Adiós a Belisario Betancur, mi presidente del ‘Sí se puede’ Un campesino de Amagá quien terminó gobernando Colombia, dejando un legado de paz, humildad y cultura.
Su origen no pudo ser más humilde. Nació en las montañas de Antioquia (4 de febrero de 1923), en la vereda El Morro de la Paila, en Amagá, en una casa de adobe, en la que casi todo escaseaba.
Hijo de un arriero antioqueño, el expresidente Belisario Betancur nunca tuvo recato en admitir que “eran muy ricos”, porque como no tenían nada se consideraban dueños de todo.
El exmandatario conservador (1982-1986), recordado por su campaña del ‘Sí se puede’, con la que puso a soñar a los colombianos con una paz negociada, murió este viernes a los 95 años. La Fundación Santa Fe, en Bogotá, donde había sido hospitalizado, informó que el fallecimiento fue a las 2:32 p. m.
Fiel a su promesa de retirarse definitivamente de la política y de respetar a sus sucesores, pidió expresamente no ser velado en el Capitolio ni enterrado en el Cementerio Central, como lo señala el protocolo . Con esa misma humildad que planeó su adiós, vivió su niñez: “Soy producto de la cultura del café y la arriería, la pedagogía de cafetales y arrieros malhablados, y del maragogipe y el pergamino de mi papá Toño”, decía
Sus padres, Rosendo Betancur y Ana Otilia Cuartas, tuvieron 22 hijos, pero solo cinco sobrevivieron. Él era el número dos y como su hermano mayor (Belisario) falleció, siguieron la tradición y lo bautizaron con el mismo nombre. De hablar pausado y lleno de anécdotas, en varias ocasiones recordó que fue el primero de la familia que logró calzarse zapatos. Ese fue uno de los pocos privilegios que tuvo en la infancia.
Su padre tenía cuatro mulas y se dedicaba a transportar mercancías por las montañas antioqueñas. En esos recorridos, cuando llegaban a las fondas, los arrieros le enseñaron a leer, a escribir y las cuatro operaciones básicas de las matemáticas.
“Me convirtieron en un monstruo, porque a los 4 años sabía leer, escribir y las cuatro operaciones. Eso me destrozó la vida porque me convirtió en el monstruo de la vereda”, recordó alguna vez.
Con estos conocimientos y con apenas 5 años fue recibido en la escuela por la profesora Rosario Rivera, quien no lo podía matricular porque en aquel entonces la edad mínima requerida para recibir a un niño era 7 años.
Él le ayudaba dándoles lecciones a sus compañeros y a cambio ella lo iba adelantando. “Ahí descubrí algo que trazó mi vida: el conocimiento”, recordaba.
Gracias a la influencia de un pariente sacerdote, fue recibido en el seminario de misiones de Yarumal, donde no pudo terminar su educación media por chocar ideológicamente con los religiosos. Debido a esto se trasladó a Medellín.
“Hice de todo” para sobrevivir, anotaba. Trabajó en bares del sector de Guayaquil; incluso, cantaba y tocaba el tiple. Tuvo que dormir en el parque Bolívar. “Yo, el ayudante de arriería, cambié de profesión y me volví chapolero; después cambié a vitrolero: era el que ponía los discos de 68 en una anciana vitrola de cuerda que tenía el perrito de la Víctor; y era el que cambiaba las agujas, era algo así como el cantinero o barman, y el disquero o disc jockey, para decirlo con más elegancia”,
Finalmente, el joven estudiante logró una beca para ingresar a la Universidad Bolivariana, pero ese beneficio no le cubría la comida ni la dormida, por lo que tenía que rebuscarse la plata. Con tesón y esfuerzo logró graduarse como abogado.
Esas anécdotas sobre su pobreza extrema solía contarlas en reuniones con sus amigos. En una ocasión, por ejemplo, reveló que él y su copartidario y paisano Jota Emilio Valderrama (q. e. p. d.) solían ir a almorzar a restaurantes de Medellín y solo pedían sopa. Pero antes de que esta desapareciera del plato por el hambre voraz que los acosaba, le metían pelos de ellos mismos al plato y le hacían reclamo al dueño del negocio, lo que conducía a que casi nunca les cobraran.
De chapolero a líder
En 1945 se casó con Rosa Helena Álvarez, con quien tuvo tres hijos: Beatriz, Diego y María Clara. También, en ese año ganó su primera elección, como diputado de Antioquia por el conservatismo.
Ya con el título de abogado se desplazó a Bogotá, donde consiguió un puesto en el Ministerio de Educación. En el 51, con apenas 28 años, fue elegido representante a la Cámara por Antioquia y, tras terminar su periodo, logró la reelección, pero por Cundinamarca.
Como miembro de la Asamblea Constituyente convocada en el 53 por el conservatismo, terminó convertido en un duro crítico del general Gustavo Rojas Pinilla, quien dio un golpe de Estado.
“Belisario y otros seis miembros constituyeron lo que se denominó el ‘Escuadrón Suicida’, porque eran la oposición, los únicos que se oponían al general, y en ese momento eso era un suicidio”, contó el exministro Jaime Castro. Eso le costó varias detenciones.
Por aquella época, Betancur también escribía en el diario conservador El Siglo, clausurado por el régimen de Rojas Pinilla. Como respuesta, fundó el semanario La Unidad, con una línea editorial contraria al poder, y la revista mensual Prometeo.
Luego de la caída de Rojas Pinilla fue elegido senador por Antioquia, el más joven del momento, con 36 años. En 1963, durante el gobierno de Guillermo León Valencia, se convirtió en ministro del Trabajo y después en embajador en España (1975- 1977), en el mandato de Alfonso López Michelsen.
En 1982, tras dos intentos fallidos por llegar a la Casa de Nariño, Betancur fue elegido Presidente. Durante su periodo, en el cual tuvo que enfrentar el terremoto de Popayán, la toma del Palacio de Justicia por el M-19 y la tragedia de Armero, le apostó a lograr la paz. Y aunque lo intentó con todas las guerrillas, esos esfuerzos no prosperaron (ver página 4). “Nunca pensé que algo así pudiera llegar a ocurrir”, escribió en una carta pública, el 5 de noviembre del 2015, cuando le pidió perdón al país por las consecuencias de la retoma del Palacio de Justicia. Y luego dijo que después de su muerte se revelarían documentos sobre esa aciaga jornada.
Sigo cumpliendo con rigor la promesa formulada a los colombianos, al terminar mi gobierno en 1986, de no intervenir en la política nacional y de limitarme a acatar la disciplina de mi partido
Al final de su gobierno anunció que no iba a intervenir más en política y lo cumplió cabalmente. Incluso, de eso se vanaglorió en muchas ocasiones. “Como la mayoría de mis compatriotas, estoy muy preocupado por la crisis moral y de gobernabilidad que padece el país. Sigo cumpliendo con rigor la promesa formulada a los colombianos, al terminar mi gobierno en 1986, de no intervenir en la política nacional y de limitarme a acatar la disciplina de mi partido”, dijo
Después de dejar la Presidencia y de enviudar se volcó a la cultura. “No me retiré de la política, sino que se me retiró la política”, aseguró Betancur, que también fue periodista, escritor y poeta, títulos que nunca aceptó, aunque los ejercía.
Fue una presencia constante en eventos culturales en Bogotá, ciudad que alternaba con Barichara, la población santandereana de arquitectura colonial donde decidió pasar el resto de la vida.
Su faceta cultural lo llevó a ser miembro de la Academia Colombiana de la Lengua y del Instituto Caro y Cuervo. De hecho, en 1983, durante su mandato, recibió el Premio Príncipe de Asturias por su labor en la cooperación iberoamericana.
A él, que fue un gran lector, se le debe la “Ley del Libro”, gracias a la cual pudieron surgir y publicar muchas editoriales y muchos escritores en Colombia.
“Quiero que me recuerden como a un hombre que era amigo de la cultura, de los intelectuales, de los pobres, y como un hombre que amó a Colombia”, dijo en el 2010 en una entrevista.