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UNA MATANZA QUE QUEDÓ IMPUNE EN EL ESTADIO ALFONSO LÓPEZ: LOS MUERTOS Y HERIDOS DE HACE CUARENTA AÑOS EN EL PARTIDO DE FÚTBOL BUCARAMANGA-JUNIOR

Hoy nadie parece recordar la matanza de hace cuarenta años, por parte del ejército en el estadio, Alfonso López, cuando un piquete de soldados disparó a las graderías, para disipar los disturbios de hinchas furibundos por el arbitraje errático de un tal Peña, que llevó a que arrancaran las mallas que separaban la cancha de las tribunas, en el trámite del partido entre El Atlético Bucaramanga y el Junior de Barranquilla.

La pregunta que todo el mundo se hacía, y aún se hace hoy por parte de las víctimas de aquel fatídico 11 de octubre de 1981, ante el horror de la noticia dando vueltas en los medios nacionales e internacionales, es por qué dieron la orden de disparar, si la barahúnda propiciada por la hinchada se hubiera podido apaciguar con medidas diferentes al uso de las armas

De todas maneras, la imprudente orden dejó cuatro muertos y treinta heridos, y pudo haber sido más lamentable, si se observa que muchos padres de familia veían el partido con sus hijos menores de edad, y pudieron haber muerto y aún no se precisa si no pocos de esos niños, ante la desbandada provocada por las balas, fueron dados por desaparecidos.

Bien podía tipificarse esta matanza como una caso de lesa humanidad, pues contra quienes disparó el ejército eran civiles sin armas, y además muchos de los heridos y los muertos, no estaban participando de los desmanes,

Por este tiempo declinaba el mandato del presidente Turbay Ayala, que caracterizó su gobierno por la fuerza, las torturas en las caballerizas de Usaquén, en el respaldo de su famoso “estatuto de seguridad” pues no se explica de otra manera, el uso de la fuerza de las armas a un acto, que requería una medida más policiva, que de represión, pues no se trataba de facciosos o insurgentes los involucrados.

Ahí queda esa mancha de un 11 de octubre de 1981, en el Alfonso López, en la historia de las represiones violentas, que dejan ver el espíritu de un gobierno amparado, no en la civilidad, sino en la fuerza, al amparo del famoso Estatuto de seguridad.

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