En el umbral de una guerra por el litio, el ‘petróleo del siglo XXI’
La demanda de ese metal podría incrementarse en 38 veces desde 2016 hasta 2030.
El precio del litio, el metal más ligero y componente clave en la producción de diferentes industrias, se ha disparado en los últimos años y varios expertos auguran que experimentará un gran despegue en la próxima década, informa el portal Republic.
Descubierto en varios minerales a principios del siglo XIX, se aplica con frecuencia en la metalurgia, las industrias automotriz y nuclear, la producción de lubricantes y hasta el tratamiento de trastornos psíquicos, pero destaca en la producción de baterías al aumentar su capacidad y vida útil con un coste reducido.
La demanda del ‘oro blanco’ aumentó gracias a la revolución tecnológica, con el aumento en la fabricación de teléfonos móviles y otros dispositivos, aunque también destaca el uso de baterías de litio en plantas solares y turbinas eólicas.
Reservas y fabricantes
Uno de los problemas es que el litio pertenece al grupo de metales en las denominadas tierras raras. Es difícil evaluar las reservas globales de ‘la nueva gasolina’: varias estimaciones las sitúan entre 18 y 40 millones de toneladas.
Chile es el país que más tiene —alrededor de 7,5 millones de toneladas—, mientras que otros lugares con cantidades destacadas son China, Australia, Argentina y Portugal.
El trío de líderes de producción del ‘crudo del siglo XXI’ son la chilena SQM y las estadounidenses Albemarle y FMC, cuya participación en el mercado ha caído del 85 % al 53 % ante el avance de los fabricantes chinos —como Tianqi Lithium y Jiangxi Ganfeng Lithium—, que cuentan con el 40 %.
Demanda y oferta
La creciente demanda y el largo y complejo proceso de extracción de litio generan un riesgo de escasez. Según Bloomberg New Energy Finance, para 2030 la demanda de litio podría ser 38 veces mayor que en 2016.
De hecho, si en 2009 su consumo global de ‘petróleo blanco’ se aproximó a las 102.000 toneladas, hace dos años superó las 210.000, en 2017 llegó a 235.000 y para finales de 2018 superará las 250.000 toneladas.
Así, la empresa de investigación Benchmark Minerals Intelligence espera que para 2025, la demanda supere las 900.000 toneladas de carbonato de litio equivalente y ronde los 2 millones de toneladas a principios de los años 2030.
Además, los expertos advierten sobre la creciente demanda de baterías de iones de litio y esperan que para 2030 crezca alrededor del un 1.700 % en comparación con el nivel actual.
En cualquier caso, a pesar de estos aumentos hasta el momento la extracción de litio no satisface la demanda existente. Así, el año pasado en el mundo se produjeron entre 35.000 y 43.000 toneladas de ese metal, en 2018 se podrían superar las 51.000 y se espera que los volúmenes se tripliquen y alcancen las 154.000 toneladas para 2022.
Precios y una ‘guerra’
Ante la insuficiente oferta, los precios del litio aumentan de manera considerable, desde unos 5.400 dólares a finales de 2015 hasta 25.000 en marzo de 2018. Sin embargo, en la segunda mitad de este años descendieron y en octubre se situaron cerca de los 11.000 dólares en China.
Aún así, todavía es prematuro esperar que experimenten nuevos desplomes. Por un lado, los productores y el mercado confían en su demanda constante; por el otro, algunos analistas advierten sobre una posible ‘guerra’ por el acceso económico a los recursos del litio como tendencia principal durante la próxima década, sobre todo entre China y los países de Norteamérica, principalmente Canadá.
La situación se agrava porque el ‘oro blanco’ todavía no cotiza en las bolsas, como otros metales importantes, aunque se espera quela Bolsa de Metales de Londres (Reino Unido) lance contratos de futuros para el litio en la segunda mitad de 2019 o en 2020.
Actualmente, compañías como Benchmark Mineral Intelligence y Metal Bulletin publican las cotizaciones del litio, pero eso no proporciona un panorama completo y transparente porque la ausencia de un precio común no permite a los extractores atraer inversiones y desarrollar nuevas minas, ya que los bancos no son capaces de evaluar los riesgos de un modo adecuado.