“Hasta la victoria, siempre Patria o muerte”: Che. A 52 años de su vil asesinato
El principio del fin de la aventura boliviana de Ernesto Rafael Guevara de la Serna, el Che, fue un afiche pegado en las paredes de las ciudades más importantes del país.
Decía: “$b. 10.000 (diez millones de pesos bolivianos) por cada uno vivo. Estos son los bandoleros mercenarios al servicio del castrocomunismo. Estos son los causantes de luto y dolor en los hogares bolivianos. Información que resulte cierta, dará derecho a la recompensa. Ciudadano boliviano, ayúdanos a capturarlos vivos en lo posible”.
Debajo, cuatro fotos, y cuatro nombres, cada uno con una breve ficha de identidad: “Pombo – Benigno – Urbano – Inti”. Y esta advertencia: “Nota.- Pueden usar barba o llevar nombres falsos”.
El 7 de octubre de 1967, dos días antes de su muerte, y luego de 22 combates librados por sus 52 hombres divididos en tres pelotones, Guevara recibe la última ayuda civil. Es una mujer de edad indefinible. Se llama Epifanía Cabrera. Es pastora de chivas.
Los guerrilleros la llaman “La vieja de las cabras”. Temen que los delate. Sin embargo, les informa que están a una legua de Higueras, les da algo de comida, y se refugia en su casa del monte con su hija…
El exagente de la CIA Félix Rodríguez admitió haber recibido el 9 de octubre de 1967 un mensaje secreto de la Casa Blanca con una orden del presidente Lyndon Johnson para ejecutar al revolucionario argentino Ernesto Che Guevara, informa la cadena rusa Zvezda.
Según Rodríguez, las autoridades estadounidenses tenían miedo de que el carisma y la popularidad del Che en América Latina acabaran reduciendo la influencia de EEUU en la escena mundial.
“Teníamos un código muy simple: 500 para ‘Che Guevara’, 600 para ‘ejecutar’ y 700 para ‘dejar vivir’. Levanté el teléfono y oí: ‘Orden del alto mando: 500-600’. Así que, el presidente tomó la firme decisión de asesinar al Che”, explicó a Zvezda.
Indicó que lo único que podía hacer era decir: “Lo siento, Comandante”. Según indicó Rodríguez, antes de morir, el Che Guevara le pidió que le dijera a Fidel que “pronto verá la victoria de la revolución por toda la América”.
“Además, dile a mi mujer que se vuelva a casar y trate de ser feliz”, le dijo también a Rodríguez.
Hora de Bolivia: una y cuarto de la tarde.
El cadáver es llevado a Vallegrande y puesto sobre una pileta del lavadero del hospital local. Todavía tiene los ojos abiertos. El desfile para verlo dura horas. Los oficiales y soldados se reparten mechones de su pelo como botín de guerra. Al otro día le cortan las manos para identificarlo, y hacen desaparecer el cuerpo. ¿Dónde está? Enigma que dura tres décadas: sus restos y los de algunos de sus compañeros aparecen (junio de 1997) en una fosa común, cerca del aeropuerto de Vallegrande. Un mes más tarde pasan –para siempre– a una urna cubana. En Santa Clara, escenario clave de los combates contra el ejército del dictador Fulgencio Batista.
Muy lejos, el ejecutor Terán celebra una mínima victoria. Ante su insistencia casi desesperada (“¡Yo lo maté, yo la merezco!”), el hombre de la CIA le regala la pipa.
De ese día, 9 de octubre de 1967, se cumplen hoy 52 años.
Al morir, Guevara tenía 39.
Fin de la historia, comienzo del mito.
Una deuda que le reclamó largamente el ejército, y que Evo cumplió… con una de cal y una de arena. Porque es un gran admirador de las ideas y la lucha del célebre guerrillero, pero no pudo darle la espalda a aquellos soldados que no sólo lo combatieron: muchos murieron en los 22 combates librados contra los más de 50 hombres del Che. Por cierto, eludió exagerar. Dijo: “Este acto es para recordar a los soldados que combatieron la guerrilla… obedientes a instrucciones internas y a la clase política de entonces, sometida a instrucciones externas”. Claro mensaje contra los Estados Unidos y la CIA. Y avanzó: “El Che vino a liberar Bolivia, tal vez a refundar, como ahora nosotros la refundamos. Ser guerrillero, si es por la patria, no es delito. Y dirigiéndose a los soldados: “Si el Che ha muerto no es culpa de ustedes. Es culpa de la CIA, y está bien documentado”. Un Evo sin fisuras).
Solo en el mundo con el cual soñó, para el cual vivió y por el cual luchó hay espacio suficiente para él.
(Fidel, discurso 17 de octubre de 1997)
Dicen que antes de cumplir la orden los soldados «echaron a la suerte» quién sería el encargado de «fusilar» a Che Guevara (Fernando o Ramón), el jefe guerrillero que tanto quehacer dio al ejército boliviano y a los Rangers entrenados por la CIA. Herido en una pierna, con su carabina inutilizada y agotadas las balas de su pistola, solo así, pudieron capturarlo, el 8 de octubre de 1967. En cualquier caso, a esa altura, el Ejército boliviano, en pleno régimen del general Barrientos (1), lo tenía prácticamente cercado.
El día antes había escrito la última página de su Diario:
«Se cumplieron los 11 meses de nuestra inauguración guerrillera sin complicaciones, bucólicamente; hasta las 12.30 hora en que una vieja, pastoreando sus chivas entró en el cañón en que habíamos acampado y hubo que apresarla*. […] de resultados del informe de la vieja se desprende que estamos aproximadamente a una legua de Higueras y otra de Jagüey y unas 2 de Pucará. […] se le dieron 50 pesos con el encargo de que no fuera a hablar ni una palabra, pero con pocas esperanzas de que cumpla a pesar de sus promesas… […]».
Caída la noche, salieron los guerrilleros. En lo alto, «una luna muy pequeña» aseguraba la marcha, que resultó «muy fatigosa». En el camino, un cañón «que no tiene casas cerca, pero sí sembradíos de papa regados por acequias del mismo arroyo». Se amontonaban las pisadas. A las dos de la madrugada pararon a descansar, «pues ya era inútil seguir avanzando. El Chino [Juan Pablo Chang-Navarro Lévano] se convierte en una verdadera carga cuando hay que caminar de noche», anotó Che. Luego dilucida acerca de una «rara información» del Ejército, que ubica «la zona de nuestro refugio entre el río Acero y el Oro». La noticia le «parece diversionista». Están a dos mil metros de altura.
Para entonces el ejército mostraba más efectividad en sus acciones, los campesinos actuaban como delatores, y los más flojos desertaban y daban declaraciones, como es el caso de Camba (Orlando Jiménez Bazán) y León (Antonio Rodríguez Flores), quienes luego de abandonar la guerrilla, a finales de septiembre, fueron apresados. Conminados a hablar dieron «abundantes noticias de Fernando, su enfermedad y todo lo demás, sin contar lo que habrán hablado y no se publica», según anotaciones que hace el Che el día tres de octubre.
Por si fuera poco, la pérdida de Miguel (Manuel Hernández Osorio), Coco (Roberto Peredo Leigue) y Julio (Mario Gutiérrez Ardaya) «malogró todo y luego hemos quedado en una posición peligrosa». Los días que restan se presentarán angustiosos y difíciles para el mermado grupo de 17 guerrilleros, prácticamente sin vanguardia. Se acerca la etapa más «angustiosa y difícil».
En su libro Seguidores de un sueño —Casa Editorial Verde Olivo, 2007— la colega Elsa Blaquier Ascano (esposa de René Martínez Tamayo), relata lo acontecido luego de las dos horas perdidas en el descanso nocturno:
Sobre las cuatro «continuaron el avance hasta la unión de las quebradas del Yuro (2) y San Antonio. Poco después detectan la presencia del ejército que comienza el cerco, situación que lleva al Che a recoger las exploraciones e internarse en la Quebrada del Yuro para evitar ser detectados durante el día, pues en ese instante se encontraban a 200 metros de la cima de una elevación, y si los soldados no lo detectaban podían ganar el firme en las primeras horas de la noche y romper el cerco».
La decisión tomada entre el 8 y el 9 de octubre de asesinar al Che, al peruano Juan Pablo Chang y a los bolivianos Simeón Cubas y Aniceto Reinaga se adoptó en Washington y se la impusieron al general René Barrientos.
De acuerdo con el testimonio del hoy general de brigada Harry Villegas Martínez, en su libro Pombo, un hombre de la guerrilla del Che, el Guerrillero Heroico estableció la defensa «sin dejar nada al azar»: Antonio (Orlando Pantoja Tamayo), Chapaco (Jaime Arana Campero), Arturo (René Martínez Tamayo) y Willy (Simeón Cuba Sanabria), a la entrada de la quebrada. Benigno (Dariel Alarcón Ramírez), Inti (Guido Peredo Leigue) y Darío (David Adriazola Veizaga) en el flanco izquierdo «para garantizar la entrada y asegurar una posible retirada por el lugar». Pacho (Alberto Fernández Montes de Oca) en el flanco derecho —en una especie de puesto de observación—, y Urbano (Leonardo Tamayo Núñez) y él [Pombo], en el extremo superior. « […] También tuvo en cuenta un primer lugar donde encontrarse de entrar en combate, otro para reagruparse estratégicamente y hacia qué zona debían ir si se dispersaban».
Pasada la una de la tarde —cuando el Che envió a Ñato (Julio Luis Méndez Krone), y Aniceto (Aniceto Reinaga Gordillo) para que relevaran a Urbano y a Pombo— el ejército los detecta, generalizándose el tiroteo.
Las fuerzas enemigas ocupan una altura similar a la de Pombo y Urbano y dominan una parte del lecho de la quebrada por la que los guerrilleros se ven impedidos a pasar. Ante la situación, Pombo hace señas a Aniceto para que busque instrucciones del Che. Al regreso informa a Ñato que ya no estaba, y cuando intenta llegar hasta donde están los dos guerrilleros cubanos, Aniceto, herido en un ojo, muere de inmediato.
Durante más de dos horas se escucha el ruido de las ametralladoras, bazucas, morteros y granadas hasta que el tiroteo se va alejando quebrada abajo. Cuenta Pombo que junto con Urbano y Ñato llegan al punto donde está el puesto de mando, pero ya el Che se ha retirado, llevándose el radio de la mochila de Inti, y dólares y documentos, de la de Pombo.
¿Dónde está el Che?
Por su alto sentido humano y ejemplar solidaridad se llegó a la conclusión de que se había llevado a los enfermos por el lugar donde detectó no estaba cerrado el cerco.
En el libro de Blaquier Ascano, según Gary Prado (3) —entonces capitán y jefe de una de las fuerzas que participó en el combate—, «la firme posición de bloqueo organizada por Antonio y Arturo detiene el avance de la sección del sargento Bernardino Huanca (4), armada de ametralladoras y bazucas, hasta que un ataque con granadas ocasiona la muerte de los dos guerrilleros», y Pacho es alcanzado por una bala. Herido, el Che continúa la marcha con Willy y El Chino. Tiene el propósito de alcanzar la altura que les permitiría ganar la otra quebrada.
Se ha sabido —aclara la periodista— que el encuentro de los soldados Balboa, Choque y Encina con el comandante Guevara y Willy resulta casual, cuando se disponían a instalar un mortero. En ese momento el Che curaba su pierna herida.
Una vez capturado —y ante la duda de que se trate del buscado jefe guerrillero— Huanca avisa al entonces capitán Gary Prado, quien de inmediato notificó por radio a Valle Grande: «Prado desde Higuera, caída de Ramón confirmada, espero órdenes qué debe hacerse. Está herido».
Prado había ordenado que amarraran a un árbol al Che y a Willy. Al rato Che le solicitó una venda para curar la herida en su pantorrilla derecha. También requirió cigarrillos, pero como eran muy suaves, le pidió a los soldados unos de marca Astoria, más fuertes, y preguntó al capitán.
—¿Puedo tomar agua?
«Y le pasé mi propia cantimplora, porque pensé que podía echarle unas pastillas y suicidarse», contó Prado en una oportunidad a la prensa, en su casa en Santa Cruz de la Sierra. El Che llevaba una mochila, dos morrales, una carabina M-1, una pistola alemana calibre 9 mm sin cargador, una olla con cuatro huevos, su diario, varios rollos fotográficos sin revelar y dos libros.
Camino a La Higuera
A las cinco de la tarde, «sin brindarle ningún tipo de atención a los heridos, iniciaron la dificultosa marcha hacia el poblado de La Higuera. El Che iba al frente, con las manos amarradas y escoltado por varios soldados, detrás Willy, luego Pacho sostenido por soldados, pues no podía mantenerse en pie. Al final llevan los cadáveres de Antonio y Arturo».
El propio Gary Prado, en el libro Cómo Capturé Al Che (1.a Ed. 1987) refiere que el ingreso a La Higuera «constituye casi una procesión, pues se lleva a tres soldados de la Compañía B heridos y un muerto, en camillas improvisadas, así como a los dos guerrilleros caídos en el combate, luego vienen el Che y Willy caminando en medio de un dispositivo de seguridad, y luego el resto de la tropa que combatió ese día». A las siete y media de la noche llegan a la humilde escuelita de adobe, paja y piso de tierra. A las 10 de la noche el coronel Joaquín Zenteno Anaya (5) envía una escueta orden: «Mantengan vivo a Fernando hasta mi llegada… ».
El escritor, periodista y pedagogo boliviano Víctor Montoya, en el artículo Pasajes y personajes de la guerrilla de Ñancahuazú, relata con lujo de detalles:
«Al día siguiente, a primera hora, un helicóptero atestado de militares de alta graduación aterrizó en La Higuera. Andrés Selich (6) fue el primero en interrogar al Che. El militar le aventó un golpe en la cara y el Che le escupió a los ojos.
Se sabe también que el general Alfredo Ovando Candía (7), llegó a tiempo para dar órdenes a su subalterno:
—Liquide a los prisioneros en la forma que sea, pero liquídelos.
«Seguidamente, los mismos autores de la masacre en las minas, subieron al helicóptero y se ausentaron hacia la sede de gobierno.
«Pasado el mediodía, los asesinos cumplieron las órdenes. Un cabo y un teniente entraron en el aula, donde estaban el Chino y Willy. Se plantaron cerca de la puerta y apuntaron sus M-1 respectivamente. El teniente ordenó, y Willy le replicó:
—¡De cara a la pared!
—Si usted me va a matar, quiero verlo.
«A los contados segundos, una descarga de fuego desplomó a los guerrilleros.
«El coronel Zenteno Anaya, transmitió las órdenes de ejecutar lo determinado por los asesores de la CIA y poner punto final a uno de los episodios más trascendentales del foco guerrillero en América Latina».
Apunte sereno y bien
En 1977, la revista semanal francesa Paris Match publicó el testimonio del suboficial Mario Terán (8), quien ultimó al Che:
«Dudé 40 minutos antes de ejecutar la orden […] Ése fue el peor momento de mi vida. Cuando llegué, el Che estaba sentado en un banco. Al verme dijo:
—Usted ha venido a matarme.
«Yo me sentí cohibido y bajé la cabeza sin responder. Entonces me preguntó:
—¿Qué han dicho los otros?
«Le respondí que no habían dicho nada y él contestó:
—¡Eran unos valientes!
«Yo no me atreví a disparar. En ese momento vi al Che grande, muy grande, enorme. Sus ojos brillaban intensamente. Sentía que se echaba encima y cuando me miró fijamente, me dio un mareo. Pensé que con un movimiento rápido el Che podría quitarme el arma. Entonces me dijo:
—Póngase sereno y apunte bien. Va a matar a un hombre.
«Entonces di un paso atrás, hacia el umbral de la puerta, cerré los ojos y disparé la primera ráfaga. El Che, con las piernas destrozadas, cayó al suelo, se contorsionó y empezó a regar muchísima sangre. Yo recobré el ánimo y disparé la segunda ráfaga, que lo alcanzó en un brazo, en el hombro y en el corazón. Ya estaba muerto».
El sargento Mario Terán había cumplido, «borracho de pisco y miedo», la orden de la dictadura de Barrientos y sus secuaces, trasmitida por boca del agente de la CIA Félix Rodríguez (9), quien en 1998 lo confesó a la revista española Cambio 16. (Edición del 18 de diciembre)
«Salí y mandé a Terán que cumpliera la orden. Le dije que le disparara por debajo del cuello, pues tenía que parecer muerto en combate».
En el fuselaje de un helicóptero llevaron el cuerpo sin vida del Che al hospital Señor de Malta, de Vallegrande. Ese día estaba de turno la enfermera Susana Osinaga, a quien le encomendaron lavar el cuerpo del Che.
«Recuerdo que tenía una bala en el pecho. No tenía sangre en ninguna parte. Le hemos sacado toda su ropa, sus botitas plomas hasta media pierna, sus calcetines, la chamarra, la polera, todo le hemos sacado. Lo lavamos con jabón y lo secamos bien con una toalla. Le hemos puesto un pijama nuevito debajo, lo hemos arreglado bien en la camilla y se quedó ahí. Le hemos cortado su cabello y su barba. Parecía Cristo», contó hace poco al periódico chileno La tercera.
Las manos y la mascarilla del Guevara fueron recogidas y traídas a Cuba por el exministro de Interior boliviano Antonio Arguedas (10), quien también entregó al gobierno una copia fotostática de su Diario de Campaña.
Gustavo Sánchez Salazar (11), entonces Corresponsal de Guerra, entrevistado en 2006 para el documental Las manos del Che Guevara, del holandés Peter de Kock, respondió a una pregunta del realizador y director, formulada en off:
«[ …] Es muy difícil describir las manos, dos manos sueltas de un ser humano, cómo podría describir… te aviso que derramé lágrimas, porque yo esas manos las estreché en 1960. Una vez, por orden de Fidel Castro me mostraron las manos del Che, es impresionante, muy difícil describir cómo estaban las manos del Che, cómo puedo decir estaban así, si no me saludaban ya… ¡estaban muertas!, lamentablemente muertas».
Los documentos del Che pasaron de su mochila a un cajón de zapatos, «que depositaron en la caja fuerte del Alto Mando Militar Boliviano», clasificado como «secreto militar». Su fusil, «fue a dar a manos del coronel Zenteno Anaya». Su reloj Rolex «a la muñeca del coronel Andrés Selich. Y la pipa, al bolsillo del sargento Bernardino Huanca…».
La mayoría de los protagonistas del asesinato del Che están muertos. La gesta de Che Guevara, no fue de nadie en particular. Pasó a inscribirse en la historia universal.
Su imagen —que en la pupila de Lezama Lima actúa tanto en su accionar pasado como en el presente y en el futuro— es y será la de un hombre que demostró que las utopías podían convertirse en realidades, que las quimeras a base de trabajo eran posibles, y que ahora, a 50 años de su muerte, como «saetas de la posibilidad», señalan hacia cada persona, hacia cada revolucionario, atentos hoy más que nunca, a su grito de vida y de muerte: ¡Hasta la Victoria Siempre!
* La vieja de las cabras no fue delatora, nunca habló con los militares, no denunció al Che. Se llamaba Epifania Cabrera, y ya falleció. El que hizo la denuncia fue Pedro Peña, que habló con Aníbal Quiroga, el corregidor de La Higuera, y este al ejército.
Notas:
(1) René Barrientos Ortuño, presidente de Bolivia en esa época, confirmó la orden de ejecución del Che. Hizo un viaje a Washington para solicitar a los gringos su opinión de qué hacer con el Che. La orden fue matar al guerrillero. El día 27 de abril de 1969 fallece al precipitarse a tierra el helicóptero en que viajaba.
(2) Aparece escrito indistintamente: Quebrada del Yuro/ Quebrada del Churo. El periodista de origen boliviano Reginaldo Ustariz Arze, testigo de la exposición del cadáver del Che en la lavandería del hospital de Valle Grande y más tarde autor del libro Che Guevara: Vida, muerte y resurrección de un mito, refiere que «yuro», en quechua significa cantarillo o recipiente de arcilla, y «churo» —como le llaman los lugareños—, caracol. De este modo y por su parecido podríamos decirle a esta quebrada de las dos maneras. En los entrecomillados se respeta la grafía del autor.
(3) En 1996 Gary Prado Salmón reveló a The New York Times que el cadáver del Che no fue incinerado y esparcido, como se pensaba, y que permanecía enterrado en algún lugar de Valle Grande. Esta declaración se la han atribuido al cargo de conciencia y al intento de expiar su participación en la captura y el asesinato del Guerrillero Heroico.
(4) A raíz de su participación en la captura y ejecución del Che Bernardino Huanca ha requerido, durante toda su vida, frecuentes tratamientos psiquiátricos.
(5) Joaquín Zenteno Anaya terminó sus días en un atentado ejecutado por un desconocido en París mientras cumplía funciones de Embajador de Bolivia en Francia. La policía francesa vinculó este hecho a la protección que le dio en Bolivia a Klaus Barbie, el tristemente célebre Carnicero de Lyon.
(6) Andrés Sélich Chop fue apresado durante el gobierno de Hugo Banzer, acusado de tratar de fraguar uno más de los golpes de estado que esa nación había sufrido. Fue asesinado a palos durante un Interrogatorio que le practicaron agentes de seguridad militar.
(7) Alfredo Ovando Candía era el jefe de las fuerzas armadas bolivianas, pieza clave en el operativo contra el Che y principal sospechoso del atentado donde murió el presidente Barrientos. A la muerte de Barrientos tomó la presidencia de Bolivia y sufrió un atentado en el que murió su hijo Marcelo Ovando. Escapó de este atentado pero nunca se recuperó de la pérdida de su hijo, y finalmente fue derrocado en 1970.
(8) Mario Terán Salazar vive actualmente en Santa Cruz, alcoholizado, pobre, casi ciego y con el remordimiento de haber asesinado un hombre de tal magnitud.
(9) Según su propio testimonio desclasificado, en junio de 1967, Félix Rodríguez —o exactamente Félix Ismael Fernando José Rodríguez Mendigutía—, recibe una llamada de un oficial de la CIA que se identifica como Larry S. quien le propone sumarse a una operación destinada a capturar al Che Guevara cuya presencia en Bolivia está confirmada. Rodríguez usará el nombre de Félix Ramos Medina. Terminará con el apodo de El Gato. Actualmente vive en La Florida.
(10) Antonio Arguedas Mendieta vivió entre la persecución y el exilio hasta su muerte, ocurrida en febrero del 2000, a la edad de 72 años, según la versión policial, a consecuencia de la explosión de una bomba que, supuestamente, él llevaba y que le destrozó el abdomen. El explosivo hizo difícil la identificación del cadáver, bajo el documento falso de Severo Lozano Lazcano.
(11) Posteriormente ocupó la jefatura de Inmigración y Extranjería del Ministerio de Gobierno boliviano (Interior), y más tarde fue ascendido a Viceministro Primero de esa Institución. Falleció el 2 de febrero de 2015 en Cochabamba.