OPEN DE AUSTRALIA 2018. Nadal venció a un argentino Schwartzman muy luchador y como Carla Suárez ya está en cuartos, como también los colombianos Cabal y Farah y Grigor Dimitrov
Nadal seguira como número uno
Aunque gane el título, Federer ya no puede superar en Australia al español, que se enfrentará en cuartos a Marin Cilic tras sudar ante su amigo argentino.
En un día normalito, tirando a malo, Rafa Nadal es capaz de sacar igualmente adelante un partido del máximo nivel en un Grand Slam. Es lo que ha hecho este domingo húmedo (61%) y nublado (27 grados) en Melbourne.
Schwartzman exige a Nadal su mejor versión
Ante Diego Schwartzman (25 años y 26º del ranking),el jugador que más problemas le ha dado hasta ahora en el Abierto de Australia y el único que le ha ganado un set, el balear buscó los recursos necesarios (red y agresividad) para compensar su falta de consistencia con el servicio y ganar en cuatro sets: 6-3, 6-7 (4), 6-3 y 6-3 en tres horas y 50 minutos. Ahora, con el número uno asegurado —aunque Federer gane el título ya no podrá superarle aquí— le espera un top-10 por primera vez en un grande desde que se enfrentó a Wawrinka el año pasado en la final de Roland Garros: Marin Cilic, que eliminó a Pablo Carreño.
Nadal era el ídolo de la adolescencia de Schwartzman y son amigos, pero en la pista no se notó. El bravo y pequeño argentino, quien se entrenó unos días bien aprovechados en la Academia de Manacor, le buscó las cosquillas a su colega desde el principio y fue mejor en varios apartados, en golpes ganadores (58-46), aces (12-7), puntos con el primer servicio (67%-63%), restos puestos en juego (83%-75%)… Le incomodó mucho y no perdió el sitio en la pista más que en contadas ocasiones. Así vimos a un Nadal defensivo. Pero si perdonas al número uno del mundo, lo llevas crudo. Y eso hizo Diego en el quinto juego y, sobre todo, en el séptimo, en el que desperdició un 0-40. A la postre le costó el parcial.
Pero no se vino abajo el bonaerense y en la segunda manga también dio la cara con un servicio decente, rapidez, potente derecha y algún que otro molesto revés cortado. Nadal envolvía su drive para cambiar direcciones y sacar a su rival de la zona de confort, e intentaba presionarle subiendo más a la red. Cada uno tuvo su momento y fue divertido. Schwartzman cometió dos fallos inoportunos con 5-5, pero recuperó el break y en la muerte súbita estuvo brillante e igualó el partido.
El croata Cilic, sexto favorito del torneo, será el rival de Nadal en cuartos.
Carla Suárez a cuartos
Wozniacki, su rival en cuartos
Dimitrov apea a Kyrgios y deja huérfana a Australia
Grigor Dimitrov estará en los cuartos de final del Open de Australia por tercera vez en su carrera. El búlgaro doblegó, en un partido tremendo, a Nick Kyrgios, la esperanza local, por 7-6, 7-6, 6-4 y 7-6, limpiando así el cuadro masculino de nombres australianos. El país oceánico se queda así sin bazas en su Grand Slam tras la eliminación el sábado de Ashleigh Barthy, la única ‘aussie’ que sobrevivía en el cuadro femenino.
El partido fue uno de los más bellos que ha dejado hasta ahora el torneo, con un Dimitrov muy fino y un Kyrgios que ha dejado atrás su inmadurez para dedicarse a jugar al tenis, algo que se le da de cine. Todo apuntaba a un duelo muy competido y así fue. La primera manga, sin breaks, se decidió en el tie-break, una suerte que domina Dimitrov: se impuso con relativa facilidad por 7-3.
Diego Schwartzman: El Contradictor De Lo Establecido
Cuando Diego Schwartzman tenía 13 años, un médico le aseguró que no iba a crecer más de 1.70m. El pronóstico significaba que continuaría por debajo del promedio de estatura en su generación y que definitivamente no la tendría tan fácil en un deporte en el que la mayoría de los 23 jugadores que hasta ese momento habían sido número uno del Ranking ATP (salvo Marcelo Ríos y Jimmy Connors) medían por lo menos 1.80m. Diego llegó cabizbajo a casa. Demasiado callado para su habitual elocuencia. Y antes de irse a la cama, le avisó a sus padres con cara de tristeza: «No voy a jugar más al tenis».
Tal vez en ese momento le pareció una injusticia de la vida que sus tres hermanos mayores (Andrés, Natali y Matías) sí fueran altos aunque ninguno le hubiera apostado al tenis competitivo como Diego. Quizá esa noche antes de dormirse recordó el comentario común de otros compañeros y de entrenadores sobre él: «Vos con 10 centímetros de más lo que serías…». Cada palabra golpeaba más fuerte en su mente, potenciada por el diagnóstico del médico.
Pero la familia no lo dejó caer. Su madre Silvana lo recuerda muy bien. “Dijo que no iba a poder llegar a nada con esa altura, entonces fue cuando yo le dije que sí iba a llegar donde él quisiera, que nunca le iba a influir su altura porque desde que nació, yo sabía que iba a ser especial. Lo animé a que siguiera luchando”. Esas palabras levantaron el ánimo, sirvieron como arenga de batalla y al mismo tiempo como un vaticinio tan fundamentado como el del endocrinólogo.
A pesar de cualquier obstáculo, le auguraba muchos triunfos a su nene. Silvana no tenía dudas. Lo supo en el mismo instante en que lo tuvo en sus brazos por primera vez en el Instituto de diagnóstico y tratamiento en Buenos Aires. Ese 16 de agosto de 1992 a la 1:25 de la madrugada, Diego nació con los ojos muy abiertos. Transmitiendo certezas con su mirada. Como si ya supiera a qué venía al mundo. Silvana tuvo la corazonada de que iba a ser especial. Además, estuvo de acuerdo con bautizar al niño en honor a Maradona, un grande del fútbol a pesar de medir 1.66m.
“Cuando quedé embarazada de Diego no teníamos ni para comer. Nos habíamos fundido económicamente. Lo tuve contra todo y contra todos, entonces supe que iba a ser un elegido de la vida”, añade Silvana. También tenía el presentimiento de que uno de sus hijos iba a salir tenista como ella que jugaba a nivel amateur. Y como los primeros tres no conectaron, depositó su fe en el cuarto. Le dio la razón a su intuición cuando muy pronto lo notó interesado en las pelotas amarillas y luego cuando vio que le pegaba a una con un cucharón de la cocina para hacerla rebotar en una pared.
“Tenía un timming increíble. También jugaba en los pasillos largos del club con mi marido y ambos se la pasaban horas en la cancha cuando entonces no superaba la altura de la red. A pesar de eso, nunca quiso tener raqueta chiquita, siempre grande”, recuerda Silvana. “Jugó fútbol pero lo que hacía con el tenis no era normal. Y tenía personalidad, gritaba, les ganaba a rivales tres cabezas más grande”.
Entre los ocho y los 10 años, Diego también probó suerte en fútbol en las canchas de Club Parque, de donde surgió su ídolo Juan Román Riquelme. Jugaba de volante, dice. Era aguerrido, perseverante, de sacrificio. Confiesa que le producía más pasión practicar fútbol. Pero la facilidad con la raqueta lo hizo inclinarse definitivamente por el tenis.
Fue entonces cuando en casa todos hicieron esfuerzos monumentales para patrocinar su carrera a pesar de la escasez económica que los afectó desde que la empresa familiar de ropa y bisutería había quebrado a finales de los 90. Como no tuvieron apoyo de ninguna entidad, tuvieron que ingeniárselas para poder competir por fuera de Buenos Aires. Por esa época habían hecho unas pulseras de goma para la Fundación Huésped que llevaban frases inspiradas en la lucha contra el cáncer y el sida. Los Schwartzman decidieron aprovechar el material para ayudar a Diego.
Papá Ricardo empezó a fabricar unas nuevas pulseras con escudos de equipos de fútbol y logos de marcas deportivas. Silvana, que por ese entonces trabajaba como decoradora de hoteles, acompañaba a Diego a los torneos y empacaba las pulseras de colores en dos bolsos para vender y costear los viajes. A Silvana la conocían como la señora de los rulos y la abordaban niños para comprarle un producto muy popular en ese entonces. Una sola costaba tres pesos (menos de un dólar). Dos unidades quedaban en cinco pesos argentinos
Madre e hijo ofrecían entre partidos usando su impecable poder de persuasión. Otros niños del torneo ayudaban también a vender a cambio de comisión. Si lograban vender 10, ganaban una pulsera gratis al final del día. “Las ganancias las invertíamos en hoteles de máximo 20 pesos. En Mendoza íbamos a un hotel que nos salía a dos mangos, era tan chiquitico que dormíamos en la cama matrimonial —porque así salía más barata la habitación—, y cuando Diego se bañaba, me salpicaba yo estando en la cama. Todo se aprecia un tanto más por eso que vivimos. Sin el esfuerzo de nosotros, sus papás y sus hermanos, nunca hubiera podido estar donde está”.
El pesimismo por el diagnóstico del médico se pasó pronto y Diego se empeñó desde ese día en llevarle la contraria a las tendencias. Con más fuerza aún. Así muchos dudaran, iba a llegar alto en un deporte para aspirantes con dinero y de gran estatura. En 2017 tuvo una temporada que pagó su fe: se convirtió en el mejor restador del mundo y en el cuartofinalista de Grand Slam más bajito en 23 años, irrumpió por primera vez en el Top-25 y obtuvo poco más de $1,500,00 en ganancias.
Y en 2018, superándose a sí mismo en el Abierto de Australia, está demostrando que aún puede volar a mayores alturas.