CINE. A 100 de su nacimiento. Federico Fellini, el arte de lo grotesco en el Neorrealismo italiano

Federico Fellini, el arte de lo grotesco en el Neorrealismo italiano
Federico Fellini en el año 1965. (Dominio público)

Como si se tratara de una de sus grandes producciones, en 1993 se instaló la capilla ardiente de Federico Fellini (1920-1993) en el estudio 5 de Cinecittà.

El director italiano, ganador de cinco Oscars, había llegado a reproducir uno a uno los edificios de la romana Via Veneto, escenario de La dolce vita (1960), en aquella colosal ciudad del cine, levantada por Benito Mussolini en su afán por competir con Hollywood.

Se cumplen cien años del nacimiento de Fellini, el director que retrató como nadie la Italia de la posguerra desde los míticos estudios romanos de Cinecittà

Allí, Fellini había recreado sus recuerdos, visiones o lecturas. Toda su vida giró en torno a esos estudios. “Nací, vine a Roma, me casé y entré en Cinecittà. No hay nada más”, afirmó acerca de su vida. “Lo que hay al otro lado de la verja […] es un maravilloso depósito para visitar, saquear y transportar ávida e incansablemente al interior de Cinecittà”, comentó sobre su oficio.

Tras un sueño

Fellini nació en Rímini, una pequeña ciudad del Adriático en cuyas playas se doraban al sol las primeras turistas nórdicas, las hermosas valquirias que después homenajearía en muchas de sus películas. Las mujeres, vistas como diosas del deseo o figuras maternales, serían una obsesión en su cine. Pasó su infancia devorando tebeos, escapándose sin permiso al cine y caricaturizando a sus maestros.

Giulietta Masina en 'Las noches de Cabiria', de Federico Fellini.
Giulietta Masina en ‘Las noches de Cabiria’, de Federico Fellini. (.)

Pero, tal como le ocurriría a algunos de sus personajes, a los 19 años decidió buscar fortuna en Roma. Con la excusa de estudiar Derecho (nunca acudió a clase) se presentó en la capital. En realidad, su intención era dedicarse al periodismo y al dibujo de viñetas. Y lo consiguió. El semanario satírico Marc’Aurelio le convirtió en una firma reconocida, y pronto empezó a moverse a sus anchas por el ambiente de la noche romana, el teatro y los vodeviles.

Escribió desde gags para sus nuevos amigos de las revistas de variedades hasta espacios dramáticos para la radio, medio en el que por entonces se abría camino una joven actriz llamada Giulietta Masina. Ambos se enamoraron y nunca más se separarían. Federico incluso desobedeció la llamada a filas para luchar en la Segunda Guerra Mundial. Su esposa se convirtió en su musa y actriz fetiche.

El cine italiano había resuelto la escasez de la posguerra inventando el Neorrealismo

Por la misma época, Fellini tuvo otro encuentro providencial, en esta ocasión con Roberto Rossellini. El cineasta, además de encargarle algunos guiones –entre ellos el de Roma, ciudad abierta (1945)–, solía dejarle al mando cuando se ausentaba del plató, algo habitual. Fellini jamás se había planteado ejercer de director, “pero desde la primera vez que grité ‘¡Cámara! ¡Acción! ¡Corten!’, me pareció que lo había hecho siempre, que no podría hacer otra cosa”, escribió en 1980.

La excepción del Neorrealismo

Así fue. En 1950 se estrenó como codirector (junto a Alberto Lattuada) con Luci del Varietà, pero el filme fue un fracaso comercial. Dos años después debutó en solitario con El jeque blanco, otro fiasco. El éxito le llegó finalmente con Los inútiles (1953), una cinta de tintes autobiográficos sobre su juventud en Rímini.

El cine italiano había resuelto la escasez de la posguerra inventando el Neorrealismo, historias de supervivencia cotidiana rodadas cámara al hombro y con actores casi siempre debutantes. Sin embargo, Fellini tenía una personalidad tan arrolladora y una mirada tan inclinada hacia lo extraño que su cine se desmarcó de la tónica.

Fellini y el actor Bruno Zanin durante el rodaje de 'Amarcord'.
ellini y el actor Bruno Zanin durante el rodaje de ‘Amarcord’. (Shantimar / CC BY-SA-3.0)

La Strada (1954), con Masina y Anthony Quinn en el papel de dos cómicos ambulantes, le consagró y le proporcionó su primer Oscar. Repitió estatuilla con Las noches de Cabiria (1957), interpretada de nuevo por Masina, y se quedó a las puertas con La dolce vita , la película más explosiva sobre la Italia ociosa y amoral recién nacida del milagro económico.

La crítica la reconoció y Cannes la premió con la Palma de Oro, pero L’Osservatore Romano pidió la excomunión para los que la vieran. El escándalo le acentuó una depresión que combatió mediante el psicoanálisis de Jung, terapia que se percibiría en su cine. Recibió dos Oscars más por Fellini 8 ½ (1963), un autorretrato, y Amarcord (1973), un regreso a su juventud. El quinto, en homenaje a su carrera, le fue otorgado meses antes de su muerte.

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