JOSÉ MAZA, hijo de un campesino chileno, ingeniero de la NASA publica un libro de astronomía para niños y niñas

José Maza, durante la entrevista en su oficina del Observatorio Astronómico Nacional de Chile, ubicado en Santiago.
José Maza, durante en su oficina del Observatorio Astronómico Nacional de Chile, ubicado en Santiago.

Llena auditorios de todo el país, su agenda de charlas está llena al menos hasta mayo próximo y su imagen en tamaño extra grande plaga las librerías. Es José Maza Sancho (Valparaíso, 1948), Premio Nacional de Ciencias 1999, la punta de lanza de una generación de brillantes astrónomos chilenos que desde hace un lustro se volcó a las calles a entusiasmar a sus compatriotas con la observación del universo. De padres españoles y republicanos llegados en el barco Winnipeg –hace justamente ocho décadas–, reunió a 10.000 personas en la nortina ciudad de La Serena para el eclipse total de Sol del pasado julio y se apresta a batir un nuevo record en Vicuña, también en el norte del país, donde se esperan unos 15.000 asistentes en octubre. Escritor de libros superventas, Maza publicará en breve su primer texto para niños y niñas. En un guiño a su exitoso libro Somos polvo de estrellas, se llamará Somos polvito de estrellas.

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De las ciencias que se pueden enseñar a un niño, la astronomía es de las más visuales. Les ayuda a aprender a observar. Me gusta mucho un proverbio árabe que dice: “Los ojos no sirven de nada a un cerebro ciego”. Si el cerebro no sabe ver, entonces los ojos te los puedes echar en el bolsillo. Uno de los grandes problemas que ha tenido la educación en Chile –y probablemente en todas partes del mundo– es que no se enseña a pensar a los niños. No se puede andar por la vida con el cerebro desconectado.

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PLanchas y cocinas para niñas son juguetes deberían estar prohibido por ley. ¿Por qué a una niñita de dos años le regalas una plancha? ¿Para que aprenda a plancharle las camisas al marido? A los niños les regalas un cohete, un camión con una pala. Igual que los libros infantiles. Un grupo de niños y niñas se pierde en el bosque y es el niño quien dice “por allá” y los salva. Pero si uno dejara grupos mixtos en medio del bosque, apostaría a que más veces las niñas salvan al grupo, porque son más observadoras. El machismo es terrible.

Dice el astrólogo chileno: en un mundo idílico, por ejemplo, me gustaría que el profesor dijera: “Aquí hay 10 libros, hojéenlos ustedes. Este libro es sobre dinosaurios, este sobre piratas. Elijan uno, léanlo y luego me explican qué leyeron”. Se trata de que no se les obligue a leer un tema que no le interesa. Si a los niños les encantan los dinosaurios, que lean sobre dinosaurios.

Aprender a meterse información en el cerebro vía alguien que lo plasmó en una hoja, es fundamental. Alguien se quejaba de una escritora porque, supuestamente, las novelas que escribía eran muy malas. Yo le dije: “No hay novelas malas”. Personalmente, le agradezco infinitamente a Corín Tellado, que escribía unas novelitas chicas, siempre con la misma historia: un guapetón de ojos glaucos –nunca me quedó claro qué eran los ojos glaucos– y la niña de no sé dónde. Cuando era niño, las compraba por un precio módico y a través de esas novelas –que no es alta literatura– me introduje en el mundo de las letras y de las ideas que te entran por la vista desde un trozo de papel.

P. Usted fue parte del grupo de investigadores del proyecto Calán-Tololo, investigación clave en el descubrimiento en 1988 de la existencia de una nueva componente de energía oscura. ¿Qué lo motiva ahora a la divulgación?

“Es un deber moral dar oportunidades a todos los hijos de esta tierra”.

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