Grecia. Manolis Glezos uno de los 2 adolescentes, quienes retiraron la bandera nazi de la Acrópolis, hace 78 años.
La noche del 30 de mayo de 1941 dos jóvenes estudiantes griegos treparon a la Acrópolis de Atenas y arriaron la bandera nazi que ondeaba a poca distancia del Partenón.
Sus nombres eran Apostolos Santas y Manolis Glezos y tenían 18 y 19 años.
Aquella acción, arriesgada pero perfectamente planeada, se convirtió en un símbolo de resistencia y ayudó a muchos griegos a entender que existía una posibilidad de plantar cara a los invasores alemanes, que habían ocupado el país a finales de abril de aquel mismo año.
Santas murió el 30 de abril de 2011. Manolis Glezos, sin embargo, es con 96 añosuna leyenda viva en Grecia.
“No quiero que tus preguntas se centren en el tema de la bandera. Mi vida no se trata solo de eso”, dice Glezos -con su característico pelo y bigote blancos, su gorra de pescador y lleno de energía aún a sus 93 años- al principio del documental “El último partisano”, un retrato personal del político y activista dirigido por Andreas Hadjipateras en 2018.
Y es cierto. Glezos es un hombre de mil oficios y una vida azarosa.
Fue partisano contra los alemanes, estuvo preso y exiliado durante los gobiernos autoritarios que marcaron Grecia durante buena parte de las décadas posteriores a la II Guerra Mundial, fue condenado a muerte, ejerció de parlamentario y europarlamentario en varias ocasiones, fue alcalde de su pueblo natal, escritor, periodista…
Pero aunque desde que nació el 9 de septiembre de 1922 en Apiranthos, un pueblo pequeño en la isla egea de Naxos, su figura puntúa muchos de los momentos clave de los últimos 100 años de la historia de Grecia, el “incidente de la bandera” es el pasaje más recordado y admirado de su biografía.
La idea de dar ese golpe de efecto surgió una tarde de primavera mientras Santas y Glezos observaban desde un parque la colina que domina la capital griega coronada por la esvástica.
No fue una decisión “instintiva”, recuerda Glezos en el documental, sino plenamente consciente del efecto revulsivo que podía tener en una población descontenta y desmotivada.
Una linterna y una navaja
Llevarla a la práctica no fue, sin embargo, tarea fácil.
El acceso principal al recinto de la Acrópolis estaba fuertemente vigilado por soldados alemanes y los dos amigos tuvieron que buscar vías alternativas para subir hasta la ciudadela.
Las encontraron en libros que mencionaban la existencia de una cueva que penetra en la roca desde su base y desemboca en la parte alta, la misma ruta que utilizaron los persas en el siglo V antes de Cristo para tomar la ciudadela.
Con una linterna y una navaja como únicas herramientas, Santas y Glezos se decidieron a subir la noche del 30 de mayo.
La Luna estaba en cuarto creciente y la visibilidad debía ser escasa, pero la caída de Creta, el último bastión griego, en manos alemanas el día anterior sirvió de detonante de la acción.
Una vez arriba, tal como ellos mismos contaron años después, se agazaparon y lanzaron piedrecitas para distraer a los guardas alemanes sin desvelar su presencia.
Frente a la bandera nazi
Estaban solos.
Santas bordeó la Acrópolis por un lado y Glezos por otro y se encontraron a los pies del mástil de la bandera.
Cortaron la cuerda que la sujetaba, pero la tela no cayó.
Estaba atada al palo, a unos 15 metros de altura.
Por turnos, se auparon hasta que lograron desenganchar el cable que la sujetaba.
De la bandera, de unos dos metros de ancho por cuatro de largo, apenas cortaron dos retales, uno para cada uno, como prueba de su hazaña.
El resto lo lanzaron a un pozo seco cercano y se marcharon de allí. La operación había durado más de tres horas.
Al salir de nuevo a las calles de Atenas, se toparon con un policía que los paró brevemente y los dejó seguir su camino sin sospechar lo que acababan de hacer.
“¿Dónde has estado?”
Al llegar a casa, la madre de Glezos lo estaba esperando, preocupada.
“‘¿Dónde has estado?’ Me desabroché la camisa y le enseñé un trozo de la bandera de la Acrópolis.
“Al verla me abrazó y me dio un beso sin preguntarme nada. Me dijo que me fuera a la cama.
“Al día siguiente, mi padrastro le preguntó dónde había estado la noche anterior. ‘Sube al tejado y mira a la Acrópolis’, le contestó mi madre. Ella lo había deducido todo”, cuenta Glezos en “El último partisano”.
Al día siguiente la noticia corrió por toda la ciudad.
Lo que para muchos griegos fue una manifestación de orgullo, los alemanes lo percibieron como una provocación.
‘¿Dónde has estado?’ Me desabroché la camisa y le enseñé (a mi madre) un trozo de la bandera de la AcrópolisManolis Glezos
“Los atenienses pudieron ver que la bandera ya no estaba allí -Atenas no tenía tantos edificios altos como ahora y desde todos los puntos de la ciudad se podía ver la Acrópolis- y comprendieron que había un movimiento de resistencia“, apunta Spyros Marchetos, profesor de ciencia política de la Universidad de Tesalónica en diálogo con BBC Mundo.
“Esto coincidió con los primeros pasos de un gran movimiento popular, el Frente de Liberación Nacional, que durante la ocupación consiguió atraer la simpatía de la gran mayoría de los griegos”, añade.
En los días siguientes, los nazis destituyeron a los mandos de la policía de Atenas y sentenciaron a muerte en ausencia a los culpables.
Glezos y Santas colaboraron con en la resistencia y en 1942 fueron delatados y cayeron presos.
Sin embargo, los alemanes no los conectaron con el incidente de la bandera.
La resistencia
Tras salir en libertad se unieron al Ejército Popular de Liberación Nacional, el movimiento guerrillero que luchaba contra la ocupación.
Su papel protagonista en la acción del 30 de mayo de 1941 no salió a la luz hasta después de la contienda mundial.
“Aquel fue uno de esos acontecimientos extraordinarios que resume una situación completa en una acción concreta. De alguna manera, aquella sencilla acción física expresó el sentimiento de un país entero, o al menos de una ciudad”, le dice Andreas Hadjipateras a BBC Mundo.
“Emocionó a mucha gente y prendió la idea de que se podía resistir, que estaba en sus propias manos el actuar de esa manera. En cierto modo, es poesía”, agrega.
Otra guerra
En 1946, después de la Guerra Mundial, Grecia se sumió en un conflicto civil que duró tres años.
Como consecuencia de esa contienda, Santas y Glezos sufrieron la cárcel y el exilio.
Sin embargo, mientras que Santas mantuvo un papel discreto a partir de entonces, Glezos se convirtió en un actor político importante en las próximas décadas.
“Después de la liberación se produjo una situación peculiar porque prácticamente las mismas personas que habían gobernado junto a los alemanes continuaron en el poder y persiguieron a la misma gente a la que habían perseguido durante la ocupación”, explica Marchetos.
Grecia, pieza clave de la Guerra Fría en el Mediterráneo oriental, se convirtió en un fiel aliado de Estados Unidos y Reino Unido a las puertas de la Unión Soviética.
Miles de militantes de izquierdas fueron encarcelados y decenas de miles abandonaron el país.
Manolis Glezos fue uno de los represaliados.
En total pasó más de 11 años en prisión, más de 4 exiliado y fue sentenciado varias veces a muerte.
“Su vida ejemplifica la contradicción de la Grecia moderna. De un lado es un héroe de la resistencia y de otro, en los años de la posguerra, no fue tratado como un héroe, sino que fue perseguido por ser comunista”, le cuenta a BBC Mundo Kostis Karpozilos, director del Archivo de Historia Social Contemporánea de Atenas, la principal institución que conserva documentación sobre los movimientos sociales en Grecia.
En los años de la posguerra, Glezos no fue tratado como un héroe, sino que fue perseguido por ser comunista”.Kostis Karpozilos, director del Archivo de Historia Social Contemporánea de Atenas
Con el regreso de la democracia, tras la caída del régimen de los Coroneles, la dictadura militar que gobernó Grecia entre 1969 y 1974, Glezos continuó con su actividad política como parlamentario y europarlamentario por el Partido Socialista Griego (PASOK).
Homenajes a Santas y Glezos
En esa época, la resistencia nacional contra los alemanes fue reconocida y homenajeada oficialmente por el gobierno griego.
“En ese proceso, Glezos era el símbolo ideal: el de los griegos buenos contra los alemanes malos. Se convirtió en un ícono de unidad nacional”, apunta Karpozilos.
El historiador, en cambio, cuestiona que Glezos utilizara su condición de héroe de la resistencia como una herramienta de autopromoción.
“Desarrolló esta especie de culto a la personalidad alrededor de sí mismo con grandes exageraciones en algunos casos. Escribió un libro sobre la resistencia y en todos los episodios importantes él estaba allí y él tenía razón y los demás estaban equivocados”, sugiere.
Gaseado a los 88 años
En 1986, Glezos se retiró de la política nacional para convertirse en alcalde de su pueblo, Aparinthos, donde puso en marcha un experimento de democracia directa.
Su figura volvió a adquirir relevancia durante las protestas contra las políticas de austeridad en plena crisis económica en 2010 cuando, con 88 años, fue gaseado por la policía durante una manifestación a las puertas del parlamento griego.
Su imagen, una vez más, se convirtió en símbolo de resistencia.
Y en 2014 fue elegido europarlamentario por la coalición de izquierdas Syriza, un puesto que abandonó apenas un año después en medio de duras críticas a lo que él consideró una rendición por parte de ese partido a las políticas de la Unión Europea.
¿Cómo ser recordado?
Incansable, a sus 96 años, Glezos se mantiene al pie del cañón.
Hadjipateras, quien siguió al viejo militante durante dos años para la realización de su documental, destaca su “generosidad, su gran sentido del humor y su gran alegría de vivir”.
“Siempre se vio a sí mismo como alguien que debe despertar conciencia sobre los problemas sociales”, apunta.
Al final de El último partisano, una voz en off le pregunta al antiguo partisano cómo le gustaría ser recordado.
“¿Cómo me gustaría que me recordaran?
Por el trabajo de toda mi vida. No solo por la bandera. Me siento querido cuando la gente me dice que tiene un lugar para mí en su corazón. Eso es suficiente para mí. No quiero estatuas o monumentos”.