Alicia de Battenberg, mujer caritativa, generosa y víctima de Freud. La fascinante historia de la suegra de la reina Isabel II

Nació sorda, le fue diagnosticada esquizofrenia, encerrada en un sanatorio, rescató a judíos de los nazis (pese a que sus hijas estaban casadas con figuras prominentes del partido) y fundó su propia orden religiosa: la vida de la princesa Alicia de Battenberg da sentido a aquello de que la realidad supera con creces a la ficción. La madre del príncipe Felipe de Edimburgo, que aparece por primera vez en la tercera temporada de The Crown, podría ser protagonista de una serie propia.

Alicia de Battenberg

La princesa Alicia de Battenberg, retratada por Philip de László en 1907. 

El episodio 4 de la nueva temporada de Netflix ahonda en los traumas y las inseguridades del marido de Isabel II y en la complicada relación que mantenía con su madre, interpretada en pantalla por la actriz Jane Lapotaire. Con ciertas licencias creativas, la ficción rescata a esta figura desconocida cuando intenta vender un broche de zafiros en Atenas para obtener fondos para su congregación. Tras el golpe militar de 1967 en Grecia, Alicia de Battenberg se traslada al londinense palacio de Buckingham, a una pequeña buhardilla en la que acaba compartiendo confidencias y cigarrillos con su nieta la princesa Ana. “Dirigía una orden religiosa y siempre estaba buscando fondos. Vendió la mayor parte de sus posesiones y, en tiempos de guerra, cedió sus raciones de comida a los huérfanos o a cualquiera que lo necesitara”, explica el historiador Hugo Vickers en The Crown Dissected. “Sí que se trasladó a vivir al palacio de Buckingham en 1967. Pero no se la instaló en una habitación triste como en The Crown, sino en un espacioso apartamento con vistas en la primera planta. Es cierto que estuvo unida a la princesa Ana, con la que desarrolló una relación muy personal”. Sin embargo, no es verdad que protagonizara un reportaje en The Guardian. “Es ridículo. Era una persona muy privada. No dio entrevistas. Era tan reservada que destruyó todas sus cartas y, cuando murió, solo dejó tres vestidos”, dice el historiador en The Times.

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El duque de Edimburgo junto a su madre en 1960, en uno de los viajes de la princesa Alicia a Londres. FOTO: GETTY IMAGES

La princesa Alicia de Battenberg nació sorda en 1885, en el castillo de Windsor y en presencia de su bisabuela, la reina Victoria. Se casó con solo 18 años con el príncipe Andrés de Grecia y Dinamarca y juntos tuvieron cinco niños: cuatro hijas y un varón, Felipe, que se convertiría en consorte de Isabel II de Inglaterra. Cuando Felipe era aún un infante se exiliaron de Grecia y poco tiempo después la familia se desvaneció: el duque de Edimburgo se formó en internados en Inglaterra y Escocia, el padre se instaló por su cuenta en Montecarlo y a Alicia se le diagnosticó esquizofrenia paranoide y fue internada en un sanatorio en Suiza. Para complicar las reuniones familiares las cuatro hijas se casaron con nobles alemanes, algunos de ellos fervorosos partidarios del movimiento nacionalsocialista, mientras que el hijo sirvió en el bando contrario, en la Marina Real Británica.

Pero antes de la guerra, la suegra de la reina Isabel tuvo que sufrir en sus carnes los experimentos de Sigmund Freud. Como contaba un documental de 2012, el padre del psicoanálisis diagnosticó que todos los problemas de la princesa se debían a sus niveles de hormonas y a su “frustración sexual” y le recetó que se le aplicaran rayos X sobre los ovarios para acelerar la menopausia. Sorprendentemente el tratamiento fue un fracaso y solo le proporcionó secuelas de por vida. Escapó del sanatorio para regresar a Grecia, donde fundó una orden ortodoxa de monjas. Como en una tragedia griega, solo se reunió de nuevo con su familia en 1937, cuando todos asistieron al funeral de su hija Cecilia, que falleció en un accidente aéreo junto a su marido y dos de sus hijos.

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La boda real de Isabel, por aquel entonces heredera al trono de Gran Bretaña. A la izquierda, delante, María de Teck (madre del rey Jorge VI), junto a Alicia de Battenberg, la madre del príncipe Felipe. FOTO: GETTY IMAGES

Escribe Rebecca Cope en Tatler que durante la II Guerra Mundial la princesa trabajó para la Cruz Roja. Tenía experiencia: en la guerra de los Balcanes ya había actuado como enfermera, asistiendo en cirugías y ayudando en hospitales de campaña. Llegó a esconder a una familia judía que años antes, en 1913, había ayudado a escapar a miembros de la casa real griega. A partir de este momento se volcó en el trabajo social y en acciones humanitarias que desarrolla con su congregación de monjas: la hermandad cristiana de Marta y María. Profundamente espiritual y religiosa, se interesó por diferentes doctrinas a lo largo de toda su vida. Asistió a la boda real de su hijo y a la coronación de Isabel II en 1953. Eso sí, a esta última acudió ya vistiendo los hábitos. Con las pocas joyas que no había vendido en los años cuarenta, fabricó el anillo de compromiso que Felipe utilizó para pedir la mano a Isabel.

La princesa de Battenberg se exilió de Grecia por segunda vez en 1967 y ya sí se instaló con su hijo y su nuera en el palacio real hasta su muerte dos años después, en 1969.

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Alicia de Battenberg con sus nietos, Carlos y Ana, en 1955. FOTO: GETTY IMAGES

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