El llanto de los uribe-narco-fascistas
Sermones colombianos hablan de dinero fácil, de enriquecimiento rápido. Tanto hablan que se duda si es reconvención moral o propaganda. Mientras se pone al victorioso Cartel de Medellín como antivalor, se señala al empresariado como modelo a seguir. No hay tal modelo.
Tras medio siglo desindustrializando al país, los “cacaos” (arcaísmo americano para designar el dinero, cuando el cacao era valor de cambio, por extensión a los ricos y en Colombia a los grandes empresarios) abandonaron la construcción de industria, proyectar a largo plazo y obtener réditos en los plazos medianos y largos, para dedicarse a la búsqueda de ganancias fáciles y rápidas, mediante alianzas ilegales, el tráfico de favores gubernamentales, y la precarización del trabajo, que es la peor forma de enriquecimiento ilícito porque pauperiza al trabajador.
Ahora, cuando irrumpe un estallido social contenido durante siglos salen de plañideras, a llamarse víctimas del paro: Fenalco llora tres billones de pesos en pérdidas, su presidente, Jaime Alberto Cabal, dice “no entender por qué siguen prosperando los bloqueos”; se han dejado de exportar unos 800 mil sacos de café, “En un mes se destruyó lo que nos llevó construir un siglo”, berrea el gerente de la Federación Nacional de Cafeteros, Roberto Vélez; “Esto no aguanta más”, gimen los productores agrícolas; Luis Fernando Mejía, director de Fedesarrollo, lamenta que el costo del paro nacional en el mes de mayo oscila entre 4,8 y 6,1 billones de pesos. “Con pandemia y paro no se hace país”, clama el patrón Mario Hernández, mientras se presta para calumniar a los integrantes del Comité de Paro. Jorge Enrique Bedoya, presidente de la Sociedad de Agricultores de Colombia, (SAC), está compungido por el empobrecimiento que el paro ha generado a los más vulnerables, y por el aumento en los precios de productos de la canasta familiar, ¡tan considerado! De paso propone tratar como criminales a los promotores del paro.
Se pensaría que el Paro Nacional fue la fruta mordida que nos sacó del paraíso. Cuando cacaos y gremios económicos aliados con políticos colombianos de la peor estofa han cogobernado al país durante más de dos décadas, no precisamente creando empresa como dicen que hacen, sino traspasando a sus haberes privados las más rentables empresas públicas, 464, a precio de huevo Carrasquilla.
Establecieron puerta giratoria entre el sector público y sus negocios, donde sus ganancias las elevaron a imperativo económico nacional, de ahí el adagio: El país va mal, la economía va bien. Han sido coautores de una Colombia donde en 2020 las estadísticas oficiales, DANE, dicen que el 15.2% de los trabajadores recibe un salario mínimo y 48.6%, ni eso, es decir, que el 63.8% de los proletarios vive para subsistir. El ingreso general es de los más concentrados del continente: El 1% de la población tiene el 40% de la riqueza, sólo superado por Haití, y los cacaos le disputan el campeonato mundial de creación de pobreza. El 65% de los colombianos sólo puede comer dos veces al día, y más de un millón y medio una sola vez. La tenencia de la tierra marca el índice Gini de 90 cuando la mayor concentración es 100, y la pobreza llegó al 42.5%, cuando el promedio de América Latina es de 33.7% (8.8 puntos menos).
No es esa la única consecuencia de esa alianza, tan recurrida por fascistas: En Colombia se pagan intereses crediticios de usura, costos financieros excesivos, y los banqueros han dejado sin casa a medio millón de familias; así como hay peajes más caros y más frecuentes, en pésimas carreteras; también está el cemento más caro, peores servicios en salud y educación, el precio de los combustibles es exorbitante…
Como si fuera poco cobran en impuestos lo que ellos desfalcan en las obras que se autoadjudican: Reficar, Chirajara, Hidroituango, Odebrecht, Túnel de la Línea… hicieron de Colombia el país más corrupto del mundo.
La política hegemónica se reduce a otorgar privilegios a los privilegiados y en excluir a los excluidos. Así la corruptela gubernamental fabrica el mayor rico del país, en el podio de la Revista Forbes, otorgando al señor Luis Carlos Sarmiento, sólo con la cédula, el manejo del dinero de unos planes de vivienda, porque el presidente Misael Pastrana le pagó algún favor. Después Cesar Gaviria le entregó las carreteras del país para que las llene de peajes. Luego le entregarían más bancos, y el ahorro de los trabajadores para que especule con sus pensiones, más la construcción de obras. Sarmiento ni siquiera tuvo el olfato empresarial de Ardila Lulle que se casó con la hija de un industrial, es un oligopolio construido con tráfico de influencias.
El cogobierno de los cacaos con Duque Uribe ha generado una serie de regalos del Estado para los grandes capitales, excepciones tributarias, subsidios (reforma de 2019). Así crearon el hueco fiscal, auto girándose los recursos del erario, y que querían cerrar metiéndole mano al bolsillo de los que ellos han empobrecido.
Emplearon la pandemia como excusa para hacer piñata con dineros públicos que se destinaron a solventar al gran capital, porque ni a las pequeñas y medianas empresas, que generan el 80% de los empleos, ayudaron. Ese cogobierno, record de la peor gestión mundial de la peste, dejó abandonados a su suerte a los ciudadanos: El 90% de los fallecimientos ocurre en estratos 1, 2, y 3.
Empresarios tan privilegiados han sido cómplices de alianzas mafiosas, de fraudes electorales, de la paramilitarización del país, del robo de tierras, de los falsos positivos, de la descomposición de las Fuerzas Armadas, y coautores en toda corrupción administrativa. El Estado que se está derrumbando es el que ellos socavaron.
La avaricia rompe el saco: La reforma tributaria y la de la salud fueron intentos de saquear a los más pobres para enriquecer a los muy ricos, mientras que la reforma pensional era para entregar Colpensiones a las Administradoras de Fondos de Pensiones, Sarmiento y el GEA, así como aumentar la edad de jubilación para incrementar las ganancias de estos, que especulan con dinero ajeno.
Ante la indignación popular reclaman mano dura, como si la autoridad fuese cuestión de balazos, y no la legitimidad que el régimen ha perdido en maniobras fraudulentas procurando enriquecimiento por vía rápida, a la que se han vuelto adictos. Ese 76% de desprestigio presidencial también es de los cacaos que cogobiernan.
El gobierno se sostiene matando pueblo, mientras los patrones respaldan la masacre que está cometiendo. Duque y los gremios le juegan al cansancio de los protestantes, y esperan repetir la retaliación al movimiento comunero de 1781, tras las capitulaciones de Zipaquirá, como clama el presidente de la SAC.
Este señor, y los demás cacaos, en vez de pensar en descuartizar a los protagonistas del paro, deberían reconocer su responsabilidad de convertir a Colombia en Estado Fallido, y diseñar propuestas de reparación. Porque para la reconstrucción de la patria, y del aparato productivo, se deben garantizar los componentes básicos del sistema de justicia transicional: Verdad, justicia, reparación, y garantía de no repetición.
Escribió José Dario Castrillón Orozco