NERUDA en Colombia
A mediados de 1943 se anunció la llegada de Pablo Neruda a Colombia. Venía como invitado oficial del presidente Alfonso López Pumarejo. En el Aeropuerto de Techo, donde aterrizó en septiembre de ese año en compañía de su esposa Delia del Carril, la Hormiga, además de los poetas de Piedra y Cielo acudieron a recibirlo Roberto García-Peña, Fernando Charry Lara, Jaime Posada, Pedro Gómez Valderrama, Daniel Arango, Maruja Vieira y Jorge Regueros Peralta, entre otros.
Un mes después, Neruda viajó de la Estación de Arauca, cerca de Manizales, a Medellín por vía férrea. El río Cauca, paralelo al viaje de Arauca a La Pintada, brama a su lado. Neruda dice: “Hoy he venido acompañado del río más humano de América Latina. Me hablaba, me susurraba, me sonreía, me gemía, levantaba sus voces acuáticas y luego se extendía y volvía a serenarse para que sus aguas se volvieran despojo de la luminosidad de la tarde”. En la estación fue recibido por una numerosa delegación, entre quienes se encontraban los jóvenes escritores, poetas y artistas que se aglutinaban alrededor del suplemento Generación de El Colombiano: Otto Morales Benítez, Belisario Betancur, Carlos Castro Saavedra -talentoso seguidor de Neruda y luego su amigo en Chile y en Europa Oriental-, Rodrigo Arenas Betancourt y Manuel Mejía Vallejo. Estaba de paso por Medellín Jorge Artel.
En dos ocasiones COLOMBIA le negó la visa: una, bajo el gobierno de Laureano Gómez y otra, en 1956, bajo la dictadura militar, cuando quiso llegar hasta Popayán para hacer entrega del Premio Stalin de la Paz a don Baldomero Sanín Cano, que entonces contaba noventa y cinco años de edad. Vino en su lugar el poeta colombiano Luis Vidales (1904-1990), quien vivía exiliado en Chile y era amigo y correligionario de Neruda.
Entre los autores que más lo impresionaron en su adolescencia hay tres colombianos: Jorge Isaacs, José Asunción Silva y José María Vargas Vila.
Neruda escribió un bello prólogo al libro Fusiles y luceros, del poeta antioqueño Carlos Castro Saavedra.
En el Canto general, Neruda exalta valores humanos y geográficos de Colombia. Al Tequendama lo llama “hilo de soledades, línea celeste, flecha de platino”. “¡Oh Colombia! Defiende el velo de tu secreta selva roja”.
A Manuela Beltrán y a los Comuneros del Socorro los llama “primeras, pesadas semillas que incuban en la noche hostil, la insurrección de las espigas”.
Su relación con Colombia fue intensa y fecunda. Además de los poemas del Canto general, en los que alude a Colombia en distintas épocas, hay líneas como lucecillas asombrosas en las que la patria nuestra brilla entre la fosforescencia de las letras:
¿Cómo podías, Colombia oral, saber que tus piedras descalzas, ocultaban una tormenta de oro iracundo; cómo, patria de la esmeralda, ibas a ver que la alhaja de muerte y mar, el fulgor en su escalofrío, escalaría las gargantas de los dinastas invasores?
Finalmente, de su última estancia en Colombia, la que lo gratificó con devotas audiencias en la Academia Colombiana de la Lengua y en la Universidad Nacional y lo entristeció con la muerte de un guerrillero solitario llamado Ciro, escribió:
Nada me apartará del corazón verde de Colombia… Mi poesía seguirá celebrándote, Esmeralda. Luego el Museo de Oro Precolombino: con sus máscaras, collares, caracoles, mariposas, ranitas refulgentes. Nuestra América enterrada vive aquí acusando a sus cristianos crucificadores. Y su orfebrería milagrosa no tiene voz: es un callado relámpago de oro. Ojalá hubiera, a la salida del Museo, un gran cuenco de oro para dejar nuestras lágrimas…
Canto General