COLOMBIA. Lucy: guerrillera de las FARC desde los 13 años hasta el 2016, hoy trabaja por la reinserción
Cuando Lucy decidió unirse a las FARC a los trece años, vivía con su abuela, su tía, su hermana y una prima en una cabaña de madera a un par de kilómetros del pueblecito de Mesetas, en el departamento de El Meta, una de las zonas mas calientes de la guerra en Colombia.
“Fuimos a parar al Meta en 1987; habíamos sido desplazados de Cundinamarca (Bogotá) y mi abuela nunca recuperó su tierra”, explica la exguerillera, en una entrevista mantenida en Cúcuta, en la frontera de Colombia con Venezuela.
“Los leñeros nos dieron madera sobrante para construir un ranchito y los mataderos nos regalaban las menudencias para que mi abuela preparase rellenas (morcillas) y empanadas”. Las vendían a los camioneros que bajaban desde Villavicencio, 140 kilómetros más al norte, y quedaban atrapados cuando la carretera se enfangaba, algo que en Mesetas era habitual.
Mesetas tal vez sea un buen lugar para empezar la historia de Lucy –que entonces se llamaba Yese-nia–. Porque, 23 años después de que ella abandonara el rancho de su abuela para caminar dos días hasta el campamento de las FARC en la montaña, el municipio fue escogido para celebrar la entrega de las armas de la guerrilla. Y en esta zona de Meta también han caído desde entonces 16 excombatientes de las FARC, abatidos por paramilitares o por otros exguerrilleros que han vuelto a tomar las armas.
¿Por qué decidiría una niña de 13 años incorporarse a la guerrilla en la tercera década de la cruenta guerra colombiana? “Crecí en una familia muy golpeada por la violencia”, responde. “Varios tíos míos se fueron para la guerrilla. Mi mamá también. A ella la mataron cuando yo tenía seis años; no sé cómo”.
“A los 13 años uno no tiene mucha conciencia política, pero al ranchito de mi abuela llegaban muchas veces el ejército y la policía. Y siempre venían en ese son de mal trato. Abrían las puertas a patadas. Éramos solo mujeres. A mi tía, un día la encañonaron. Eran tiempos de buenos y malos y esos, para mí, eran los malos”, recuerda. “En cambio, cuando pasaba la guerrilla por allí la situación era diferente; eran amables, pedían agua o comida. Muchas eran mujeres y parecían mujeres independientes. Así que decidí irme y me fui”.
Lucy llegó al campamento guerrillero cuatro años después del ataque militar contra Campo Verde, la sede del comando central de las FARC en las montañas, a 20 kilómetros de Mesetas.
No se fía del Gobierno de Iván Duque, pero tampoco de los líderes de la guerrilla que han retomado las armas
“Después de Campo Verde era necesario moverse constantemente, máximo 15 días en un lugar, a veces solo un día es lo que me tocó a mí”, explica. “Construíamos tiendas de gaudua ( bambú); usábamos hornos al estilo vietnamita. Me dieron un arma, primero hecha de madera para que pesara menos; luego una de fabricación soviética”.
Pese a la vida de nómada, Lucy estudiaba. “Nos levantábamos a las 4.50 de la mañana. Recogíamos el equipo y, después de un café, ya ibas a clase”. La lectura colectiva variaba, desde el famoso manual de estrategias militares El ser guerrero del libertador , obra del exgeneral colombiano y azote de la guerrilla Álvaro Valencia Tovar, hasta la novela de realismo socialista Así se templó el acero , del ruso soviético Nikolai Ostrovski.
Luego vendría Marx. “De entrada no se entiende a Marx tan fácil. Sobre todo cuando uno tiene 14 o 15 años, pero entendí de forma intuitiva la idea de la plusvalía; el materialismo histórico fue más difícil porque mi abuela era muy religiosa”, recuerda. “Habia mucha lectura de elección individual también; nunca fue un adoctrinamiento”.
Pese a la férrea disciplina guerrillera, había música y baile. “Yo me sentí feliz; teníamos muy poco, media pastilla de jabón y un rollo de papel higiénico al mes; hubo momentos de mucha tensión y miedo, pero con los compañeros nos hacíamos la vida tranquila, tuve un novio ya a los 14 años”, dice.
La guerra se afrontaba con profesionalidad. “En los primeros combates me temblaba todo el cuerpo y el temblor no me dejaba disparar. Disparé 30 tiros sin apuntar”.
Las mujeres fueron aumentando su presencia en las FARC hasta constituir el 40% de los combatientes. Pese a las normativas que prohibían tener hijos, Lucy se quedó embarazada de su compañero guerrillero en el 2000. Fue precisamente cuando cayó prisionera. “Fue en Boyacá, nos dieron plomo muy duro, mataron a dos muchachos, capturaron a cinco y a mí también. Yo tenía 19 años y estaba embarazada de cuatro meses”.
Una vez puesta en libertad, Lucy mandó a su hija a vivir con su tía en el Meta y regresó a las filas de la guerrilla, donde hizo la formación de enfermera. Su comando emprendió una larga marcha de seis meses desde el Meta hasta Catatumbo, en el sudeste del país. En esos años, grupos paramilitares controlaban una región de intensivo cultivo de coca. “Conocimos la crueldad de esa gente; decapitaban a las personas y jugaban a fútbol con las cabezas” . Tras el acuerdo alcanzado entre el presidente conservador Álvaro Uribe y los líderes paramilitares en el 2005 , el ejército entró en Catatumbo. “Poco después me agredieron en combate. Fui a atender a unos heridos y cayó una bomba muy cerca, casi me quedé tuerta. Tengo una esquirla en este ojo”.
Conoció la crueldad de las milicias narcos: “Decapitaban a la gente y jugaban a fútbol con sus cabezas”
Tras una serie de intentos de negociar la paz con la guerrilla –uno de ellos bajo el propio gobierno de Uribe, que desde entonces ha hecho todo lo posible para sabotear el actual acuerdo–, Lucy participó en las reuniones de las FARC para elaborar un programa mínimo con el que dejar las armas. Cuando finalmente se acordó la paz en La Habana en septiembre del 2016, se dirigió a una de las 22 zonas en las que los guerrilleros de las FARC debían agruparse para dejar las armas. “Iba en coche al lugar de reagrupamiento cuando el ejército me detuvo y me metieron en la cárcel con una condena de cuarto años”. Finalmente logró el indulto.
Ahora Lucy se dedica a apoyar la reinserción de las FARC en la vida civil y participar en la estrategia política del partido que lleva el mismo nombre. Pero no se fía del Gobierno de Iván Duque. Y tampoco apoya a los líderes de las FARC que han vuelto a tomar armas. “Lo primero es estar vivo, y luego, tener la posibilidad de expresar lo que uno siente”.