ncrustado entre las montañas y en el corazón de Santander está San Vicente de Chucurí, tierra que vio nacer al Ejército de Liberación Nacional (Eln) y a su actual comandante, pero que hoy, 56 años después, es la cuna de una generación que a través del arte busca la paz.

Cuenta la historia que este pueblo, conocido hoy por ser la capital cacaotera de Colombia, fue desde el sábado 4 de julio de 1964, el escenario de combates y operaciones desde donde se planeó la primera incursión guerrillera del Eln y se hizo el experimento de ‘sembrar’ en esta región minas antipersona, algo que pocos habitantes quieren llevar en su memoria y que dejó miles de víctimas tras su paso en todo el territorio nacional.

Pero hoy, una nueva generación emergió y aunque con marcas por el sufrimiento que dejó a 9.275 personas desplazadas, a 1.830 asesinadas, a 390 desaparecidas y muchas más secuestradas y torturadas; niños y adultos están empuñando pinceles e instrumentos musicales, “porque con cultura venceremos a la guerra”,  relata con orgullo el maestro Néstor Delgado Angarita, un habitante de San Vicente de Chucurí, municipio que también vio nacer a su abuela, a su mamá y desaparecer a su tío, a quien siguen esperando en casa y por quien hoy exige respuestas.

“Aquí, sobre 1989, descubrieron un lugar al que llamaron ‘hoyo malo’. Era una formación que creó la naturaleza, pero que el hombre la convirtió en la que sería una fosa común de aproximadamente 100 metros de profundidad y 70 de diámetro, donde encontraron restos de personas a las que tiraron vivas desde 1948, época de la que aún los colombianos no nos recuperamos”, dice la historiadora Cinthia Maldonado, quien además detalla que por esto, y por más, Chucurí ocupó el cuarto lugar del departamento con más víctimas de desplazamiento y el sexto con más reclamaciones de tierras.

Foto: Andrés Rojas Foto: Andrés Rojas

“Esta era una zona peligrosa. Nadie podía salir después de las 6 de la tarde porque prácticamente se tenía que dar por muerto o desaparecido. Era algo horrible y siempre nos acostábamos pensando que en cualquier momento iban a levantarnos con alguna tragedia”, relata Néstor Delgado Angarita.

Él es artista plástico, profesor de pintura y gestor cultural. Tiene actualmente 40 años, 22 los ha dedicado a su mayor pasión: la pintura y a enseñar.

Cada vez que habla de su región suspira y, asegura, que tiene un sueño en colectivo: ver una Colombia en paz, tal y como ocurrió con San Vicente que, pese a las adversidades y a los violentos, hoy es conocido por ser despensa agrícola, por producir exquisitos aguacates y porque enclavado en el Magdalena Medio, su gente cada día se acoge más a la cultura.

Desde 1998 ha pincelado las calles del municipio y actualmente no solo tienen su sello, sino el de muchas víctimas que se han unido a un proceso social que “ha aportado para que construyamos un tejido y soñemos en grande, con que la cultura va a mover a todo un país (…) Hemos hecho seis murales que ya son conocidos a nivel nacional, que han sido apoyados económicamente por empresas privadas y entidades públicas y que empezaron a promover las calles como destino turístico urbano con el propósito de que este lugar sea conocido con la nueva historia que empezamos a escribir o a pintar”, añade.

En el pueblo lo llaman profe, maestro y amigo. Convirtió a su casa en un taller de pintura para que los chucureños, incluida su madre, aprendieran a sacar la tristeza y el odio, gracias a la inspiración que solo el arte genera.

Quien visita el municipio no puede dejar de frecuentar sus obras. Una de las más conocidas es ‘Pasos de mi tierra’, un mosaico de todos los colores ubicado sobre unas escaleras en la que aves, cacaotales y mucho amor e historia, se juntan.

“San Vicente de Chucurí necesitaba vida y color, por eso desde hace mucho me apersoné de esa tarea. Pero como un acto de reivindicación social incluimos a familias víctimas de la violencia y juntos estamos trabajando por plasmar no solo sentimientos, sino mensajes”, afirma el maestro Néstor.

Pero en estas tierras fértiles, en las que nació y creció Nicolás Rodríguez Bautista, alias “Gabino”, máximo comandante del Eln, ya no se sienten sus huellas y “con el ideal de borrar todo lo malo estamos llegando a las poblaciones rurales que, alejadas del casco urbano, también merecen involucrarse en los sueños individuales y colectivos por la tranquilidad que necesita Colombia”, puntualiza, esto mientras recita de memoria los proyectos en los que están trabajando con cerca de 200 niños y adultos campesinos.

‘Leyendo para la vida, pintando para la paz’

Con esta idea están llegando a los menores para fortalecer sus habilidades en la literatura, pero no dejan de lado los temas medioambientales, por eso nació: ‘Amiguitos de la tierra’, un colectivo que pretende inculcar la importancia de conservar la naturaleza y cuidar a toda costa la Serranía de los Yariguíes y las especies que viven en este laboratorio al aire libre que, además, es uno de los pulmones protegidos de Santander.

Pero de los aprendices del maestro nos encontramos a uno de ellos. Su nombre es Sandra Mogoyón, tiene 37 años y de alumna pasó a ser una tallerista que actualmente lidera el programa ‘Arteterapia, lenguaje para la inclusión’, en el que apoyan a la población discapacitada de Chucurí, tanto colombiana como venezolana, pues este es uno de los territorios que hoy, en el nororiente del país, alberga a la población migrante.

Sandra concluye con un discurso similar al del maestro. “Recuerdo la guerra, pero valoro la paz que hoy se ‘respira’ en este rinconcito, donde queremos seguir transformándonos en comunidad. Tenemos muchos proyectos y contamos con la fortuna de que todo lo relacionado con la cultura, el arte y la música es gratis. Esto es un lenguaje de paz marcado y que se destaca. Somos un municipio que en algún momento soñó vivir con tranquilidad y hoy, muchos años después, lo logramos. Vengan a conocer San Vicente de Chucurí, el pueblo que le ganó a la guerra”, finalizó Sandra.

Incrustado entre las montañas y en el corazón de Santander está San Vicente de Chucurí, tierra que vio nacer al Ejército de Liberación Nacional (Eln) y a su actual comandante, pero que hoy, 56 años después, es la cuna de una generación que a través del arte busca la paz.

Cuenta la historia que este pueblo, conocido hoy por ser la capital cacaotera de Colombia, fue desde el sábado 4 de julio de 1964, el escenario de combates y operaciones desde donde se planeó la primera incursión guerrillera del Eln y se hizo el experimento de ‘sembrar’ en esta región minas antipersona, algo que pocos habitantes quieren llevar en su memoria y que dejó miles de víctimas tras su paso en todo el territorio nacional.

Pero hoy, una nueva generación emergió y aunque con marcas por el sufrimiento que dejó a 9.275 personas desplazadas, a 1.830 asesinadas, a 390 desaparecidas y muchas más secuestradas y torturadas; niños y adultos están empuñando pinceles e instrumentos musicales, “porque con cultura venceremos a la guerra”,  relata con orgullo el maestro Néstor Delgado Angarita, un habitante de San Vicente de Chucurí, municipio que también vio nacer a su abuela, a su mamá y desaparecer a su tío, a quien siguen esperando en casa y por quien hoy exige respuestas.

“Aquí, sobre 1989, descubrieron un lugar al que llamaron ‘hoyo malo’. Era una formación que creó la naturaleza, pero que el hombre la convirtió en la que sería una fosa común de aproximadamente 100 metros de profundidad y 70 de diámetro, donde encontraron restos de personas a las que tiraron vivas desde 1948, época de la que aún los colombianos no nos recuperamos”, dice la historiadora Cinthia Maldonado, quien además detalla que por esto, y por más, Chucurí ocupó el cuarto lugar del departamento con más víctimas de desplazamiento y el sexto con más reclamaciones de tierras.

Foto: Andrés Rojas Foto: Andrés Rojas

“Esta era una zona peligrosa. Nadie podía salir después de las 6 de la tarde porque prácticamente se tenía que dar por muerto o desaparecido. Era algo horrible y siempre nos acostábamos pensando que en cualquier momento iban a levantarnos con alguna tragedia”, relata Néstor Delgado Angarita.

Él es artista plástico, profesor de pintura y gestor cultural. Tiene actualmente 40 años, 22 los ha dedicado a su mayor pasión: la pintura y a enseñar.

Cada vez que habla de su región suspira y, asegura, que tiene un sueño en colectivo: ver una Colombia en paz, tal y como ocurrió con San Vicente que, pese a las adversidades y a los violentos, hoy es conocido por ser despensa agrícola, por producir exquisitos aguacates y porque enclavado en el Magdalena Medio, su gente cada día se acoge más a la cultura.

Desde 1998 ha pincelado las calles del municipio y actualmente no solo tienen su sello, sino el de muchas víctimas que se han unido a un proceso social que “ha aportado para que construyamos un tejido y soñemos en grande, con que la cultura va a mover a todo un país (…) Hemos hecho seis murales que ya son conocidos a nivel nacional, que han sido apoyados económicamente por empresas privadas y entidades públicas y que empezaron a promover las calles como destino turístico urbano con el propósito de que este lugar sea conocido con la nueva historia que empezamos a escribir o a pintar”, añade.

En el pueblo lo llaman profe, maestro y amigo. Convirtió a su casa en un taller de pintura para que los chucureños, incluida su madre, aprendieran a sacar la tristeza y el odio, gracias a la inspiración que solo el arte genera.

Quien visita el municipio no puede dejar de frecuentar sus obras. Una de las más conocidas es ‘Pasos de mi tierra’, un mosaico de todos los colores ubicado sobre unas escaleras en la que aves, cacaotales y mucho amor e historia, se juntan.

“San Vicente de Chucurí necesitaba vida y color, por eso desde hace mucho me apersoné de esa tarea. Pero como un acto de reivindicación social incluimos a familias víctimas de la violencia y juntos estamos trabajando por plasmar no solo sentimientos, sino mensajes”, afirma el maestro Néstor.

Pero en estas tierras fértiles, en las que nació y creció Nicolás Rodríguez Bautista, alias “Gabino”, máximo comandante del Eln, ya no se sienten sus huellas y “con el ideal de borrar todo lo malo estamos llegando a las poblaciones rurales que, alejadas del casco urbano, también merecen involucrarse en los sueños individuales y colectivos por la tranquilidad que necesita Colombia”, puntualiza, esto mientras recita de memoria los proyectos en los que están trabajando con cerca de 200 niños y adultos campesinos.

‘Leyendo para la vida, pintando para la paz’

Con esta idea están llegando a los menores para fortalecer sus habilidades en la literatura, pero no dejan de lado los temas medioambientales, por eso nació: ‘Amiguitos de la tierra’, un colectivo que pretende inculcar la importancia de conservar la naturaleza y cuidar a toda costa la Serranía de los Yariguíes y las especies que viven en este laboratorio al aire libre que, además, es uno de los pulmones protegidos de Santander.

Pero de los aprendices del maestro nos encontramos a uno de ellos. Su nombre es Sandra Mogoyón, tiene 37 años y de alumna pasó a ser una tallerista que actualmente lidera el programa ‘Arteterapia, lenguaje para la inclusión’, en el que apoyan a la población discapacitada de Chucurí, tanto colombiana como venezolana, pues este es uno de los territorios que hoy, en el nororiente del país, alberga a la población migrante.

Sandra concluye con un discurso similar al del maestro. “Recuerdo la guerra, pero valoro la paz que hoy se ‘respira’ en este rinconcito, donde queremos seguir transformándonos en comunidad. Tenemos muchos proyectos y contamos con la fortuna de que todo lo relacionado con la cultura, el arte y la música es gratis. Esto es un lenguaje de paz marcado y que se destaca. Somos un municipio que en algún momento soñó vivir con tranquilidad y hoy, muchos años después, lo logramos. Vengan a conocer San Vicente de Chucurí, el pueblo que le ganó a la guerra”, finalizó Sandra.

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