Europa League. Sevilla campeón
El Sevilla Fútbol Club entró en la gloria en la noche de Colonia. Seis títulos, seis, como se utiliza en el argot taurino, para una entidad que, no se olvide, está radicada en el Sur del Sur de Europa. Nada que ver con esos nortes industriales en los que se afincan colosos como el Manchester United o el Internazionale de Milano, donde los dineros llueven casi a espuertas. Pero no, el campeón, por sexta vez, es el Sevilla Fútbol Club y lo es sencillamente porque aúna fútbol, sobre todo fútbol, y sentimiento. He ahí el secreto para que la entidad pequeñita haya ingresado de pleno derecho en ese Olimpo en el que sólo se quedan a vivir para la eternidad los dioses elegidos.
El Sevilla se medirá al PSG o Bayern en la Supercopa de Europa el 24 de septiembre
Pero este Sevilla es capaz de todo, de cargarse por el camino a la Roma, al Manchester United y al Inter de Milán, todos campeones en infinidad de ocasiones, y, lo que es más importante, provocar el orgullo de todos los suyos, hacedlos sentir las personas más felices del universo, si es que el fútbol, la cosa más importante de las menos trascendentes, dicen, puede provocar ese estado mental tan cercano al éxtasis.
Porque nadie podrá ponerle esta vez la mínima objeción al camino que se encontró la escuadra de Julen Lopetegui antes de que Jesús Navas, nada más y nada menos que el palaciego Jesús Navas, alzara hasta el cielo la copa de campeón de la Liga Europa. Pero el equipo jamás dio un paso atrás, le planteó los pulsos de tú a tú, sin el más mínimo complejo de inferioridad a estos gigantes hasta empequeñecerlos y dejarlos por el camino. Hasta llegar a la gran final y ahí, a pesar de todas las dificultades de nuevo, volvió a comparecer el gen ganador de una gran escuadra, entidad o como quieran llamarlo, porque todos los verán de una manera diferente.
Aunque para que nadie pueda pelearse por semejante matiz, qué tal si convenimos que el equipo es una maravilla desde el primer futbolista hasta el último, desde Bono a De Jong, los más discutidos durante muchas fases de la temporada; que el entrenador, Julen Lopetegui y siete apellidos vascos más, es un estratega capaz de ganar todas las batallas que se le pongan por el camino junto a su extraordinario cuerpo técnico; que el director deportivo, de nombre Monchi, es sencillamente el dios de su parcela; y que la entidad es para elevarla a los altares, para valorar la capacidad de trabajo de todos sus integrantes y hasta sus dirigentes por mucho que haya quienes están empeñados en entrar como un elefante en una cacharrería para tratar de desmontarlo todo.
Ése es el resumen; por tanto, gloria eterna para este Sevilla Fútbol Club, tal y como se titula este relato de los hechos acaecidos en el RheinEnergieStadion de Colonia.
Y llegados a este punto de esta crónica, hay que tener en cuenta que sobre el césped de semejante recinto se disputó un partido de fútbol, con diez hombres vestidos de blanco, más el guardameta de naranja, contra otros diez que defendía una histórica casaca azul y negra. Pues hay que convenir con prontitud que el Sevilla iba a acumular méritos más que sobrados para alzarse finalmente con la copa, entre otras cosas porque así lo consignó el holandés Danny Makkelie en el acta del encuentro y ése es el dato más objetivo posible. Tres a dos, no hay más.
Mas el mérito del Sevilla se incrementa si se tiene en cuenta que por tercer partido consecutivo los blancos iban a tener que sobreponerse a un penalti tempranero y encima ese hándicap desdoblado cada vez era un poco antes en los cronómetros. Paradójicamente, después de que la defensa del Inter sacara un tiro sin portero en un saque de banda largo de Ocampos todo pareció ponerse imposible con el contragolpe italiano y la falta de Diego Carlos sobre Lukaku.
Cinco minutos escasos y el Sevilla ya perdía ante el Inter. ¿Más difícil todavía? Indudablemente que sí, pero a este equipo es evidente que le va la marcha. Después de un par de voleones las manos de todos se pusieron con las palmas boca abajo en un gesto claro de pedir calma.
Se serenaron, vaya si se tranquilizaron, porque a los 12 minutos ya había cabeceado en plancha De Jong un magnífico centro de Jesús Navas para establecer las tablas. Partido nuevo y el Sevilla jamás iba a dar un paso atrás, ni siquiera cuando el Inter tuvo que achuchar a lo loco en la recta final para tratar de lograr un nuevo empate. No lo consiguió, por supuesto que no.
Aunque la sucesión de acontecimientos establece que el Sevilla iba a adelantarse por primera vez en el primer periodo, de nuevo a través de la testa de De Jong en un cabezazo con comba sublime. Dos a uno, pero sin tiempo para saborearlo siquiera porque Godín estableció la paridad de nuevo.
En fin, allí había partido y tocaba, como diría Lopetegui, picar piedra de nuevo. Pero a este Sevilla a eso no le gana absolutamente nadie. Ni siquiera cuando sufrió un susto de los gordos al ver a Lukaku dirigirse en solitario hacia Bono para que el marroquí le sacara la pelota con los pies. Los dioses, una vez más, eran sevillistas, estaban con el último en ingresar en ese Olimpo de la eternidad.
El Sevilla siguió buscando la suya y la encontró en unas manos que parecieron flagrantes, pero la pelota le fue a Diego Carlos, ya lesionado en su musculatura, y éste se sacó de la manga una chilena para que Lukaku pensara que eso merecía ser gol de por sí y tocara la pelota hacia dentro de su portería.
¿Hay un camino más poético para alcanzar la sexta? Seguro que no hay ni un solo sevillista que lo afee y precisamente de eso se trata, de que al Sevilla, a este Sevilla Fútbol Club que se merece la gloria eterna, sólo tienen que quererlo los suyos, los que sufrieron durante los 21 minutos que se jugaron, entre comillas, tras el gol de Diego Carlos para que la explosión de júbilo fuera aún más expresiva si cabe.
Al Liverpool lo sucede el Inter como rival en las finales, ¿les suenan esos nombres a quienes han amado el fútbol desde pequeñitos? Pues eso, los dos hincaron sus rodillas, uno en Basilea y otro en Colonia, y el campeón responde por Sevilla Fútbol Club. Seis títulos, seis, ahí queda el cartel para la eternidad.