Periodista colombiana
Así lo anunció la entidad desde Paris, Francia
La periodista de investigación colombiana Jineth Bedoya Lima ha sido galardonada con el Premio Mundial de Libertad de Prensa UNESCO-Guillermo Cano 2020 por recomendación de un jurado internacional independiente integrado por profesionales de los medios de comunicación.
“El coraje y el compromiso de Jineth Bedoya Lima, doblemente expuesta a riesgos inaceptables como mujer y como periodista, inspiran un profundo respeto”, dijo Audrey Azoulay, Directora General de la Unesco.
Además, destacó que “necesitamos el trabajo de periodistas profesionales e independientes”.
“La actual pandemia pone de relieve el papel fundamental que los periodistas desempeñan al proporcionar a todos los ciudadanos acceso a información fiable, en algunos casos vital, en situaciones de crisis”, añadió. “También muestra los numerosos riesgos con que los periodistas se enfrentan en todo el mundo en el ejercicio de su profesión”.
El Premio, que está dotado con 25.000 dólares estadounidenses, rinde tributo a una persona, organización o institución que haya contribuido de forma notoria a la defensa o la promoción de la libertad de prensa, especialmente cuando para ello haya corrido riesgos.
Jineth Bedoya Lima estaba destinada al periodismo. Su padre quería que estudiara Agronomía, y también le inculcaron en casa que intentara estudiar Ingeniería Forestal, pero lo suyo siempre fue la escritura, y el ambiente en el que creció le dio suficientes motivos para buscar cómo entender la realidad. Hoy, la vida le devuelve sus esfuerzos al ser reconocida con el premio internacional Unesco Guillermo Cano, por su trayectoria profesional, su valentía personal y su dedicación a exaltar la libertad de expresión.
Nacida en Bogotá en octubre de 1974, desde sus días de infancia oyó a sus padres contar historias de la violencia partidista que los sacó corriendo de su entraña. Su padre, Leonel Bedoya, de origen antioqueño, fue criado en Santa Isabel (Tolima), donde la familia se dedicaba a la minería. Sin embargo, un día llegó la policía chulavita y asesinó a su abuelo Absalón, razón por la cual tuvo que huir del pueblo con su gente hasta encontrar refugio en Ibagué, junto a los demás desplazados. Allá conoció a la joven Nelly Lima, con quien se fue a Bogotá.
Fueron días difíciles porque ella era menor de edad, pero después de superar los perjuicios, la pareja se asentó en el barrio San Carlos al sur de la ciudad y después en la zona de Santa Bárbara, muy cerca al centro histórico de la capital del país. En ese entorno, en una casa situada en la carrera novena con calle tercera, creció junto a su hermana Jenny, tres años mayor. Su padre resultó un hábil comerciante, después fue jefe de personal de la joyería Orient, y la familia encontró la manera de subsistir sin mayores apremios.
Sus días de infancia y adolescencia transcurrieron en el centro de la ciudad, y toda su etapa de colegio la hizo en el distrital Antonio José Uribe que quedaba situado muy cerca de su casa. Pero no era un entorno fácil, ella misma reconoce que en la zona abundaban los expendios de droga y también era un sector donde la seguridad no era una virtud. Sin embargo, esa fue su atmósfera y por eso, cuando empezó a escribir lo que veía, en sus historias aparecieron puertas trancadas a toda prisa o el fuego cruzado entre policías y delincuentes.
Como estaba convenido en familia, cuando ella cumplió 18 años, su padre dejó el hogar, y su madre Nelly tuvo que improvisar un pequeño restaurante donde los principales clientes eran los profesores del colegio donde estudiaban las hermanas Bedoya. Por esa misma época, mientras ayudaba con su hermana con los menesteres del negocio, llegó el momento de la universidad. El sueño de sus padres no se dio, y de la noche a la mañana se vio matriculada en la Universidad Central para estudiar Comunicación Social.
Entonces, su vida tomó otro rumbo. Rápidamente demostró sus condiciones, y encontró compañeros y profesores que le siguieron la cuerda. Ella refiere que fueron muy importantes Alejandro Rincón y el decano Fernando Barrero, pero que quien se convirtió en su mentor fue Jorge Cardona. Con él se inventaron muchas cosas. Hicieron juntos el programa institucional Magazine Centralista y luego, para incentivar las prácticas de los estudiantes, idearon la U en Vivo, con circuito cerrado de radio para la universidad.
Fueron años de periodismo a diario con eficaces prácticas de radio, rarísimos invitados y oralidad sin límites, hasta que llegó el tiempo de saltar a la comunicación profesional. Su debut se dio en 1997, en el noticiero popular Alerta Bogotá de Radio Uno. Un espacio que dirigía Jairo Humberto Rico, pero que se hizo famoso con la locución del médico Cristóbal Américo Rivera. Allá desarrolló sus primeras noticias de orden público, pero también encontró lo que se volvió una razón adicional de su vida: el universo de las cárceles.
En febrero de 1999, Jineth Bedoya pasó a la redacción judicial del periódico El Espectador, donde se reencontró con su amigo Jorge Cardona. Eran los días del proceso de paz del gobierno de Andrés Pastrana en la región del Caguán, pero también de la arremetida del paramilitarismo en todo el país, con un capítulo impune de su incursión en Bogotá. De su trabajo periodístico en la cárcel, derivando las amenazas que después se convirtieron en agresión. El 25 de mayo de 2000 fue secuestrada, torturada y violentada sexualmente.
Después de una dolorosa recuperación, donde la clave fue el ejercicio periodístico y el entorno de la redacción que nunca dejó de acompañarla, en febrero de 2002 cambió de orilla y se fue a trabajar como redactora judicial del periódico El Tiempo, a la sección que dirigía Juan Roberto Vargas, hoy director de Noticias Caracol. De nuevo en su salsa, Jineth Bedoya se reencontró con la cobertura de orden público en una época en la que la guerra arreció. Eran los tiempos de la seguridad democrática de Álvaro Uribe.
De esa época quedaron, además de sus informes periodísticos, sus primeros libros. Los patios del infierno, sobre sus memorias de la cobertura carcelaria; Te hablo desde la prisión, en la misma línea, pero con una mirada contextual sobre la crisis de los penales; y Las trincheras del Plan Patriota, para describir lo que significó la ofensiva militar contra la guerrilla fortalecida por el Plan Colombia. Sus últimos libros de este tiempo fueron Vida y muerte del Mono Jojoy, que no le gustó a la guerrilla; y Blanco neutralizado, sobre el narcotráfico.
Como redactora judicial, permaneció hasta el año 2009, cuando pasó a ocupar la subedición de la sección. Sin embargo, con el apoyo de Rafael Santos y el actual director de El Tiempo, Roberto Pombo, fue cambiando su rol en el periódico. Primero al ocupar el cargo de subeditora del diario, respaldando a su colega y amigo Andrés Mompotes; y después para darle curso a su propósito definitivo: la campaña internacional “No es hora de callar”, que se formó entre 2009 y 2012, y que para ese último año, ya era una realidad.
Ante la demora de las autoridades en mostrar resultados en la investigación judicial de su caso, Bedoya acudió al sistema interamericano y ahora, el Estado tendrá que responder ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos.}
Por la misma época, gracias al impulso que le dio la Fundación para la Libertad de Prensa (Flip) y el activo litigio del abogado Pedro Vaca, el proceso judicial sobre su agresión que venía estancado desde mayo de 2000, encontró respaldo en la Fiscalía de Viviane Morales, y en poco tiempo, una fiscal de derechos humanos logró desatascarlo y convertirlo en un crimen de lesa humanidad, por tanto imprescriptible. No fue un tiempo fácil, porque al reactivarse el proceso, retornaron las amenazas y al zozobra familiar.
Sin embargo, ya ella había quemado las naves y, como lo repetía en su campaña, no era tiempo de callar. La respuesta llegó de incontables organizaciones que respondieron a su convocatoria. En marzo de 2012, el Departamento de Estado de Estados Unidos le otorgó la distinción de Mujer de Coraje (en inglés Women of Courage) que recibió de manos de la exprimera dama, Michelle Obama. En agosto de 2014, el gobierno Santos decidió que el 25 de mayo quedara consagrado como el Día Nacional de la Dignidad de las Mujeres Víctimas de la Violencia Sexual en el contexto del conflicto armado interno.
Desde entonces, convencida de que su vida es el periodismo que ejerce a diario, pero también su campaña para que otras mujeres no callen ante sus victimarios, Jineth Bedoya es una colombiana reconocida en distintas latitudes del mundo. Con su poderosa expresión oral, ha recorrido todos los países de América Latina y buena parte de Europa. Ha pasado por el Congo, Ruanda y Uganda, entre otros territorios, animando a muchas mujeres de violencia sexual a que se decidan a hacer lo único posible: no callarse nunca.
En la actualidad, en un espacio de El Tiempo, hace las dos cosas: el periodismo porque sus colegas de la redacción, comenzando por Andrés Mompotes, le creen y la consultan, y atiende todo lo que tenga que ver con “No es hora de callar”. Hoy la apoyan dos periodistas, Laura Torres y Daniela López, pero más allá de su pequeña nómina, sabe que hay mucha gente en la Flip, o en otras organizaciones de prensa y de derechos de las mujeres, que están unidas a su causa. La misma por la que hoy pelea en la Corte Interamericana de Derechos Humanos (Corte IDH).
“Hoy es un gran día para la prensa colombiana, (…) pero es un gran día para las mujeres periodistas de América Latina. Que este premio haya quedado en América Latina es un reconocimiento a la valentía de periodistas que todos los días cuentan las historias tan terribles, pero también las historias valientes, que ocurren en sus países. Este premio es para cada una de las personas que cree que visibilizar la violencia contra las mujeres y la violencia sexual es la mejor forma de transformar el mundo”, señaló Bedoya durante el anuncio que hizo hoy la Unesco sobre la galardonada.
Durante su intevención, la periodista expresó sentirse emocionada por recibir el premio, que lo calificó como el Oscar del periodismo, y agregó que siempre ha sentido que hace parte del legado de Guillermo Cano Isaza y la familia Cano. “Ha valido la pena levantar la voz y no silenciar los teclados, porque es la verdadera esencia del periodismo”, añadió. Bedoya recalcó en la importancia de que su caso haya llegado a la Corte IDH y refirió que “buscar justicia tal vez es de las peores y más desagradecidas luchas que se pueden emprender, pero, sin lugar a dudas, es la más valiente. No porque lo hagamos por nosotros, sino porque lograr abrir una puerta de justicia significa que miles de personas lo podrán hacer”.