CONTRA EL (MAL) PERIODISMO

Dejemos de engañar a la audiencia, estamos hartos de tantas mentiras que nos repiten a diario (el Gobierno, la Iglesia, los políticos, los influencers, los docentes y muchos demás)…

Escribe / Wilmar Vera Zapata

Escribo con tristeza. Soy periodista desde 1990 y he ejercido dos actividades que me apasionan: el periodismo y la docencia universitaria. Como docente, trato de enamorar a los estudiantes con esta profesión que no da plata, ni grandes satisfacciones, pero sí felicidad cuando se ejerce con transparencia y ética. Me he esforzado por inculcarles a los futuros profesionales la necesidad de tener criterio y la alta responsabilidad para construir una sociedad donde quepamos todos.

He intentado demostrarles que en los medios se puede trabajar para cambiar el país y que la voz de los necesitados es la que más deben sonar siempre alto.

He procurado enseñar de que uno puede y debe tratar a todos con respeto y humanidad, que es tan valioso el saludo y la confianza de un ciudadano de a pie que la del mismo alcalde o gobernador.

He replicado la frase de que los medios están en crisis, pero el periodismo sigue adelante, vencedor de mil batallas, con heridas cerradas y abiertas, pero con la esperanza de un trabajo bien realizado por el bien general de la comunidad y el país.

He mantenido la fe, pero ahora flaqueo.

Como docente, periodista y ciudadano colombiano, medellinense, antioqueño, no me puedo quedar callado ante la acción de mis colegas y tacharlos como “ah, ellos siempre han sido así”, “ah, es un medio que defiende a sus propietarios”, “ah, siempre cuidando los intereses del grupo político que los patrocina”.

No más. Basta de ese engaño. Quitémonos la máscara de autonomía e independencia y mostremos nuestra cara, no nos hagamos las víctimas. Llevemos eso a las aulas y discutamos nuestro papel y posición ideológica en la Academia y en las empresas, porque los nuevos profesionales no pueden ver a sus profesores hablando de equilibrio informativo, de ser el “perro guardián por el bien de la sociedad” cuando sólo parece un acto de exposición del poder para vanagloria propia y desinformar o mentir es tan normal como tomarse un café. No hay consecuencias. Los periodistas callamos esas irregularidades y la sociedad crítica nos señala como cómplices solapados.

Reitero, escribo con dolor y tristeza, pero no estoy resignado.

CARETAS

Los medios de comunicación siempre han estado al servicio de los poderosos, sean políticos o grupos económicos. Lo que pasa es que antes era claro que si usted deseaba ver el ángulo conservador de la realidad colombiana, leía El País, El Colombiano o La Patria y su dosis de sectarismo encapsuladas en columnas de opinión, noticias y entrevistas a ilustres personajes era aplicada sin restricciones en cómodas dosis. Igual pasaba con el sectarismo de los medios liberales. Cada uno miraba el mundo desde su perspectiva, en un país altamente politizado desde la cuna hasta la tumba.

Hoy el consumidor de medios debería ser otro y no siempre lo es. Puede que tenga a su disposición todas las herramientas para conocer un acontecimiento, hacerle seguimiento, identificar las consecuencias y asimilar el impacto en su vida, pero millones siguen con el facilismo de recibir su dosis de (des) información sin ni siquiera masticarla. Como un supositorio, se asimila sin dudar, esperando que surta efecto y a veces el remedio es peor que la enfermedad.

Esa desinformación es grave, en especial en sociedades tan frágiles como la nuestra, donde la responsabilidad de los medios más que un deseo debe ser un axioma. El 30 de abril, que pasará como un día de triste, lo es más por el caso de una presentadora de RCN Noticias que dijo que en Cali la comunidad celebraba el anuncio del presidente del cambio en el texto de reforma tributaria.

O un medio económico capitalino, que sacó al director del Dane diciendo que el 90% de los empleos perdidos por la pandemia se recuperaron en el último trimestre del año pasado, y consultan a líderes de grupos económicos para que analicen la maravillosa noticia, mientras la supervivencia se juega día a día con el desempleo disparado y la precariedad golpeando a millones de compatriotas…

O reconocidos periodistas que piden plata para sacar notas en medios nacionales si pautan con ellos o ante el funcionario gubernamental es condescendiente, merecedor de preguntas fáciles, porque hace parte de una estrategia, en clara muestra de su parcializado trabajo.

¿Qué hace uno ahí como periodista y como docente? Chasquear la lengua y con risa avergonzadamente decir: “ah, tan pillines, viendo que son manifestaciones en contra de la reforma. Bueno, veamos los deportes”… “eso es normal: si no me pauta, no existe”, normalizando la extorsión como valor periodístico.

El cuarto poder se volvió adorno del poderoso.

Eso no es normal y como docente se me acabaron los argumentos para explicar cómo no sucumbir ante ese canto de sirenas y actuar con ética, con responsabilidad y, sobre todo, con criterio de construcción de sociedad si esos valores parecen leyendas urbanas y no se ven entre los profesionales en los medios masivos.

No, quitémonos las caretas y mostremos la cara a la que le ponemos las gafas ideológicas con la que vemos el mundo. Dejemos de engañar a la audiencia, estamos hartos de tantas mentiras que nos repiten a diario (el Gobierno, la Iglesia, los políticos, los influencers, los docentes y muchos demás) para que los periodistas sigamos siendo cómplices de colegas mentirosos, de las empresas que hacen del engaño su actividad diaria, como si no pasara nada o fuera lo ideal.

VEDETES

Muchos periodistas nos creemos la vaca que más muge o la gallina que más cacarea. Sabemos de grandes “comunicadores”, excelsos “periodistas” que desde sus cadenas de radio o TV toman partido y son melifluos con el poder y críticos con quienes se oponen. Ejemplo hay para cada dedo: desde directoras de revistas que manipulan la realidad y vuelven noticia lo que no pasaba de ser un chisme, hasta los locutores con voz de línea caliente que se preocupan por hacer las preguntas más generales y no molestar al entrevistado, máxime si representa una buena tajada de publicidad, o atacan a las minorías porque no se pliegan a los que hace y piensa ellos, la “gente bien de Colombia”.

Y si no sueltan una tajada de cuota económica, los ñarridos se convierten en rugidos y sale a florecer el papel fiscalizador y desfacedor de entuertos de la prensa que ahí sí pregonan libre. Venden el oficio de acuerdo al tamaño de la pauta que les arrojan.

Esa vanidad periodística también se ve en la prensa local y regional, donde se “cazan” peleas y ajustan información de acuerdo con el nivel de encono o simpatía que se tenga con el gobernante. La alcaldía de Medellín es ejemplo de eso. Quintero se mostró como el outsider ideal, que encarnaba una política diferente para una ciudad amenazada por la corrupción de los de siempre y lo único que cumplió es que se lio a golpes mediáticos y circenses con los politiqueros de siempre, para unirse a otros politiqueros de siempre que estaban por fuera de la ubre que representa el jugoso presupuesto municipal.

Muchos terminamos decepcionados y los medios han desnudado numerosas irregularidades en su administración, pero también parecen algunos como si fueran libretiados por los dómines de siempre, que lloran su orfandad presupuestal y los medios a su disposición ladran y muestran los dientes furiosos al que es señalado por el dedo del poderoso que sostiene la cadena. O, al otro lado, cantan loas y loores al nuevo mesías anticorrupción.

Sean críticos, muestren las irregularidades, pero no se escondan en la libertad de expresión y de empresa para hacerle el mandado travestido en “de interés general” o “la ciudadanía debe saberlo”, mientras se esconde u obvian las irregularidades de los que sí son “buenos administradores” pues mantienen la cuota de pauta oficial in crescendo. O háganlo, pero que la ciudadanía sepa que son guardianes de lo público cuando no son sus beneficiarios.

Es hora de que la academia y los periodistas nos sumemos a esas voces que piden autocrítica, reflexión y más responsabilidad. La sociedad colombiana está hecha girones y no solo por las actuaciones durante décadas de los líderes políticos, dueños del poder económico, la Iglesia o los actores armados por fuera de la ley. La prensa tiene responsabilidad en ese descuadernamiento social y estamos llamados alertar por los peligros que avizoramos en el camino. Aulas, agremiaciones y ciudadanía no podemos seguir callados cuando los medios y los periodistas mienten o tergiversan los hechos y pareciera que no pasara nada, porque así son o es normal. Necesitamos educación mediática en la audiencia y veeduría informática ciudadana.

Mentir no puede quedar en la impunidad, como una anécdota más.

O tal vez estoy equivocado y desde mi perspectiva mejor dejo de maullar y rujo como hace la mayoría, porque eso es lo que manda hoy día, para no desentonar… pero entonces, ¿qué le enseño a mis estudiantes?

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