Escenarios míticos que inspiraron grandes libros
En 1939, la escritora y fotógrafa ginebrina Ella Maillart (1903-1997) y la escritora Annemarie Schwarzenbach, nacida en Zúrich en 1908, viajaron en coche desde Suiza hasta Kabul. Eran los días previos a la Segunda Guerra Mundial, y en su audaz y duro periplo las dos mujeres atravesaron Armenia, Persia, Azerbaiyán y Afganistán. Publicado cinco años después de la muerte en accidente de Schwarzenbach, en 1942, El camino cruel (La línea del horizonte), además de ser un libro de viajes, sirve para acercarse a la atormentada figura de esta escritora de culto y autora de relatos de viaje como Muerte en Persia o Todos los caminos están abiertos, ambos publicados en castellano por Editorial Minúscula.
En la imagen, la mezquita del jeque Lotf Allah, en Isfahán (Irán).
Un recorrido por el antiguo Egipto “Cuando al final se llega al filo del desierto, se sube la gran pendiente arenosa, se llega a la meseta rocosa, y la Gran Pirámide con toda su inesperada mole y majestuosidad se alza enorme ante la cabeza de uno, entonces el efecto es tan repentino como abrumador. Eclipsa al cielo y al horizonte, a las demás pirámides. Lo eclipsa todo menos la sensación de sobrecogimiento y asombro”. Dioses, faraones y exploradores (Abraxas Ediciones) ofrece un apasionante recorrido por el antiguo Egipto a través de los ojos de su primera exploradora, la egiptóloga británica Amelia Edwards (1831-1892).
En la imagen, un globo sobrevuela el valle de los Reyes, en Luxor (Egipto).
El desierto del sur de Egipto El título de Nadadores en el desierto (Península) hace alusión a las bellas pinturas rupestres halladas por el aviador y aventurero húngaro László Almásy (1895-1951) en Uadi Sura, un remoto rincón del desierto líbico (Egipto y Libia). Basándose en textos de Herodoto, Almásy —quien inspiró el protagonista de El paciente inglés— se lanzó a la búsqueda Zerzura y su ciudad blanca, “un secreto lugar repleto de oro y tesoros”, y del ejército del rey persa Cambises, tragado por una tormenta de arena cuando intentaba conquistar el oasis egipcio de Siwa.
En al imagen, el monasterio copto de San Simeón, del siglo VI, en el desierto del sur de Egipto.
Viaje a la Patagonia Cuando se encontraba en la cima de su éxito, Bruce Chatwin abandonó su trabajo como reportero de la revista del Sunday Times (antes había triunfado como experto en arte en la galería de subastas Sotheby’s, en Londres), para emprender un viaje a la Patagonia en busca de un recuerdo infantil: un trozo de piel “pequeño y correoso, con mechones de pelo áspero y rojizo” procedente de una cueva en el sur de Chile. Durante su periplo por los confines del mundo, se encontraría con todo tipo de personajes e historias —reales o improbables— con los que fue tejiendo En la Patagonia(Península), una narración sobre el exilio donde cada capítulo es casi una novela corta.
En la imagen, la Cueva del Milodón, al norte de Puerto Natales (Patagonia chilena).
El Gran Canal de Venecia (Italia) Cuando Jan Morris (1926) llegó a Venecia a finales de la década de los cincuenta del siglo pasado, siendo todavía un varón (en 1972 se sometió a una operación de cambio de sexo), no pudo sustraerse al voluptuoso encanto que emanaba la ciudad italiana. Obsesionada por el lugar, “la leona solitaria, dorada con ojos de ágata”, le dedicó su obra maestra, Venecia, un clásico imprescindible de la literatura de viajes
El Asia de Henri Michaux “El japonés ama el agua, y el samurái, el honor y la venganza. El samurái lava con sangre. El japonés lava hasta el cielo. ¿En qué cuadro japonés han visto ustedes un cielo sucio? ¡Y sin embargo! Rastrilla también las olas. Un éter puro y helado reina entre los objetos que dibuja; su extraordinaria pureza ha llegado a hacer creer que es maravillosamente claro un país donde llueve todo el tiempo”. En Un bárbaro en Asia, publicada por Tusquets con traducción de J. L. Borges, el escritor y pintor franco-belga Henri Michaux (1899-1984) describe el viaje que realizó en la década de 1930 por varios países de Asia, entre ellos el Japón de entreguerras, por entonces un país imperialista y militarizado que acababa de invadir Manchuria (China). Michaux, que compartió con los surrealistas la imaginación visionaria y el gusto por el gesto caligráfico, encontró en el refinamiento de Japón, India, Java, Ceilán o China la materia con la que alimentaría buena parte de su poesía y obra gráfica.
En la imagen, el templo de Kiyomizu-Dera, en una ladera boscosa de una de las colinas en la zona oriental del barrio de Gion, en Kioto (Japón).
Alucinante Ceilán “Un viaje no necesita motivos. Pronto demuestra que tiene sentido por sí mismo. Tú piensas que vas a hacer un viaje, pero muy pronto es el viaje quien te hace a ti. O quien te deshace”. En junio de 1953, con 24 años, el escritor suizo Nicolas Bouvier (1929-1998) y el dibujante Thierry Vernet partieron de Ginebra a bordo de un diminuto Fiat Topolino en una ruta por carretera a través de los Balcanes, Turquía, Irán y Pakistán hasta llegar a Kabul (Afganistán). Lo cuenta en Los caminos del mundo (Península). En 1955, tras dos años de periplo, pasó siete meses en Ceilán (la actual Sri Lanka) a la espera de unos permisos que le permitieran continuar. Alojado en un hotel de mala muerte, enfermo, casi sin dinero y con un manual de entomología como único compañero de viaje, su estancia en la isla del Índico se convirtió en una experiencia alucinada y febril que Bouvier tardó décadas en contar por escrito. El resultado es El pez escorpión, un libro de culto que se publicó por primera vez en 1982, editado por Altaïr dentro de su colección Heterodoxos.
En la imagen, vista aérea de una playa en la costa sur de Sri Lanka.
Por el mar de Cortés Al escritor estadounidense John Steinbeck siempre le tiró el Sur, la frontera. Con un amigo biólogo se embarcó en un sardinero en 1950 y recorrió el litoral del golfo de California, en México. El mar le atrapó y él se entregó a cantar un tipo de vida que ya le fue imprescindible en relatos como Por el mar de Cortés (Austral).
En la imagen, nadando junto a un tiburón ballena en la bahía de La Paz, en el Mar de Cortés (México).
Inspiración en el Mediterráneo Buena parte de la obra de Lawrence Durrell (Jullundur, India, 1912-Sommières, Francia, 1990) está ambientada en el Mediterráneo, un espacio geográfico que el autor del Cuarteto de Alejandría, su novela más conocida, reinventa hasta hacerlo suyo. Entre 1937 y 1940, Durrell vive en Corfú. Allí, arropado por la bondad del mar y del paisaje, escribe La celda de Próspero, un evocador diario repleto de imágenes y reflexiones sobre la isla, sus habitantes y los amigos que le acompañan. La obra pertenece a la trilogía que el autor británico dedicó a las islas del Mediterráneo, y que completan Limones amargos, sobre el convulso Chipre de los años cincuenta, y Una venus marina, que trata de Rodas (Edhasa).
En la imagen, acantilados en la isla griega de Corfú.
Inabarcable Siberia Con 58 años, Colin Thubron (Londres, 1939) dedicó cuatro meses de 1997, tras la descomposición de la URSS, a viajar por Siberia, un vasto territorio de Asia con 30 millones de habitantes y tres de los ríos más largos (Obi, Yenisei y Lena) de la Tierra. Recorrió 25.000 kilómetros y visitó desde el lugar donde fue asesinado el zar y su familia hasta la aldea de Rasputín. También lugares infames como Vorkuta, una ciudad construida en la tundra ártica por trabajadores del gulag (el siniestro régimen carcelario soviético) por la que pasaron 18 millones de personas. El resultado es En Siberia (RBA), un maravilloso libro de viajes, tanto por el tono poético de su prosa como por su calidad periodística.
En la imagen, un paisaje de bloques de hielo en el lago Baikal, en Siberia (Rusia).