Verónica Alcocer García, esposa de Gustavo Petro
Nació en Sincelejo, en mayo de 1976 (“las geminianas somos así, espectaculares”, me dirá entre risas). La mayor de tres hermanos. Creció entre privilegios, en el seno de una familia de derecha. Su abuelo fue alcalde. Es madre de tres hijos: Nicolás, que tuvo a los 22 años, antes de conocer a su marido; Sofía, de 18, y Antonella, de 14. El 22 de enero abrió su cuenta de Twitter: “¡Me apasiona contar las historias de Colombia! Sincelejana, madre y amiga”, dice en su presentación. En las fotos se la ve encaramada en un árbol bajando frutas; o desfilando disfrazada en las fiestas del 20 de enero en su tierra. O en una playa en biquini. O bailando salsa en Cali. Incluso acaba de ser protagonista de un reportaje ultra fashion para una revista internacional en homenaje a la moda y a las artesanías colombianas. Ni rastro de Petro. Alcocer pide pista, pero sola.
Norte de Bogotá. Once de la mañana. Verónica recibe a BOCAS en el apartamento de una amiga. También la acompaña su jefa de prensa. Viste de negro de los pies a la cabeza. Pantalones ajustados, buzo de cuello tortuga, tacones de quince centímetros y plataforma que se suman a sus 1,71 de estatura. Pelo muy corto, a lo Claire Underwood, la primera dama y luego presidenta de la serie House of Cards. Delgada. Sin maquillaje. Cool.
Dice que se siente “divinamente”. Llena. Plena. Superpreparada para lo que venga. Su tono es alto. Se nota cómoda utilizando expresiones populares de la costa: ‘nojoda’, ‘erda’, ‘muñequiar’; se cruza de brazos cuando le incomoda alguna pregunta. Baja la voz. Cambia el gesto. A veces se va por las ramas. Divaga, da vueltas en círculo y regresa al punto de partida. “Uy, me desvié. Muy, muy, muy, jajaja. ¡Qué horror!”, dice y continúa.
Habla con desparpajo. Y con vehemencia. Sobre todo, cuando se refiere a su proyecto: recorrer el país, radiografiar las regiones, mostrar lo bueno, lo positivo. Centrarse en la infancia y en la mujer. Atacar el maltrato infantil y el abuso sexual. “En este país se necesita una mano amiga, la gente necesita ser escuchada, que haya cercanía. El cargo de primera dama es para servir, no para que lo sirvan a uno”, afirma y promete que, si su marido no alcanza la Presidencia, ella seguirá adelante con su proyecto. “Es que hay que estar en tierra con las botas puestas. Hay mucha desconexión entre Bogotá y las regiones. Es como un corto circuito”, sostiene.
A Gustavo Petro lo conoció en el año 2000, en Sincelejo. Acababa de ser madre soltera y estaba intentando cursar la carrera de Derecho por tercera vez (nunca la terminó). Él llegó a la Corporación Universitaria del Caribe (Cecar) a dictar una conferencia sobre referendo. Se suponía que Verónica lo recibiría. Pasó veloz. Solo lo oyó pronunciar “qué ojos tan bonitos”. Cuando habló, ella se quedó impresionada. Le fascinó su discurso. Un amigo de Petro los acercó. Él tenía 39 años y tres hijos de dos mujeres anteriores: Nicolás, con Katia Burgos. Y Andrea y Andrés, con Mary Luz Herrán, excompañera de militancia en el M-19.
Gustavo y Verónica se casaron en Bogotá en diciembre de aquel 2000. Todo fue muy rápido. Se la habían pasado hablando por teléfono y viéndose esporádicamente durante casi seis meses, hasta que se dieron cuenta de que iban en serio. Verónica temió lo peor el día que presentó a Petro ante su papá. Al fin y al cabo, don Jorge Emilio Alcocer (fallecido en el 2012) era un tipo de clase alta y de derecha, del partido Conservador, un abogado que idolatraba a Álvaro Gómez y que seguramente no vería bien que su hija anduviera con un exguerrillero. Pero Petro lo deslumbró. Se adoraron.
Verónica Alcocer toma mucho tinto y Coca-Cola zero. Lleva un régimen especial de alimentación. Le gustan “desde la ópera hasta el reggae” y la música de plancha: De Yuri a Amanda Miguel pasando por Juan Gabriel y Miguel Bosé. Hace ejercicio cuando puede. No permite que Antonella utilice redes sociales y duerme “como una bendita”. Está convencida de que llegó el momento de su esposo.
Aquí la cosa es servir. Y si Dios y la vida disponen que Gustavo no va a ser presidente, yo no voy a dejar de ayudar
¿Qué la hace pensar que esta vez sí?
Mi intuición. Tengo ese don que Dios me regaló. No te lo puedo explicar, porque los dones no se explican. Pero está. Es fuerte. Yo oro mucho, soy supercreyente, un milagro vivo de Diosito, porque me ha salvado de muchas.
¿De cuáles?
De 20 años de amenazas. Pero también me tragué una varilla infectada. Una varilla pequeñita superinfectada que estaba en un pedazo de carne o de patacón. Me hicieron endoscopia y de vaina la endoscopia no me terminó de rasgar el esófago. Iba para traqueotomía. Un milagro. Y así te puedo contar miles todos los días. Yo veo a Dios y a mi Virgencita en todos lados, siempre está con nosotros. Soy una mujer que cree y está llena de mucho amor, la verdad.
Tengo entendido que viene de una formación muy tradicional y religiosa. Es producto de su familia.
Es producto de mi fe.
Pero en su casa la educaron así…
En mi casa y en el colegio. Mi mamá también es una mujer que tiene una fe infranqueable. Y mis abuelas. También mi abuelo, pero lo he visto más en las mujeres de mi casa. Y el colegio, un colegio franciscano con unas monjas alemanas maravillosas que no sabían sino prestar servicio a la comunidad.
Ha contado que quiso ser monja.
Quise ser monja porque me encantaba el servicio y me encantaba orar. Iba al oratorio con las monjas y me parecía lo máximo. Mi papá pensaba que estaba (hace gesto con la mano), que no estaba tan bien. Bueno, duré un tiempito con mi idea, como dos añitos. Como de los trece a los quince.
Hasta que se enamoró y le partieron el corazón.
Nombe, no me lo partieron. Los amores sanos te dejan más enseñanzas que rupturas. Fue una relación muy estable, muy larga, muy bonita. Tengo buenos recuerdos. Y luego conocí al papá de mi hijo. Y luego a Gustavo. Y ya.
Fue madre soltera a los 22.
Fui una mamá joven y feliz. Me encanta. Ahora ya terminé prácticamente todas mis labores de madre. Bueno, estoy terminando, me queda Antonella, que tiene catorce. Entonces ya me puedo dedicar de lleno a ayudar en lo que toca. Yo digo que los tiempos de Dios son perfectos.
Un tuit de la actriz Margarita Rosa de Francisco saludaba su estilo y el hecho de que se estuviera saliendo de ese “insípido rol”. Para usted ¿en qué consiste ser una primera dama?
El rol de la primera dama siempre ha estado marcado un poco por las funciones del Estado. Tienes que hacer esto o aquello, te encuadran. Pienso que una persona que tiene un cargo de ese tipo tiene que marcar la dirección de qué es lo que quiere hacer y con qué es lo que cuenta para ayudar.
Pero no es un cargo oficial…
Hay una oficina y hay un cargo. Hay muchas cosas por hacer, sea o no sea oficial. La agenda me la marco yo, pero sobre todo me la marcan las necesidades de la gente. Desde una perspectiva de ciudadana del común y corriente he visto ese rol supremamente distante. Creo que hay que estar en contacto con la gente para escucharla y canalizar lo que claramente necesita.
¿Hay alguna primera dama que sea un referente para usted?
Extranjera, Michelle Obama. Me parece que fue muy cercana a la gente, muy capaz, sencilla en su trato y en sus maneras. Y de Colombia… Ana Milena (Muñoz, la esposa de César Gaviria), porque estuvo muy vinculada al sector cultural, una línea que yo también quiero tocar.
¿Qué ha encontrado en su periplo por el país?
He visto pobreza extrema, muerte, opresión, falta de oportunidades; gente desesperanzada, pero también con esperanza. Violencia a todo nivel. Si nosotros somos indolentes con lo que les pasa a los otros colombianos, entonces nosotros también participamos un poco de eso, no estamos muy bien como sociedad. Tenemos que perdonarnos, reconciliarnos, sanarnos. Con amor, se sana.
¿Dónde empieza esa sanación de la que usted habla?
Adentro. Si tú estás bien, si estás plena, si estás llena de Dios, del mensaje de la Biblia –ojalá todos pudiéramos leer un ratico la Biblia–, podríamos empezar a entrar en la onda del verdadero cristianismo.
¿Qué tuvo que sanar usted?
La muerte de mi papá. Se murió con 69 años y me hace mucha falta. Ha sido de los golpes más duros. Pero como soy tan espiritual, sé que siempre está conmigo.
Mi familia fue siempre de derecha… A mí lo que me gustaba era andar con la gente de la calle
También hay cierta liberación en este nuevo papel que ha decidido desempeñar. Se la ve muy suelta en sus redes. Antes casi no salía a escena. Incluso ha habido un cambio de look total.
Es que yo me dediqué cien por ciento a cuidar a mis pelaos, algo de lo que me enorgullezco. Eso sí, los vestía como unos capullos, con ganchitos y no sé qué. Muñequiaba que daba miedo. Me encantan los niños, muero por un bebé. Pero ya mis chiquis, los dos grandes, están en la universidad. Y Antonella (la pequeña) es superindependiente y responsable. Entonces no tengo que estar cien por ciento en la casa. Ahora viene otra oportunidad. Si yo ayudé a mis hijos, ¿por qué no puedo ayudar al resto del mundo? Aquí la cosa es servir. Y si Dios y la vida disponen que Gustavo no va a ser presidente, yo no voy a dejar de ayudar.
¿Es cierto que quiso lanzarse en las elecciones del 2019 a la alcaldía de Sincelejo? ¿Qué la detuvo?
En ese momento mi marido y yo pensamos en ayudar a la gente de allá a través de la alcaldía, pero desistí porque Antonella estaba muy pequeña. La niña se puso maluca pensando que, si ya al papá no lo ve mucho, a la mamá entonces tampoco. Empezó a tener dolores. Le dolía la pierna, el brazo, el ojo… me llamaron al orden. Yo dije, primero los niños. Pero ahora Antonella está grande, le dediqué el suficiente tiempo. Ahora lo comprende.
Así que eventualmente se vería haciendo política.
Yo estoy haciendo política.
Me refiero a aspirar a un cargo de elección popular.
No lo tengo en mi cabeza. Quiero ayudar en donde esté porque no me ata un cargo. Esa no es ninguna ambición, soy bastante desprendida con ese tema.
Con orígenes tan diferentes, uno pensaría que nadie daba un centavo por su relación con Gustavo Petro.
Nunca hubo esa prevención, para nada. Es que yo tenía mi lado jipisongui. Le daba que hacer a mi mamá [risas]. Ella me quería poner bolso y yo nada, con mi mochila, mi moño y mis chancletas. Tenía mi swing. Me gustaban mucho el teatro, las artes, la música, bailar. Andaba en otra onda, no necesariamente repinchada. Me decían ‘¡péinate!’ y yo contestaba ‘ya estoy peinada’. Me salía del esquema derechoso. Mi mamá quería que yo anduviera todo el día con blower. Ahora está feliz, claro, porque estoy todo el día con blower. Y con cartera.
¿En qué espectro político se ubica ahora?
No tengo espectro político. Solo me ubico en el servicio a la gente. Mi familia fue siempre de derecha y a mí en ese momento me gustaban las banderas, la propaganda. Eso me parecía espectacular. Pero eran cosas de pelao, sin pensar, porque obviamente todos en mi familia estaban ahí. Realmente había algo dentro, pero no estaba muy maduro. A mí lo que me gustaba era andar con la gente de la calle. Iba al club a broncearme porque ajá, vivía lo que me tocaba vivir. Pero también rompía.
Era un poco el prototipo de la ‘niña bien’ costeña.
Yo iba al Club Sincelejo. Mis papás, mis tíos y mis abuelos lo fundaron. Antes había otro club, el Campestre. Mi abuelo y sus amigos decían que a ese había entrado mucha gente y que parecía una caseta. Imagínate ese desastre. Yo no puedo creerlo. ¡Erdaa, qué barbaridá! No se puede tener un espacio cerrado donde no entre gente. Es como vivir en una burbuja que al final se revienta. Son los mismos con los mismos. ¿Por qué esa mentalidad? Porque hay toda una estructura detrás que en mi opinión podría variar. No necesariamente se trata de acabar un club, pero eso de pensar que los que están afuera y no tienen acceso te podrían hacer daño… De todas maneras se crea una división, una barrera entre lo de adentro y lo de afuera.
¿Le afectaba esa división, esa barrera?
En esa época yo tenía un amigo que era negro. Recuerdo que se llamaba Rodolfo. Se casó con una amiga mía. Y claro, no era de la ‘sociedad’. Solía tener amigas fuera del club que ahora lo son de toda la vida. Creo que se trataba de hacer una separación que no es. Y en esa separación empiezan a originarse tantas cosas que no son sanas. Empiezas a notar un muro. Y tengo que decirte que no es tan chévere.
Ha dicho que muchas niñas quedan embarazadas a muy temprana edad por falta de información. ¿Fue su caso?
La información era escasa, tanto en el colegio como fuera. Si la sexualidad la vuelves tabú, imagínate qué pasa con eso. Son temas que tienen que hablarse con los hijos, sobre todo en esta época. Si el padre y la madre no aclaran lo suficiente… Y da igual el estrato, es transversal a todas las mujeres. Lo digo por experiencia personal y de amigas que se quedaron embarazadas por falta de información. La prevención pasa por cuidarse para no llegar a la discusión tan honda y tan profunda del aborto. No es un tema religioso solamente, es humano.
Usted dice que respeta las decisiones con respecto al aborto. La despenalización hasta las 24 semanas ¿qué opinión le merece?
No estoy de acuerdo, me parece un exceso cuando se puede implementar información y prevención tanto a mujeres como a hombres. Pero aclaro que respeto la decisión de la mujer, es cada cuerpo y cada individualidad. Yo no puedo juzgar a una mujer que ha pasado por una violación. Y en cuanto a los tiempos: tengo una prima que acaba de tener una bebé con seis meses de embarazo. La vi luchar para salvar a la niña y para que progresara.
Me cuentan que es usted más impetuosa, más comunicativa que Petro. Por lo visto, él es el callado de la familia.
Aquí la que habla, como te has podido dar cuenta, soy yo. Me encanta hablar. Por eso no escribo mucho. Me gusta poco porque mi cabeza va muy rápido y el proceso de escritura es bastante más lento.
Todas las primeras damas van a la playa. ¿Pa’ qué esconderse? Uno es lo que es. Todas han estado en el mar y en vestido de baño. Mi pregunta es: ¿por qué no?
¿Lee?
Me gusta leer de muchos temas, pero sobre todo libros que me dejen un mensaje de crecimiento. Leo mucho a Joe Dispenza. Habla de la energía cuántica, de todo lo que uno atrae cuando vibra en ciertas ondas. Yo intento no estar siempre en modo persecución, porque ese es el modo para la supervivencia. La meditación y la oración ayudan.
¿Medita?
Oro, oro mucho. Tengo mi propia oración, pero antes o después siempre hay un Padre nuestro, un Ave María y un Gloria al padre. Mínimo.
La religión católica lleva implícita una carga de mucha culpa.
No. La han enseñado así, pero no es culpa. Cuando escuchas todos los días la palabra te das cuenta de cómo el mensaje está mal dado. Por eso digo que la Iglesia tiene responsabilidad en que tanta gente esté lejos o que actúe de manera equívoca.
¿Nunca le pesó la religión?
Un poco, pero solté hace mucho tiempo. Eso se quedó en el pasado.
¿Qué carga llevaba?
La de la sexualidad, sobre todo. Incluso la exploración del cuerpo de la mujer. Muchas mujeres no viven su sexualidad como toca porque había mucha represión en ese tema. Había y hay.
¿Qué más ha soltado?
Todo lo que me ataba, lo que no deja crecer y estar en paz. Lo que no te deja dar amor.
¿Dolió?
No. El crecimiento es maravilloso. Los dolores están hechos para que aprendas, no para que te quejes. El parto duele. ¿Y no vale la pena?
Con epidural no duele.
Yo tuve a mis hijos sin anestesia.
¿Perdón?
La primera vez que me pusieron anestesia no me funcionó. El parto de Nicolás, el mayor, me dolió terrible. Pero yo vi esa aguja, que parecía de vacunar ganado y pensé: ‘esto no me lo zampan ni muerta, no me la vuelvo a dejar poner nunca, esto no es conmigo’.
Tal vez es que usted es más sensible al dolor emocional que al físico.
No, yo soy gallinísima. Cobarde. Cada vez que tengo dentista, me duermen.
La esposa Gustavo Petro asombró a su público con sus pasos de champeta.
Vuelvo a esa actitud de posible primera dama. Miro sus redes y me sorprende encontrarla en biquini con pareo, en la playa, con una cerveza en la mano.
No era una cerveza. Era aceite de coco.
Parecía una cerveza light. El caso es que algo así no lo habíamos visto. Las primeras damas –o las que aspiran a serlo– suelen mantener un perfil más bien discreto. ¿No le preocupa exponerse tanto?
Todas las primeras damas van a la playa. ¿Pa’ qué esconderse? Uno es lo que es. Todas han estado en el mar y en vestido de baño. Mi pregunta es: ¿por qué no?
Claro, claro. No digo que sí ni que no. Pregunto cómo lo maneja. ¿Es esa también una forma de romper paradigmas?
No. Esa soy yo. Supernatural. En esa isla yo estaba haciendo un documental sobre el aceite de coco, precisamente. No fue que estaba posando. ¿De qué manera iba a ir vestida?
Como quiera, por supuesto. Mostrarlo en redes es otra cosa.
La foto me pareció espectacular. Yo no le pongo nada de tinte a eso, absolutamente nada. Yo soy yo. Así. Como Verónica Alcocer.
¿Es celosa?
Ahora no. Recién casada, sí. Estaba muy niña, muy chiquita.
¿Los celos se sanan?
En la vida todo se sana. Imagínate tú un político cada vez más conocido, cómo no se le van a acercar las mujeres. Hay gente que le ha agarrado el miembro a mi marido delante de mí.
¡Vaya!
Sí. Es antipático, no gusta. ¿Pero pararle bolas a eso? No. Cuando tenía celos ponía mala cara, me cambiaba el gesto. Pero ya no. Absolutamente no.
¡Qué cantaleta con lo de la expropiación!, ¡qué cosa rayada que ya nadie cree! Por favor. Petro no va a estatizar nada
¿De dónde salió la versión de que usted golpeó a su marido por celos?
De un golpe que se dio y que le causó un edema. Eso fue estando en la Alcaldía de Bogotá. Pero yo estaba en Estados Unidos. Dijeron que había sido con un tacón, con un florero, con un jarrón. La gente siempre va a hablar. Que hablen. Cuando quieras te muestro mi pasaporte para que compares fechas. Y para que se les acabe el cuento.
De todas las cosas que se dicen de Petro y de ustedes, ¿qué es lo que le molesta más?
No me da ni frío ni calor. ¿Qué tal que le prestara atención a todo lo que la gente dice? ¡Qué cantaleta con lo de la expropiación!, ¡qué cosa rayada que ya nadie cree! Por favor. Petro no va a estatizar nada.
Se llegó a decir que durante la alcaldía de Petro usted era el muro de contención, el primer filtro.
Yo lo ayudaba. Pero ¿cuál filtro? Ay, qué maravilla la gente. A eso se dedican. Y la prensa replica.
¿Qué es lo que menos le gusta de Gustavo Petro?
La impaciencia. Cuando quiere algo, es ya. A veces manda a buscar una cosa y la tiene ahí. Dice ‘¡Las gafas, las gafas!’ y las gafas las tiene delante. O puestas en la cabeza. ¡Qué horror!, ¡ja ja ja!
¿Petro ayuda en la casa?
Cuando tiene tiempo, ayuda. Hace pasta amatriciana, hace sancocho. Le encanta sembrar matas. Y los animales.
¿Cómo se financia su proyecto?
A través de la Corporación de Pensamiento Progresista. El nombre se lo puso una amiga. Nació hace un año. Recibimos donaciones y un amigo que tiene una agencia de viajes me ayuda con los tiquetes.
¿En algún momento su familia apoyó económicamente las campañas de Petro?
No. Siempre han estado al margen.
¿Hay algo que a usted le quite el sueño?
Nada me quita el sueño. Ese es otro de los regalos que Dios me dio. Soy la bendita más bendita. Todos tenemos cosas que nos preocupan, miedos, pero todo lo resuelvo de día. En cuanto pongo la cabeza en la almohada, hasta la mañana siguiente. Después de 22 años ya no tengo miedo a las amenazas. Tengo precaución con la seguridad de las niñas, pero no vivo con una angustia permanente. En este país nadie debería vivir con miedo. Nadie.
¿Me equivoco si le digo que es un poco torbellino, huracán?
¡Ja ja ja! Propio de la personalidad geminiana. No son ideas tuyas. Esa soy yo. Mi papá era así también. Dejamos huella.