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Una grave accidente de tránsito como el ocurrido en Gaira (Santa Marta), sucedió hace 24 años aquí en Floridablanca, en el sector de Cañaveral.

Carolina Ladino perdió a su padre, a su madre y a su hermana menor.

Ella, en dos relatos, da su versión de lo que vivió y cómo asumió la situación, así como un tierno recuento de su familia.

«Hace casi 24 años, yo viví del lado más difícil un suceso parecido al de Gaira en Santa Marta, un borracho acabó con la vida de mi mamá, papá y hermana menor. Este señor atropelló a 8 personas, incluida yo.

Salíamos de misa, caminábamos por el andén y un señor que tomó una mala decisión al conducir borracho, no solo expuso la vida de los transeúntes, sino también la de su esposa e hijo que lo acompañaban ese día.

Perdió el control del furgón y se metió a la acera por la que íbamos caminando, nos atropelló a todos… en medio del caos el señor se fugó y apareció 3 días después en Medicina Legal. No hubo castigo pues ya en su sangre no había rastros de licor.

Mi abuela, a quien hoy agradezco su decisión, nunca se preocupó porque el señor fuera a la cárcel, ya eso no nos devolvería a mi familia. Ni el nombre de esa persona sé, cosa que me ha dado paz. Pues no he tenido miedo de llegar a conocerlo».

Una historia de amor

En su twitter Carolina escribió hace un par de años esta historia de su familia.

«Hoy le dedicaré mi #Tbt a mis papás, es por eso que les voy a contar la historia más bonita de amor que hayan podido leer. Ellos son mi mamita y mi papito, se conocieron en los años 70, mi papá estudiante de ing. Civil de la UIS, mi mamá estudiante de Administración de Empresas de la Unab en Bucaramanga.

Se conocieron pues los dos vivían en la misma cuadra del barrio La Aurora. Mi papito un hombre romántico de esos que llevan serenatas con guitarra a la ventana y mi mamá una completa enamorada del amor, de esas que soñaba con el príncipe de hadas…

Mi papito llevaba varios días echándole ojo a mi mamá, una mujer de piernas largas y delgadas, muy elegante, él más bien hippie de la época, con pelo largo y pintas exóticas, pero muy bohemio, cogía su arsenal de boleros y junto a mis tíos la perseguían a donde ella iba, para darle serenatas, no importaba el lugar.

Ella se derretía cada vez que eso pasaba. Además, súmenle envíos de cartas, poemas, versos, flores… Obviamente cayó derretida y se enamoraron.

No he conocido un hombre que ame más a su mujer que mi papá. Después de varios meses de noviazgo mi mamá quedó embarazada; tenía 20 años así que como hombre responsable mi papá le pide que se casen pero a escondidas… era el 19 de agosto de 1977, sus mejores amigos fueron los testigos del matrimonio realizado en la iglesia del Divino Niño de Bucaramanga.

Vivieron cada uno en sus casas hasta que la barriguita de mi mamita empezó a asomarse. Se llegó el momento de contarle a sus familias… los dos terminaron su universidad y se lanzaron a la aventura de hacer crecer su familia. 19 años pasaron casados, nació mi hermano el mayor, después yo y para 1987 mi hermana Silvia, la menor».

Mi papá era un fiel enamorado de su esposa y de sus dos hijas. No puedo explicar el amor tan grande que él sentía por mi mamá, por mi y por mi hermana y obvio el de nosotras hacia él.

Era tanto así que mi conexión con él hacía que sintiéramos a la distancia cuando el otro estaba mal.

Se llegó la fecha que más odio en mi vida, pero que más me ha enseñado, el 15 de febrero de 1998 un borracho nos arrebató la vida en un segundo, en un accidente muy confuso perdió la vida y mi mamá y mi hermana.

Mi papá logró llegar con vida a la clínica al igual que mi hermano y yo, la única consciente de todo lo que pasaba aunque no entendiera nada… Dos días transcurrieron entre funeraria y clínica para mí, visitando en la UCI a mi papá, en una habitación a mi hermano que había perdido temporalmente la memoria y en la funeraria a mi mamá y mi hermanita.

Nadie entendía por qué mi papá seguía con vida, estaba totalmente destrozado por dentro, pero para mí, mi súper héroe se quedaba apegado a mi. Yo le pedía que no me dejara, yo era una niña de 14 años a quien nadie le explicaba su situación real, y una niña que esperaba que su papá saliera caminando nuevamente de esa clínica y siguiera siendo mi gran papá, pero los médicos que sí lo entendían hicieron saber a mis tíos que a lo mejor su amor hacia mi no lo dejaba irse.

Cuando yo le hablaba y le pedía que no se fuera, sus ojitos miel que ya no podía ver derramaban lágrimas y eso me hacía saber que me oía.

Mi abuelita y mi tía le hicieron saber que cuidarían de mi hermano y de mi, que se fuera tranquilo a descansar, que fuera tras su gran amor, esa que una vez ante el altar, estoy segura que cuando les dijeron ‘hasta que la muerte los separe’ ellos dijeron: ¡NO! este amor jamás se acaba.

Hoy, son mis ángeles celestiales y soy feliz de tener mi ejército propio en el cielo. Un amor que traspasó fronteras y que ni la muerte logró separar».

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