Akemi Tanaka: “Hay que aprender a no encajar con elegancia”
, profesora de Chowa, licenciada en Literatura Inglesa y Etiqueta Occidental
Tengo 61 años. Nací en un pueblo rural a las afueras de Tokio y vivo en Londres. Casada por segunda vez, tengo una hija, Rimika (30). La política debe consistir en cuidar al débil y no al poderoso. Fundé la oenegé Aid for Japan, que ayuda a los niños huérfanos del tsunami. Creo en el sintoísmo y el budismo esotérico
Los abanicos de las samuráis
Descendiente de una familia de samuráis que se remonta al siglo XV, siempre fue rebelde, no se conformó con el papel subordinado al que la sociedad japonesa relega a las mujeres. Aprendió a no encajar con elegancia. Por algo los abanicos de las samuráis no estaban hechos de varas de bambú sino de pequeños cuchillos. Cuando nació su hija, se divorció; no quería que fuera educada en la sumisión. Fue denostada por la sociedad, pero lo encajó sin amargura, prestando mucha atención al equilibrio de su propia mente y al del entorno: “Esa forma de pensar, igual que una espada que hubiera permanecido a mi lado, dormida pero preparada en caso de necesidad, es la sabiduría del chowa ”… que arraiga en la tradición pero va más allá de ella. Explica esa filosofía en Chowa (Kitsune).
Dónde se halla el equilibrio?
Evaluar nuestros deseos y necesidades colocándolos al mismo nivel que los deseos y necesidades de los demás es la única manera de lograr una paz auténtica.
Entiendo.
A nivel personal debemos encontrar el equilibrio entre las distintas fuerzas contrarias que nos empujan a lo largo de nuestras vidas.
¿Eso es el chowa ?
Sí, una filosofía milenaria, pero también un conjunto de prácticas que moldean cómo pensamos en nosotros mismos y en los demás. El chowa nos impele a que lo que decimos esté en sintonía con lo que hacemos. Para estar en armonía es muy importante ver el mundo tal como es.
¿Y cómo es?
Maravilloso y cruel. Los japoneses lo sabemos bien, siempre amenazados por terremotos y tsunamis, por eso colocamos nuestros zapatos alineados mirando hacia la puerta.
Por si hay que salir corriendo.
Sí, es un ejemplo perfecto de chowa en acción: debemos estar preparados para afrontar un futuro incierto, aceptar que lo inesperado ocurre.
Dice que los objetos que nos rodeantienen espíritu y sentimientos.
Sí, y por tanto hay que tratarlos como si fueran personas. El sintoísmo, la religión tradicional de Japón, considera que los kami (los espíritus) habitan todo lo que hay en la naturaleza: las montañas, los ríos, la lluvia… Y eso se extiende a los objetos y, por tanto, debemos cuidarlos.
¿Aunque sea un objeto de plástico?
Todo puede albergar un kami porque todo viene de la naturaleza. Mi abuela me decía que incluso había un kami dentro del inodoro. “Si el espíritu del inodoro está contento, me decía, tú también lo estarás”. Los japoneses damos las gracias a nuestra casa cada vez que salimos o entramos.
Hogar, dulce hogar.
Cuidar del hogar, mantenerlo limpio y ordenado, nos ayuda de algún modo a encontrar el equilibrio. Cuando comprendemos lo que nuestra casa necesita de nosotros, aprendemos a vivir presentes dentro del hogar.
¿Y la familia?
Cada miembro debe pensar en sí mismo como parte de un todo. Yo provengo de una familia de samuráis y ese es el espíritu del samurái: sirve a tu familia y sírvete a ti.
¿Podría ponerme un ejemplo?
Para celebrar el nacimiento del nuevo año en Japón, los miembros de la familia se felicitan unos a otros diciendo: “Por favor, sigue cuidando de mí este año”. Creo firmemente en el poder reparador de estos rituales.
En Japón son las mujeres las que llevan las maletas a sus maridos.
En Japón la mujer debe cuidar y obedecer al hombre, vive supeditada a él. Las mujeres no tienen voz, fíjese que Hello Kitty, nuestra famosa gatita, directamente no tiene boca.
Usted se hizo oír.
En la década de los ochenta me divorcié, y eso me convirtió en una paria social. Yo no quería que mi hija creciera creyendo que su vida se limitaba a obedecer y hacer las tareas del hogar, y emigré a Londres, donde inicié una nueva vida.
¿Tuvo que abandonarlo todo?
Me había abierto camino con una academia de inglés, pero en el mundo de los negocios apenas había directivas, constantemente oía a los hombres murmurar con desprecio: “¡Qué hace esta aquí!”, y también a muchas mujeres.
…
Pero cuanto más me enfrentaba a ese tipo de pruebas que desafiaban mi existencia y mi propia voz, más alzaba la cabeza. Ahora, cuando me pongo de pie vestida con mi kimono en una habitación llena de gente, me miran a los ojos y saben que no tengo nada que temer.
Bravo.
El chowa nos enseña que la búsqueda del equilibrio es un proceso activo. La suma de pequeños cambios te lleva a un gran cambio. Pero es esencial aprender a no encajar con elegancia.
Eso no suena muy tradicional.
Una cosa es hacer lo que podamos para que los demás se sientan cómodos y relajados, y otra renunciar a encontrar nuestro propio equilibrio defendiendo lo que es justo.
¿Eso implica alzar la voz?
A las japonesas nos han enseñado que cuando alzamos la voz contra la violencia de género, sobre todo en el ámbito laboral, peligra nuestra carrera e incluso las de nuestros seres queridos. De hecho tenemos un refrán que reza: “Si huele mal, tápalo”.
¿Entonces?
Primero informarse. Yo a las mujeres les recomiendo el documental de la BBC La vergüenza secreta de Japón (2018), sobre el caso de la periodista Shiori Ito. Luego hay que buscar aliados. Nosotros tiene mucha más fuerza que yo.
El 95% de los casos de violencia sexual en Japón no se denuncian.
Shiori Ito fue la primera que se atrevió a denunciar que su jefe, destacado periodista y amigo del primer ministro, la drogó y la violó. Fue muy valiente, recibió muchas críticas y amenazas de muerte; la invité a refugiarse en mi casa en Londres porque es esencial apoyar las causas justas. No te limites a cambiar tu vida, cambia el mundo, porque la injusticia es desequilibrio.