ROMA. El director de cine Bernardo Bertolucci muere a los 77 años
El director de cine Bernardo Bertolucci murió este lunes a los 77 años, informaron varios medios en Italia.
En 1988, su película “El último emperador” ganó el premio Oscar a mejor film del año, a la vez que le dio el galardón a mejor director y mejor guión a Bertolucci.
Muchos años después, la Italia de Alfredo Berlinghieri y la de Olmo Dalcò siguieron cruzándose en las calles de cada ciudad y cada pueblo. La del fascismo y marxismo revolucionario, la de la lucha de clases; la de la Democracia Cristiana y el Partido Comunista; también, mucho más tarde, la del cierre de puertos y las llamaradas en Twitter con esa otra que, por desgracia, permanece hasta ahora en su casa guardando silencio. Bernardo Bertolucci, en una silla de ruedas y en plena pelea contra le enfermedad, tampoco quiso hablar de aquella política que impregnó su colosal crónica de las primeras cinco décadas de la Italia del siglo XX en Novecento. Todo se había vuelto algo más melancólico, incluso en el testamento de su poderosa obra: Soñadores (2003), una particular visión del mayo del 68, y su último filme, Tú y yo, de 2012, basado en una breve novela de Niccolò Ammaniti.
Bertolucci, última frontera de una generación de descomunales cineastas italianos, murió ayer a los 77 años en su casa del romano barrio de Monteverde Vecchio. Autor de monumentos como El último tango en París, Novecento o El último emperador, que obtuvo nueve Oscar en 1988, entre otros, a la mejor dirección y al mejor guion, nació en Parma en 1940. Hijo del gran poeta Attilio Bertolucci y de la profesora Ninetta Giovanardi, fue íntimo amigo de Pier Paolo Pasolini, defensor empedernido del Partido Comunista y ávido lector del marxismo y el psicoanálisis. Un cocktail fundamental para acercarse a su obra.
En 2007 obtuvo el León de Oro a la carrera de La Mostra de Venecia y, en 2011, la Palma de Oro de Honor del festival de Cannes. A lo largo de su carrera, filmó una quincena de películas, entre producciones colosales y minúsculas, obras experimentales y más tradicionales, y dejó un sello inolvidable de autor en el cine italiano e internacional. Fue también guionista, productor, poeta y “polemista”, como recuerdan los medios italianos. Y sobre todo, retrató con nitidez extraordinaria a un cierto tipo de burguesía en pleno descubrimiento del fuego.
Bertolucci llamó la atención muy joven con el Premio Viareggio por el libro de poemas In cerca del mistero. “Escribí poesía, pero decidí no continuar porque él era demasiado bueno y no podía ganarle”, recordaba el cineasta a propósito de su padre. De ahí, de la tradición literaria y musical, surgió también el gusto por los textos, la dramaturgia y el cine capaz de retratar una época. Pero Bertolucci siempre reconoció la enorme influencia sobre su cine de Pasolini, a quien conoció porque su padre le había editado su Ragazzi di vita y se había mudado al mismo edificio. El cineasta lo explicaba así en una entrevista con James Franco en Il Corriere della Sera: “Un día, cuando tenía 21 años me lo encontré delante de la puerta y me dijo: ‘Eh, te gustan las películas, ¿verdad? Porque voy a rodar una y quiero que me hagas de asistente en la dirección. Se llamará Accattone’. Le dije que nunca había hecho de asistente, y él me respondió que tampoco había dirigido ninguna película”. De hecho, la primera cinta que firmó, La cosecha estéril, partió de una historia del propio Pasolini.
Así nació una carrera que le llevó a dirigir una quincena de filmes que supo impregnar también del aroma de las innovaciones de la Nouvelle Vague francesa, que descubrió atornillado tardes enteras en las butacas de Cinémathèque parisina en los años sesenta. Allí más tarde vio de cerca el mayo del 68 que vivió también intensamente en Italia, que retrató, para algunos de forma un tanto frívola, en Soñadores. No hubo en su cine estudios ni aprendizaje técnico. Al principio, como vio hacer a Pasolini, renunció incluso a actores profesionales y flirteó con las corrientes experimentales.
El pasaporte de Bertolucci al olimpo del cine lo expidió El último tango en París, su película más polémica. Especialmente cuando se supo que había pactado con Marlon Brando la famosa de los abusos sin que Maria Schneider lo supiese. Lo reconoció él mismo, pero su director de fotografía, el gran Vittorio Storaro, lo negó después ante el escándalo suscitado. La película, estrenada en 1972, se prohibió en España y no pudo verse hasta el 16 de enero de 1978. En una entrevista en el diario EL PAÍS de 1985 el cineasta comentó la importancia de la personalidad de Marlon Brando en la película: “Sí, influyó mucho. Brando es un monstruo prehistórico del cine del pasado. En principio no lo iba a interpretar él. Los actores elegidos eran Jean-Louis Trintignant y Dominique Sanda, pero resultó que Trintignant era un tímido y no se atrevía a hacer las escenas de la casa abandonada y Dominique Sanda estaba preñada, así que tuve que renunciar a los dos”.
El último tango… sirvió a Bertolucci todo el crédito para poder rodar Novecento, un monumento desde todos los puntos de vista posibles. Una descomunal crónica de las primeras cinco décadas de la Italia del siglo XX, partiendo el 27 de enero de 1901 con la muerte de Giuseppe Verdi: justo el día que nacen los dos amigos que protagonizan el filme y que representarán durante tanto tiempo después dos italias.
Aquella gran epopeya (314 minutos y orginalmente concebida en tres partes), producida por Alberto Grimaldi y surtida de grandes estrellas de Hollywood como Robert De Niro o un Donald Sutherland que ponía rostro a un fascismo con algunos tics no tan lejanos, tuvo influencia hasta en los mostradores de los registros de recién nacidos, donde toda una generación de padres de la progresía italiana inscribió a su vástagos con el nombre de Olmo: como el personaje con el que Gerard Depardieu dio vida al combatiente obrero y miltante marxista.
Novecento fue la afirmación definitiva de la transversalidad de Bertolucci, también a un lado y otro del Atlántico. Pero el reconocimiento en Hollywood llegó con El último emperador (1987), la trágica y novelesca historia de Pu Yi , el último representante de la dinastía manchú, quizá una de sus obras menos lucidas, pero la única que le ha valido a un director italiano el Oscar por la mejor dirección.