Gaitán, Petro y el año 1946

La decisión que parece haber tomado cierta élite del Partido Verde, desconociendo sus bases, es: “sigamos el ejemplo del Partido Liberal en 1946; es preferible perder separados y ver a Colombia en guerra antes que aceptar a Petro.”

En primer lugar, una breve contextualización histórica. Las elecciones presidenciales de 1946 decidieron el sucesor del segundo gobierno del liberal Alfonso López Pumarejo. Un segundo gobierno más bien pálido y timorato, si lo comparamos con el entusiasmo liberal del primero; un gobierno acosado económicamente, por la crisis desatada por la Segunda Guerra Mundial, y acosado políticamente, sobre todo desde los sectores más conservadores del Partido Liberal, que siempre estuvieron asustados por la Revolución en Marcha. En este escenario, tres fueron los candidatos para suceder a López: Jorge Eliécer Gaitán (liberal), Gabriel Turbay (liberal) y Mariano Ospina Pérez (conservador).

Redondeando las cifras, Gaitán sacó 360 mil votos, Turbay 440 mil votos y Ospina 560 mil votos. Como se ve, si el liberalismo no hubiese llegado dividido a las elecciones, Gaitán y Turbay hubiesen sumado 800 mil votos, ganando de manera holgada las elecciones. Este error del Partido Liberal fue copia y calco del que había cometido en 1930 el Partido Conservador, cuando llegó dividido entre Vázquez Cobo y Guillermo Valencia, cediendo así la victoria al liberal Enrique Olaya Herrera. Curiosidad histórica: Guillermo Valencia fue padre de Guillermo León Valencia, presidente, quien bombardeó en 1964 a Marquetalia, dando origen a las Farc, y fue abuelo de la actual senadora Paloma Valencia.

¿Qué se jugaba en las elecciones de 1946? Primero, el cariz que debería seguir el Partido Liberal, que podía ser bien: a) un compromiso mayor con las necesidades profundas del país, siguiendo alianzas con el movimiento sindical, arriesgándose por una verdadera reforma agraria; o b) un acomodo con las instituciones liberales, siempre reacias a romper el status quo, tendiendo puentes con el sector del conservadurismo ávido por un crecimiento económico sólo para las élites, basado en una pobre industrialización del país y un crecimiento de la represión contra el movimiento social. Segundo, un posicionamiento frente a la creciente violencia entre ambos partidos; bien se fortalecía un movimiento de masas de liberales y conservadores rompiendo una falsa dicotomía en el seno del pueblo, bien se seguía la hermandad oligárquica entre liberales y conservadores, mientras en campos y veredas campesinos liberales y conservadores se mataban entre sí. 

El resultado lo conocemos todas y todos. Gaitán y Turbay pierden las elecciones; Turbay se va para París, desentendiéndose del futuro de Colombia, donde morirá, como dice García Márquez, “entre las flores de papel y los gobelinos marchitos”. Por otro lado, Gaitán se queda en la lucha política en Colombia, denunciando la complacencia estatal frente a los asesinatos de liberales, formando un movimiento popular que involucra tanto liberales como conservadores.

Todo el mundo político, incluyendo liberales, conservadores y comunistas, sabían de antemano que Gaitán iba a ganar las próximas elecciones de 1950, pues dentro del Partido Liberal no tenía competidor y el Partido Conservador estaba roto entre Mariano, Laureano y Avendaño. Sin embargo, pasó lo que todos sabemos: Gaitán es asesinado, la posibilidad de una paz entre liberales y conservadores – no desde las triquiñuelas de los partidos políticos, sino desde las masas populares – queda truncada y se hunde el país en una violencia que dura hasta nuestros días. La pregunta es: ¿pudimos haber evitado este baño de sangre?

La respuesta a la que tiende Petro en su tweet es: sí, sí pudimos, pero no pasó. Si Gaitán y Turbay, en vez de haber ido separados a las elecciones, hubiesen formado un frente común que por cierto se planteó, pero al parecer fue roto por las élites del Partido Liberal, la historia de Colombia hubiese sido radicalmente diferente. 1946 es uno de esos momentos de quiebre en que el liberalismo señaló su muerte política al no conciliar institucionalidad liberal y las masas populares.

Volvamos al presente. ¿No nos recuerda el desesperado viaje de Turbay, viaje cómodo en su melancolía, con la escapada de Fajardo a ir a ver ballenas? ¿No nos recuerda la actitud de Angélica Lozano a la de las élites liberales del 46, torpedeando cualquier intento de acercamiento con Petro, digo, con Gaitán? En una entrevista con Blu Radio, refiriéndose al triunfo de Petro sobre Fajardo en dos encuestas dentro de los simpatizantes del Partido Verde, ésta congresista dijo: “La encuesta tiene carácter de insumo para la reunión de la dirección nacional del viernes 22 de octubre, donde se va a ratificar la participación activa del Verde en la Coalición de la Esperanza o donde se va a derogar”. Y más adelante: “La verdad metieron una pregunta absurda, pero eso hace parte de las tensiones del Verde, donde uno de los copresidentes está con Petro. Los copresidentes que tienen la representatividad política como Antanas Mockus y Antonio Navarro sí están absolutamente claros y decididos a ratificar la decisión de marzo de participar en la Coalición de la Esperanza.”

Entonces, ¿qué tipo de insumo es la encuesta, si ya la decisión está tomada por la dirigencia política? El Partido Verde, que vive con la palabra “democracia” y “paz” en la boca, sólo repite, a nivel de su dirigencia, las mismas prácticas autoritarias que han llevado al país a la guerra. La guerra en Colombia nunca ha sido causada por discursos, que algunos llaman “populistas”; la guerra ha sido causada por hechos que marginalizan a las masas populares, por la inconsecuencia de los llamados “defensores de la democracia”, por un discurso “técnico y apolítico” que ha demonizado cualquier cambio serio, real y necesario en este país.

La decisión que parece haber tomado cierta élite del Partido Verde, desconociendo sus bases, es: “sigamos el ejemplo del Partido Liberal en 1946; es preferible perder separados y ver a Colombia en guerra antes que aceptar a Petro.” Ésa es la actitud que se ve en sus acciones y sus palabras. Si es así, ¿por qué Lozano no apoya de una vez al candidato uribista y se ahorra el trabajo de mentir? Con el divisionismo entre las fuerzas alternativas, le está dando conscientemente más posibilidades a la derecha de volver a la presidencia.

Me dirán: “pero el dogmático es Petro, él es que no tiende puentes, él es el del lenguaje del odio”. Yo diré: ¿dogmático proponer una consulta común entre las fuerzas alternativas?, ¿dogmático dejar que la gente decida, en vez de imponer decisiones desde las élites? La actitud de este elitismo dentro del Partido Verde, no sólo debería indignar a la gente que dentro de este partido apoya a Petro, también debería ser indignante para la gente que apoya a Fajardo, porque, sea cual sea la decisión de las bases, las élites decidirán por su propia cuenta, sin consultar a nadie. Por eso, por lo que veo, la única solución a este dilema dentro del Partido Verde no yace en rogar más Lozano, no yace en tratar de convencer a Goebertus, sino en fortalecer las bases de este partido. Dejar que las bases decidan y, si es el caso, se opongan a la decisión que tomen las élites contra su voluntad. ¡Critican a Petro por ser muy de “izquierda”, pero Lozano y Goebertus siguen las mismas prácticas del Partido leninista que, en su centralismo, borra cualquier diferencia política!

En 1946, los liberales divisionistas no entendieron la catástrofe que se les venía, quizá no la podían entender. Sin embargo, hoy en día sí sabemos qué puede ser un nuevo gobierno de derecha: más masacres, más corrupción, más desempleo, más hambre. En Colombia, podemos saber cuándo la derecha toma el poder, pero no cuando lo suelta. Desde Mariano Ospina Pérez, el pensamiento y las prácticas conservadoras se montaron en el Estado hasta el día de hoy. Desde ese tiempo, vemos mejor lo que decía Gaitán sobre la hermandad entre oligarquía liberal y oligarquía conservadora: ambas comen del mismo plato, ambas botan sus sobras del mismo lado. Gaitán pudo romper esta lógica enfermiza, donde la política se entiende como favores entre corruptos y no como el ejercicio libre de la sociedad en general. Pero a Gaitán lo mataron.

Nunca antes, desde las elecciones de 1946, pudimos ver tan cerca el fin de un conservadurismo retrógrado, que se basa en la acumulación criminal de tierras y la represión sanguinaria. En 1946, no sabían que la larga noche iba a ser tan larga; ¿acabará ella en el 2022? ¿Será el 2022 el año en que el frentenacioanlismo, que no ha sido alternancia entre liberales y conservadores, sino entre conservadores de un partido y conservadores de otro partido, por fin, se rompa? Lozano y Goebertus no lo quieren así. Ellas consideran a la política como arreglos elitistas, como gente de bien, gente educada, codeándose con el poder, alejada de la guacherna. ¿Permitiremos que estas minorías elitistas nos vuelvan a joder el país, abriéndole la puerta a un nuevo gobierno de la derecha?

La respuesta no está ni en Lozano, ni en Petro, ni en Fajardo, sino en la gente del común, en las mayorías a las que quieren desoír las élites, pero que tienen que hacerse oír, aun cuando lo que digan no guste a algunos oídos delicados. La decisión la tomamos nosotras y nosotros aquí abajo, no las élites allá arriba.

Así que, ¡ojo con el 46!

Escribe: Nicolás Martínez Bejarano, filósofo de la Universidad Nacional y estudiante de la maestría en historia del arte.

Investigador sobre filosofía medieval y estudios visuales. 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.