Inírida, tesoro escondido en la selva, intacto gracias a la protección indígena.

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“Para inaugurar el cementerio hubo que traer un muerto de Villavicencio”, presumía el alcalde Augusto Bernal, allá por los ochenta. En aquel entonces, la capital del Guanía aún se llamaba Puerto Inírida y era tan apacible como hoy en día. Calles arborizadas, tranquilas, con pocos vehículos, escasa bulla y un abanico de etnias indígenas que conviven pacíficamente con los colonos llegados del interior hace décadas

Inírida

Le quitaron la palabra ‘puerto’ fue para indicar que el vasto municipio de planicies selváticas y ríos maravillosos es más que un embarcadero. Un lugar mágico de Colombia.

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El pescado, abundante, es la base de su gastronomía, y con la yuca brava que siembran preparan el casabe y el mañoco, imprescindibles en la mesa local. Nunca falta un excelente ají y es habitual el jugo de manaca, una fruta algo insípida pero rica si la sirven bien fría, un lujo no siempre a la mano, pues a veces no hay energía, y el hielo deben traerlo de Inírida.

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Gracias a esa carencia, frente a los cerros de Mavicure nadie ensordece con aparatos de música. “Aquí vienen a escuchar el chorro, los pajaritos, las ranitas, el silencio”, anota Betty. Si alguien decide viajar con su propio equipo, debe ser discreto y respetuoso con la quietud que desea el prójimo. La guardia indígena, que impone el orden, puede requisarlo y no lo devuelve hasta la partida.

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También ese cuerpo de seguridad ancestral , el único que existe una vez se abandona la capital: acabó con las balsas que extraían oro.

Los guardias quemaron las que desoyeron la orden de dejar para siempre el territorio.

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