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La batalla” del Pienta no fue mencionada siquiera por la historiografía oficial colombiana y solo recientemente se ha empezado a hablar de ella, obviamente por parte de los santandereanos, a pesar de la evidente y enorme importancia que tuvo en la historia de nuestra Independencia nacional.
El 4 de agosto de 1819, el pueblo de Charalá obstruyó el avance de las tropas españolas que, comandadas por el coronel Lucas González, se dirigían hacia Tunja con el fin de reforzar las tropas realistas del coronel José María Barreiro, que pocos días antes habían enfrentado a las del general Simón Bolívar en Pantano de Vargas, a consecuencia de lo cual se encontraban diezmadas.
Aquel desigual enfrentamiento entre civiles armados de elementos rústicos y sin formación militar alguna, y tropas del ejército español, es conocido como la Batalla del Pienta.
El Pienta es uno de los dos ríos que bañan el territorio charaleño; el otro es el río Táquiza (no confundirlo con el río Cáqueza).
La derrota de los charaleños fue espeluznante, pues los militares españoles persiguieron a sus oponentes quienes, ya en manifiestas condiciones de desventaja, se replegaron hacia el pueblo, donde se produjo la matanza final, que ya había comenzado a orillas del río: trescientos santandereanos aproximadamente fueron masacrados por los invasores que unos años atrás habían dado al traste con la I República “(1810 – 1816).
A pesar del triunfo militar español, la férrea oposición santandereana al avance de las tropas invasoras hizo que, en todo caso, los refuerzos que el coronel Lucas González le iba a proporcionar al coronel José María Barreiro no llegaran oportunamente.
Por ello, el coronel Barreiro hubo de enfrentar a las tropas de Simón Bolívar en el Puente de Boyacá, sobre el río Teatinos, el 7 de agosto siguiente, sin contar con ellos, lo que posibilitó la victoria patriota.
“Charalá tiene muchas razones para reclamar un puesto de honor en los textos de historia de Colombia afirma el abogado, politólogo e historiados santandereano, GERARDO MARTÍNEZ MARTÍNEZ
Para comenzar, a sus indígenas chalalaes, de la gran familia guane, se refiere en términos elogiosos -tanto por la elegancia de su porte como por su disposición pacífica- el cronista Juan de Castellanos”.
“Adicionalmente, en esta ciudad de la antigua provincia del Socorro nacieron tres grandes personajes: el primero fue José Antonio Galán, el más venerado de los líderes comuneros, y el segundo, José Acevedo y Gómez, conocido como el Tribuno del Pueblo por sus palabras incendiarias del 20 de julio de 1810, aquel famoso “si no aprovecháis estos momentos de efervescencia y calor…”.
“El tercer personaje fue Antonio Vargas Reyes, muy probablemente el médico colombiano más importante del siglo XIX. Vargas Reyes fue el menor de una familia de 12 hijos, cuyo padre tomó la infortunada decisión de apoyar la causa realista”.
En Charalá los combates se iniciaron al amanecer del 4 de agosto de 1819, apenas tres días antes de la “cacareada e insulsa” famosa Batalla de Boyacá.
El escenario bélico incluyó un puente entechado sobre el rocoso río Pienta, cuyas aguas van a dar al Fonce primero, y luego al Chicamocha. Más santandereano para dónde. Por aquí -por ese puente- pasaba el camino real para ir del Socorro a Tunja, en su ascenso hacía los elevados páramos que separaban las dos provincias, hoy departamentos de Santander y Boyacá.
Pero antes de seguir con los detalles de esta olvidada batalla, vale repasar la situación política de entonces. La provincia del Socorro llevaba años de opresión y de rebeldía armada; aquí no se veía paz desde la muerte ignominiosa de José Antonio Galán, casi 40 años atrás.
No era en vano que el virrey Sámano hubiera encargado la comandancia del Ejército al curtido coronel español Lucas González. A su mando tenía algunos de los soldados más bien entrenados de todo el virreinato de la Nueva Granada.
Fueron los hombres de González los que capturaron sin dificultad, en su hacienda de El Hatillo, a la reconocida dama Antonia Santos Plata, acusada de ser auxiliadora de las temibles guerrillas de Coromoro. Para los días de esta batalla no había pasado una semana, siquiera, desde su ajusticiamiento en el parque principal del Socorro. La saña de esa ejecución pública atizó sin duda el rencor de las guerrillas, que dirigía Fernando Santos, hermano de la inmolada Antonia.
Por aquel entonces se vivían momentos críticos en los planes de independencia. Los ejércitos de Bolívar habían logrado cruzar, con sus hombres maltrechos, el páramo de Pisba, y se fortalecían con reclutas de la provincia de Tunja. Marchaban ya hacia la capital del virreinato: Santafé de Bogotá.
El principal obstáculo para el avance de Bolívar eran ahora las tropas del coronel José María Barreiro, con quien se habían enfrentado ya en el Pantano de Vargas, diez días antes de los hechos en Pienta.
Tras las serias bajas en el Pantano, ese día 4 de agosto Barreiro esperaba en Tunja impacientemente la llegada de los refuerzos de las tropas del Socorro.
Pero mientras tanto en Pienta los ochocientos soldados españoles de González se estaban viendo a gatas para avanzar hacia Charalá, en su paso obligado en el camino a Tunja. Los estaba enfrentando un ejército de campesinos charaleños. En número impreciso de mil o más, estos labriegos, en su mayoría sin entrenamiento militar, se lanzaron al combate con más valor que armamento.
Machetes, piedras, mazos y hasta puño limpio describen las crónicas de los combates que se libraron primero en medio del río y encima del puente, y luego en el camino de retirada de los ejércitos criollos hacia las calles del pueblo, doblegados por el poderío militar español.
Calle por calle y casa por casa fue cayendo Charalá en manos españolas. Sus soldados, en gran medida humillados por ese ejército de espontáneos, se dio al saqueo. Se cuentan historias horrendas de los abusos de la noche del 4 de agosto. Las mujeres charaleñas, como suele ocurrir en las batallas, pagaron aún más cara su rebeldía. En todo caso, centenares de cuerpos de hombres, mujeres y niños quedaron insepultos por doquier al partir las tropas españolas por el camino de Tunja.
Sí, es cierto; fuimos los criollos, y no los españoles, los derrotados en Pienta. Pero no por eso hay que borrar esta batalla de la historia.
El hecho histórico fue que el coronel González no pudo cumplir su cita con Barreiro. Razón tendrá el ex presidente de la Academia Colombiana de Historia, el socorrano Horacio Rodríguez Plata, cuando afirma en uno de sus escritos:
“¿Qué habría sido del ejército libertador, extenuado después de la batalla del Pantano de Vargas, si en la tarde del 7 de agosto se enfrenta a las tropas de Barreiro aumentadas con las de González? ¿Cuál habría sido la suerte de Colombia si en vez de Barreiro y sus oficiales los prisioneros hubieran sido Bolívar, Santander y Anzoátegui?”.