El Brasil post golpe ensaya sus candidaturas
Hay escenarios político-partidarios que, a priori, sea por el número de partidos o por la expresividad de algunos liderazgos, parecen tener contornos más claros y lógicas más previsibles de agrupamiento. No es el caso de Brasil, que ya en los años ´80 fue caracterizado como un caso de “subdesarrollo partidario” por el alto número de partidos, la volatilidad de sus posiciones ideológicas y el transfuguismo de sus políticos. Pero también es verdad que, desde 1994 hasta el derrocamiento de Dilma Rousseff –mejor dicho, hasta la última elección presidencial, en 2014-, el panorama del sistema político brasileño tuvo una estructura de competencia parcialmente organizada: de un lado, la coalición liderada por el Partido da Socialdemocracia Brasileira (PSDB) -vencedora de las presidenciales de 1994 y 1998-; del otro, la coalición liderada por el Partido dos Trabalhadores (PT), que ganó las últimas cuatro elecciones presidenciales del 2002, 2006, 2010 y 2014.
En ese sentido, el golpe a Dilma Rousseff no sólo comenzó un camino de una degradación institucional, económica y social del país, sino que, al mismo tiempo, desorganizó abruptamente las dinámicas de agregación y ubicación de los actores del sistema (de partidos): desde ya que los principales afectados fueron los sectores de la izquierda del espectro político, sobre todo el PT, con la estigmatización política y persecución judicial que se emprendió contra sus principales figuras. Del otro lado, el amplísimo espacio político conservador beneficiario del golpe -y que viene ganando espacio político y cultural de forma acelerada- tiene como plataforma desde donde proyectarse la posibilidad de presentarse ante los sectores de poder como la “continuación del rumbo económico de Temer”, sin el descrédito y la baja popularidad del actual Presidente.
Las próximas elecciones presidenciales de octubre de este año tendrán una serie de aspectos singulares que, seguramente, se trasladarán a las campañas, imprimiendo unas características a la competencia partidaria bien diferentes a las del ciclo político 1994-2014. Habrá que estar atentos, también, al tipo de actuación que tendrá el Poder Judicial ante la eventualidad de que alguna candidatura se coloque seriamente como una preocupación para las élites dominantes.
Lo que sí puede preverse es que habrá una mayor polarización política e ideológica (lo que no quiere decir estrictamente bajo el cruce izquierda/derecha), y un aumento en el número de la candidaturas con potencial de llegar a una segunda vuelta –sobre todo si Lula no puede presentarse- con entrecruzamientos y alianzas que, según las combinaciones, pueden resultar en una coalición gubernamental muy similar a la que terminó consagrando a Fernando Collor de Mello en 1989 –precisamente, la elección previa al ciclo mencionado-. Pero con un agravante: en aquél momento, el clima de expectativa en la democracia como marco institucional y como pauta cultural de los comportamientos cívicos era sensiblemente mucho más firme y extendida en la ciudadanía; afirmación que no puede hacerse sobre estos tiempos presentes.
I
A pesar de todo pronóstico Michel Temer, un Presidente ilegítimo, acosado por graves causas judiciales y con la valoración negativa más alta de la historia brasileña en un Jefe de Estado, sigue dirigiendo los destinos del gigante suramericano. Dos secretos de su permanencia: haber manejado con astucia las voluntades de la mayoría de los legisladores (aunque cada vez le cueste) y aplicar con éxito un plan económico largamente demandado por el establishment financiero local e internacional. Ahora resta encontrar un relevo que continúe, sin fisuras, con el mandato de achicar el Estado y privatizar todo lo que sea susceptible de serlo. El problema de los grandes partidos políticos de la derecha del arco, es que no cuentan con una figura que, hoy, alcance mínimos de consenso entre pares ni de aceptación popular.
Si bien quedan unos meses para las elecciones generales del 7 de octubre -cuando no sólo se definen la Presidencia de la República sino Gobernaciones, Diputaciones Federales, Estatales y dos tercios del Senado, 1– las piezas de la derecha se han empezado a mover. Según recientes encuestas, los dos candidatos del lado derecho del arco que tienen mejor intención de voto son Jair Bolsonaro (PSC) y Geraldo Alckmin (PSDB), 23 mientras que otros que han manifestado su deseo de presentarse a las presidenciales –Michel Temer, Rodrigo Maia, Henrique Meirelles y, vaya ironía, el propio Fernando Collor de Mello- quedan muy por detrás en la cola de las preferencias.
Sin embargo, estas tendencias pueden cambiar en una coyuntura signada por la capacidad de interferencia de los medios hegemónicos de comunicación y el marcado deterioro de la calidad institucional del país desde 2015. Bolsonaro, un Trump “a la carioca”, representa una derecha extrema y poco afecta al juego democrático que, a la par que genera simpatía en la población más radicalizada en lo ideológico, también despierta incertidumbre tanto en el establishment financiero como en el político. A pesar de que es el candidato que mejor puntúa tras Lula, ninguna sigla grande ni figura política de peso se ha interesado aun por cooptarlo para capitalizar ese caudal de simpatía popular.
Menos afinidad despierta el candidato visible del PSDB. Geraldo Alckmin, actual Gobernador del Estado de San Pablo y ex candidato presidencial en 2006 –perdió con Lula en la primera vuelta-, no pasa del 15% en intención de voto.4 Alckmin, hombre fuerte de un partido mimado por las élites económicas, político-judiciales y mediáticas tiene, sin embargo, el respaldo de su vasta –no necesariamente buena- experiencia en la administración del Estado más poderoso del país. Y si bien carece completamente de carisma,5 todos los factores anteriores serán decisivos para posicionarlo como el candidato de la estabilidad que el país necesita.
Otros dos candidatos competirán por el mismo valor ideológico, aunque con menos chances de convencer a los votantes por ser ambos del riñón del actual Gobierno Federal: uno es Henrique Meirelles, quien renunció al Ministerio de Hacienda para afiliarse al partido de Temer y entrar en la contienda electoral. Sus principales retos son repuntar su bajo nivel de conocimiento entre la población y conseguir que la gente “reconozca y valore” sus supuestos logros en materia económica. Ilusionado con la candidatura, animado a ella por Temer, y seguramente bien visto por las élites a quienes contribuyó a fortalecer, no parece ser un fichaje ganador, al menos como cabeza de fórmula. A mediados del mes pasado, sin embargo, los principales medios brasileños afirmaron que existían negociaciones entre el PMDB y el PSDB para que éste ocupara la fórmula vicepresidencial de Alckmin.6
El otro candidato de la derecha es Rodrigo Maia (Demócratas, DEM), actual Presidente de la Cámara de los Diputados y, al menos hasta ahora, fiel aliado legislativo de Temer. Esta sigla no presenta candidato propio a la Presidencia desde las elecciones de 1989, y ha sido históricamente aliada del PSDB. Sus posicionamientos públicos, por el momento, son lo suficientemente contradictorios como para no poder avizorar hacia dónde se decantarán los apoyos del DEM. Difícilmente su candidatura pueda superar una primera vuelta electoral, por lo que resta ver si su caudal político servirá al candidato del PMDB o del PSDB.7
II
Con la todavía incierta situación de Lula como candidato –cuya reclusión, a esta altura de los condicionamientos sistémicos institucionales, sólo pareciera poder revertirse si hay una (positiva) Acción de Constitucionalidad sobre la garantía de libertad hasta finalización del juicio por parte del Supremo Tribunal Federal (STF)– hay todo un sector del electorado que aún no ha definido entre cuáles opciones de izquierda/centro izquierda se inclinará. Desde ya que la musculatura política y el caudal electoral de Lula no tiene comparación con la de ningún otro candidato (incluso del ámbito de derecha), no sólo porque es el político brasileño más conocido del país y no necesita de ningún tipo de “instalación”, sino porque el recuerdo de sus dos gobiernos genera un contraste tan claro con lo que vino después, que su figura se agranda.
Sin embargo, y especulando con que la justicia electoral lo confirme como candidato, hay un aspecto que no debe minimizarse: en la última elección municipal del 2016 el Partido dos Trabalhadores redujo significativamente los municipios bajo su gobierno, empezando por el mayor de ellos, la ciudad de San Pablo. No cuenta tampoco el partido con demasiados gobernadores -tan sólo 5 de 27 en total- que le puedan organizar una proyección territorial del voto; y ni hablar del acompañamiento mediático de los principales vehículos de comunicación, abiertamente contrarios a la posibilidad de que Lula regrese a la Presidencia.
En función de lo que sucederá con Lula, quien al parecer cuenta con más posibilidades de traccionar hacia sí “el frente amplio del campo progresista” es Ciro Gomes, una figura con bastante recorrido en el subsistema político brasileño: ministro de Itamar Franco, de Lula, gobernador de Ceará, intendente de Fortaleza, diputado federal y dos veces candidato a presidente (cuestión no menor, respecto del grado de conocimiento que la ciudadanía pueda llegar a tener de él), sus posiciones (re)adquirieron cierta visibilidad con el proceso de impeachment a Dilma, al que se opuso con cierta vehemencia –no así los senadores de su propio partido, el Partido Democratico Trabalhista (PDT)-.
Este último aspecto, quizás sea un límite de su candidatura: el PDT es el séptimo partido al que Ciro Gomes ha estado afiliado; ejemplo de político de variados colores, incluso en su momento, fue el “niño mimado” del PSDB. Esta trayectoria le ha supuesto el quiebre de algunas relaciones políticas que podrían ser determinantes y es lo que genera resistencia en buena parte del PT, el PSOL y el PCdo B. C, un bloque partidario que, al parecer, iría en unidad en las próximas elecciones8 Ciro Gomes centra su discurso en un rescate de “lo nacional” acorde a la identidad del PDT –es la agremiación heredera de Getúlio Vargas y de Leonel Brizola– y es lo que puede acercarlo a partidos del campo de derecha/conservador como DEM o PP (tras la renuncia de J. Barbosa a ser candidato, hubo sondeos en esa dirección)9, entre otros.
Tanto la candidatura presidencial de Manuela D`Avila (PCdoB) como la de G. Boulos (PSOL), y las proyecciones electorales que éstas puedan desarrollar, deben comprenderse como parte de los cambios ocurridos en el espacio político progresista post-golpe a Dilma y, sobre todo, a partir del recrudecimiento de la persecución judicial (y encarcelamiento) a Lula. Tanto D`Avila como Boulos han sido enfáticos en la importancia de que Lula esté libre y pueda competir en las elecciones próximas, a disgusto –más en el caso de PSOL– de buena parte de fracciones internas de sus respectivos partidos.
La “lulización” del PCdoB10 y del PSOL11 –que va al encuentro, hay que señalarlo, a una mayor izquierdización del propio PT, una vez corrido del gobierno– hace que este bloque de partidos seguramente se presente en unidad de acción, mas allá de la separación electoral (la praxis resultante se verá en estos meses; por ahora ambas candidaturas se mantienen). No sería extraño una progresiva consolidación de estos sectores, siendo que no se trata tan sólo de una “coincidencia coyuntural” sino que comparten una misma política en común realizada en el marco de los dos frentes de masas que se han abierto en los últimos años: Frente Brasil Popular y Frente Povo Sem Medo.
III
De cara a las opciones políticas de octubre, se trata de una competencia desequilibrada: las plataformas mediáticas, los mecanismos del aparato burocrático del Estado federal, las principales gobernaciones e intendencias, la agilidad impugnadora del Poder Judicial, la capacidad regulatoria del Congreso Nacional para componer -también- la atmósfera política; todos esos recursos, están de un lado definido: afianzar el bloque histórico que se viene reacomodando desde hace unos años, sobre todo desde el golpe a Dilma. Los contextos imprevisibles son los que podrían, en los meses que quedan, colocar nuevos elementos a considerar.