El gobierno de Andrés Manuel López Obrador
A las 11.59 dejó su cargo como presidente de México, Enrique Peña Nieto, y en el curso del siguiente minuto lo asumió Andrés Manuel López Obrador, el 79 mandatario desde que en 1824 sucumbiera el sistema imperial.
Ese año tomó la presidencia por vez primera Guadalupe Victoria, tres años después de la entrada del Ejército Trigarante a la Ciudad de México cuando quedó plasmada la independencia, y 11 después del Grito de Dolores.
Todo ello gracias a grandes héroes y mártires, desde Miguel Hidalgo y Costilla, Allende, Aldama, Jiménez y muchos más, hasta José María Morelos, Ignacio López Rayón o Vicente Guerrero, quienes regaron con su sangre la semilla que germinó en hombres como Emiliano Zapata, Francisco Villa y otros muchos caudillos de la gran patria.
Desde entonces hasta hoy 1 de diciembre de 2018, México ha vivido tres transformaciones de fondo en su historia contemporánea que los estudiosos seccionan en período de la independencia aproximadamente hasta la mitad del siglo XIX, la reforma que marca una etapa muy importante con Benito Juárez, y la actual que comienza en 1910 con la Revolución.
Con López Obrador se inicia, según sus criterios ideológicos e históricos, la cuarta transformación en la que se pretende comenzar una nueva etapa en la vida y obra de la nación que deje atrás conceptos y paradigmas ya superados por la modernidad. Sin embargo, si bien el nuevo mandatario ha avanzado aspectos concretos de esos cambios en sus planes de gobierno, aún no hay una línea programática ni catedrática al respecto.
En cambio, la simbología que se aprecia en estas primeras horas de gobierno es muy elocuente, quizás las dos más significativas el cambio del logotipo oficial y la aceptación del bastón de mando indígena por parte de López Obrador
En el primer caso, ya desde este 1 de diciembre la identidad institucional del gobierno de México es el nuevo Escudo diseñado en color claro debajo de la leyenda ‘Gobierno de México’, sobre un fondo color guinda que se simula una textura de plumas del ala de un águila.
Pero lo más significativo son los personajes históricos que lo ilustran: a su derecha Miguel Hidalgo y José María Morelos (primera transformación), al centro Benito Juárez quien porta la bandera (segunda); a su izquierda, Francisco I. Madero y Lázaro Cárdenas (tercera), lo cual sugiere que la cuarta transformación no está descontextualizada, sino que un nuevo eslabón que se una a la misma cadena histórica iniciada con la independencia.
Como parte de esa nueva iconografía está el cambio de firma oficial que será a partir de ahora Gobierno de México en lugar de Gobierno de la República. El criterio prevaleciente para ese cambio es que concentra la sustancia del país, su personalidad y representa mejor el posicionamiento del nuevo gobierno al integrar los significados y símbolo que se quieren comunicar.
El otro hecho simbólico es la aceptación por primera vez en la historia presidencial del báculo indígena que se le entrega en nombre de los 68 pueblos originarios en México, asentados en las 32 entidades nacionales que agrupan a poco más de 14 millones de habitantes.
El simbolismo de ese acto radica en el criterio participativo, no discriminatorio, inclusivo e igualitario, de una democracia popular, que proclama el gobierno, con una ejecución consecuente con esas ideas desde este mismo 1 de diciembre cuando López Obrador recibe el bastón en el emblemático Zócalo capitalino y se convierte así, por voluntad expresa de los originarios en su jefe supremo.
En aceptación de ese rango, junto con el bastón, elaborado de forma conjunta por todas las entidades indígenas con madera del árbol nacional ahuehuete, decorado y arreglado por jefes chamanes con diversos listones y colores que proyectan la cosmovisión indígena, López Obrador recibirá además el ‘árbol de la vida’ que debe preservarlo de las malas sombras.
Realmente el nuevo mandatario requerirá de todo lo que le ofrendarán los indígenas si ciertamente la cuarta transformación se realiza como la proyecta, pues en todo el tiempo de su ejecución deberá estar caminando descalzo por el filo de la navaja.
Cambios de por medio, y no solo de paradigmas, el nuevo mandatario ya proclamó, aunque todavía como carta de intención, que se elimina la etapa del neoliberalismo y el país se adentra a una dinámica diferente en la que su administración no trabajará para el capital explotador, sino para su pueblo. Se trata, así de simple, de echar abajo 36 años de neoliberalismo con todas sus secuelas políticas y sociales.
Como parte de un mismo proceso de cambios, se enfrentará a ese monstruo de siete cabezas que todos los días deberá de matar: la corrupción, en especial la de cuello blanco, la más alienígena de todas, y a su mal gemelar, el narcotráfico generador de una violencia animal, pero subalterna a final de cuentas.
En síntesis, el nuevo gobierno despierta grandes expectativas entre amigos y adversarios y a partir de este 1 de diciembre sobrarán los apuntadores que les marque, para bien o para mal, para obstruir o ayudar, cada uno de sus pasos en estos seis años que cerrarán el 1 de julio de 2024 cuando se elija a un relevo.