El tesoro escondido bajo las aguas de San Andrés
Beacon Cay, Serranilla. Acabo de vaciar el agua de la cuenca del Caribe colombianocon los ojos de la imaginación y de la ciencia. Estoy parada sobre una meseta muy extensa, no muy lejos de Jamaica, cuyas laderas en el extremo norte caen hasta un abismo de 2.300 metros lleno de acantilados, estructuras volcánicas y gargantas formadas por avalanchas submarinas.
El piso de la meseta es plano, pero a medida que uno se aproxima al borde serpenteante de ese abismo, se aprecian algunos promontorios y picos dispuestos más o menos en línea recta, entre los cuales se ha formado con el paso de los milenios una cadena de arrecifes de coral y bancos de arena.
Vuelvo a llenar el Caribe con su agua salada, cubriendo esa geografía increíble, de tal modo que lo único que sobresale de la superficie son islas de arena y unas cuantas rocas: esos son los islotes que tradicionalmente llamamos cayos remotos del archipiélago de San Andrés y Providencia, sin pensar que la riqueza que hay de ahí para abajo es igual, o mayor, que la que rodea a la cordillera de los Andes.
Debido a esa razón estratégica, el paisaje submarino que compone esta aún desconocida región del territorio colombiano está siendo dibujado con una resolución sin precedentes por los hidrógrafos y cartógrafos de la Dirección General Marítima (Dimar) y los geólogos del Servicio Geológico.
La exhaustiva tarea de reconocimiento continuó en la pasada expedición a la Reserva de la Biósfera Sea-flower 2017, el trecho de mar que abarca estos atolones y arrecifes. El sistema es tan remoto que sigue dando sorpresas. La más reciente fue habernos reencontrado físicamente con una islita perdida que existía en un levantamiento británico de 1835. Aunque esa carta náutica fue descubierta por los geógrafos colombianos en 2008, hasta el mes pasado el nuevo cayo no había sido cartografiado o visitado por una expedición científica. Bautizado como Sand Cay, es ahora la isla más septentrional que tiene el país.
El pequeño óvalo de arena mide unos 200 metros y sobresale un par de pies sobre la superficie del agua, ofreciendo un sustento crítico a las criaturas de todos los tamaños que navegan por mar y aire. “Así sea pequeño, es importante”, dice el capitán de fragata Hermann León, director científico de la expedición y coordinador de hidrografía del Centro de Investigaciones Oceanográficas e Hidrográficas en Cartagena. “Es valioso por ser lugar de anidación de especies y porque genera los mismos espacios marítimos de San Andrés”.
Durante un mes, más de 50 investigadores y personal de apoyo de la multidisciplinaria y multiinstitucional expedición organizada por la Comisión Colombiana del Océano y la Armada Nacional, con apoyo de otras entidades, incluyendo a la gobernación de San Andrés, trabajaron en sincronía. Apoyados por la célebre patrullera ARC 20 de Julio y el nuevo buque oceanográfico ARC Roncador, iniciaron un retrato biológico, geológico, oceanográfico e hidrológico de los 1.200 km cuadrados de arrecifes y bancos que componen a los cayos más distantes que tiene el archipiélago de San Andrés y Providencia.
Preguntas y tiburones
Hubo algunos hallazgos inesperados e interesantes que muestran lo mucho que hay que aprender todavía para poder hacer conservación de manera sólida. Uno de los más dramáticos fue el caso de los tiburones. El biólogo Diego Cardeñosa y su equipo de colaboradores de las universidades de Stony Brook, FIU y los Andes, en un proyecto con Global FinPrint para colocar cámaras submarinas, quedaron sorprendidos al hallar al menos seis especies de tiburones, incluyendo a dos de los depredadores tope, el tigre y el martillo oceánico, en un arrecife que está muy empobrecido. No solo hay variedad de escualos, sino cantidad: al punto de que, según Cardeñosa, el banco de Serranilla podría ser un importante foco de concentración de estos peces en el Caribe.
Los corales que rodean al banco de Serranilla, sobre la meseta, están muertos y cubiertos de algas, es decir que lo que sea que los esté afectando comenzó hace años
Ahora bien, ya sea por sobrepesca, cambio climático, contaminación o todas las anteriores, los corales que rodean al banco de Serranilla, sobre la meseta, están muertos y cubiertos de algas, es decir que lo que sea que los esté afectando comenzó hace años. Un ambiente así, donde apenas hay algunos parches de corales cerebro y cuerno de alce aquí y allá, obliga a los investigadores a hacerse nuevas preguntas acerca de lo que conocíamos al respecto de la productividad de los arrecifes coralinos. ¿Por qué hay tantos tiburones aquí, donde supuestamente no hay mucho que comer? ¿Irán hasta el talud que cae al abismo, que no ha sido explorado aun?
O tal vez se atragantan de tortugas marinas, pues el conteo de nidos que hizo la Fundación Tortugas del Mar en Beacon Cay (la más grande de las islas de Serranilla) fue muy alto. Igual que con los tiburones, Karla Barrientos y Cristian Ramírez se sorprendieron al hallar al menos tres especies de tortugas literalmente codeándose en la pequeña playa para poner sus huevos. Y puesto que los carismáticos animales regresan al lugar donde nacieron para desovar, Serranilla de pronto pasó a ser la capital-tortuga del Caribe colombiano.
Otro que halló muchas muestras fue Mario Londoño. El biólogo de la Universidad de Antioquia es experto en poliquetos, un fascinante grupo de invertebrados que cuenta con 17.000 especies. Londoño es la autoridad máxima en Colombia de estos gusanos marinos con cabezas adornadas de las formas más estrafalarias, y que horadan sus viviendas dentro de las piedras coralinas. Ha descrito muchos de ellos para la ciencia, y sabe que describirá varios más. Su colega Paula Quiceno, experta en artrópodos, recolectó encantada al menos dos especies de cangrejos diminutos que son extremadamente difíciles de ver, un tesoro de información científica.
Para los ictiólogos Arturo Acero y José Tavera, de las universidades Nacional y del Valle, el avistamiento de peces estuvo algo agridulce. Por un lado registraron al menos 170 especies, pero, por otro, no había mucha cantidad de individuos. Y menos aún, de peces comerciales como el pargo. También controvertida fue la presencia de un dilapidado y sobrecargado barco pesquero hondureño que, usando métodos depredadores de pesca, dejó montañas de conchas de caracoles pala en el fondo marino.
Las observaciones en tierra firme se centraron en aves, insectos y cobertura vegetal; no habiendo estado en ese turno de la expedición, sospecho que esos primeros investigadores también habrán tenido historias de avistamientos interesantes. Como seguramente las habrán tenido los pescadores sanandresanos que vienen hasta aquí, y los infantes de marina que cuidan permanentemente a la isla desde hace 40 años.
“Serranilla está en el área de régimen común que comparte Colombia con Jamaica, y ambos países han decidido protegerla entre ambos. Ese es un modelo para imitar”, dice León. “La reserva es sumamente importante para todo el Caribe”.
Unos cuantos días en Serranilla son suficientes para entender que esta es una “tierra del agua”, como acertadamente la bautizara el cineasta Nicolás Ordóñez en el documental que hizo para Colciencias, y que fue estrenado no hace mucho. Una tierra del agua, no obstante, cuyo mayor patrimonio está sumergido entre cañones, pendientes y valles abisales que apenas comenzamos a descubrir.