La farsa.

Por César Augusto Almeida R. (KEKAR)
La farsa, ser farsante, es una de las más ruines actividades humanas cuando se asume para el engaño, la alevosía, la cobardía; en fin, para causar daño en beneficio propio. En otra acepción, llevada a las artes escénicas, ya es elevarla a un grado de esteticismo que la ennoblece, la posiciona en el podio y en el lugar que se merece pues transmite jocosamente y desde un escenario mensajes ejemplares para la autorreflexión.

La ingratitud, la envidia , el egoísmo y la hipocresía son otras alimañas monstruosas que se nos incrustan en el alma y nos ponen a caminar torcido y en la dirección contraria al bienestar común.

Todos tenemos un poco de esos pecadillos mortales pero hay muchos que cargan sus farsas  como una medalla al pecho de sus desverguenzas; sobre todo esa casta pérfida de encantadores de serpientes tontas, como son los politiqueros de oficio. Y hasta ciertos políticos que posan de ser propietarios de una trayectoria profesional registrada y que entonces creen tener derecho a una patente de corso para seguir deambulando entre su clientela zorombática hasta el fin de los siglos.

Ahí tenemos un eterno ejemplo del farsante en toda su majestad: el exsenador Uribe.

Ahora se ha dedicado, muy sibilinamente, como las serpientes cazadoras, a publicar en las redes fotos de paisajes y pueblos en una actitud de romanticismo patriótico que no posee. Es puro lucro electoral lo que persigue haciéndoles creer a sus incautos seguidores que él ‘ama la patria’ y entonces muestra panorámicas bucólicas con sus nombres, de lugares y pueblos que nunca ha conocido para acabar de convencernos de que él no tiene esa alma dura, inconfesable, pútrida que siempre le hemos conocido.

‘Démosle el voto a quien él diga. Cómo nos conoce y cómo nos ama’ es su fin último como respuesta a su falsa postura de amante incondicional de un pueblo al que ha masacrado como un vengador anónimo.

Alberto Uribe Sierra, su padre, fue asesinado por sus malas andanzas y su hijo luchó por hacerse al poder del Estado para utilizarlo como retaliación, como venganza y no como servidor de la ‘patria’ y desde ‘ las colinas de la historia’ como repitió en su discurso de posesión.   

He ahí la farsa en su más pura manifestación.

¿Queremos más de esa clase de personajes siniestros, estafadores de almas buenas, tan sombríos como su propia cara?

No, pero la mayoría gana.

Y la mayoría es bobalicona, tontarrona, – los que no votan son los peores de esta cofradía-y en consecuencia escoge a los mejores farsantes del rebaño. Cae en el engaño embebida, tan absorta que no se no da cuenta de que se está ahogando en sus propias babas. Se traga el anzuelo con una mosca artificial como carnada y hasta la punta de la caña.

Perdemos todos.

Felices días.

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