Cien años del Partido Comunista Italiano, el más influyente de Europa Occidental
En Italia continúa siendo objeto de grandes divisiones. La derecha todavía lo considera el peor mal que ha sufrido el país. Pero también muchos viejos componentes, progresistas y jóvenes idealistas recuerdan con nostalgia los tiempos del Partido Comunista Italiano (PCI), y ayer conmemoraban su fundación, el 21 de enero de 1921. Por su influencia y longevidad, la marea roja italiana fue considerada la más importante de la Europa Occidental.
Todo empezó con la escisión que marcó para siempre la historia de la izquierda italiana, si no europea, cuando el intelectual Antonio Gramsci y sus amigos abandonaron el Partido Socialista Italiano (PSI) para crear el PCI en el congreso de Livorno. Fue la primera de las muchas divisiones en este espectro político, desdibujado primero en el Partido Demócrata de Izquierda en 1991 y hoy refundado dentro del Partido Demócrata (PD), en el Gobierno de Giuseppe Conte.
La de Gramsci, cuyo mito todavía pervive hoy en día, fue la primera división de la izquierda italiana
La de Gramsci fue una escisión teatral. Italia acababa de salir vencedora, pero deslucida, de la Primera Guerra Mundial. Entre los ecos de la revolución bolchevique, brotaron revueltas sociales y ocupaciones de fábricas en su norte industrial. En ese momento el PSI estaba dividido en tres almas. La primera, la minoría reformista, mayoritaria entre los dirigentes del partido, que pensaban que se debía permanecer en el cuadro legal existente. La segunda alma, la maximalista, deseaba una revolución parecida a la rusa pero carecía de agenda. Y luego estaba el alma comunista, la de Gramsci, que consideraba que la revolución no podía esperar. En ese contexto, después de la Tercera Internacional, en la que la Lenin conminó a que los partidos que querían tener una relación con la Rusia soviética expulsaran a sus componentes reformistas, nació el PCI. En el peor de los momentos, la debilidad del socialismo, según muchos historiadores, contribuyó al auge del fascismo. Al año siguiente Benito Mussolini dio la marcha sobre Roma e ilegalizó el partido en 1926.
Con sus luces y sombras, una formación que nació con alma revolucionaria terminó siendo uno de los pilares de la democracia italiana. Su resistencia durante el fascismo le propulsó en la Primera República, de la mano del carismático Palmiro Togliatti –dos millones de personas acudieron a su funeral–, y engrandeció el mito que todavía hoy reina sobre la figura de Gramsci.
El mito tiene varias lecturas, explica el historiador de la Universidad de Florencia Gabriele Paolini. “La primera es porque murió solo seis días después de dejar la cárcel. La segunda, porque favoreció la hegemonía cultural del PCI, engrandecida por personas como Pier Paolo Pasolini. Y luego, su fortuna crece en oposición a la de Togliatti, que rechazó condenar a Stalin. Gramsci no tuvo tiempo de cometer errores en la gestión”, dice.
El PCI logró tener una gran estructura que ha perdurado prácticamente hasta la actualidad en regiones como Toscana, Emilia-Romaña o Umbría. Creció con la resaca del Mayo del 68, y sobre todo con Enrico Berlinguer, artífice del eurocomunismo junto a Santiago Carrillo y Georges Marchais, que defendía que la ruta del PCI debía ser diferente a la de la URSS. “Nunca renegando ideológicamente del horizonte del comunismo, fue una variante europea, democrática, respetuosa de la libertad”, escribía ayer el secretario general del PD, Nicola Zingaretti. En los ochenta, tras el misterioso asesinato de Aldo Moro y el fin del empuje del 68 llegó el declive. Berlinguer, que murió en 1984, nunca se atrevió a dar el paso de romper con Moscú con la esperanza de que el comunismo soviético se democratizase. No hubo ruptura hasta la caída del muro de Berlín, propulsado por dirigentes como Piero Fassino, el último secretario de los Demócratas de Izquierda (DS), herederos del Partido Demócrata de Izquierdas y hoy diputado del PD, que recuerda que el retraso se debió también a la casualidad. “En octubre de 1989 había elecciones en Roma y no era oportuno cambiar los símbolos. Luego, casualidad, hubo una semana con muchos días festivos”.
Los herederos del PCI siguen divididos como en su fundación. La prueba, escriben algunos medios italianos, es la enésima crisis política conducida por Matteo Renzi, que hace un año y medio se escindió del PD para crear su propio partido. “La división de 1921 fue fruto de un desencuentro tan áspero que hizo olvidar que el enemigo estaba en Mussolini –comenta Fassino–. La división es el mal que amenaza a la izquierda desde siempre”.