Pedirle peras al olmo. Antonio Caballero. 2/9/2015
Otra vez el gobierno se da de narices en su empeño por obtener el permiso del senador Uribe para hacer la paz con las Farc. El argumento suena patriótico: es necesaria “la unidad nacional” frente al tema de la paz. Aunque le quita algo de su aroma ‘nacional’ el hecho de que quien lo formula es el embajador de los Estados Unidos, en cuya residencia se realizó la reunión del senador Uribe con el jefe de la delegación de paz en La Habana, Humberto de la Calle. Esa benévola mediación del embajador, que el gobierno agradece, a mí me parece injerencia indebida en los asuntos internos de Colombia. La misma que han tenido desde hace 60 años los Estados Unidos en esta guerra que vivimos, de la cual han sido auspiciadores y financiadores con variables pretextos: la contención del comunismo en el hemisferio, la Doctrina de Seguridad Nacional, la guerra contra la droga, la defensa de los derechos humanos.
Así que de patriótico no tiene tanto. Pero es además un argumento idiota. No puede haber ‘unidad nacional’ frente a la paz porque Uribe no quiere que haya paz. No por elevadas razones de principio, como pretende, sino por mezquino interés personal: la paz le quitaría a él todo su protagonismo y a su partido toda su justificación. Repito lo que escribí aquí mismo hace dos meses:
“Es con el uribismo con quien no se puede negociar la paz, porque no la desea. A Uribe y a los suyos electoralmente no les conviene ese logro del país, y sí les sirve su fracaso. Y no les interesa que se llegue a ella: para ellos, la guerra es mejor negocio”.
Por lo demás, y como era previsible dada esa premisa, la reunión de De la Calle y Uribe en el terreno neutral (?) de la Embajada de los Estados Unidos resultó un fiasco. Salió todo ilusionado De la Calle a contar que “en un ejercicio netamente democrático” se había reunido con Uribe “para expresar opiniones y también oírlas, oír reparos, que recibimos con todo respeto, aclarar informaciones equivocadas y oír propuestas”. Y al instante saltó Uribe con su habitual talante de alacrán ponzoñoso para advertir que rechazaba todas las propuestas oídas, y que persistía en las suyas de siempre: “La reforma que anuncia el gobierno (para implementar los acuerdos) deroga la Constitución Nacional para favorecer a las Farc. Quieren cambiar la estructura institucional para legislar con criminales. Con la integración de las Farc al Congreso se aprobará todo lo acordado, y con todo aprobado no habrá consulta popular. Para qué hablar de refrendación popular, habrá imposición. Es un golpe de Estado al pueblo y a la democracia”. Y expuso sus exigencias: una Asamblea Constituyente, “que es convocada por los ciudadanos”. La rendición sin condiciones de las Farc y la reclusión de sus combatientes desarmados “en sitio con vigilancia”. Y “la necesidad del alivio judicial a miembros de las Fuerzas Armadas”, justificada por “la histórica transparencia democrática de nuestra institución armada”.
Dice Santos, refiriéndose a Nicolás Maduro, que no acepta payasadas ni mentiras. Lo cual está muy bien. No debiera aceptarlas tampoco de Álvaro Uribe.
Pero las acepta. Es más: las solicita. A través del ‘superministro’ Néstor Humberto Martínez hace unos meses, a través del embajador Whitaker ahora. Para que, cada vez, Uribe responda “dándole en la cara, marica”, como diría él mismo. Y con el más insignificante gesto de cortesía del payaso senador se encandila de ilusión, para volver a recibir bofetadas. Así le pasó hace un par de meses, cuando se colgó de una frase amable dirigida a De la Calle en el Senado para convencerse a sí mismo de que por fin Uribe se había resignado a la paz. Ojalá no le pase lo mismo ahora con otra frasecita, también en apariencia amable, al negarse a apoyar la noción de censura contra la ministra María Ángela Holguín: “Porque uno ve que la canciller hoy, con la ayuda de la doctora María Emma mejía, trata de rectificar la política internacional”. ‘Rectificar’: es decir, retrotraer esa política a la de buscapleitos que Uribe practicó en sus tiempos y hoy imita a Maduro en Venezuela, hecha de patrioterismos, mentiras, insultos y agresiones. Y “con la ayuda” de la embajadora ante la ONU María Emma Mejía. La misma que, como tal vez recuerde algún lector, entregó hace tres años la Secretaría de esa Unasur que Uribe detesta dando un asombroso parte de satisfacción por el deber cumplido: “Dejo un continente en paz”.
A ver si de una vez Santos, y su gobierno, y la prensa, dejan de creerle al mentiroso de Uribe sus frases de cortesía y le toman en serio su obsesión, que consiste en oponerse con uñas y dientes a que haya paz en Colombia. A ver si de una vez Santos recuerda, como le pedía yo aquí el 12 de julio pasado, que el presidente de la República no es Uribe, sino él.
Esribió para la Revista Semana: ANTONIO CABALLERO HOLGÍN, el 2/9/2015