Buenos Aires. Directores, músicos y bailarines del Teatro Colón, en la batalla contra el CORONAVIRUS

Voluntarios del emblema cultural de Buenos Aires se hacen cargo de un centro de cuarentena y otro de vacunación

El director ejecutivo del Teatro, Martín Boschet (sentado al centro) y bailarines del ballet estable posan frente al hotel de Buenos Aires que sirve de centro de cuarentena contra el coronavirus, el 23 de abril.
El director ejecutivo del Teatro, Martín Boschet (sentado al centro) y bailarines del ballet estable posan frente al hotel de Buenos Aires que sirve de centro de cuarentena contra el coronavirus, el 23 de abril.SILVINA FRYDLEWSKY

Martín Boschet, director ejecutivo del Teatro Colón de Buenos Aires, asistió el viernes 13 de marzo al ensayo general de Nabucco, la ópera que debía estrenarse el martes 17. Una semana después, el 20 de marzo, el teatro estaba cerrado y Martín Boschet se había convertido en gerente de un centro de cuarentena. Allí le auxilian bailarines, músicos y productores. Otros artistas trabajan en un centro de vacunación o en una línea telefónica de auxilio. El Colón, emblema de la cultura argentina, se ha volcado en la batalla contra la pandemia. “Debemos estar a la altura”, dice María Victoria Alcaraz, la directora general.

El hotel Argento Towers, de cuatro estrellas, ya no acoge a clientes, sino a repatriados que han de cumplir dos semanas de aislamiento obligatorio. A Boschet le dieron las llaves del edificio el 24 de marzo. Al día siguiente llegó el primer contingente de repatriados, procedente de Madrid. Un convoy policial desembarcó con todas las precauciones a un centenar largo de personas cansadas, desorientadas, en algunos casos furiosas por una cuarentena que no esperaban. “Estábamos nerviosos y asustados, queríamos irnos, apenas nos habían dado instrucciones y fue traumático”, reconoce el gestor teatral. ¿Cómo se superó la situación? “Les dije que se imaginaran en el Colón, diez minutos antes de que se alce el telón, cuando cada uno debe concentrarse para cumplir con su trabajo”.

Ni Boschet, ni Pablo, Paula y Gerardo, bailarines, ni Mar, productora artística, contaban con encontrarse un día manejando un centro de aislamiento que aloja, según las entradas y salidas, entre 70 y 130 personas. Entre ellas hay adictos al alcohol, al tabaco o a las pastillas, hay también quien se lleva mal con la familia o maltrata a sus hijos. Abunda la ansiedad. La aparición de contagiados (ocho hasta ahora, seis de ellos asintomáticos) no ayuda a calmar los ánimos. “Hemos ido aprendiendo día a día”, comenta Boschet. “Ser compañeros en el teatro y conocernos bien facilita el trabajo”, admiten los bailarines. Ellos, y todas las personas consultadas, coinciden en un punto: la disciplina adquirida en el teatro resulta muy útil en las nuevas circunstancias.

Marcelo Birman, director del Instituto Superior de Arte del Teatro de Colón y especialista en música barroca, tampoco esperaba transformarse en coordinador de un centro de vacunaciones. Y, sin embargo, aquí está. Junto a un violinista, cinco bailarines, tres acomodadores y una coreógrafa, entre otros. Su trabajo consiste en organizar las visitas (se vacuna de gripe y neumonía a personas en riesgo), asegurarse de que no falten medicamentos ni comida para los voluntarios y asesorar a los pacientes. La parte médica corre a cargo de doctores del hospital Fernández. Marcelo, los bailarines Ayelen y Vagram y el coordinador del ballet del Colón, Uriel Ortíz, se toman la situación con humor. Pero en un momento dado Marcelo mira su móvil y ve el calendario de los estrenos previstos para esta temporada. “Esas obras no se estrenarán, pertenecen a un mundo que se fue”, suspira.

El director del Insituto Superior de Arte, Marcelo Birman (sentado); el coordinador del ballet del Teatro Colón, Uriel Ortiz; y la bailarina Ayelén Sánchez en un salón del vacunatorio, el 23 de abril.
El director del Insituto Superior de Arte, Marcelo Birman (sentado); el coordinador del ballet del Teatro Colón, Uriel Ortiz; y la bailarina Ayelén Sánchez en un salón del vacunatorio, el 23 de abril.SILVINA FRYDLEWSKY

María Victoria Alcaraz acaba de visitar la sastrería del teatro, donde estos días se fabrican mascarillas (con el logotipo del teatro) y vestuario para profesionales sanitarios. La directora general del Teatro Colón es quien está detrás de la movilización general. “Tenemos más de 1.000 empleados y unas instalaciones de más de 60.000 metros cuadrados, formamos parte de la identidad de la ciudad y debemos estar a la altura de la situación”, afirma. Alcaraz impulsó desde que llegó al cargo, hace casi cinco años, la grabación y emisión en streaming de las obras representadas en el Colón. Eso permite ahora retransmitir esas piezas. Con gran éxito de público: la primera, El lago de los cisnes, fue vista por 160.000 personas.

La exigencia del momento consiste en poner al servicio de la sociedad todos los recursos del teatro. El primer día tras el cierre del teatro fue “de conmoción”, reconoce Alcaraz. Al segundo día empezaron a surgir ideas. En momentos de desánimo, los recuerdos familiares ayudan a esta historiadora y experta gestora cultural: sus abuelos recorrieron durante meses una Europa en guerra para huir a Argentina “y, sin embargo”, dice, “siempre los vi con ganas de vivir y de reír”.

La máxima responsable del Colón dedica sus jornadas a la lucha contra la pandemia. También está obligada a pensar en el futuro. “Al igual que otros grandes teatros, no sabemos aún cómo sobreviviremos”, reconoce. “Habrá que juntar los pedazos y reinventarnos de alguna forma”. Un tercio de quienes se abonaron o compraron entradas para esta temporada que no fue ha decidido donar el dinero. Es algo para empezar.

Una ventaja de los argentinos, señala, es que cuentan, por su larga experiencia en crisis, con mucho talento “para diseñar planes alternativos: siempre tenemos un plan A, un plan B, un plan C, etcétera”. Ya ha creado un grupo que se dedica a estudiar opciones. Cuando el Colón se reabra, ¿será con poca gente en el escenario?, ¿será sin público?, ¿cómo será?

Tres días después del cierre debía estrenarse Nabucco, de Giuseppe Verdi. En un momento determinado habían de congregarse más de 300 personas en el escenario y detrás. Eso no podrá ocurrir en el futuro concebible. Pero Alcaraz ha decidido no guardar parte de la escenografía. “Está ahí, nos sirve como recordatorio y como esperanza: algún día volveremos y algún día estrenaremos ese Nabucco”.

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