A 50 años de su asesinato. Bob Kennedy, “el hombre blanco en el que más confiaba la América negra”
El asesinato de Robert Kennedy, Robert Kennedy murió en las primeras horas del 6 de junio en el hospital Buen Samaritano de Los Ángeles.Tenía 42 años.
Minutos después de iniciado el 5 de junio de 1968, hace cincuenta años, Robert Francis “Bobby” Kennedy cayó al piso de cemento de la cocina del Hotel Ambassador de Los Ángeles con un grito en la boca: “¡Jack, Jack!”, el nombre de infancia de su hermano, el presidente John Kennedy, asesinado en Dallas cuatro años y medio antes, el 22 de noviembre de 1963.
Sirhan, un jordano de 24 años de ascendencia palestina, fue apresado de inmediato.
El primero en socorrer a Bobby fue un chico de 17 años de origen mexicano, Juan Romero, que fue la última persona a la que Kennedy estrechó la mano antes del balazo fatal. Romero atinó a contestarle que todo iba a salir bien cuando Bobby le preguntó entre estertores, “¿Todos están bien?”.
Enseguida, William Barry, un agente retirado del FBI que era su única custodia junto a dos ex jugadores de fútbol americano, le colocó su saco bajo la cabeza. Los fotógrafos, que habían seguido el acto de campaña con el que Kennedy había celebrado en la noche del 4 de junio su triunfo en las elecciones primarias de Los Ángeles y de Dakota del Sur, lo que lo convertía en un casi seguro candidato a la presidencia para las elecciones de noviembre de ese año, entraron en tropel y tomaron las primeras imágenes del atentado.
La foto de Bobby agonizante y el chico Romero que clama desesperado en un grito silencioso, pasó a la historia en las cámaras de Boris Yaro, de Los Angeles Times, y de Bill Eppridge, de la revista Life.

También llegó, desesperada, Ethel Kennedy, su mujer, la madre de sus diez hijos y que esperaba uno más, Rory, que nació pocos meses después del asesinato de su papá y está por cumplir también cincuenta años.
Los testigos dicen que alcanzó a reconocer a Ethel. Alguien le puso al moribundo un rosario en las manos.
Bobby le preguntó entre estertores, “¿Todos están bien?”.
Jeff Shesol, otro buen conocedor de este mito americano, lo describe como un “underdog” desde que era estudiante, la personalidad de un secundario, con todos los números del perdedor.
“De crío siempre fue el menospreciado entre los compañeros que le rodeaban y eso hizo que de adulto sintonizara con los pobres, con los negros, con la gente que tenía que luchar día a día para sobrevivir. Su hermano John se preocupaba por ellos, pero no se identificaba. Robert estaba verdaderamente conectado con ese movimiento en términos morales”. Shesol es el autor de Mutual Contempt (desprecio mutuo), exhaustivo libro publicado en 1997 sobre la enemistad entre Lyndon Johnson, sucesor de John Kennedy en la presidencia de Estados Unidos tras el magnicidio de Dallas, en noviembre de 1963, y Bob, que siempre se dedicó a cuidar la marcha política de su hermano y, luego, de su legado.
Esta circunstancia le llevó al Senado y a entrar en la puja por la Casa Blanca, con la guerra de Vietnam de telón de fondo.
Durante la carrera electoral de 1968, señala Thomas, Robert nunca mencionó por su nombre a John, aunque en las jornadas de frío vestía su gabán para sentir la presencia de su hermano.
La tormentosa década de los sesenta en Estados Unidos lloró la desparición de tres de sus más prominentes y prometedores líderes. Bob, en plena tarea por llevarse la nominación del Partido Demócrata, cayó aún no cumplidos cinco años de la defunción de John y sólo 68 días después del asesinato de Martin Luther King en Menphis (Tennessee).
Robert Kennedy jr. avala que hubo dos pistolas y que el reo no mató a su padre
Y, pese a la admiración por el presidente mártir, por la memoria de JFK como uno de los mandatarios más determinantes que haya tenido el país para las últimas generaciones, existe una importante corriente de pensamiento instalada en la creencia de que Robert Kennedy habría disfrutado de una mayor penetración en el tejido social.
“Lo he pensado muchas veces y aún lo hago”, replica Shesol al plantearle el que habría pasado sí Bob no hubiese ido prematuramente a morar al cementerio de Arlington (Virginia).
“La nación nunca se recuperó realmente de su pérdida porque creo que habría ganado la nominación y habría derrotado a Richard Nixon. No se ha de olvidar que Hubert Humphrey casi le batió. Y Robert Kennedy por supuesto que le habría vencido en noviembre de 1968”, reitera.
“Entonces no habría habido Watergate”, recalca. El Watergate es el caso de corrupción y espionaje desvelado por The Washington Post y que llevó a la renuncia de Nixon en 1974.
Este asunto incrementó todavía más la desconfianza de los ciudadanos, que optaron por la retirada, “por buscar una especie de redención privada que ha impactado en profundidad en la vida de los estadounidenses”, según Ross Baker, profesor de Ciencias Políticas en la Rutgers University, en declaraciones al The New York Times.
“Habría habido una presidencia más ética –subraya Shesol al hablar de Bob–, nada de escándalos o corrupción. Aún más importante, se habría producido una retirada de Vietnam. No habría sido de la noche a la mañana, pero estaba comprometido para traer las tropas de regreso a casa. No se habría invadido Camboya. Piensa que la mayor violencia y disturbios en los campus se registró en los setenta con la operación de Nixon en Camboya”.
Otro elemento diferencial que cita Shesol. “Hemos de ser realistas. No iba a crear la armonía racial de un día para el otro, pero habría sido un presidente sanador, una fuerza en busca de la unidad. En cambio, tuvimos a Nixon que sacó rédito en la oportunidad de profundizar las divisiones, de amplificar las diferencias, de enfrentar al sur con el norte, que es la política de los republicanos. No habría sido un presidente perfecto, pero era un hombre moral y un político práctico. El país sería muy diferente”, sentencia.
En campaña. Bob disfrutó la campaña electoral de 1968 en California, poco antes de ser asesinado (Lawrence Schiller / Getty)
Una pieza de la conspiración es que el autor, Sirhan B. Sirhan, actuó por hipnosis
Téngase en cuenta que todo esto son teorías. Condicionales. Cierto, un escenario hipotético basado en ideas y conductas, sin el elemento conspirativo del que tampoco se ha podido escapar Bob Kennedy.
Queda claro que no hay cadáver ilustre que disfrute del descanso eterno en Estados Unidos.
El Post desveló la semana pasada que Robert Kennedy junior, de 64 años y uno de los once hijos de Bob, visitó a finales del 2017 a Sirhan B. Sirhan en la cárcel californiana donde cumple cadena perpetua por el asesinato de su padre.
Lo detuvieron en le mismo lugar de los hechos la madrugada del 5 de junio de 1968, con la pistola en la mano. Bob acaba de ganar el apoyo demócrata en el estado del oro y había comparecido ante sus enfervorizados seguidores en el hotel Ambassador. Eran las cero horas y quince minutos cuando se dirigía a otra sala para una rueda de prensa. Aunque Sirhan, de 24 años e inmigrante de origen palestino, se reconoció culpable, pronto arrancó la teoría de las dos armas. Robert junior se alineó con este coro tras conversar con el encarcelado. “Me trastorna que la persona equivocada esté cumpliendo por matar a mi padre. Él fue el responsable según la justicia y pienso que estaría perturbado si alguien estuviera en la cárcel por un crimen que no cometió”, recalcó. A Sirhan le han denegado 15 veces la condicional.
“Bob junior está mal aconsejado, escucha a la gente equivocada, no mira esto con racionalidad”, sostiene Dan Moldea, autor del libro The killing of Robert F. Kennedy, que salió en 1995.
“Es vergonzoso que el hijo de esta gran hombre pueda llegar a esta conclusión cuando no hubo conspiración. Es una tragedia adicional junto a la tragedia de la muerte del senador Kennedy”, insiste en una charla telefónica.
Maldea sostiene que él fue precisamente quien lanzó la teoría de las dos pistolas. Sin embargo, la desmintió una vez que tuvo acceso a los informes policiales. Entrevistó a 104 policías y testigos, y además tuvo tres largas conversaciones con Sirhan, en las que le reconoció su culpa. “¿Por qué no aprovechar la oportunidad mientras haya gente como tú que va creando evidencias exculpatorias?”, dice que le dijo.
En todo caso, el tribunal determina que, pese a que hubiera una segunda arma, Sirhan apretó el gatillo, por lo que no es inocente.
Moldea descarta los ingredientes que se agitan, como que se contaron más balas de las que cabían en el cargador de la pistola de Sirhan o que éste disparó por detrás y Bob recibió impactos por delante. Pero lo que más le indigna es que se asegure que el autor no sabía lo que hacía ya que alguien le hipnotizó. “¡Esto es un estupidez!,” exclama.
Sirhan, fracasado como jockey, sólo buscaba su momento de gloria. “Actuó solo”, concluye el escritor e investigador. “A partir de las carreras de caballos miré a ver si había vínculos con la mafia pero no hallé nada de nada”, apostilla. Y eso que, como experto en el crimen organizado, confiesa que a Bob Kennedy le pesó en la conciencia que su dureza como fiscal general en la persecución a la mafia hubiera incitado al asesinato de su hermano.
De hecho, tras su muerte en Dallas, contactó con un miembro del exilio cubano para saber si había algún complot en macha e hizo lo propio con un informante de Chicago sobre la mafia. Y llamó a John McCone, director de la CIA, para saber si la agencia tenía algo que ver. Cosas así propician lo que Shesol califica de caricatura. El bueno y el perverso Robert Kennedy.
El que la noche del 4 abril, fecha de la muerte de Luther King, hizo una despedida emocional en Indianapolis –se ganó la consideración de ser “el hombre blanco en el que más confía la América negra”– es el mismo que autorizó al FBI, cuando era jefe de justicia, para que investigara al reverendo, su vida privada, “para saber si estaba bajo la influencia del Kremlin”. Robert, el abierto de mente, empezó su labor colaborando con el senador Joseph McCarthy, el de la caza de brujas por la infiltración comunista.
Es el mismo Bob que odiaba a Johnson el que maniobró para ir como vicepresidente con él en las elecciones de 1964.
“Son diferentes momentos de su existencia en los que se expresan distintos rasgos de su personalidad”, aclara Shesol. “En el gobierno de su hermano fue un duro agente de la ley y, cuando John murió, se expresó por sí mismo, sacó otras cualidades. No creo que sean dos personalidades, sino que siempre estuvieron ahí”, comenta.
“Es la razón –precisa– por la que muchos se sienten nostálgicos de Kennedy, porque América se mira en el espejo y no nos gusta la cara que proyectamos al mundo. Ahora tenemos en Washington una familia rica cuyos valores son los opuestos, que sólo pretenden enriquecerse para ellos mismos”.