Así lo representa esta imagen en la que muestra una marcha de habitantes del municipio de Granada pidiendo la paz después de que una toma guerrillera dejara semidestruida su población.
En ocasiones son imágenes íntimas, no épicas, como esta mariposa que se posó en el armamento de un paramilitar (quien aceptó a regañadientes que le tomara la foto, pues creía que cuestionaba su masculinidad).
O el padre que regresa con su hija a su población luego de un desplazamiento de varios meses, producto de un mortífero combate entre guerrilleros y paramilitares.
O estas dos últimas imagenes, con las que cerramos esta historia y que, de alguna manera, encapsulan lo que Jesús Abad Colorado (a quien en Colombia han calificado de “testigo de testigos”), pretende con su oficio: “No olvidar, dejar memoria, hacer duelo, hacer justicia”.
Y proporcionar esperanza.
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Jesús Abad Colorado López nació en Medellín, Colombia, en 1967. Estudió comunicación social en la Universidad de Antioquia. Trabajó en el periódico El Colombiano entre 1992 y 2001. Su trabajo ha sido distinguido con varios premios nacionales e internacionales. Es autor del libro de fotografía “Mirar de la vida profunda” (A gaze at life profound).