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La vida de Echeverry, abogado de la Universidad de Caldas, se podría partir en dos: antes y después de su paso por la Registraduría. En ella trabajó 26 años, entre 1982 y 2008, suficientes para enterarse al detalle de los procesos electorales que más tarde se encargaría de vigilar

Desde una oficina que él mismo bautizó como “Fábrica de reclamaciones”, y con más de cien personas a su cargo, Álvaro Echeverry, un manizaleño que trabajó durante 26 años en la Registraduría y conoce al dedillo los procesos electorales, fue el encargado de recuperar los votos por el Pacto Histórico en cerca de 30.000 mesas, y –de paso– alertar a los otros partidos sobre los errores de la Registraduría. ¿Cómo lo logró?

En junio de 2021, Roy Barreras concertó una reunión entre Álvaro Echeverry y Gustavo Petro con el fin de convencer a Petro de que Echeverry era la ficha indicada para vigilar los votos del Pacto Histórico en las elecciones de 2022. 

Echeverry desplegó entonces una presentación de 16 páginas en las que estaban consignados algunos interrogantes que le habían quedado de los comicios de 2018. El principal era que, en las mesas en las cuales se registraron votaciones por arriba del promedio habitual (200 personas por mesa), el favorecido había sido el candidato Iván Duque. Durante años, Echeverry se había tomado la tarea de calcular, cronómetro en mano, cuántos minutos tardaba una persona votando. Llegó a la conclusión de que cada votante se tomaba entre dos minutos y dos minutos cuarenta segundos. En diez minutos, votarían máximo cinco personas; en una hora, 25 personas, y en ocho horas –que dura la jornada electoral– unas 200, siempre y cuando hubiera una afluencia permanente de votantes. 

Echeverry le dio ejemplos específicos a Petro de casos que le llamaron la atención. Uno de ellos fue en una mesa en Pamplona, Norte de Santander. En esa mesa las personas no solo votaron por encima del promedio de los dos minutos (lo habían hecho en un récord de 48 segundos), sino que, además, el 85 por ciento de las personas que votaron tenían entre 60 y 108 años de edad. 

Municipio por municipio, y mesa por mesa, Echeverry le fue presentando a Petro las irregularidades que había detectado en 2018 y la posibilidad de que en muchas mesas, en donde, curiosamente, el favorecido era Duque, hubiera habido más votantes de lo que físicamente era posible.

“No eran opiniones, eran datos que se podían sacar de la misma información que emite la Registraduría” –dice Echeverry–. No análisis desde hipótesis, sino con documentos oficiales”.

La presentación fue suficiente para convencer a Petro de que Echeverry era el hombre que buscaba para fiscalizar para el Pacto Histórico las elecciones de 2022. Solo que, para hacer el trabajo, se necesitaba plata. Mucha plata. Tanta, que Roy Barreras terminó por admitirlo:

“La mitad del presupuesto lo hemos dedicado a la campaña; la otra mitad, a vigilar las elecciones”.

Fue así como en enero de 2022, Echeverry consiguió que el Pacto Histórico le garantizara 3.500 millones de pesos para armar un piso completo en el centro de Bogotá, dotado de digitadores, agentes call center, abogados, ingenieros desarrolladores y varios profesionales más. Y fue en esa oficina, con capacidad para unas 100 personas (tienen otra en la que hay 60 personas más), donde su equipo detectó que en el preconteo del 13 de marzo para Senado había cero votos por el Pacto Histórico en 29.425 de las 112.900 mesas que tuvieron los comicios electorales. 

“Hasta ahí no había ninguna irregularidad”, explica Echeverry, un hombre de ojos verdes, de no más de 1.60 metros de estatura y a quien, según Yamile Saba, su asistente de confianza, “nunca se le ve triste”. La posible irregularidad se dio cuando halló que los partidos Conservador y Liberal, colectividades con votaciones similares a las del Pacto Histórico en 2018, habían tenido apenas un 4 por ciento de mesas en cero a nivel nacional en las elecciones legislativas de este año. “Eso sí constituía una irregularidad o, cuando menos, una alarma mayúscula”.

a vida de Echeverry, abogado de la Universidad de Caldas, se podría partir en dos: antes y después de su paso por la Registraduría. Allí trabajó 26 años, entre 1982 y 2008, suficiente para enterarse al detalle de los procesos electorales que más tarde se encargaría de vigilar. De ser supernumerario y hasta fotógrafo, logró convertirse en director nacional del censo electoral, gracias, entre otras cosas, a los buenos oficios de Aurelio Iragorri –por ese entonces secretario privado de la registradora Alma Beatriz Rengifo–, con quien entabló una amistad que ha perdurado hasta hoy. También perteneció al sindicato, donde tuvo sus primeros acercamientos a la política.

Mientras trabajaba en la Registraduría, sufrió uno de los episodios más dramáticos de su vida: el secuestro, hace diez años, del avión HK3951 de Aires por parte de las Farc, que terminó en el rapto del exsenador Jorge Gechem Turbay. Eran tiempos convulsionados que lo obligaban a dar instrucciones a los funcionarios regionales de guardar los pliegos electorales en cantinas de leche para que los guerrilleros no los confiscaran. “El otro truco –cuenta riendo– era sugerirles que se guardaran las actas de escrutinios entre las huevas”.

Cuando Juan Carlos Galindo asumió la jefatura de la Registraduría, en 2007, Echeverry comenzó a sentir que sus tiempos en la entidad estaban contados. Tras renunciar, decidió apoyar la campaña al Senado de 2010 de Aurelio Iragorri Hormaza, padre de quien había sido su jefe y su amigo en la Registraduría. Ese mismo año, hizo parte de la campaña presidencial de Juan Manuel Santos por la Presidencia de la República. 

Pasó por el Fondo Nacional del Ahorro y otras entidades públicas hasta que Iragorri, como ministro del Interior de Juan Manuel Santos, lo nombró director de Consulta Previa. Luego dio el salto a la Procuraduría General de la Nación, entonces dirigida por el liberal Fernando Carrillo, en la que duró ocho meses, hasta que se dejó picar por el bicho de la política, otra vez por solicitud de Aurelio Iragorri, quien lo convenció de ser secretario general del Partido de la U. Fue allá donde conoció a Roy Barreras, quien más tarde se encargaría de llevarlo al Pacto Histórico. 

 “Yo lo que quería era promover la candidatura de Aurelio Iragorri a la Presidencia de la República, pero declinó. Yo soy un hombre leal. Si hubiera aceptado, estaría con él”. 

El árbitro se metió con los jugadores

Quienes lo conocen de cerca describen a Álvaro Echeverry como un jurista cruzado con ingeniero electoral. Incluso, personas de partidos distintos del Pacto Histórico le reconocen la filigrana con la que fiscalizó los resultados legislativos, armado prácticamente de una registraduría propia.Letrero en la oficina de Álvaro Echeverry

Letrero en la oficina de Álvaro Echeverry

Su estrategia fue vigilar cinco posibles anomalías: la primera, el aumento inusitado de la participación electoral; la segundo, la concentración de votos en un solo lugar; la tercera, la concentración de votos por un solo candidato; la cuarta, la doble imputación de votos a favor de un solo partido en listas abiertas, y la quinta, partidos políticos con mesas en cero. Esta última fue la que le permitió recuperar los 562.000 votos con los que el Pacto logró tres curules más en el Senado: las de César Pachón, Sandra Yaneth Jaimes y Paulino Riascos. 

Al margen de las falencias detectadas, a Echeverry le llama la atención en estas elecciones el cambio de los jurados de votación, el hecho de que la página de la Registraduría se hubiera caído el día de la elección y los errores de lectura del software.

“Por supuesto que hubo errores de los jurados, pero fue el software el que falló en el momento de leer los formularios de registro de los votos”.

En relación con las patinadas del registrador Alexander Vega, Echeverry sostiene que su principal error, como árbitro electoral, fue haberse metido con los jugadores. “Qué bonito es cuando en un partido de fútbol se habla del partido y no del árbitro”, dice. 

La receta del pan

Poster de la oficina de Álvaro Echeverry con los 45 criterios

Póster de la oficina de Álvaro Echeverry con los 45 criterios

Tan metódico ha sido Echeverry en sus pesquisas, que hasta tiene una oficina que lleva el nombre de “Fábrica de reclamaciones”. Y tan claro tenía cómo detectar los posibles errores de la Registraduría, que al lado de su escritorio tiene un afiche que dice: “Determinar en qué puestos y mesas se presentaron votaciones irregulares, analizando 45 criterios de fraude para emitir las reclamaciones oportunamente”.

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