Hammerfest, ciudad del Polo Norte destruida por los nazis que renació de sus cenizas
Está más allá de los fiordos de Noruega, 500 kilómetros dentro del Círculo Polar Ártico.
Es un desierto crudo de abruptas penínsulas y acantilados en los extremos del mundo.
Se llama Hammerfest y es uno de los lugares con uno de los climas más extremos de la Tierra.
En invierno, los caminos se desvanecen bajo las profundas nieves que cortan las comunidades durante días. Y, desde mediados de noviembre hasta finales de enero, la oscuridad polar es casi absoluta en esta ciudad de 10.527 habitantes.
Pero cuando conduces por sus carreteras desiertas, cubiertas de nieve, y pasas por las aldeas de pescadores de bacalao, pronto descubres que uno de los lugares habitados más septentrionales del mundo ha tenido problemas mucho peores que las temperaturas bajo cero.
Desastres naturales
La historia de Hammerfest está plagada de desastres naturales, incendios, plagas y guerras, que abarca una línea de tiempo de Napoleón a los nazis.
Y a pesar de ser uno de los asentamientos con más historia en el norte de Europa, poco queda de su pasado.
Ya no están las casas de tablillas tan características de Noruega. Tampoco las vitrinas tradicionales de esta antigua ciudad ballenera.
En cambio, frente al puerto, está el Centro de Cultura Arctic iluminado por luces LED, una mole de vidrio que flota sobre pilotes.
En el terreno intermedio, entre el cielo plano del Atlántico y el telón de fondo de los depósitos de gas licuado, se encuentran modernos bloques de apartamentos, una terminal de cruceros y, más arriba, en la calle principal, Kirkegata, hay una iglesia en forma de barco.
¿Cómo explica Hammerfest esta extraordinaria transformación?
Desde el siglo XVIII, después de que los primeros comerciantes europeos, y poco después estadounidenses, llegaron a la tierra ancestral de los pueblos orginarios Sami, en las orillas del mar Nórdico, la ciudad fue destruida, arrasada y borrada del mapa. Una y otra vez.
“Se puede rastrear nuestra historia hace unos 10.000 años, pero en términos de ladrillos y cemento somos una ciudad excepcionalmente joven”, explica el historiador años Jens Berg-Hansen, de 75 años.
“Aquí hay un espíritu pionero, y esa es la razón por la que la gente vuelve. Esta es una ciudad que engendra autosuficiencia. Hemos aprendido a unirnos”, le dice a la BBC en una nublada mañana de noviembre.
Auge de la ciudad
Lo que originalmente trajo a los europeos aquí fue el puerto sin hielo de la ciudad, resultado de la cálida corriente del Golfo, que impide que se congele, algo muy raro en estos lugares.
Este efecto climático fue visto como una posibilidad para la caza y la pesca, en un espacio que se extendía hasta el Océano Ártico, a través de los mares de Noruega y Barents.
Era una época en la que las focas, las ballenas y las morsas eran masacradas por su carne, pieles y aceite.
A medida que la riqueza regresaba de esos lugares de caza, la ciudad se convirtió en una fábrica al aire libre donde se quitaba la grasa de las pieles de los cetáceos para evitar que se volviera rancia.
“Solían decir que se podía oler a Hammerfest antes de poder verla”, cuenta Berg-Hansen.
En los años de auge de la ciudad, a principios o mediados del siglo XVIII, los pobladores vieron la llegada de los consulados ruso, alemán, francés, holandés y estadounidense.
“Trajo comercio, dinero y muchos visitantes internacionales. También dijeron que las mujeres aquí eran tan hermosas como las de París por la forma en que se vestían”, recuerda.
El sentido de la historia es tangible: todavía hoy las calles albergan una cantidad desproporcionada de boutiques y peluquerías. Pero esos buenos momentos no duraron.
La destrucción
El primer golpe se produjo cuando el puerto, debido a su ubicación estratégica en la ruta hacia Rusia, el Ártico y Reino Unido, fue invadido durante las Guerras Napoleónicas.
En julio de 1809, los británicos saquearon Hammerfest durante un bloqueo de una semana, en la que dejaron a la ciudad morir de hambre.
Medio siglo más tarde, una tormenta desmanteló los almacenes de la ciudad, antes de que la tragedia golpeara de nuevo en 1890, con dos tercios de los edificios del puerto demolidos por un catastrófico incendio.
De forma casi increíble, teniendo en cuenta el clima impredecible y la inaccesibilidad de Hammerfest, el esfuerzo de reconstrucción condujo a una amplia modernización.
Al año siguiente, la ciudad se convirtió en la primera en el norte de Europa en introducir luces eléctricas en sus calles.
Pero lo peor estaba por venir.
En 1944, anticipando un gran avance de los rusos en el frente oriental, Hitler envío 1.000 soldados a invadir la ciudad.
Era octubre, y sin refugio, comida ni provisiones, el plan consistía en que el Ejército Rojo se muriera de hambre y muriera congelado.
En cuestión de días, Hammerfest fue incendiada. Los caminos fueron borrados del mapa, los postes de telégrafo fueron cortados y las líneas de comunicación destruidas.
El puerto quedó devastado, las minas perforaron la ciudad y toda la población del municipio circundante quedó sin hogar.
Tan sistemática fue la solución nazi que unos 10.000 edificios fueron destruidosy el único que quedó en pie fue la capilla. Los incendios continuaron durante cuatro meses y para cuando los lugareños habían huido, Hammerfest había dejado de existir.
Randi Simonsen, una sobreviviente de la ocupación nazi, recuerda que a su familia le dieron dos días para prepararse para irse, sin saber cuándo o si alguna vez podrían regresar.
Con 11 años, viajó con sus padres unos 2.000 kilómetros al sur, a Telemark.
“Mi padre tenía el mar en la sangre, así que solo días después de que estalló la paz en mayo de 1945, él fue uno de los primeros en regresar, y finalmente tomó un barco desde Tromsø. Nadie pensó en no volver “, comenta.
El regreso
La ciudad pudo haber quedado en ruinas, pero pocas semanas después de la repatriación de sus habitantes, se reconstruyeron numerosos edificios y casas.
“No tuvimos tiempo para enfrentar el trauma”, recuerda Simonsen, quien durmió en el piso de la capilla después del regreso de su familia.
“La gente estaba feliz de estar en casa y, de todos modos, yo era una adolescente, así que estaba preocupada con la escuela, la moda y, por supuesto, los otros chicos”, dice.
Otro testigo, el maestro de escuela jubilado Gunnar Milch, de 72 años, tiene otra teoría sobre cómo Hammerfest ha aprendido a adaptarse.
Es una historia feliz, en cierto modo, de triunfo sobre la adversidad, afirma.
“A veces la gente tiene una visión romántica del pasado, pero siempre ha sido difícil en Hammerfest. Para nosotros era una cuestión de comunidad. Cuando la gente regresó después de la Segunda Guerra Mundial, recrearon su propia comunidad después de haber estado separados de ella durante tanto tiempo. La lección es que solos decidimos nuestro destino“, sostiene.
Como parece mostrar la historia, Hammerfest toma su lugar junto a Mostar en Bosnia, Hiroshima en Japón o Dresde en Alemania como una ciudad que ha sido destruida, pero que ha resurgido de las cenizas de una forma desafiante.
Hoy, el lugar prospera una vez más debido a la llegada de las compañías de gas licuado, en un auge que se espera que dure décadas.
Este nuevo auge, no sorprende a los lugareños, para los que es simplemente una continuación de cómo la ciudad se ha reinventado por siglos.
Quizás lo que captura mejor el espíritu de supervivencia de Hammerfest es la mascota de la ciudad y el escudo heráldico: el oso polar.
Personifica la vitalidad de la comunidad, pero también la extraordinaria habilidad del pueblo para sobrevivir durante siglos en un rincón remoto, en la cima del globo, a pesar de las peores intenciones de los hombres.